XX

Bien rasurado, acicalado y montado sobre Trueno, se presentó Ricardo Villamonte a la entrada de la finca del padre de Rosa. Se bajó del caballo y uno de los peones lo condujo hacia el casco. Cuál no sería su sorpresa al ver la magnificencia de la casa donde vivía Rosa. Don Ernesto le había organizado una gran fiesta a su esposa para festejar su cumpleaños. Sin consultarlo con sus padres, Rosa se había atrevido a enviarle una invitación al doctor. Él se encontraba atendiendo a sus pacientes en el consultorio cuando Mauro, el mozo que siempre acompañaba a Rosa en sus cabalgatas, lo interrumpió. Al leer la invitación quedó sorprendido y halagado. Por lo visto, no le era indiferente a Rosa y ella había tomado la iniciativa para que se volvieran a ver y continuar su amistad, así como para que conociera su casa y a su familia. Era una magnífica oportunidad para hacerse presente. Antes de despedir al mozo tuvo el cuidado de redactar una cartita de aceptación y agradecimiento en una de las hojas que utilizaba para escribir sus recetas, la cual colocó en un sobre cerrado.

La fiesta se inició desde el mediodía. La mayor parte de los finqueros importantes de la región y las familias prominentes de la zona se encontraban ahí, amén del señor cura, el presidente municipal, el jefe de la policía, el director de la escuela y todos aquellos personajes de la localidad que de algún modo trataban con la finca de don Ernesto. La comida se llevó a cabo en el casco, donde se había dispuesto una mesa de honor para la madre de Rosa y sus invitados especiales; varias mesas alrededor ocupaban el espacio libre entre las trojes y la casa principal. Al fondo se había acondicionado una cocina en la que se preparaban carnitas, pollos, barbacoa de res, arroz, frijoles, y se hacían a mano tortillas y antojitos. Se había dispuesto un pequeño templete en el que tocaba un grupo de músicos frente a una tarima al centro para que los invitados bailaran. Entre tanta gente, un invitado más ni se notaría, pensó el joven doctor, pero de inmediato se dijo que aprovecharía la oportunidad para que los padres de Rosa lo conocieran.

Cuando llegó a donde estaba la fiesta, Mamá Munda, después de saludarlo con mucho cariño y agradecimiento, lo condujo a donde se encontraba Rosa departiendo con un grupo de jóvenes de su edad, la mayoría hijos de los finqueros de la zona. Rosa estaba muy bien vestida con un traje típico de la región, de color rojo con vivos blancos, y unas zapatillas rojas que combinaban. Ricardo la saludó con mucha cortesía y ella lo presentó a sus amigos y le pidió que se sentara, invitándolo a que pidiera algo de tomar. El grupo conversó durante un buen rato ante la presencia silenciosa de Ricardo, que observaba a los jóvenes que componían la mesa así como a los padres de Rosa, sentados en la mesa de honor atendiendo a sus invitados principales. De repente se inició la música y uno de los jóvenes tomó la iniciativa y sacó a bailar a Rosa. Desde su lugar Ricardo la observaba: ella bailaba con buen ritmo y mucha gracia, sonriendo con sus labios carmín y sus blancos dientes mientras conversaba con su pareja. De vez en cuando, al dar la vuelta, los ojos de Rosa se posaban un instante en los de Ricardo para después volver a la conversación. Terminó la tanda. Rosa volvió a su lugar y cuando se inició de nuevo la música le dijo:

—¿Qué no me va a invitar a bailar, doctor?

Ricardo se puso de pie y extendió la mano. Rosa la tomó y se dirigieron a la pista.

—Qué bueno que se animó a venir…

—Gracias por la invitación. Pensé que ya no la volvería a ver…

—Pues ya ve, decidí coger al toro por los cuernos…

—¿Su papá no se va a molestar?

—Ahorita mismo se estará preguntando quién es usted.

—¿Y por qué no me lo presenta? A lo mejor cuando me conozca no le caigo tan mal.

—Él se las ingeniará para conocerlo, de eso no se preocupe…

Antes de la comida se hizo una pausa y se invitó a los asistentes a participar en las carreras de caballos tradicionales en las fiestas de la finca. Varios de los jóvenes que estaban en la mesa se anotaron, y para no quedar mal también el doctor se apuntó.

La competencia consistía en realizar carreras de cuarto de milla en las que se enfrentaban únicamente dos jinetes, solo que antes de la salida los contendientes se tenían que sujetar del hombro de su adversario y, a medida que avanzaran, quien llevara la delantera se desprendería naturalmente del otro. Al ganador se le otorgaba un listón de colores que entregaba una de las jovencitas, que fungía como madrina de la competencia.

Transcurrieron varias carreras y cuando le tocó el turno a Ricardo Villamonte cuál no sería su sorpresa al ver que su contendiente era Mauro, el hombrón que cuidaba a Rosa durante sus cabalgatas.

Se colocaron en la línea de salida, listos para el arranque, y cada uno posó la mano en el hombro del otro; los caballos se veían briosos, listos para la acción. Cuando sonó el disparo de salida, Ricardo picó espuelas en los ijares de Trueno y sintió que la mano de su adversario lo jalaba hacia atrás como tratando de detenerlo. Avanzaron un buen tranco forcejeando y apenas Ricardo empezó a ganar terreno, ya muy cerca de la meta, sintió un firme jalón en la camisa que lo hizo, caer ante la sorpresa y consternación de los asistentes. Rosa, que había sido asignada como madrina, corrió a ver qué le había ocurrido. Ricardo se levantó y empezó a sacudirse. Aparentemente había salido ileso, salvo por el coraje que sintió por haber sido derribado. Rosa, con mucho aplomo, le entregó a Ricardo el listón de ganador ante el aplauso del público, que lo felicitaba a pesar de su caída. En ese momento se acercó a él el padre de Rosa:

—Muy bien, doctor, qué bromita tan pesada le jugó Mauro, pero se portó usted muy hombrecito… yo soy Ernesto Wigge… el padre de Rosa, mucho gusto y bienvenido.

—Gracias, señor, Ricardo Villamonte para servirle. Espero que después de esta pruebita me permita usted visitar a su hija de vez en cuando…

—De eso ya hablaremos luego… Ahora hay que volver a la fiesta, si no la comida se va a enfriar…

Ay, Macho Viejo, si hubieras sabido entonces lo que sabes ahora…