XV

Macho Viejo tomaba su cerveza con mezcal en el bar La Conchita, como lo hacía muchas tardes, cuando alcanzó a ver que Jonás, uno de los pescadores en su cayuco, intentaba sacar un enorme pez que había picado su anzuelo. Jonás jalaba y jalaba con la caña pero el pez se resistía y con extraordinaria energía comenzó a dar batalla. El pescador soltaba y recogía la línea, pero el pez arremetía con nuevos bríos jalando al cayuco como si llevara motor. Macho Viejo observó cómo el pez arrastraba el bote dirigiéndose hacia las rocas del Cerro del Marinero, en cuyas profundidades abundan grutas y cuevas. De repente observó que el cayuco se detenía: el pescador había perdido definitivamente a su presa, pues la línea se había trozado y el pargo aquel finalmente había logrado salvar su vida. Esa escena impresionó vivamente a Macho Viejo. A tal grado que se le ocurrió que un buen día se internaría por las oscuras y procelosas profundidades del mar para tratar de dar con ese hábil, intrépido y poderoso pez.

Y así lo hizo: una tarde se metió al mar con la intención de darle una buena reconocida a los riscos, grutas y cavernas de Cerro del Marinero, aprovechando que había marea alta. Preparó su arpón, sus aletas, su visor, un pequeño tanque de oxígeno y se internó en su bote hacia el centro de la bahía en busca del gran pargo. Ancló el bote y mientras se adentraba en el mar percibió que en las rocas había muchas langostas, ostiones, jaibas, almejas, anguilas y pequeños grupos de pececillos aquí y allá. Descendió tratando de ubicar la cueva por la que calculaba se había escabullido el gran pargo. Macho Viejo se sumergió en la parte más honda para tratar de dar con el animal aquel. Sabía que los peces demersales se mueven solitarios en aguas profundas y que tienen zonas fijas y establecen su hábitat en cuevas y nichos rocosos. Así que se pasó poco menos de una hora explorando el lugar y cuando vio que empezaba a atardecer decidió interrumpir su búsqueda para continuarla en los días siguientes con más calma.