VII
Así se hizo conocido Macho Viejo en la región. Su carrera de médico la tuvo que forjar enfrentando a los naturales contra sí mismos. Una vez llegó a verlo una pareja con un niño lombriciento y de abdomen terriblemente abultado. Apenas lo estaba revisando cuando Macho Viejo oyó:
—¡Cúremelo, porque si se me muere a usted se lo lleva la chingada!
Macho Viejo levantó la vista. Le llegó el tufo de alcohol. El padre estaba borracho, con la mirada totalmente perdida.
—Ni usted ni nadie me va a venir a amenazar en mi consultorio. Si no le parece lo que estoy haciendo, lárguese de aquí con su hijo y deje de estar jodiendo o lo saco a patadas.
—Está tomado, doctor, no le haga caso —intervino la mujer, suplicante.
—Si quiere que revise a su hijo salga inmediatamente de aquí —le dijo Macho Viejo al padre alcoholizado.
—Anda vete y te alcanzamos en la casa —dijo la mujer tomándolo del brazo y conduciéndolo afuera del consultorio.
El tipo reaccionó y dando tumbos se alejó sin hacer mayor escándalo.
En otra ocasión se presentó en su consultorio un niño de nueve años llorando con el brazo totalmente deforme a causa de una severa fractura. Se había caído de un burro, pero más que por el dolor o por la terrible desfiguración del brazo, lloraba porque su padre había amenazado con matarlo.
—¿Por qué? —preguntó Macho Viejo.
—Porque dice que ya no voy a servir para nada y que no le voy a poder ayudar en el campo —explicó el niño sin dejar de llorar.
—A ver, vamos a ver —dijo el doctor tomando con cuidado el brazo del muchacho para observarlo—. ¿Duele mucho? —preguntó.
—Sí, pero yo no me quiero morir…
—Te voy a poner una inyección para que se te calme el dolor, esperamos un rato y luego te enderezo el bracito. Ven aquí, recuéstate.
El niño obedeció, se acostó sobre el camastro del consultorio, bañado en lágrimas, asustado y adolorido.
—¡No me quiero morir!
El doctor lo auscultaba cuando entró una mujer dando de gritos:
—¡No deje que me lo maten, doctor, por amor de Dios!
—¡Calma, señora, calma, nadie le va a hacer nada, no se preocupe!
—¡Es que lo quiere matar!
No acababa de decir eso cuando apareció en la puerta del consultorio un hombre con un machete en la mano y el rostro deformado por la rabia:
—¿Dónde está ese chingao muchito cabrón?
—¿Qué quiere? —preguntó Macho Viejo.
—Por andar de pendejo ese chamaco ya quedó tullido y ya no va a servir ni pa la yunta.
—¿Por qué dice eso?
—Vea nomás como le quedó el remo.
—Eso se puede componer.
—Va a quedar cucho…
—Claro que no. Ahora lárguese de aquí para que lo pueda curar o llamo a las autoridades para que le metan un cepo…
El tipo bajó la vista.
—Vuelva cuando esté más calmada, señora, y ya verá que su hijo va a quedar bien.
El hombre se colocó el machete al cinto y se alejó acompañado de su esposa, hablando para sí mismo.
Macho Viejo procedió a curarle el brazo al muchacho, a enyesarlo y colocarle un cabestrillo.