XXVII

Cuando llegó la época de lluvia, las visitas de Ricardo a Rosa se espaciaron, pues caían tales chubascos que los ríos crecidos inundaban los caminos, lo cual, aunado a la oscuridad de la noche y a los peligros propios de cuatreros y ladrones en esas tierras desoladas, ponía en constante riesgo la vida de Ricardo.

Una mañana, Rosa se apareció sorpresivamente en el consultorio en compañía de Mauro y de Mamá Munda con el pretexto de que se sentía mal. Mauro se quedó afuera del consultorio y Rosa entró con Mamá Munda.

—¿Cómo estás?

—Necesitaba verte.

—Yo a ti más, pero dime ¿pasa algo…?

—Algo…

Ricardo le pidió a Mamá Munda que saliera un momento para auscultar a Rosa. Cuando Mamá Munda salió, Ricardo la abrazó y la besó con amor y pasión.

—¿Qué te pasa?

—No me ha bajado la regla.

—¿Desde cuándo?

—Hace ya más de un mes…

—Déjame revisarte —procedió a auscultarla con todo cuidado: primero la temperatura, la presión, el pulso, le palpó el vientre, le hizo unas cuantas preguntas y le dijo al oído—: No cabe duda: estás embarazada…

—¿De veras?

—Seguro.

—¿Y qué vamos a hacer?

—Déjame robarte.

Rosa no supo qué contestar.

—Tu padre quiere que te cases con ese fulano hijo de su amigo que está estudiando en Europa, y aunque nos ha dado la oportunidad de vernos en tu casa, yo no lo acabo de convencer. Y tal vez tenga razón: me ve como un pobre diablo haciendo sus pininos de médico en este triste pueblo dejado de la mano de Dios.