XI
Cuando luego de varias semanas vuelve a ver a su paciente macheteado en Charco Redondo el hombre, ya totalmente recuperado, está tan agradecido que en cuanto ve a Macho Viejo lo invita a comer y a tomarse unos mezcales. Él acepta de buena gana y se sienta a la mesa. Departen y beben hasta que empieza a atardecer, cuando considera que debe volver a casa. Se despide de su paciente y sale contento hacia el bosque en busca de su caballo. Camina por la vereda estrecha y cerrada de vegetación que conduce a la montaña, en busca del claro donde amarró a su caballo para que pastara. La maleza es tan tupida que resulta difícil ver lo que sucede bosque adentro. Macho Viejo lleva su maletín en la mano izquierda, su rifle a la espalda y un machete al cinto. Circula entre caobas, cedros y granadillos cuando de repente escucha un ruido en la espesura del monte y de súbito aparece un cervatillo corriendo asustado, brincando y dando tumbos, como huyendo de algún depredador, gato montés o tigrillo. El animalito se enreda en una zarza y queda atrapado entre sus ramas. Al verlo Macho Viejo suelta su maletín y se abalanza sobre él para sujetarlo contra el suelo hasta inmovilizarlo. El animalillo tiembla, herido de varios arañazos. Macho Viejo logra desenredarlo y se lo echa sobre los hombros hasta llegar al claro donde se encuentra su caballo; con una soga le ata las patitas con mucho cuidado, lo coloca sobre el suelo y empieza a auscultarlo. Los grandes ojos del cervatillo lo miran bellos y asustados, respirando agitadamente mientras Macho Viejo observa sus heridas, que empieza a curar con los medicamentos que trae en el maletín. Nota unas motitas blancas en su lomo. Sigue revisándolo hasta que cae en la cuenta de que el animalillo no es un él sino ella, una hembrita. «Mira, cosita», le dice cariñosamente cuando acaba de curarla, «tú te vas a llamar Lucero. Te voy a soltar para que puedas regresar a casa, pero tienes que irte con mucho cuidado para no volverte a encontrar con tu verdugo». Y diciendo esto le desamarra las patas y deja escapar a la cervatilla, que se pierde en lo profundo del bosque.