XLVI

Esa noche se acuesta temprano, pero se siente muy inquieto y apenas logra conciliar el sueño por momentos. Se levanta casi de madrugada. Se baña, se rasura y va a desayunar a La Conchita. Regresa al consultorio y, como a las diez de la mañana, siente mareos, la cabeza entumida, como si le fuera a estallar, y una intensa náusea. Le falta aire. Teme desvanecerse. Se acerca al camastro y se deja caer para entrar en un profundo letargo.

De repente escucha que alguien le habla: «Suba», lo conmina un viejo de extraña apariencia: barba larga e hirsuta, sin más ropa que una túnica roída y sucia amarrada al hombro, que lo mira con ojos inquisitivos y penetrantes. El viejo se encuentra a bordo de una barca con una pértiga en las manos a manera de remo. Macho Viejo mira a su alrededor y descubre que se encuentra rodeado de agua, pero no es el mar lo que contempla sino un lago o laguna de oscuras aguas muy quietas y extensas. En la orilla hay mucha gente, pero el viejo no les hace caso y solo repara en él. «Suba, por favor», insiste mirándolo a los ojos. Macho Viejo duda: «¿Qué lago es este?» «¿A dónde pretende llevarme?» «A las sombras, al sueño, a la noche», contesta el viejo. «Me gustaría ver a mis hijos antes.» «A sus hijos ya les dio lo que les correspondía para labrar su vida. Su esposa se fue hace años, usted no tiene casa por terminar ni enemigo del que vengarse, amores que procurar, ni deudas que pagar, suba, por favor, venga conmigo. Usted ya hizo su vida como médico y como hombre. Le han dicho viejo pero no haga caso, la vejez, para los dioses, es de color verde.»

Macho Viejo reflexiona un instante y sube a la lancha. Mira a su alrededor y en ese momento descubre la enorme pequeñez de su persona ante la inmensidad de la oscura laguna y del mundo: qué poco importamos frente a la vastedad del universo. Tu propia vanidad se burla de ti y sientes miedo, Macho Viejo, lo reconoces. Miedo. Eres menos que nada, si acaso una partícula insignificante en la infinitud del cosmos. Contrario a lo que siempre pensaste, te encuentras absolutamente solo, solo, más solo que el pequeño, indefenso e insignificante planeta Tierra y todos sus habitantes juntos: pasados, presentes y futuros. Nadie acudirá en tu ayuda. Sabes que nuestro inevitable destino es la muerte, y aunque con tu oficio trataste de combatirla durante tu vida, bien sabías que terminarías convirtiéndote en su víctima.

El bote avanza. Te hundes en las pesadas aguas negras de la laguna y, a pesar de la oscuridad, alcanzas a distinguir, en la lejanía, a Isaías. Poco a poco se te acerca y descubres que te mira con ojos de misericordia. Lo sigues. En el trayecto te encuentras con Ciro, con Trueno, con Lucero y finalmente con Rosa.

Pero el tiempo es el tiempo, tan solo tiempo, y tiempo es, en esencia, lo que se nos concede en este mundo terrenal: tiempo somos, tiempo huidizo y fugitivo, tiempo por venir y tiempo transcurrido, y a ti, Macho Viejo, ya se te acabó el tiempo, se te gastó: siempre fuiste un viandante, te adentras en plena oscuridad hacia esa nada que a todos nos aguarda y nos confunde y, a pesar de ello, avanzas contento, agradecido, luminoso. Ahora sí: estás solo, completamente solo.