XII

Macho Viejo se sentía muy orgulloso de Trueno, su caballo. Era hijo de dos purasangre y se lo había obsequiado don Chayo Escamilla, finquero y criador de caballos de raza, para agradecerle que salvó a uno de sus hijos menores de una epidemia de difteria que asoló a la región y que acabó con la vida de varios pequeños.

Era un caballo de bello porte: brioso, fuerte, rápido, muy inteligente. Pero lo mejor fue que Macho Viejo presenció cómo don Chayo había logrado que un potro purasangre color azabache y de nombre Otelo cubriera a una potranca ya un poco entrada en años de color azulejo, también de raza, llamada Carabina.

Fue todo un espectáculo: primero habían sacado de las caballerizas a una potranquilla de poco más de un año: alazana chiquita, mocita, saltarina, aunque de no muy buen pedigrí, a trotar por uno de los lienzos atada de una soga. Luego sacaron a Otelo y lo metieron al lienzo con la yegüita. Tan pronto el potro detectó los efluvios de la potranquilla, se empezó a excitar. A la yegüita la manipulaban con una cuerda a la que le soltaban el cabo para dejarla correr y pasearse a sus anchas frente a los esféricos y desaforados ojos del macho, que no le quitaba la vista de encima, como si la potranquilla le estuviera coqueteando. Otelo la observaba, la olía, relinchaba, rascaba el piso y se motivaba con la cercanía de la hembrita que caracoleaba frente a él. Cada vez que permitían que la alazana se acercara a Otelo, sacudiendo la cola y ofreciendo la grupa, él intentaba montarla y ya con la verga totalmente desenvainada y enhiesta la jalaban desde afuera del corral para apartarla y evitar que la cubriera. Otelo estaba cada vez más jarioso y así lo mostraban sus ojos centelleantes, sus belfos espumosos, sus relinchos plañideros y los resoplidos que le ensanchaban los orificios nasales mientras parecía sacar chispas por los ojos. Cuando el finquero consideró que el macho ya estaba en su punto sacó del corral a la briosa yegüita y dejó entrar en su lugar a Carabina, más calmada y lenta por su edad. Pero Otelo estaba ya tan birriondo que en cuanto vio entrar a la yegua, a pesar de que era mayor y se movía con menos agilidad, se abalanzó sobre sus ancas y la cubrió en un santiamén. Unos meses después nacía su cría.

Macho Viejo vio parir a Carabina y emerger de su entraña a un lindo potrillo lobuno al que bautizó con el nombre de Trueno. Cuando el potro tuvo edad Macho Viejo se lo llevó a su casa y lo empezó a entrenar para que lo obedeciera y aprendiera a trotar, correr, cruzar los vados, sortear los obstáculos del monte y caracolear.