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La isla y la subasta

He estado en muchas islas, algunas buenas y otras no tan buenas. La que elegimos para limpiar el fondo del barco nunca fue mi isla favorita, aunque estaba bien. Aun así, su nombre sí que se convirtió en mi favorito. Era la isla de la Virgen Gorda. Nunca habíamos pensado en María la madre de Dios como una mujer gorda; pero es muy probable que lo fuera, en especial en su vida adulta. La isla de la Virgen Gorda está ahí para recordarnos que las mujeres gordas pueden ser buenas mujeres y a menudo lo son. Es una de las cosas que Dios sabe que debemos saber también nosotros.

La isla de la Virgen Gorda nos dio la bienvenida. Encontramos una pequeña y bonita bahía en el lado este de la isla que tenía un riachuelo de agua dulce y cristalina. No había nadie, y tampoco había señal de que hubiera habido nadie. La playa tenía un aspecto estupendo, así que dije que ese sería el lugar.

Lo más difícil fue sacar los cañones del barco y llevarlos a tierra. Los cañones son pesados, y no importa lo pesados que uno crea que son, son más pesados que eso. Los puedes sacar de las cureñas, pero lo que pesa es el tubo de hierro, así que eso no hace mucho bien. Los nuestros eran de doce libras, pero aun así pesaban lo suyo. Nos podía llevar un par de horas meter uno en la lancha. Luego lo sacábamos de la lancha con un árgano que habíamos improvisado y después lo teníamos que arrastrar hasta la playa lo suficientemente lejos como para quitarlo de en medio. El Magdelena tenía veinte cañones de ese tipo y dos cañones largos de nueve libras, uno en la proa y el otro en la popa. Los de nueve no eran tan malos como los de doce. Eran peores.

Cuando teníamos la mayoría de los cañones fuera, se acercó un granjero para ver qué estábamos haciendo. Fue entonces cuando me encontré con el problema del idioma. Hablaba holandés, y nadie de la tripulación lo hablaba. El mapa decía que la isla era británica, así que hablé en inglés e intenté decirle que éramos corsarios ingleses, con la esperanza de poder falsear una patente de corso si fuera necesario. No estoy seguro de si me entendió, pero bebió un par de tragos de brandi con Rombeau y conmigo. La parte que sí entendió fue que necesitábamos comida y que la pagaríamos. Cuando se fue, izamos la cruz de san Jorge por si acaso.

Enseguida volvió con otro granjero con cosas que pensaban podríamos comprar: un par de bueyes, fruta y cosas así (Fue entonces cuando deseé haber cogido las monedas que dejé esparcidas alrededor de Yancy). No teníamos mucho dinero, así que regateamos hasta la saciedad, pero acabamos comprando los bueyes y un montón de naranjas y limas. Más tarde compramos ron y tabaco a los mismos tipos.

Una vez que los cañones estuvieron fuera, todo fue más fácil. Tiramos el agua y llevamos flotando los barriles vacíos hacia tierra. También pudimos llevar los toneles de brea, los palos de repuesto y muchas cosas más. Nada fue tan difícil de llevar como los cañones.

Después de eso, bajamos las vergas, esperamos a que subiera la marea y llevamos el barco hacia la playa lo suficientemente lejos como para que pudiéramos alcanzar todo el lado de babor. Sabíamos que estaría sucio, pero estaba peor de lo que nos habíamos imaginado; peor de lo que yo había imaginado, en cualquier caso, y Jarden también dijo que era peor de lo que había pensado. Hubo que raspar cada centímetro cuadrado y reparar las tablas tan bien como fue posible. Cuando terminamos esto, lo volvimos a calafatear e impermeabilizar, lo pusimos a flote con la marea alta, le dimos la vuelta con la lancha y la llevamos de nuevo a la playa para poder hacer lo mismo con el lado de estribor.

Fue entonces cuando nos encontramos con un gran problema. Ya habíamos gastado la mitad de la estopa y la brea. Podríamos desovillar el viejo cordaje para usarlo en lugar de la estopa, pero no había nada que sustituyera a la brea. Es imprescindible, o los gusanos de mar se meten en las tablas en cuanto el barco está de vuelta en el agua.

Nuestros mapas decían que había un lugar llamado Spanish Town al oeste de la isla. No me gustaba la idea de ir en la lancha, pero escogí a los hombres más formales y me llevé a Jarden y al oficial de derrota para que les echara un vistazo a ellos y a la lancha cuando yo no estuviera.

Novia era el problema, y uno grande además. Ella no decía que tuviera miedo de quedarse, pero sí lo tenía, y no la culpo en absoluto. Había estado intentando ocultarla (que no fue tan fácil como suena), pensando que ojos que no ven, corazón que no siente. Era imposible hacerlo en la lancha. Toda la tripulación ya sabía que era una mujer y pudieron verla bien mientras estaba junto a mí en la popa. Tuvo su cuchillo abierto sobre su regazo todo el viaje, pero no había ni un hombre allí que no quisiera cogerlo y la mayoría se lo habría quitado. Me la llevé conmigo (¡por supuesto que lo hice!) cuando me fui a la ciudad a comprar víveres.

Eso significaba que teníamos que comprar tres tipos diferentes de tejido, agujas, hilo y cosas así para que pudiera hacerse vestidos. Después, más papel, lápices de cera y plumas para que pudiera dibujar. Teníamos que comprar primero esas cosas y hacer que nos las llevaran a la lancha.

De esto salió algo bueno, porque una señora inglesa muy agradable entró en la tienda mientras nosotros estábamos mirando los tipos y tamaños de papel y me habló de un hombre llamado Vanderhorst que podría tener estopa y brea.

Si la ciudad hubiera sido más grande, no habría encontrado a Vanderhorst. Spanish Town era una ciudad pequeña, con casas que enseguida te decían que la mayoría de la gente era holandesa, y nos llevó alrededor de una hora dar con él.

Cuando lo hicimos, eran los granjeros otra vez. Intenté con el inglés, y simplemente negó con la cabeza. Con el español pasó lo mismo.

Al final dije:

—Si sabes algún idioma además del español, inténtalo, Estrellita.

Sabía algo de italiano (yo mismo debería haber pensado en eso) y nada. El catalán tampoco funcionó, aunque sabía bastante.

Finalmente me di por vencido e intenté con el francés. No quería que nadie me oyera hablar francés porque se suponía que era inglés.

Tampoco entendía francés, pero se alegró cuando lo oyó y pareció que intentaba decirnos que nos llevaría a alguien que hablaba así.

Los tres nos montamos en su carro y nos fuimos a su casa, quizás a unos tres kilómetros, en las afueras de la cuidad. Para entonces ya había deseado haber enviado la lancha y su tripulación de vuelta al barco, pero cuando se montó en el carro no parecía que hubiera forma de hacerlo. Me puse nervioso y hablé muchísimo. Le hablé a Novia sobre el monasterio y el hermano Ignacio, lo bueno que era y que hablaba inglés con él a veces.

Vanderhorst tenía una bonita casa con un gran jardín, campos y tres niños rubios. Conocimos a su esposa, una mujer rubia que era bastante más grande que él y que no hablaba más que holandés, que se metió de nuevo en la cocina y salió con una mujer negra y delgada con un pañuelo en la cabeza. Llevaba puesta una bata descolorida y se estaba secando las manos con el delantal como si hubiera estado lavando los platos. Si no hubiera sido por esas cosas, no me habría llevado tanto tiempo como me llevó.

Pero la miré, y ella me miró, y los dos empezamos a decir algo y nos callamos. Después de eso gritamos el uno el nombre del otro y nos abrazamos. Empezó a hablar en un francés malo y tan rápido que no la podía seguir. Era Azuka, y me alegró mucho verla de nuevo.

Bueno, su francés no era tan malo como el mío, pero su holandés no era mucho mejor que el mío tampoco, y yo no sabía ni un poco. Aunque al final nos entendimos: queríamos comprar brea y estopa y queríamos saber si Vanderhorst tenía.

Sí. Tenía en su almacén de la ciudad. Me preguntó también si quería comprar a Azuka.

Le dije que no, que no estaba interesado en hacerlo. Cuando lo dije, Azuka parecía que iba a llorar y me sentí mal por ella. Novia me cogió entonces fuerte de la mano y eso hizo que me sintiera mejor.

Quería averiguar qué le había pasado (por qué estaba en la Virgen Gorda trabajando para ese tipo en su cocina) así que seguí hablando de ella y ella se lo traducía a él. Le dije que no teníamos mucho dinero y que una chica tan buena como Azuka costaría mucho, etcétera.

Dijo que era una pena. Que tenía tres hombres, otra mujer y a Azuka y que los iba a subastar el sábado, pero que mientras tanto los tenía trabajando en su granja y que Azuka había estado ayudando a su mujer. Gesticuló como si fuera un subastador con mazo para que supiéramos que quería decir «subasta». Hubo muchas cosas así, pero no lo voy a escribir.

Dije que no tenía apenas dinero y que teníamos que comprar la estopa y la brea, pero que sería divertido ir a ver la subasta. Le pregunté a qué hora era.

La sonrisa de Azuka iluminó la habitación cuando dije eso, así que supe que no había conseguido engañarle ni por un momento. A decir verdad, no creo que Vanderhorst me creyese tampoco. Iba a comprarla si podía, después de comprar lo que necesitábamos.

Azuka y su mujer nos hicieron una cena fantástica. Había empanada de pollo con costra de ñame, que nunca había probado antes, plátanos fritos que me hicieron pensar en el monasterio, pan casero con mantequilla y tres clases de queso y muchas otras cosas más. Cuando terminamos de comer, volvimos a la ciudad y compramos un esquife nuevo y tanta brea y estopa como necesitábamos. El oficial de derrota quería que comprara más para tener algo en el barco, pero le dije que no. El dinero del capitán español casi se había acabado y tenía la impresión de que iba a necesitar lo que quedaba el sábado.

Cuando regresamos la Magdelena, tuve que contarle a Novia todo sobre Azuka. ¡Claro que lo hice! Le expliqué una y otra vez que había pertenecido a Lesage, que nadie más podía tocarla y que yo no había querido de todas formas. Novia me pinchó con su cuchillo un par de veces antes de que pudiera quitárselo. Después de eso le dejé claro que le podía partir los dos brazos si quería. Entonces la besé y cuando paramos la hemorragia seguimos, y probamos unas cuantas posturas nuevas. Nunca pensé que quisiera hacerme daño. Me habría cortado mucho más si hubiera querido. Era simplemente su forma de decirme que hablaba muy en serio cuando decía que me quería. En cierta manera, tenía razón. Nunca la había creído exactamente. Al menos, no todo. Quiero decir, ¿quién querría a un hombre como yo? Pero después de eso, sí la creí.

Con la nueva brea y la nueva estopa, había tenido la esperanza de que el barco estuviera listo para el sábado. Cuando recordé que teníamos que poner los cañones en su sitio, supe que no lo estaría. Habría estado bien encontrar alguna manera de posponer la subasta. Le di muchas vueltas, pero ninguna de mis ideas parecía buena, ni siquiera para mí.

Todos nuestros hombres ya tenían mosquetes, y también teníamos bastantes alfanjes. Cuando volvimos a la ciudad el sábado por la mañana, llevaba la espada del capitán español, una espada larga con una elegante empuñadura de plata, y sus botas. Con dos pares de calcetines y un poco de lana gruesa que habíamos cortado con la forma de unas plantillas, me quedaban bastante bien (Después de eso, llevaba la espada y las botas casi siempre que necesitaba impresionar a la gente).

—Crisóforo, cariño, mira esto.

Era un bonito estuche que habíamos sacado del barco con las otras cosas que había en el camarote. Dentro había un par de pequeñas pistolas de latón, para la mano derecha y para la izquierda. En el estuche también había botellitas de pólvora, balas y más cosas. Las había encontrado yo cuando tomamos por primera vez el barco, pero no les había prestado mucha atención. Tenía un par de pistolas de hierro, dos pistolas grandes de cañón largo que atraerían la atención de cualquiera.

—¿Me las puedo quedar, Crisóforo? Las necesito más que tú.

Le dije que sí y la enseñé a cargarlas. Después de eso, la llevé a unos ochocientos metros lejos de la playa y dejé que las disparara un par de veces cada una. Puede que fuera la primera vez que se disparaban, parecían totalmente nuevas. Comprobé los pedernales y estaban en muy buen estado.

Esas pistolas tenían unos ganchos para el cinto, así que cuando volvimos a la ciudad para la subasta las tenía colgadas de su cinto. Yo también tenía mis pistolas, pero las levaba colgando del hombro con una tira de lona. Toda la tripulación de la lancha tenía su mosquete y un alfanje. Los había dejado a todos en el bote la primera vez y me había asegurado de que se quedarían allí. Esa vez fue al contrario. Dejé al oficial de derrota vigilando la lancha y llevé al resto a la plaza. Atravesamos aquella pequeña ciudad como un ejército y podías oír cómo cerraban las contraventanas con llave a nuestro paso. La subasta no había empezado cuando llegamos allí, lo que me dio tiempo para colocar a mis hombres en posición y para asegurarme de que entendían mis órdenes.

No era como Port Royal. Sólo había cinco esclavos: tres hombres, una mujer y Azuka. Me acerqué al subastador y le dije que sacara primero a Azuka. Así lo hizo, y anunció una puja mínima de una guinea.

Grité «¡Una guinea!» y saqué mis pistolas.

En el silencio que vino después de eso, oí los percutores de los mosquetes ir de medio amartillado a montado. No hubo otro postor.

Se suponía que tenía que pagar a Vanderhorst en ese momento y conseguir un papel firmado que dijera que era el nuevo dueño de Azuka. Reconocí que no tenía una guinea y le di un doblón español de oro español. No le gustó eso, pero le recordé que había sido un buen cliente y le prometí que haría más negocios con él cuando volviera a la Virgen Gorda. Aun así no lo hacía, así que le dije:

—Firma. Fírmalo ahora. Nos ahorrará un baño de sangre.

Lo dije en francés y no lo entendió, pero Azuka se lo tradujo como lo había hecho antes y se pasó el dedo por el cuello. Cuando hizo eso, firmó.

Le pedí su pluma y escribí en la parte inferior del papel que, como dueño de Azuka, la dejaba libre. Lo escribí en francés, lo firmé y se lo leí a ella.

—¿Soy libre?

—Por supuesto —le dije, a la vez que le entregaba el papel.

—Pero, ¿a dónde voy a ir, capitán? ¿Qué voy a hacer?

—Eres libre —le dije—. Puedes hacer lo que quieras e ir a donde quieras.

—Entonces, voy con usted, capitán —dijo, cogiéndome del brazo.

Grité «¡Estrellita, no!» porque ella estaba sacando del cinto una de las pequeñas pistolas de latón. No creí que con sólo gritarle fuera a parar, pero le cogí una de las pistolas y eso la detuvo.

—¿Qué vas a hacer? —gritó ella—. ¿Azotarme?

En vez de eso la besé, y me tomé mi tiempo.

Justo después de eso nos volvimos a la lancha. Los reuní a todos y les expliqué que Azuka había formado parte de la tripulación de un barco que había tenido antes y que desde ese momento era una más de la tripulación. Cualquier cosa que ella hiciera por voluntad propia con cualquiera de ellos, quedaba entre él y ella, y me aseguré de que todo el mundo lo entendiera. Luego les expliqué que si alguien la forzaba, al resto no nos iba a gustar nada.

—Somos una gran familia —dije—, los hermanos de la costa.

Todos asintieron y gritaron.

—Somos hermanos y yo soy el jefe, el cabeza de la familia. Parte de mi trabajo consiste en ocuparme de que mis hermanos se traten como los hermanos deben hacerlo, que a nadie le engañen o se metan con él. Voy a hacerlo, y será mejor que todos lo recuerden. Esto no sólo protege a Azuka, sino a todos los del barco.

Nadie quiso discutirlo, pero Griz quiso saber qué iba a hacer ella allí.

—Va a trabajar con Estrellita —le dije—, y eso significa que harán lo que yo les diga: luchar, cocinar, desplegar las velas, cuidar de los heridos. Lo que sea.

Simoneau dijo que las mujeres no sabían luchar, y las dos pequeñas pistolas de latón apuntaron hacia él mucho más rápido de lo que ninguna había sido nunca apuntada hacia mí.

Grité:

—¡Alto! No podemos empezar a pelearnos entre nosotros de esta manera. Si empezamos, nos meteremos en problemas. Sabéis cómo peleé con Yancy. Si vosotros dos queréis pelear así, os encontraremos una pequeña isla. Hay cientos de ellas por aquí.

Cuando dije eso, Simoneau murmuró algo sobre no pelear con mujeres y dio media vuelta. Todo se calmó.

Lo gracioso es que las dos mujeres se convirtieron en amigas, aunque siempre estaban celosas la una de la otra. Los hombres pueden hacer lo mismo, lo sé. Por supuesto que se gustan, pero existe cierta rivalidad. Azuka puede que lo hiciera con algunos de la tripulación, y sé que con Jarden sí, que era bastante guapo. También sé que Novia no, que yo era el único con el que había estado.

O al menos eso es lo que pienso.