27
Novia en el consejo
Llegamos a Portobelo preparados para echar el ancla, pero tuvimos que zarpar ese mismo día. Habían visto una pinaza española el día anterior, todo el mundo consideraba que los galeones no podían estar muy lejos y los oficiales que estaban al mando habían estado reteniendo a sus tripulaciones prácticamente a punta de pistola. Cuando se enteraron de que Dobkin, Cox y el resto no estaban con nosotros, levaron anclas en una hora. Nos encontraríamos en las islas de San Blas para decidir qué haríamos después.
Antes de llegar allí, sin embargo, el capitán Harker se unió a nosotros en su balandra, el Princess. Novia y yo lo vimos subir a bordo del Weald y estuvimos especulando un buen rato sobre qué noticias traería, juego al que enseguida se unió Boucher. Cuando vi que izaban banderas de señales por la mesana del Weald, estaba seguro de que la señal iba a ser «Todos los capitanes». Sin embargo, cuando desplegaron las banderas, simplemente fue «Capitán Chris», a quien pedían que se uniera al capitán Burt.
Para prevenir una pelea llevé a Novia conmigo y el capitán Burt no puso ningún impedimento.
Dos días y no he escrito nada. Ha llegado mi pasaporte, pero nadie contesta el teléfono en el consulado de Cuba en Nueva York. Ninguna de las aerolíneas a las que he llamado ofrece servicios a La Habana todavía. Tampoco me apetece intentar llegar al aeropuerto con toda esta nieve, para ser honestos; el servicio de monorraíl no es fiable con un tiempo tan frío como el que hemos tenido.
Antes de seguir escribiendo, debería explicar que me han llamado normalmente capitán Chris o fray Chris debido a lo largo y difícil de pronunciar que era mi apellido. Pocos lo conocen y muchos menos lo saben pronunciar correctamente. Si tuviera que deletrear mi nombre con las banderas de señales, no habría ni un señalero en el mundo que no lo abreviara.
Hoy, después de misa, me fui a documentar en algunas páginas de piratas y encontré varias. Una ofrecía una biografía breve de un capitán Cos o Kruss, que se creía que había sido holandés o alemán. No fue hasta que leí que había desaparecido después de navegar desde La Habana sólo en una pequeña embarcación que me di cuenta de que yo era el capitán Cos, aunque el detalle que decía que Cos había nombrado a su esposa teniente debería haberme alertado.
Cuando los cuatro estuvimos sentados en el camarote del capitán Burt, nos dijo él:
—Sé que vosotros dos ya habéis conocido al capitán Harker. Lo dejé en Long Bay para que me enviara rápidamente los barcos más grandes y lo ha hecho bien. Ya le he entregado la parte que le corresponde a su tripulación de lo que conseguimos en Portobelo y Santa María. Me temo que fue muy poco.
Harker asintió.
—No fue lo que esperábamos, pero la mala suerte no puede durar para siempre.
—Exactamente. Ahora discúlpame, Hal. Voy a repetir algo que ya has oído.
»Chris, ya sabes lo que planeé tiempo atrás. Maracaibo es diferente a aquel maldito Portobelo. O a Santa María. Portobelo quizá sea la ciudad con más enfermedades del mundo. Maracaibo es más saludable. Portobelo es un lugar costero y por eso los pobres ciudadanos se sienten expuestos y están siempre exigiendo protección de la Corona española. Maracaibo es un puerto interior, al final del Golfo de Venezuela. Pensad en el viejo Londres, en lo alto del río Támesis desde el mar. Mejor aún, pensad en Santa María, kilómetros y kilómetros río arriba desde el Golfo de San Miguel.
Asentí.
—Ha dicho que Maracaibo es diferente.
Novia parecía muy cansada, como todos nosotros excepto Harker.
—¿Por qué es diferente?
—Santa María es poco más que un pueblo pesquero, señora. Maracaibo es una ciudad, más grande que Portobelo y Santa María juntos.
—Una ciudad rica —añadió Harker.
Novia se encogió de hombros.
—Ver es creer.
Dudo que ni el capitán Burt ni Harker la entendieran.
—Una ciudad condenadamente rica. Sólo el comercio de cacao…
Burt negó con la cabeza.
—Se han hecho grandes fortunas allí. Cada día más. Además de eso, la tierra detrás de Maracaibo es campo de ganado de primera calidad. El cuero, el sebo y la carne seca y salada fluyen como agua por la ciudad, por toneladas.
—¿Qué es «cacao»? —pregunté yo—. Nunca he oído esa palabra.
Novia sonrió abiertamente.
—Nosotros decimos «chocolate», Crisóforo. ¿Cómo se dice en inglés?
El capitán Burt contestó por mí.
—Se pronuncia distinto pero se escribe igual, señora: chocolate.
Se dirigió a mí.
—El chocolate se hace con las semillas de cacao y dicen que las mejores semillas crecen en Venezuela.
—No sé nada acerca de eso —le dijo Novia—. Sólo sé tres cosas. La primera es que el chocolate cuesta plata en Coruña, donde se bebe en las mesas de los más ricos. Segundo, que en Maracaibo les han avisado de nuestra presencia. Tercero, que Crisóforo y yo tenemos sólo marineros suficientes para trabajar en nuestras velas. Como sé estas tres cosas, escucho y escucho. Pero no creo nada.
El capitán Burt sonrió. No podía verle las manos, pero suponía que se las estaría frotando.
—Todo lo que dice es verdad, señora. En cuanto al precio del chocolate, sólo puedo dar crédito a su propia valoración. Se valora muchísimo. Debido a esto, llega mucho a Maracaibo. En cuanto a la segunda cosa…
Harker lo interrumpió.
—¿Podemos confiar en ella, capitán? Es española.
—Confío en ella —dijo el capitán Burt lentamente— tanto como confío en cualquier hombre a quien conozco.
—Por supuesto que se puede confiar en Novia —dije yo—, y en mí, lo suficiente como para contarnos que vamos a volver a Port Royal para reparar los barcos y cubrir las vacantes que hay en nuestras tripulaciones.
—No os voy a mentir.
El capitán Burt sonrió de nuevo.
—No vamos a ir ahí. Quiero reclutar gente de entre los cortadores de palo de Campeche y los cimarrones de Honduras.
Novia me miró de reojo y como vio que no hablaba, preguntó:
—¿Hay buenos marineros allí, capitán?
—En absoluto son marineros, señora. Usted y Chris tendrán que enseñarles. Sé que lo harán y muy bien.
—Son muy buenos luchadores —añadió Harker.
El capitán Burt asintió.
—Eso soluciona su tercer punto, señora. En cuanto al segundo, tengo la fortuna de tener un capitán que habla español tan bien que puede pasar por uno de ellos.
Se volvió hacia mí y juraría que sus ojos centellearon.
—Tengo la intención de enviarlo a Maracaibo delante de nosotros para ver cómo está todo.
—¡No! ¡No puede hacer eso!
Novia se puso de pie de un salto y tiró la silla.
Hice que se sentara de nuevo y dije:
—Sí que puede. Por supuesto que iré, capitán.
—Sabía que lo harías, Chris.
El capitán Burt se aclaró la garganta.
—Hace un rato se dijo algo sobre la confianza. Para demostraros a los dos cuánto confío en vosotros, os voy a contar algo más. No se lo digáis a nadie. ¿Os acordáis de la pinaza española? ¿La que hizo que nos fuéramos de Portobelo?
Asentimos.
—Bueno, compañeros, el capitán de esa pinaza está sentado ahora en esta mesa.
No sé si Novia se quedó con la boca abierta, pero estoy seguro de que yo sí.
La risa del capitán Burt llenó el camarote.
—Hal izó la bandera española, ya que creía que podría haber un galeón o dos cerca. Es lo que llamo una precaución sensata.
—¿Sabía esto, capitán?
—Al principio no, señora. Me di cuenta sólo después de hablar con Hal. Pero pensad en ello. Barcos agujereados, la mayoría dañados un poco por los cañonazos procedentes del fuerte. Fondos sucios en algunos de ellos. Tripulaciones pequeñas. Pero salieron sin ver las gavias de un galeón y ¿por qué la pinaza no nos siguió en secreto? Es lo que hacen, normalmente, señora. Se posicionan entre tú y los galeones, donde los galeones ven sus señales.
—Ahora que lo sabe, ¿no debería enviar los barcos de vuelta a Portobelo? —dije yo.
—Lo haré, Chris. Confía en mí. Pero todavía no. No hasta que estén en mejores condiciones y las tripulaciones hayan tenido tiempo de ponerse mejor. Ahora dime, tú estuviste con nosotros y la señora también. ¿Va a volver Dobkin? Sé sincero.
—Podría ser —dije yo—. Hay una posibilidad.
De alguna manera consideré que si decía que no, estaría condenándole a él y a todos los hombres del Sabina que se habían ido con él.
—¿Probabilidades, Chris?
—Diez contra una, quizá.
El capitán Burt gruñó.
—Deja que te diga que eres más generoso de lo que Bram Burt habría sido. Mis diez doblones contra el tuyo, ¿vale? Si no lo vemos en un año u oímos que salió vivo, me debes el tuyo. Si lo vemos o sabemos de él, te deberé tus diez. ¿Hecho?
—Hecho —dije yo—. Pero tengo otra pregunta, una que no tiene nada que ver con Dobkin. ¿Puedo hacerla?
—Dispara.
—En realidad puede que sea para el capitán Harker. Más para él que para usted. ¿Dónde está Lesage?
El capitán Burt asintió.
—Sin duda es para Hal. Todo lo que sé es lo que él me ha contado. ¿Hal?
Novia dijo:
—Hablamos con usted en Long Bay. Dijo que tenía que esperar a Lesage, pero que nosotros nos fuéramos. Ahora está aquí. ¿Qué le ha pasado a él?
—Se había desmontado el timón, señora. Nada más que eso. Zarpamos a la vez. Fue al segundo día. Me hizo señas para indicarme que prosiguiera a toda velocidad y que él me seguiría cuando pudiera. Él es de mayor rango, señora, así que hice lo que me ordenó, aunque le ofrecí mi ayuda primero. Me lo agradeció, pero me dijo que no era necesario. Así que nos fuimos.
Novia se giró hacia mí.
—Estuvimos muchos días en el bosque, Crisóforo.
—Sí.
Intenté recordar las entradas que había hecho en el diario de navegación y también las que habían hecho Bouton y Boucher.
—Desde el momento que desembarcamos para tomar Portobelo hasta el momento en el que zarpamos de allí diría que pasaron treinta y tres días. No creo que me equivoque en mucho.
—Yo tampoco, capitán Harker. Diría que un mes. Nosotras las mujeres tenemos una razón para prestar atención a la luna. ¿Esperó mucho después de que nos fuéramos?
Harker asintió.
—Ésas eran mis órdenes, señora. Tenía que esperar hasta que vinieran su capitán y Lesage. No uno, sino los dos. Y así lo hice.
—Así Dios espere por mi alma. Espero que durante mucho tiempo. Capitán Burt, usted es un hombre sabio. ¿Dónde está Lesage, el que una vez fuera teniente de Chris?
El capitán Burt extendió las manos.
—Sé lo mismo que usted, señora. Muchas cosas pueden acontecer en el mar.
—Ahora mismo puede estar colgando de una soga española —dije yo.
Tengo que admitir que ese pensamiento me animó.
—Sí —agregó Harker—. O puede que su tripulación lo haya echado y haya ido a otro lugar. Él tiene fama de hombre duro.
—Puede que esté fisgoneando en Portobelo en nuestra busca, Chris.
Sentí la pequeña y firme mano de Novia en la mía mientras decía:
—¿Mandará a este hombre de vuelta, capitán Burt?
Él frunció levemente el ceño y negó con la cabeza.
—Cuando vinimos, Chris quería saber. Ahora yo también deseo saber esto. No me gustan ellos, este capitán y su barco que desaparecen.
—¿Teme una traición, señora? ¿Qué es lo que puede pasar?
Su manó se tensó.
—No lo sé.
—Ni yo, señora. ¿Qué podría hacer? ¿Decirles a los españoles que teníamos la intención de tomar Portobelo? Cuando se enteró, Portobelo ya había caído en nuestras manos. ¿Decirles a los españoles que teníamos la intención de tomar Maracaibo? Sí, ciertamente, y parece que alguien lo hizo. Recordará las cartas de Gosling. Puede que haya sido Lesage. Pero también pudo haber sido cualquiera de los otros.
Novia no habló.
—Celebramos una reunión, señora. Un consejo de guerra. Usted no estuvo allí, ni Chris, ni Lesage si vamos al caso. El resto sí estuvo. Hal y yo estábamos a favor de ir a Maracaibo. Sólo nosotros. Ni Gosling, ni Cox, ni Dobkin, ni Ogg, aunque yo contaba con Ogg. Ni un alma más. ¿Qué te dice eso?
—No lo sé, capitán —dije yo— y no creo que Novia lo sepa tampoco.
El capitán Burt se recostó en su silla con los dedos entrelazados. Durante cerca de medio minuto, nadie habló. Entonces Novia soltó de repente:
—Queremos saber qué es lo eso le dice a usted, capitán.
—¿Y si usted hubiera sabido que yo tenía intención de asaltar Maracaibo, señora? Es más, ¿y si, llevada por la sed de oro, hubiera vendido lo que sabía a los españoles? ¿Querría usted enviar a Chris, aquí presente, a que me ayudara a asaltar el lugar?
Ella negó con la cabeza enérgicamente.
—¡Yo no!
El capitán Burt asintió.
—¿Y usted, señora? Usted marchó con nosotros desde Portobelo hacia Santa María.
—De vuelta también, capitán. ¿Quién me lleva?
—¿Querría usted marchar a Maracaibo?
—¡No! Están avisados. Lo he dicho.
—Así es, pero aun así tengo la intención de hacerlo. Si hubiera sido usted uno de los capitanes de ese consejo de guerra al que me he referido, ¿no habría dicho lo mismo? ¿Que en Maracaibo lo saben? ¿Que vayamos a otro lugar?
El capitán Burt nos miró a cada uno.
—Recordad ahora que todos los capitanes presentes allí, excepto Hal y yo, dijeron eso.
Harker dijo:
—No todos se habrán ido de la lengua, capitán.
—Claro que no, Hal. Sólo digo que si nuestro Judas estaba allí, habría hablado como lo hizo el resto, y quizá podría haber sugerido Portobelo. El desenlace ideal de nuestra reunión, desde su perspectiva, sería que otros y yo nos fuéramos a por Maracaibo, mientras él y el resto se iban a otro sitio. Se podría haber preguntado a sí mismo a dónde no quería ir Bram Burt, ¿entendéis? Y podría haberse respondido Portobelo, ya que el insolente Bram sabe que Portobelo es un sitio de mala muerte.
—De los que estuvieron en la reunión, ¿entonces en quién podía confiar Bram, compañeros?
—Creo que sólo en el capitán Harker —dije yo.
—Bien dicho, Chris, pero hay otro. Aparte de mí.
Probablemente mi rostro parecía tan carente de ideas como lo estaba mi mente en ese momento.
—¿Hal? ¿Te importaría intentarlo?
Negó con la cabeza.
—¿Señora? Usted que tiene una mente sagaz.
—Creo que el capitán Isham. Porque no ha dicho nada sobre él.
—Inteligente.
El capitán Burt sonrió y se inclinó hacia delante con los codos apoyados en la mesa.
—Inteligente, pero no correcto. No, os pregunto, compañeros, si hicierais de Judas con España y después hubierais encontrado cartas que dijeran que España había sido avisada, ¿se lo habríais dicho a Bram Burt?
Novia negó con la cabeza.
—Entiendo —dije yo.
—Así debe ser, Chris. Hay una buena razón para confiar en Gosling y aquí tengo otra. Cuando el resto se fue a Panamá y me dejaron, ¿quién se quedó conmigo? ¡Vaya, fue Gosling de nuevo! Tú con él, ciertamente, y tu hombre Rombeau. Así que hay cuatro capitanes en los que puedo confiar. Supongo que todos queréis un poco más de vino.
Cuando terminó de echar el vino, Novia dijo:
—Cuatro en los que confiar, pero no cuatro aquí.
—Correcto, señora. Gosling habló en contra de Maracaibo en la reunión. Si le dijera a él lo que le he dicho a usted hoy, siempre pensaría que no confío en él. Confío, pero él pensaría lo contrario, ¿entiende? No quiero eso. No se puede confiar en un hombre que piensa que no confían en él, señora, y puede apostar por ello. En cuanto a Rombeau, he dicho que es un hombre leal a Chris, que es lo que es. Por ahora, es ahí donde deseo que se mantenga. Si estuviera bebiendo con nosotros ahora, empezaría a creerse que es igual que Chris y no quiero que pase eso. ¿Lo quiere usted, señora?