6

El capitán Chris

Después de ver lo que habían hecho con MacNeal, cómo suplicó, y cómo lo hicieron de todas formas, pensé que eso me iba a pasar a mí. Sabía que si me dejaban en una isla pequeña como esa con una botella de ron, mi bolsa y una pistola, probablemente moriría. No porque me fuera a pegar un tiro como creía que iba a hacer MacNeal (yo nunca haría eso), sino de hambre y sed. Intentaría pescar y desenterrar marisco si había, colocar conchas para recoger agua cuando lloviera y aguantar tanto como pudiera. Pero si nadie me rescatara en una semana o dos, moriría.

Me dije:

—Vale, moriré. Pero ni suplicaré ni mataré.

Sonaba bien, pero no estaba seguro de si podía mantenerlo, en especial la parte de no suplicar.

Entonces vimos un barco.

—Parece un barco español —dijo el capitán Burt.

Y les dijo a un par de hombres que hicieran la señal de «cuidado piratas» en español. Les dije cómo se deletreaba.

Después de eso querían hablar, su capitán nos gritaba a través de un megáfono y nosotros también le contestábamos gritando:

—¡No tan aprisa! ¿Qué? Más despacio.

Y así. Cuando nuestro lado estaba a medio cable del suyo, sacamos los cañones y les dijimos que si se rendían, perdonaríamos sus vidas.

Empezaron a sacar sus propios cañones, tres pequeños en ese lado, y nosotros lanzamos una andanada. No quiero decir que yo les ayudara a dispararlos, ya que estaba con los hombres del trinquete, pero formaba parte de la tripulación cuando dispararon los cañones. No lo voy a negar. Y ayudé al capitán Burt con el español.

Nuestra andanada causó bastantes daños y mató a la mayoría de los artilleros. Se rindieron y abordamos el barco. El capitán Burt me dijo que fuera con él, y lo hice. No quiero decir que me obligara. Simplemente me dio la orden y lo hice. No voy a mentir sobre ello, ni a usted ni a mí mismo.

Apestaba. El barco entero apestaba a algo horrible. Lo comenté, y el capitán Burt me dijo que era un barco de esclavos y que todos olían así.

Cuando oí que había esclavos a bordo, bajé. Los hombres estaban encadenados sobre plataformas separadas unos cincuenta centímetros unas de otras, una tras otra. No podían soltarse. Las mujeres estaban sueltas en la bodega, algunas de ellas con bebés (Más tarde encontramos a Azuka escondida en el camarote del capitán). Parte de la mierda y el pis y el vómito y todo lo demás bajaba a la sentina. El resto se quedaba allí.

Me sentía mareado cuando subí, y una vez en cubierta vomité por la borda. Después de eso intenté contárselo al capitán Burt, pero no me escuchó. Lo que hizo fue decirme lo que tenía que hacer. Iba a hablar con lo que quedaba de la tripulación y quería que repitiera en español lo que decía.

Lo hice, y no fue mucho. Dijo que les habría perdonado la vida si se hubieran rendido («Si hubierais bajado la bandera» fue lo que realmente dijo). No lo habían hecho, así que iba a matar a la mitad y a dejar que la otra mitad le contara a la gente en tierra qué pasaba con los que no se rendían cuando izábamos la bandera negra. Primero quiso saber quiénes estaban casados.

No eran tantos como en el Santa Charita, pero eran todos menos dos. Separó a los grupos y les dijo a los solteros que podían unirse a ellos si querían. Nadie que se uniera moriría. Eran un marinero español y un grometto, y así lo hicieron.

Después de eso, cogió a los otros uno por uno, les ató las manos y los dividió en dos grupos: tres en cada grupo. Designó a tres piratas para que cada uno cortara el cuello a uno de los hombres que habían sido atados. Arrojaron los cuerpos por la borda y el resto se fue remando en el esquife.

Para entonces ya habíamos aferrado el Weald y el barco de esclavos firmemente con arpeos que los piratas arrojaban desde el Weald a los que estaban en el barco de esclavos por medio de cuerdas. El barco de esclavos era el Duquesa de Corruna cuando lo capturamos, pero después le cambié el nombre a New Ark.

Veo que me he adelantado otra vez. Esto es lo que pasó: llevé al capitán Burt aparte y le conté lo de los esclavos.

—Cállate —me dijo—. Primero tengo que hablar contigo de eso. Averigua dónde están atadas las cadenas y trae a tantos como haya en una cadena. Quiero verlos. Hablaremos sobre el resto más tarde. Llévate contigo a Lesage.

Empecé a decir algo, pero me dijo que me pusiera en marcha. Ahora sé que tenía miedo de que pudiera aparecer otro barco español mientras el Weald y el barco de esclavos estaban atados. Lesage y yo cogimos a los hombres que se habían unido a nosotros y les preguntamos cómo podíamos liberar a los esclavos. Las llaves estaban en el camarote del capitán y las encontramos sin mucho problema, y también a una esclava que estaba escondida en un armario. En aquel barco los esclavos estaban encadenados en grupos de ocho, y desencadenamos a los que estaban más cerca de la escotilla y los subimos a cubierta. No causaron ningún problema.

Les dijimos en inglés, español y francés que queríamos cuatro a bordo del Weald, que les quitaríamos las cadenas y que comerían mejor. Tres parecieron entender, así que soltamos a esos, los enviamos allí y subimos a otro grupo. El capitán Burt eligió uno que parecía estar en buena forma y parecía listo, y también lo mandó para allí.

Después dijo a los piratas de los dos barcos que subieran a cubierta y a mí que subiera con él al alcázar.

—Somos hermanos de la costa —les dijo—, libres de elegir a quien queramos de capitán. Quiero mandar este botín a Port Royal y enviarlo allí tan rápido como pueda. Si sabéis algo de cómo son estas cosas, sabéis que dos o tres esclavos mueren todos los días en un barco de estos, así que es mejor ir directamente, y rápido. Voy a poner a Chris al mando. Sabe llevar un barco y tiene la cabeza bien amueblada. No se llevará nada, pero navegará directamente hacia Port Royal y venderá los esclavos y el barco. Seis manos serán suficientes para manejarlo, así que quiero seis hombres que estén dispuestos a votarle como capitán. ¿Quién quiere ir?

No recuerdo cuántos dieron un paso adelante, una docena o así. El capitán Burt eligió seis y les dijo que yo era su nuevo capitán. Después de eso, nos desenganchamos y nos pusimos en marcha.

Lo primero que hice fue poner rumbo a Port Royal. Después mandé que subieran a las mujeres y a los niños a cubierta con uno de los grupos de hombres. Supongo que se llamarían más bien cadena de presos. Aprovechamos eso para limpiar con agua de mar debajo de su plataforma y también la sentina. Por supuesto, todo eso junto con la suciedad tuvo que vaciarse con una bomba. Era mucho trabajo, y los hombres decían que lo tenían que hacer los esclavos. Estuve de acuerdo, y escogí a los cuatro que parecían más fuertes y los puse a trabajar.

Le di al primer grupo una hora en cubierta, después los envié de nuevo abajo y subí al segundo grupo, y así durante todo el día. Cuando caía la noche, algunos de los hombres me estaban mirando mal, así que me acerqué a Magnan y lo tumbé de un golpe.

Se cayó, pero se levantó de un salto e intentó sacar su alfanje. Se lo cogí antes de que lo hiciera, se lo quité y lo lancé al alcázar (Lesage soltó el timón por un momento y lo cogió para mí, aunque no lo supe en aquel momento).

Volvimos otra vez a la lucha y enseguida alguien le lanzó a Magnan una daga. Me cortó un par de veces antes de que pudiese quitársela, pero cuando la tuve le pinché con la punta en la nariz. Le dije:

—Si tengo más problemas contigo, te voy a clavar esta faca y nadie me va a culpar de ello, capeesh?

Entonces le corté la nariz, sólo un lado. Se hace a veces a los esclavos para castigarlos, los dos lados. No lo sabía entonces.

Cuando me levanté, estaba sangrando bastante. Les dije a los otros cuatro piratas que no iba a intentar averiguar quién le había tirado la daga a Magnan, pero que me la iba a quedar. Les dije que también quería la funda y que si no me la daban, iban a tener serios problemas conmigo.

Me fui al camarote del capitán después de eso. Había visto material médico cuando Lesage y yo estuvimos buscando las llaves. Lo saqué y me vendé los cortes. No había desinfectante, pero había brandy en una licorera y eché una buena cantidad en los cortes. Me había vendado el costado y estaba intentando que una de las vendas no se soltara de mi brazo derecho, cuando alguien llamó. Fue un golpe suave, como si la persona tuviera miedo, y no puede imaginar quién podría ser.

Abrí la puerta y resultó ser la chica esclava que había encontrado allí dentro. Tenía la funda, me la dio y me dijo que los otros amos se la habían dado a ella y habían hecho que llamara a la puerta. Digo que dijo eso, pero la mitad fueron gestos. Sabía un par de cientos de palabras en español, diría yo, y su pronunciación era tan mala que tenía que decirle que repitiera algunas palabras una y otra vez. Le pregunté cómo se llamaba y me dijo que Santiaga. Después de que terminara de vendarme el brazo derecho, conseguí que me dijera su verdadero nombre. Era Azuka.

Se fue a la litera y se preparó para lo que creía que venía a continuación. Cuando le dije que tenía que irse, empezó a llorar. Las otras mujeres le habían pegado, dijo, y se habían burlado de ella porque habíamos matado a su hombre. Creo que más que nada se habían burlado, porque no vi que le hubieran hecho mucho daño. No tenía ni los ojos hinchados ni los labios cortados ni nada parecido. De todas formas, le dije que era su problema y que se cansarían pronto.

Entonces quiso saber si estaría bien que uno de los otros amos se convirtiera en su nuevo hombre.

Le dije que por supuesto.

¿Qué tal el hombre del timón?

Le dije que no había ningún problema, pero que tendría que esperar hasta que terminara la guardia, hasta que terminara su trabajo.

Sonrió y se marchó.

Mi camarote estaba justo debajo del alcázar, donde normalmente están, y las cadenas pasaban por el mamparo de popa, así que podía oír casi todo lo que decían. Ella no sabía hablar francés y Lesage no sabía hablar español, o muy poco, pero les llevó entenderse el tiempo que tardo yo en atarme un zapato. Azuka estaba desnuda, así que probablemente eso ayudó.

Cuando terminó, puse mi nueva daga en su funda, la puse en mi cinto y eché un buen vistazo por el camarote. El armero estaba debajo de la litera del capitán y la llave estaba entre el manojo que habían encontrado. Excepto por dos mosquetes, estaba casi vacío hasta que metí lo que había cogido de cubierta después de la pelea. Supongo que la mayoría de los alfanjes y las pistolas habían sido repartidos entre la tripulación al llegar a África. En un barco de esclavos, siempre hay una posibilidad de que los esclavos intenten hacerse con el control.

Había estado pensando mucho en eso por dos razones. La primera era que parte de la tripulación había dicho que los esclavos lo intentarían cuando los subieran a cubierta. Lo limité a dieciséis hombres (dos grupos) cada vez porque tenía miedo de que tuvieran razón. Dije que si dieciséis hombres que no iban armados y que iban encadenados unos a otros podían derrotar a siete hombres armados, merecían ganar.

Lo segundo era que había estado pensando en quitarles las cadenas una noche y decirles que adelante. En muchos sentidos me hubiera encantado hacerlo, pero acarrearía cinco grandes problemas.

¡Cinco!

El primero era que no había suficiente comida y agua en el barco para volver a África. El segundo era que no podía hablar con ellos. Aunque hubiera podido, puede que no hubiesen acatado mis órdenes. Y como ya había comprobado, ni siquiera las habrían entendido.

El tercero era el peor: no eran marineros. A menos que hiciera buen tiempo durante todo el trayecto, no lo conseguiríamos y moriríamos todos.

El cuarto me habría hecho que me diera un ataque si los primeros tres no hubieran sido tan malos. La tripulación me había elegido como capitán (el capitán Burt había puesto en el barco sólo a hombres que me votarían). Si desencadenaba a los esclavos, esos hombres morirían: no sólo aquel a quien le había cortado la nariz, sino Lesage y todos los demás.

Ya habrá adivinado el número cinco. Me quedaría varado en África y si el capitán Burt me localizaba, sería hombre muerto.

Así que no. Sonaba bien, pero estaba descartado.

Aun así me preocupaba. ¿Y si los dejábamos libres en la costa de México o de algún lugar de Sudamérica? En primer lugar, no creía que pudiera convencer a la tripulación. Se amotinarían en cuanto se dieran cuenta. En segundo lugar, los españoles capturarían a los esclavos que liberara y se convertirían de nuevo en esclavos. Así que eso estaba descartado también. Iba a tener que llevarlos a Port Royal y venderlos, porque no podía hacer otra cosa.

Rezar a Dios lo único que hizo fue que recordara a aquel cura en Veracruz.

Miré por el camarote y encontré una espada toledana. Era buena y estaba afilada. Necesitaba algo así, y me la colgué del cinto. También había un par de piedras de amolar, aceite y otras cosas.

En cubierta, uno de los niños se había caído por la borda. Si hubiéramos ido rápido habría sido algo grave, pero todavía navegábamos despacio con las gavias desplegadas. Le echamos una cuerda, lo subimos a bordo, lo inclinamos sobre un cañón y lo golpeamos hasta que lo echó todo.

Después de eso, me fui a buscar a Azuka. Lesage la había echado del alcázar y no fue fácil encontrarla. Le dije que buscara a las madres para que pusieran a los niños en fila. Los puse más o menos a todos juntos y les expliqué que en el futuro cualquiera que se cayera por la borda quedaría a merced de los tiburones. No creía que tuviera las agallas de hacerlo, pero sabía que los piratas sí. Y si no lo sabía hasta que fuera demasiado tarde, nada que hiciera entonces ayudaría al niño que se cayera.

Pronto terminó la guardia y Lesage me preguntó si podía llevarse a Azuka al camarote del primer oficial. Le dije que claro, él era primer oficial hasta que dijera otra cosa. Cogí el timón y ordené a mi guardia (tres hombres) que desplegara las velas. Las del trinquete, del mayor y del mesana, un mástil cada vez. No es que volara después de eso, pero nuestra velocidad fue de uno a tres nudos. Lo recuerdo porque lancé la barquilla yo mismo y lo registré.

(Fue ese cuaderno lo que me hizo ver qué había pasado en el monasterio. Las anotaciones tenían fecha, por supuesto, pero los años estaban mal. Se suponía que los años tenían que empezar con un veinte y no era así).

Lesage había estado haciendo lo mismo: atar el timón, lanzar la barquilla y escribir en el cuaderno. Le había dado la vuelta a los relojes de arena y había hecho sonar la campana para indicar el final de la guardia.

Eso, y ver qué duro había sido para mi guardia desplegar las velas, hizo que me diera cuenta de lo mucho que necesitábamos más hombres. Cuando había temporal, tenía que llamarlos a todos. Y cuando lo hiciese, tendría seis hombres. Dos hombres por mástil, en otras palabras, y había visto lo rápido que se levantaba un temporal. Los hombres de tierra dicen que el viento se levanta gradualmente. Lo sé porque he hablado con ellos sobre el asunto. No es así. Viene hacia ti como si de un camión de dieciocho ruedas se tratara, y más vale que ya hubieras hecho algo diez minutos antes.

Enseguida vinieron los hombres a la barandilla del alcázar. Red Jack se quitó la gorra y habló por ellos. Dijo que todos éramos parte de la tripulación del barco, él era el oficial de derrota, y según la costumbre de la costa no debería haber ningún problema si decían lo que pensaban.

—Sé educado —dije yo— y no habrá ningún rencor, Jack.

—Capitán, no podemos desplegar ni arriar las velas como es debido con tan pocos hombres como tenemos.

—Lo habéis hecho lo mejor que habéis podido, Jack. ¿Me habéis oído gritaros? No. No os he dicho nada.

—Lo sé, capitán y se lo agradecemos. Sólo le pedimos que se usen todas las manos para hacerlo.

—O tendremos que aferrar el trinquete y la mayor y navegar así —dijo Ben Benson.

De todas maneras, ya había querido examinar a los esclavos. Lo hice en aquel momento y negué con la cabeza.

—Perderíamos a demasiados, y es dinero que saldría de nuestros bolsillos. Tenemos que llevarlos a Port Royal en cuanto podamos antes de que nos quedemos sin agua.

Red Jack asintió con la cabeza. Magnan no dijo ni una palabra en todo el tiempo (Era el hombre al que había cortado la nariz).

Les dije que bajaran a los esclavos que habían estado en cubierta y que trajeran un nuevo grupo. Uno de ellos era grande y parecía fuerte, así que le dije a Ben que cogiera el timón e intenté hablar con el esclavo fuerte. No sabía hablar ningún idioma que yo conociese, pero había otro esclavo en la cadena que sabía hablar un poco de francés. Le dije que podría unirse a mi tripulación si me juraba lealtad. Se moría de ganas, así que cogí las llaves y le quité las cadenas. Se arrodilló y juró en su idioma (me hizo unas veinte reverencias mientras estaba todavía arrodillado) y le di uno de los alfanjes. Su nombre era Mahu, sólo que más tarde Novia y yo le llamaríamos Manuel.

Después de eso, me volví hacia el hombre que había escogido en primer lugar, marqué una línea en la madera con la punta de mi espada, señalé a Mahu y le indiqué que él había estado en ese lado, donde estaban los esclavos, pero que había cruzado a mi lado. El hombre grande asintió para demostrar que entendía y le dije a Mahu que le preguntara si quería hacer lo mismo.

Asintió muchas veces, hablando en su idioma, y Mahu me explicó que estaba de acuerdo y que me obedecería como capitán. Le quité las cadenas, juró, y recibió un alfanje. No habría recordado su nombre, así que le dije que su nuevo nombre era Ned. Big Ned era como le llamábamos, y es como lo recuerdo. Por lo general, solía tener el aspecto de estar tan enfadado como para matar a alguien. Lo curioso era que no lo hacía a propósito, su cara era así simplemente. Apenas sonreía, pero el sonido de su risa era retumbante. No me habría gustado pelearme con él.

Cuando llegó la guardia de babor, reuní a toda la tripulación y les dije que Big Ned y Mahu formarían parte de la guardia de estribor, que así tendríamos más manos cuando las necesitáramos y que dependería de todos enseñarles el arte de navegar. Todos estuvieron de acuerdo, así que le dije a Red Jack que como oficial de derrota estaría al mando de la guardia de babor, y le cedí la mía a Lesage.

Ya podrá imaginar lo que pasó después, como lo adiviné yo. La guardia de babor dijo que tenían menos hombres de los que la guardia de estribor había tenido, y que ellos también querían un par de esclavos. Fruncí el ceño y señalé que liberar tantos esclavos iba a reducir nuestras ganancias. Dijeron que había más de doscientos a bordo, sin contar las mujeres y los niños, y que dos menos no importarían. Finalmente les dije que tendríamos una reunión al día siguiente y que votaríamos. Fue bastante difícil poner cara seria, así que me fui a mi camarote y cerré la puerta de un golpe antes que me entrara la risa tonta.

Así lo vi yo. Había bastantes posibilidades de tener problemas con los seis piratas del capitán Burt. Para empezar, cuatro de ellos podrían haber votado en mi contra. Magan lo haría sin dudar. Lesage probablemente votaría a mi favor a menos que fueran a nombrarlo capitán. Si lo hicieran, ya serían dos en mi contra: dos más, y me echarían por votación. O, simplemente, uno de ellos podría matarme. Cualquiera de ellos sería capaz tan pronto matar a alguien como de comer con él, y si alguien me guardaba algún rencor y pensaba que podía salirse con la suya, ¿por qué no?

Vale. Pero los esclavos que había liberado sin duda pensarían que, sin mí, había muchas posibilidades de que los encadenaran de nuevo, y también de acabar moliendo caña de azúcar en alguna plantación. No se lo tomarían muy bien si alguien me apuñalara, y, en cuanto a los votos, ya tendría cinco: mis cuatro gromettos y yo. Si pudiéramos convencer a un pirata, ya seríamos mayoría absoluta.

El inconveniente era que podrían intentar liberar a algunos de sus amigos y hacerse con el control del barco, pero eso sería bueno para mí. Los piratas pensarían también en ello y verían que si no seguíamos juntos, no tendríamos ni una posibilidad.