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Hacia el Pacífico
Esa vez fuimos a Port Royal a reparar los barcos. El capitán Burt tenía una importante victoria sobre la que hablar y nosotros el segundo día ya estábamos rechazando hombres. Los barcos zarparían cuando estuvieran listos. Nos volveríamos a ver en las islas de las Perlas.
El Weald fue el primero en salir. En ese momento, no me dio nada que pensar. Alguien tenía que ser el primero.
Nos quedamos con los barcos que habíamos capturado en Maracaibo y Red Jack fue nombrado capitán de uno de ellos, lo que significaba que lo había perdido. También significó que la tripulación tenía que elegir a un nuevo oficial de derrota y eligieron a Red Knife, un zambo misquito. Pensé que probablemente iba a tener que dispararle antes de que terminara el año. Al cabo de un día o dos, me enteré de que él y Hoodahs eran grandes amigos, así que me relajé bastante. Nunca le disparé ni tampoco tuve una razón para hacerlo. Red Knife era tan serio y tan fuerte como el que más.
Quizá debería decir que lleva su tiempo averiguar que dos nativos americanos son amigos. Sucede cuando uno mira al otro y se entienden. Si son amigos, son un equipo, y no oyes las señales que se envían.
Las islas de las Perlas son hermosas. Probablemente ya lo haya dicho antes. Había nativos americanos, pero nunca supimos a qué tribu pertenecían. Se escondían y si había alguno en cualquiera de las islas en las que atracábamos, en unas horas ya no estaban allí. Al principio pensé que lo habían pasado muy mal con los españoles y quizás hubiera sido así. Después también pensé que pudieron haberlo pasado igual de mal por culpa de gente como nosotros. Ellos sabían que los blancos tenían armas y que muchos de ellos les dispararían simplemente para practicar. Eso era todo lo que tenían que saber. Cuando llegó el último barco, nos fuimos.
Si tuviera que contaros todo lo que pasó mientras navegábamos hacia el sur, no acabaría nunca. Nuestra política era no robar ningún barco que no fuera grande y rico y no tomar ninguna ciudad por muy pequeña que fuera. Acatamos esas normas durante todo el trayecto hacia el Estrecho de Magallanes y las seguimos a rajatabla mucho tiempo después. Si podíamos, nos suplíamos de agua donde no había nadie. Si no podíamos, decíamos que éramos mercaderes ingleses y que veníamos a comerciar. Intercambiábamos provisiones o las comprábamos. Hacíamos esto para que nadie se alarmara, no porque hubiéramos cambiado. Queríamos agua y provisiones, pero no queríamos problemas. Por lo general, eso era lo conseguíamos.
La gente que no lo ha hecho habla de bordear el Cabo de Hornos, el extremo sur de Sudamérica, con bastante ligereza. Lo bueno del pasaje de Cabo de Hornos es que no es estrecho. Había una gran extensión de mar gris entre tú y el cabo y entre tú y el hielo. Lo malo es que mide cientos de kilómetros de largo y lo peor son los icebergs. El estrecho es incluso peor, o eso es lo que parecía. Tormentas de hielo y vientos desfavorables. Novia y yo tuvimos una gran pelea y me dijo que me mataría si no estuviera tan cansada. Yo le dije que la mataría también si no estuviera tan cansado. Al minuto ya estábamos el uno en los brazos del otro y yo reía y ella lloraba.
A los cinco minutos ya nos habíamos olvidado del motivo de nuestra pelea. Todo esto ocurría en una cubierta que parecía decidida a tirarnos por la borda.
Sé que perdimos a algunos de nuestros hombres en el estrecho. Algunos cayeron del aparejo y otros desaparecieron por la borda. Debería saber cuántos perdimos y cuáles eran sus nombres, pero no lo sé. Todo fue una larga pesadilla que ocurrió mientras estaba despierto. Puede que fueran seis. U ocho.
Cuando un barco ya ha estado en el estrecho cuatro veces y tres de ellas el viento te hace retroceder, como nos pasó a nosotros, el océano Pacifico es el paraíso. Todos esperamos más tormentas. Todos esperamos naufragar y vemos los restos de otros barcos en las rocas. Por la noche hay hogueras en Tierra de Fuego y todos sabemos que son las hogueras de los nativos americanos que siguen a los barcos con la esperanza de saquearlos cuando naufraguen. Es un infierno frío.
Una mañana el sol sale en un mar diferente e ilumina un nuevo cielo. Ya no hay tormentas. El viento es cálido y suave. El mar es azul, el cielo es azul y de la tierra a lo lejos sobresalen unas montañas azules más altas de lo que nadie a bordo ha soñado en su vida, montañas que son como los muros de unos gigantes.
Se pueden ver sábanas y ropa mojada colgada por todas partes. Se ha levantado y amarrado una verga de juanete, donde ondea una bandera española. Los hombres que no están de guardia desayunan tranquilamente en cubierta, cuentan chistes y cantan.
Novia, la encantadora y delicada Novia con esos ojos oscuros y esa irresistible sonrisa, me pasa una guitarra que casi había olvidado que tenía. Sonrío de oreja a oreja y empiezo a tocar una alegre melodía mientras aplaude toda la tripulación. Pat el Rata enseguida coge su violín. Novia da vueltas y su falda, que no he visto en meses, gira y muestra sus piernas mientras ella chasquea los dedos como si fueran petardos, como pequeños látigos que hacen de invisibles castañuelas.
Red Knife hace sonar un tonel de agua vacío con dos cabillas. Hoodahs canta, arrastra los pies y da zapatazos. Big Ned hace girar a Azuka como si de un salvaje baile escocés se tratara, algo que debió de aprender en Port Royal, ya que no tiene nada de africano (o quizá era muy africano, ya que yo de eso no sé nada). Mi guitarra y el violín de O’Leary, el tambor de Red Knife, el baile de Novia y los pies descalzos de cincuenta de los hombres más duros que hayan empujado un bote al agua golpean las planchas de madera al compás de cincuenta marineros.
Entonces grito: «¡Así se hace, Jake!». Y Jake saluda sin alterar en lo más mínimo el ritmo de sus pasos. ¡Dios mío!
Quizás, algún día, en el cielo, accedas a…
Las islas Galápagos están situadas frente a la costa de Ecuador. Teníamos escorbuto a bordo cuando hicimos escala y nos estábamos quedando sin agua. Las islas son famosas por sus grandes tortugas. Nos dimos un festín de tortugas, de iguanas marinas tan grandes que no tenían nada que envidiar a los cocodrilos y de nabos de pampa y otras verduras (También había focas, pero habíamos comido foca en el estrecho y no teníamos estomago para más). Las costas de estas islas bienaventuradas son tan áridas como las de aquellos lugares que vimos en el estrecho, pero tierra adentro las montañas están cubiertas de una frondosa selva verde y resuenan con la dulce música del agua que fluye por doquier. Dicen que el escorbuto se cura con dos semanas en tierra y el capitán Burt estaba decidido a quedarse allí al menos dos semanas, para así capturar los barcos del tesoro cerca de Callao con la tripulación recuperada y con los barcos en buenas condiciones. Accedí de muy buena gana y creo que los otros capitanes eran de mi misma opinión.
Aquí debería deciros que nosotros no sabíamos la fecha exacta en la iba a zarpar la flota del tesoro, sólo que salía cada seis semanas o así y con un espacio de tiempo de no más de dos meses entre una y otra salida.
Éramos siete barcos: el Weald del capitán Burt, mi Sabina, el Magdelena de Rombeau, el Snow Lady de Gosling, el Princess de Harker, el Fancy de Red Jack y el Rescue de Jackson. Los dos últimos los habíamos capturado en Maracaibo, les habíamos puesto otro nombre y los habíamos reparado en Port Royal. El Weald era el más grande, el Princess el más pequeño y el Sabina el más rápido en casi cualquier condición meteorológica.
Estos detalles no son de gran importancia. Aunque sé que el capitán Burt debió de haber pensado mucho tiempo en ellos y en otros muchos. Ahora me veo dentro de su abrigo azul mientras planeo, considero y supongo como debió de haberlo hecho él durante largas horas.
Lo importante ahora era mantener a nuestras tripulaciones ocupadas y que no se metieran en problemas mientras los que estaban enfermos se recuperaban. Pusimos el Fancy de costado, le limpiamos y embreamos el fondo e hicimos alguna que otra reparación en su casco. Nuestras tripulaciones practicaron con las velas, la escora y maniobras similares. También hicimos prácticas de tiro con los cañones, aunque lamenté cada libra de pólvora que gastamos.
Lo mejor, al menos para Novia y para mí, fue navegar de isla a isla para ver los sitios y explorar. Esto nos llevó algo de tiempo, requería mucha destreza con el barco y era, para nosotros y creo que también para la mayoría de nuestra tripulación, absolutamente fascinante. En las Galápagos hay quince islas de tamaño considerable y tantas pequeñas que nunca pude hacer un mapa de todas ellas. Vimos una tortuga que seguro pesaba más de doscientos kilos, encontramos lugares tan hermosos y solitarios que cada uno parecía ser el lugar más hermoso y solitario de la tierra y descubrimos un manantial que surgía de un suelo tan árido que nada, absolutamente nada, crecía en él.
En ningún momento vimos otro ser humano, ni siquiera rastros de uno. Tampoco vimos huellas de ningún animal de cuatro patas salvo las de las tortugas y de las iguanas marinas que ya he mencionado. Hoodahs me aseguró que había cabras y cerdos salvajes en la isla que compartió con Amo. No había nada de eso en las Galápagos, aunque había muchos pájaros.
Una noche me desperté y ya no pude volver a dormir. No querría aburriros con una lista de las cosas que me preocupaban esa noche y dudo de todas formas que las recordara todas ellas aunque lo intentara. Inquieto y con miedo de despertar a Novia, subí a cubierta. Había luna llena y la cálida noche estaba tan en calma que ninguna de las velas habría sido de utilidad. Boucher estaba despierto y bostezando, pero todos los hombres de su guardia dormían.
Me quedé de pie en la borda, miré a la luna y pensé en lo fácil que sería, lo fácil y agradable que sería abandonar el barco y no volver. Podría volver a nuestro camarote y coger mi mosquete y mi bolsa de balas y con él un par de pistolas y mi daga. Cuando volviera a la cubierta, Boucher y yo despertaríamos a dos de la guardia y les diríamos que me llevaran a tierra. Les diría que volvieran al barco y me iría. Nadie me preguntaría nada ni intentaría detenerme.
Estaba seguro de que el capitán Burt registraría la isla en mi busca, pero ya conocía la selva alta lo suficiente como para saber que podría escaparme de cualquiera que me buscara allí. La flotilla enseguida zarparía y me quedaría solo. Solo en un lugar en el que hacía mucho calor solamente al mediodía y nunca hacía demasiado frío. Sólo en una isla en la que había suficiente carne, fruta y verduras para alimentar a cien hombres indefinidamente. No más luchas ni más tormentas. No más barcos ni más tripulaciones de los que preocuparse. No más miedo a rocas escondidas, ni ahorcamientos ni motines.
Más tarde Novia me contó que se había sentido igual todo el tiempo que estuvimos allí. Si le hubiera propuesto que abandonáramos el barco y nos escondiéramos, ella habría dicho que sí enseguida. Ahora me pregunto si el amo náufrago de Hoodahs se arrepintió alguna vez de haber subido al barco que lo devolvió a Inglaterra. Me parece a mí que sí, y a menudo. Me pregunto si alguna vez intentó volver.
Y si lo consiguió.
Al final, nos quedamos en las Galápagos durante poco más de dos semanas. Antes de partir, nos llevamos cientos de tortugas de un tamaño razonable. Si se les da la vuelta, no se mueven de esa posición y pueden vivir durante semanas (algunos marineros dicen que meses) sin comida ni agua. Tuvimos carne fresca que duró hasta… bueno será mejor que no me adelante.
Permanecimos cerca de Callao durante diez días. El Princess se quedó cerca de la costa lo suficiente como para ver a cualquier barco que saliera de puerto. El resto de los barcos estaban desperdigados en dirección norte, ninguno tan lejos del resto como para no poder leer las señales del otro. Cuando los barcos del tesoro zarparan, muchos de ellos grandes y bien armados, el Princess nos enviaría una señal. Cuando navegaran en dirección norte, se encontrarían con nosotros uno por uno y cuando alcanzáramos un número suficiente como para que se preocuparan, el camino de vuelta ya sería demasiado largo para ellos. Era el plan del capitán Burt y todavía pienso que era bueno.