XXXVII
Rosa y Ricardo vivieron más de siete meses juntos en la casita que fueron acondicionando poco a poco en la más absoluta intimidad y sin que hubiera comunicación ninguna con la familia Wigge. No obstante, cuando el bebé estaba a punto de nacer, la madre de Rosa se presentó una tarde en el consultorio.
—Buenas tardes, señora —saludó Ricardo, sorprendido.
—¿Dónde está mi hija?
—Está descansando…
—¿Puedo hablar con ella?
—Claro que sí, señora, permítame…
Cuando Rosa entró a la sala de espera del consultorio y vio a su madre abrió los brazos y corrió hacia ella para estrecharla en un prolongado y fervoroso abrazo.
—¿Cómo estás, mi niña?
—Bien, mamita, y muy feliz —y con lágrimas en los ojos y mirándose el vientre continuó—: feliz con mi marido y feliz porque pronto va a nacer el bebé.
—Por eso quería hablar con ustedes —dijo mirando a Ricardo.
—Sí, señora, pase al consultorio por favor, ahí podremos hablar sin que nadie nos moleste.
Entraron al consultorio, Ricardo se sentó tras su escritorio y las mujeres se sentaron frente a él en las sillas que tenía para los pacientes.
Rosa, un poco desconcertada, dijo:
—¿De qué se trata?
—Tu papá me pide, a su nombre, que olvidemos todo lo que pasó y que tengan al bebé en la casa.
Rosa pestañeó dos veces, miró al piso y luego a Ricardo.
—¿Qué es lo que quiere papá?
—Que el bebé nazca en el rancho, por supuesto que con el consentimiento de ustedes y contando con la atención de tu marido. Quiere que su nieto tenga lo mejor que nosotros podamos ofrecerles.
Rosa se quedó pensativa:
—¿Les parece poco lo que tenemos?
—No, por favor, no es por eso, no lo tomen así, pero queremos lo mejor para el bebé.
—¿Tú qué opinas? —le preguntó Rosa directamente a Ricardo.
Ricardo se quedó pensativo un momento y dijo:
—Que sea como tú quieras…
—Muy bien, ¿cuándo quieren que nos mudemos? —preguntó Rosa.
—De ser posible hoy mismo —contestó la madre.
—Pero yo no salgo de aquí sin mi marido —aclaró Rosa.
—Por supuesto que no, será bienvenido en nuestra casa…
—¿Estás de acuerdo? —le preguntó Rosa a Ricardo.
—Mira, no me parece lo ideal, aquí es nuestra casa y yo no puedo abandonar el consultorio. Pero si eso te hace feliz, vete con tus padres y en cuanto tengas las primeras contracciones mándame llamar y ahí estaré.
—¿Seguro?
—Seguro…
Rosa seleccionó su ropa, así como la ropita del bebé que habían ido comprando, y la colocó en la misma maleta con la que había llegado cuando su padre la echó de casa.
Se despidió de Ricardo con un beso, lo abrazó y le dijo:
—Muchas gracias, no sabes cómo aprecio tu apoyo. Te espero pronto…
Ricardo solo sonrió…