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Desenlace

Voy a terminarlo esta noche. Aunque tenga que escribir toda la noche, es lo que voy a hacer. Sí, y cogeré un avión por la mañana. No hay mucho más que contar ni hay ninguna razón por la que no lo terminarlo antes de medianoche.

De vuelta a Darién, un lugar del que estoy muy contento de haberme ido.

El Magdelena estaba a una milla o así mar adentro cuando llegué a Río Hato. Eso es lo importante y lo único que recuerdo bien. Estaba seguro de que el Weald ya se había ido. Quizá también los demás. O quizás estaban en realidad más cerca que el Magdelena. No lo sé seguro. Uno de los barcos que vi bien podía haber sido el Bretagne. Si fue así, no recuerdo nada de su aparejo.

A pesar de todo, me quedé de pie en el pequeño muelle y los vi alejarse hasta que el Magdelena desapareció. Pensé en comprar un barco de pesca, en aprovisionarlo e ir tras ellos. Pero sería inútil y además Novia casi seguramente estaría muerta.

Cuando desapareció la última vela me fui a la pequeña posada del pueblo, compré una botella de vino que en realidad no quería y le pregunté al posadero qué tenía de comer.

Era pan y queso, pero el primer bocado hizo que recordara que estaba hambriento. Después de eso, no encontré ninguna razón para quejarme. El primer vaso de vino pronto me recordó también que había luchado dos veces, que no había dormido en toda la noche y que ya llevaba otro medio día. Le pregunté al posadero si alquilaba habitaciones.

Se encogió de hombros (Era un hombre fornido y alegre unos diez años mayor de lo que era yo entonces).

—Una habitación, señor. Sólo una habitación y ya está ocupada.

Se inclinó hacia delante.

—Una mujer angustiada, señor.

—¿Una mujer?

No podía creer lo que estaba oyendo.

Se acercó más a mí y susurró:

—¡Una mujer que ha huido de los piratas!

Creo que antes de que terminara, ya había encontrado la habitación de Novia y estaba aporreando su puerta.

Nos abrazamos y nos besamos una y otra vez y nos fuimos a la cama en mitad del día, para echarnos una siesta, con algunos juegos preliminares para empezar. Lo gracioso era que ninguno de los dos dijo mucho, estábamos demasiado felices de encontrar vivo al otro. Las palabras no pueden expresar esa clase de cosas, pero sí los besos y los abrazos, las risas y las lágrimas. Al final nos levantamos, le dijimos a la mujer del posadero que nos diera de comer y nos volvimos a la cama.

Esto es de lo que me enteré al día siguiente: Lesage había entrado en la bahía con cuatro barcos, y había sido muy cordial. Cuando vio los pocos hombres que había en nuestros barcos (Novia tenía cinco) dijo que era demasiado peligroso. ¿Qué harían si venían los españoles? Puso veinte hombres en el Magdelena y le dijo a Novia que eran un préstamo, no un regalo. Ella no sabía cuántos hombres puso en los otros, pero probablemente cien hombres en total.

En cuanto terminaron, Lesage y sus hombres se fueron y aquellos hombres tomaron los barcos. Iban a violar a Novia. O quizá lo hicieron, o al menos algunos lo hicieron. Ella me dijo que no, sólo que le arrancaron el vestido. La creo, aunque sabía que no todo el mundo lo haría.

Lo hicieran o no, ella se pudo escapar, saltó por la borda y se escondió debajo del saliente de popa hasta que se hizo de noche. Para entonces ya habíamos visto suficientes piratas como para saber que muy pocos sabían nadar.

Supongo que al ver que no salía, se imaginaron que se había ahogado.

Mientras luchábamos con Lesage, ella nadó a tierra, sin dinero y casi desnuda. Casi todo el mundo ya había abandonado el pueblo para entonces o estaban escondidos en sus sótanos en silencio. Finalmente, oyó la voz de una mujer, se acercó a la ventana y le suplicó que la ayudara. La mujer, Dios la bendiga, la dejó entrar.

Esa mujer era la mujer del posadero. Después de que le diera un viejo vestido para que se vistiera, Novia les contó que era una reputada señora de España (dio el nombre de su padre y de unos cuantos parientes distinguidos) que había sido secuestrada por piratas (Que en realidad era verdad). Les prometió que si dejaban que se escondiera en su casa y la ayudaban, les pagaría diez veces lo que ellos gastasen. Yo tenía el suficiente oro en mi faltriquera para cumplir esa promesa antes de irnos. Les di lo que costaría la habitación si la alquilaban durante un mes.

Juntos les explicamos que éramos marido y mujer, que yo pensaba que a Novia la habían matado los piratas y ella pensaba que a mí me había pasado lo mismo. Y era verdad, aunque técnicamente no estábamos casados, no más de lo que lo estaban Adán y Eva.

Desde ese momento, todo lo que hacíamos iba dictado por dos cosas: la primera eran los mapas que me había dado el capitán Burt. Uno era un mapa general de una parte de la costa de las Perlas, con las islas y la laguna de las Perlas y otras cosas más. Otro era un mapa no muy detallado de las islas de las Perlas, con los puntos en los que el capitán Burt había enterrado el dinero que tenía pensado llevar a Surrey.

El último estaba en la parte de atrás del mapa de las islas y era un mapa que él mismo había dibujado. Mostraba las dos islas y cómo encontrar los lugares en los que había que cavar.

La segunda era que Novia estaba embarazada. Sabíamos que aunque llegáramos al Caribe tan rápido como pudiéramos, al llegar allí su embarazo ya sería más visible. Después de eso, tendríamos que coger un bote, aprovisionarlo y todo lo demás. Iba a ser peligroso para ella, o incluso muy peligroso. Un chica me contó una vez en Port Royal que navegar con el mar agitado en un bote pequeño es una buena forma de que una mujer tenga un aborto. Me dijo que algunas de sus amigas lo habían hecho a propósito y que todavía se pone enferma sólo de pensarlo.

La cuestión fue que Novia quería ir tras el tesoro y yo quería dejarla en un lugar seguro, un lugar donde hubiera gente buena y buenas comadronas e ir yo sólo tras el tesoro.

Al final, gané yo. Creo que principalmente porque Novia en realidad quería que yo lo hiciera.

No hay mucho más que contar, y no tengo mucho tiempo para contarlo. Con el tiempo, pudimos comprarnos un caballo y muchas otras cosas. Cuando Mahu se unió a nosotros (creo que dos días después de que nos fuéramos de Puntarenas) también le compramos un caballo. Me convertí en don Crisóforo de Vega, Novia en la señora de Vega y Mahu en nuestro sirviente, Manuel. Estaba preocupado por entonces por la afición de este a hablar, pero no tenía por qué. En primer lugar, Mahu no sabía mucho español. Y en segundo lugar, lo habíamos librado de la esclavitud en un barco. La historia cambiaba cada vez que él la contaba y nadie que se tomara la molestia de escucharlo no creía ninguna de las versiones.

Si quiere apuntar que Puntarenas no está de camino a las Perlas, tendrá razón. Así es. No quería ni acercarme allí por si caía en la tentación de coger un bote y salir en busca del tesoro.

También cabía la posibilidad de que nos encontráramos con alguien que me hubiese conocido cuando era el capitán Chris, de la misma forma que nos encontramos con Mahu. Alguien de Santa María o, por ejemplo, de Portobelo. Cada vez que entraba en una posada, tenía miedo de que alguien que estuviera bebiendo en la taberna bajara su copa y me mirara fijamente.

Eso nunca ocurrió. Simplemente seguimos nuestro viaje e intentábamos que pareciera que lo estábamos disfrutando. Preguntábamos cuáles eran los caminos más seguros y los tomábamos y nos preguntábamos si tanto viaje sería bueno para el bebé. Si hubiéramos encontrado caminos en buenas condiciones y hubiéramos tenido la posibilidad de comprar un buen carruaje con resortes decentes, lo habríamos aprovechado de inmediato. Los caminos eran todos malos y no había nada más que carretas y carros. Ninguno de ellos tenía resortes.

Nos alojábamos en casas particulares cuando podíamos, porque normalmente estaban más limpias y tenían mejor comida. En cuanto terminaba la hora de la siesta, empezábamos a buscar. Cuanto más grandes y más ricas parecían, más nos gustaban. También ayudaba que lleváramos ropa y caballos buenos, así que los renovábamos cada vez que podíamos (y siempre nos disculpábamos por lo que llevábamos y los caballos que teníamos. Cosas del viaje, decíamos). Les decíamos a nuestros anfitriones que teníamos pensado comprarnos una hacienda en el Nuevo Mundo y que estábamos buscando el lugar adecuado. La criada de Novia se había puesto enferma y la habíamos dejado en… Cada vez decíamos una ciudad diferente, la que pareciera más creíble en ese momento. El mero hecho de pensar en lo que realmente le había pasado a Estrellita hacía difícil decirlo sin reírme, pero en general fui capaz de hacerlo.

Aquí debería decir que tenía una buena espada española, un par de pistolas sujetas a la perilla de mi silla y un mosquete en una funda que me había hecho el fabricante de sillas. Novia tenía una daga y dos pistolas (no las de latón que había usado durante tanto tiempo, sino unas de hierro y ribeteadas en plata que había encontrado en Managua). Todo eso lo tenía escondido debajo de las faldas largas que se había comprado. Manuel tenía un mosquete corto y un elegante machete, en parte porque podría necesitarlo y en parte porque eso daba a entender que era un sirviente, no un esclavo. Eso hizo que le dieran un trato mejor, y quizás haya salvado un par de vidas. Los tipos que han formado parte de la tripulación de un barco pirata durante un tiempo son de cierta manera y a ese respecto nadie puede hacer nada, excepto Dios.

Nos quedamos una semana en México. Todos llaman al país México ahora y la ciudad es Ciudad de México. Por aquel entonces el país era Nueva España y México era simplemente la capital de Nueva España. Era bonita, pero los tres queríamos estar más cerca del mar.

Elegí Veracruz por un motivo en especial y si ha leído hasta aquí ya habrá adivinado cuál.

No me llevó mucho encontrar al cura que llevaba agua a los esclavos.

—Padre —dije yo—. Sé que no se acordará de mí, pero…

Él asentía y sonreía.

—Tú eres el marinero que me enseñó a atar mi jarra al gancho, hijo mío. Un ángel de Dios. ¿Cómo me iba a olvidar de ti?

Negué con la cabeza.

—No soy un ángel, padre.

—Puede que Dios no lo crea así. Has pecado. ¿Crees que los ángeles nunca han pecado? Si así fuera, serían como Nuestro Señor para Dios. No lo son, son simples sirvientes, como nosotros lo somos.

—Hay una chica, padre. Nos amábamos y queríamos casarnos, pero no pudimos. Para empezar, estábamos en un lugar donde no podíamos hacerlo como es debido y hubo otros problemas.

—Ya veo. ¿Está embarazada?

Asentí.

—Me va a decir que tengo que casarme con ella. Eso es lo que quiero hacer. Los problemas de antes ya no existen ahora y los dos estamos en Veracruz. Queremos casarnos en esta iglesia y queremos que lo haga usted.

Después me preguntó si había algún impedimento. Si éramos hermanos. Si éramos primos. Si habíamos estado casados anteriormente. Etcétera. Le expliqué que no éramos parientes, que yo no había estado casado nunca y que Novia era viuda.

—¿Estás seguro, hijo mío?

Lo estaba, por supuesto, y se lo dije. Nos casó al día siguiente.

Supongo que Novia creyó que después de la ceremonia cogería un bote e iría a la búsqueda del tesoro del capitán Burt. Le gustó mucho que no lo hiciera. La verdad es que no quise hacerlo, porque estaba muy preocupado por ella. Podría dejarle bastante dinero y lo haría. Aun así, sabía que estaría muy preocupado en cuanto partiera. Si sólo tuviera que esperar a que naciera nuestro hijo, lo habría hecho y con mucho gusto. Sólo habrían sido un par de meses más, así que no habría habido ningún problema. Pero no podía arriesgarme a llevar a nuestro hijo en un bote durante semanas o quizá un mes o más hasta que él, o ella, fuera mayor, ocho años por lo menos o incluso diez estaría mejor. Así que tendría que dejar a Novia sola con la única protección de Mahu y eso me asustaba.

Entonces, un día, mientras caminaba por la calle, vi a un hombre alto y delgado de cara cansada. Lo miré una y otra vez hasta que me sonrió de oreja a oreja.

—¡Hermano Ignacio! ¡Compañero!

Grité tanto que todo el mundo pensó que me había vuelto loco.

—Hola, Chris.

Dejó de sonreír tan abiertamente, pero todavía sonreía.

—¿Qué tal?

Lo llevé a que conociera a Novia y escuché su historia mientras los cuatro comíamos y bebíamos un poco de vino.

—En realidad no hay mucho que contar, señora. Fui hermano lego en el monasterio donde estudiaba Chris. Los estudiantes tenían que trabajar además de estudiar, el trabajo es una de las cosas más importantes que debe aprender un chico, y Chris solía ayudarme a cavar el jardín con la azada y a podar nuestros viñedos y naranjos. A cuidar de los cerdos. Lo llegué a amar como a un hijo y sé que me admiraba.

—Todavía lo admiro —dije yo.

—Gracias, Chris.

Con una sonrisa de oreja a oreja se volvió a Novia.

—Cuando dejó el monasterio, me di cuenta de que no quería quedarme allí si él no estaba. Lo seguí con la esperanza de poder ayudarlo.

Intentó dejar de sonreír, pero no pudo.

—Me debes el pollo, Chris. Lo pagué y tú me lo robaste.

—¡Eras tú!

No me lo podía creer.

—Pues sí. Así que me debes uno, pero ya me lo estás pagando esta noche. ¿Puedo tomar un poco más?

Novia le pasó el pollo.

—Te perdí la pista después de eso —dijo él—, y no hay mucho más que contar. Encontré un trabajo decente, me confesaba con frecuencia, iba a misa cuando podía y aquí estoy. Te ha ido bien, Chris. Siempre he sabido que iba a ser así.

—En algunas cosas sí —le dije— y en otras no. Quizás algún día hablemos de eso. Ahora tengo que preguntarle algo a mi esposa. Novia, ¿recuerdas lo que te conté del hermano Ignacio cuando estábamos en la Virgen Gorda?

Ella asintió.

—Me dijiste que era como un segundo padre para ti, Crisóforo. Lo he recordado desde entonces y hablas de él con frecuencia.

—Así es. También dije que confías en él más de lo que confío en mí mismo.

Ella asintió de nuevo.

—También recuerdo eso.

—¿Confías tú en él también? ¿Ahora que lo has visto?

—¡Claro que sí! —dijo Novia mientras sonreía cariñosamente a Ignacio—. Es muy parecido a ti, aunque mayor. Un buen hombre.

Me quitó un gran peso de encima, y no podía dejar de sonreír aunque lo intentara. Le pregunté a Ignacio a qué se dedicaba.

—Lo justo, Chris. Dejé mi barco cuando llegó aquí, ya que quería quedarme un tiempo. Desde entonces he hecho de todo un poco. Si estás pensado en contratarme, lo haré por poco.

Le dije un salario, casi el doble de lo que normalmente cobra un marinero y lo mismo que le estábamos pagando a Mahu.

—Vale, si puedo hacer el trabajo. ¿En qué consiste?

—Cuidar de Novia mientras estoy fuera. Nuestra comadrona dice que faltan seis semanas y espero estar de vuelta antes. Pero mientras tanto quiero estar seguro de que hay alguien con ella que sea sensato y que sea de origen español; pero ante todo, alguien que mire por ella.

—Y por el bebé —dijo él.

Y así fue como lo solucionamos. Novia se quedó con casi todo el oro que me quedaba en la faltriquera. Pagaría a Ignacio y a Mahu y podía despedir a cualquiera de ellos si lo consideraba necesario. Me compré una pequeña balandra que pudiera manejar solo, la llené de provisiones y me puse en marcha.

Al quinto día me encontré con una tormenta que duró cinco horas como mucho. Probablemente no duró tanto tiempo. Supongo que era un huracán, aunque era demasiado pronto para ellos.

Permanecí a flote gracias a un cáncamo que había montado en mi hermosa balandra para poder aparejarla con un foque. Se había quedado amarrado a los restos más grandes y después de un rato pude subir por él. Estaba a punto de morir cuando un pescador mexicano me subió a bordo.

Tenían una pequeña radio para oír la previsión meteorológica y fue entonces cuando supe en qué época estaba.

Escribo esto en el avión a Miami. Allí tendré que esperar tres horas antes de coger un avión a La Habana. Tengo pensado enviarle esto antes de irme. Sé que no me va a creer, pero eso es algo que no puedo evitar.

No tendré tiempo para contar qué pasó después, pero tampoco querría. Trabajé en barcos mexicanos durante un tiempo, luego crucé a los EE. UU; fue bastante fácil. Pasó esto y lo otro, y dos veces casi me mandan a prisión. Entré en el seminario cuando les expliqué que había crecido en Cuba. Con los comunistas en el poder, no podrían buscar en los archivos de allí. Se aseguraron de que no estuviera en los expedientes del FBI y me aceptaron.

Ahora soy cura. Déjeme que lo repita: ahora soy cura. Pero cuando abra de nuevo el monasterio, no se lo diré a ellos. Entraré allí como hermano lego, que sabe leer y escribir porque todos los cubanos saben, y que también sabe hablar un poco de inglés porque ha trabajado en un hotel. Piadoso en el buen sentido y dispuesto a hacer cualquier tipo de trabajo.

Pronto, un joven yo, Christopher, vendrá como estudiante. A veces trabajaremos juntos: atenderemos a los cerdos y a otros animales, plantaremos pepinos y cultivaremos quingombó y pimientos. Estaré a su lado y cuando se vaya, me iré con él.

Cuando necesite a alguien en Veracruz, estaré allí. Cuidaré de Sabina y de nuestro niño como si fueran míos, porque lo serán.

A medida que pasen los años, ella sabrá la verdad. Quizá dirá que entonces violaré mi voto de castidad, pero se equivocará si lo hace. Dios no me obligará a cumplir un voto que todavía no he jurado. Lo conozco y es justo. Un juez justo no obliga a un hombre a cumplir un voto que hará en el futuro.

Los mapas que subí a bordo de la balandra se han perdido para siempre, pero los estudié miles de veces y recuerdo cada detalle. Cuando sea el momento adecuado, Sabina y yo reclamaremos el tesoro del capitán Burt.

Entonces ella y yo y nuestro hijo navegaremos alrededor del mundo. Hoy, mientras está sentado leyendo esto, nosotros llevaremos muertos trescientos años.

Somos la gente de su pasado.