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Hoodahs

Lo que hice fue acercarme tranquilamente al posadero y preguntarle qué había hecho el nativo americano. El posadero dijo que era estúpido.

—Sí —dije yo—, también yo. Escuche. Lo ha molido a palos y de todas formas molerlo a palos no va a arreglar su estupidez. Lo que tiene ahora es un lisiado que va a tener que alimentar. Se lo quitaré de encima por…

Fue entonces cuando fingí rebuscar en los bolsillos.

—Ocho reales. Ésta tiene buen aspecto. No parece que haya sido manoseada en absoluto.

Era una de las nuevas piezas de ocho que habíamos conseguido en el barco de cacao.

El posadero simplemente se rió, se dio la vuelta y yo dije:

—Venga, estúpido, quédeselo. Es su desgracia. Espero que muera esta noche.

Me dirigí a la puerta que daba a la calle y levanté la aldaba. Fue en ese momento cuando el posadero se giró y dijo:

—Cien, señor de Messina, porque usted es mi invitado. Ni un real menos.

Fue un tira y afloja durante media hora o así. Sabía que lo iba a comprar, pero tenía que evitar que el posadero lo supiera. Al final lo compré por dieciocho reales, lo que demostró que el posadero de verdad pensaba que él y sus hijos podían haberlo lisiado de por vida.

Tras firmar la escritura de venta, lo ayudé a levantarse y lo subí dos tramos de escalera hasta mi habitación. Fue igual de fácil que llevar un cañón de cuatro libras. Hubo dos veces, o quizá tres, en las que tuve la certeza de que nos íbamos a caer.

Allí arriba, lo puse en la cama, que era demasiado corta para mí y también para él, le di a beber un vaso de vino y le dije que iba a salir y que se relajara hasta que volviera. Se supone que no debes darle alcohol a un nativo americano, es lo que dicen todos los libros, porque tienen un grave problema de alcoholismo. Pero aquel vino era de la posada y juro por Monkey King Jasmine que Novia podría haberse bebido una botella entera de ese vino y no tambalearse nunca.

(La confesión es buena para el alma, así que: Monkey King Jasmine es un té. El señor y la señora Briggs nos dieron una cesta de comida por Navidad y hay un paquete de té dentro: Monkey King Jasmine. Fray Wahl cree que es divertidísimo y yo creo también que es bastante gracioso).

Cuando volví, le traje algo de agua y algo de comer. Tras un par de días, empezó a decirme que yo debería dormir en la cama y él en el suelo. Fue entonces cuando supe que estaba ya lo suficientemente bien como para que cambiáramos de posada. Así lo hicimos, porque podía ver que habría problemas si nos quedábamos allí.

Un día o dos antes de eso, le pregunté cómo se llamaba. Lo que dijo fue español y bastante sucio, así que le dije que tendríamos que cambiarlo. Intenté averiguar cuál era su nombre nativo americano, pero se hacía el tonto. No me importó, porque para entonces ya sabía que para muchos nativos americanos su nombre real era algo muy personal. Quizá para todos. La forma en la que el posadero y sus hijos lo golpearon me recordó a san Judas, que había sido golpeado hasta la muerte con una cachiporra, así que lo llamé Hoodahs, que es como pronunciamos el nombre del santo en español. Cuando cambiamos de posadas, yo ya era Capitán y él Hoodahs, quien no pensaba ya que yo estaba planeando hacer algo horrible en cuanto supiera que era lo suficientemente fuerte como para aguantarlo.

En todo momento me moría por hablar en inglés, pero se suponía que era un oficial cubano que estaba en Maracaibo con la esperanza de conseguir un trabajo en el ejército en Venezuela, así que no podía arriesgarme a hablar inglés donde cualquiera pudiese oírme.

El día después de mudarnos, lo llevé a un herrero para que le quitara la cadena de los pies. Era de unos cuarenta y cinco centímetros, una cadena que le permitía andar, pero no correr, y le había rozado los dos tobillos. Cuando estuvo libre, le dije:

—Te pongo en libertad, Hoodahs. Si quieres irte ahora mismo o esta noche o mañana, no me importa. No te voy a vigilar. Lo único es que si te vas ahora de aquí, probablemente te cogerá algún español. Si eso ocurre, te ayudaré si puedo, pero quizá nunca me entere. Pero te puedes arriesgar si quieres.

Negó con la cabeza.

—Vale. Si te quieres quedar conmigo por un tiempo, puedes hacerlo. Pero eres libre de irte cuando quieras.

Negó con la cabeza otra vez. No estaba seguro de qué quería decir con eso, pero pensé que podía ser «Por ahora no». Así que dije:

—Venga, nos vamos de pesca.

Una de las cosas que había estado haciendo cuando salía era mirar los botes, y el día anterior había comprado uno bueno y nuevo, un bote lo suficientemente pequeño como para que un hombre pudiera manejarlo, pero lo bastante grande para tres personas (Quizá tres hombres y un niño, en un apuro). Tenía remos, un mástil un poco más grande que el mango de una fregona y una vela un poco más grande que una manta. Conseguimos un palo, algo de sedal que debía de haber sido para atar las malas hierbas y para quemarlas, unos cuantos anzuelos, un trozo de cerdo salado para cortarlo y usarlo como cebo, y un cubo. Nada del otro mundo, porque no me importaba si pescaba algo o no. Siempre y cuando pareciéramos un señor y su esclavo que estaban de pesca, era suficiente.

Hoodahs remó para sacarnos del muelle. Entonces le enseñé a colocar el mástil y desplegar la vela. Después de haber navegado un poco (había un poco de viento), me fui a proa y le dejé que manejara la caña del timón y las escotas. Después de cinco minutos o así, supe que no era ajeno a los botes. No era un experto, pero se notaba que había estado rodeado de botes lo suficiente como para tener unas nociones básicas.

Navegamos entre el fuerte y la torre de vigilancia y nadie nos dijo ni mu. Cuando llegamos al final del estrecho y salimos del Golfo y no estábamos cerca ni de nada ni de nadie, le dije a Hoodahs que bajara las velas. Cebé mi anzuelo con la esperanza de no coger nada, sujeté el palo y fingí estar pescando. Entonces dije (en inglés):

—Hablas inglés, Hoodahs. Yo también, y creo que es hora de que estemos al mismo nivel. ¿De dónde viniste?

—Del norte, Chris.

Señaló.

—De mi tierra al norte.

—¿América?

Me miró fijamente y negó con la cabeza y fue entonces cuando se esfumó el noventa por ciento de mis esperanzas. Había tenido la esperanza (había estado rezando por ello) de que viniera del futuro, como yo.

Cuando me calmé, dije:

—¿Quién te enseñó inglés?

—Amo.

Le saqué un poco más que eso ese día, pero no mucho. Más tarde, Novia y yo le sacamos un poco más. Si tuviera que espaciarlo todo de la forma en la que obtuvimos la información, os volvería loco. Así que simplemente voy a darle lo esencial y lo dejaré así.

Hoodahs era un misquito que se enroló con el capitán Swan, con el que saquearon la costa atlántica de Sudamérica y quizá el Cabo de Hornos (La geografía de Hoodahs era bastante imprecisa). Con el tiempo hicieron una parada en unas islas (donde había rocas, árboles y cabras y no mucho más) con la esperanza de poder cazar. Hoodahs estaba en el grupo de caza y se quedó atrás. Nuestra hipótesis es que llegó un barco español, pero pudo haber sido simplemente un cambio en la meteorología.

Con el tiempo, hizo una pequeña balsa y remó hasta una de las otras islas. Había un hombre blanco allí y se hicieron amigos y unieron fuerzas. Hoodahs llamaba a este hombre Amo. Amo le enseñó inglés y más o menos lo convirtió al cristianismo. Con eso quiero decir que él todavía creía todo lo que creían los misquito, pero conocía a Dios y a Jesús y creo que le pudieron haber gustado más ellos.

Empezaron a construir un bote de verdad juntos. Cortaron árboles, serraron tablas, trataron la madera, etcétera. Habían hecho bastante, por lo que él nos contó, hasta que llegó un barco. Amo subió a bordo para volver a Inglaterra, pero Hoodahs no. En parte fue porque no quería ir a Inglaterra, y en parte porque no confiaba en los hombres del barco. O así nos pareció a Novia y a mí.

Se quedó en la isla y dejó de trabajar en el bote. Me figuro que se quedó en la primera isla un año o así, y con Amo durante al menos dos años o quizá más. Después se quedó solo en la isla de Amo durante al menos otro año.

De vez en cuando llegaban barcos españoles y él y Amo se habían escondido siempre, ellos y el bote. Esa vez Hoodahs se escondió, pero se olvidó de esconder el bote (o quizá no pudo moverlo él solo). Esos españoles tenían perros y los perros lo persiguieron. Los españoles lo capturaron y lo convirtieron en esclavo. Con el tiempo lo vendieron al posadero.

Como he dicho, conseguí mucho menos que eso cuando estuvimos en el bote. No estoy seguro de si Mahu era el hombre más hablador que haya conocido nunca, pero estoy totalmente seguro de que Hoodahs era el más reservado. Le dije que no hablara inglés con los españoles y le advertí de que nunca dijera a nadie que había hablado inglés con él. Al principio me preocupaba que lo fuera a hacer de todas formas. A medida que lo iba conociendo, me daba cuenta de que había malgastado saliva al decirle que mantuviera el pico cerrado. Hoodahs no era muy dado a contar nada a nadie, por decirlo suavemente.

Nadie nos paró, nadie nos interrogó o nos metió en ninguna clase de problema, así que al día siguiente nos fuimos de pesca otra vez, esa vez hacia el sur al lago de Maracaibo. La disposición era curiosa. La orilla este del lago era española, con mucha agricultura y una pequeña ciudad llamada Gibraltar hacia el extremo sur. La orilla oeste era todavía jungla salvaje, con nativos americanos a quienes los españoles llamaban indios bravos. Los botes que se acercaban demasiado a su lado era probable que tuvieran problemas. Le pregunté a Hoodahs si quería irse con los indios bravos, que podía tirarse al agua por la borda y nadar, que a mí no me importaba. No se lo impediría. Dijo que no, que los indios bravos lo matarían porque no era de su tribu.

Paramos en Gibraltar, compramos vino y algo de comer y donde comimos hablé sobre pesca con un par de hombres. El hombre que nos vendió la comida dijo que Hoodahs tendría que comer la suya fuera. Luego, dijo que Hoodahs se escaparía al ver que no llevaba cadenas. Yo le dije que no lo haría, que no se preocupara. Hoodahs cogió su comida, se la comió fuera y no se escapó.

Al día siguiente, decidimos ir al Golfo de nuevo. La disposición era buena para la defensa, con un pequeño estrecho que era demasiado poco profundo para los barcos en cualquiera de sus partes salvo justo en la mitad entre la isla de la Vigía y la isla de la Paloma. La torre de vigilancia estaba en la isla de la Vigía, en lo alto de una pequeña colina que casi ocupaba toda la isla.

La isla de la Paloma era más grande, de quizá veinte o treinta acres. El fuerte era de piedra, construido de tal forma que cualquier barco que pasara por el estrecho hacia Maracaibo tenía que pasar justo por debajo de sus cañones. Le había echado un vistazo dos días antes y había visto enseguida que la única forma de tomarlo era atacarlo por el lado orientado a tierra. Ocho o diez galeones podrían haber sido capaces de tirarlo, pero habrían perdido cuatro o cinco barcos primero.

Había una pequeña cala en la parte poco profunda, bastante escondida por los árboles. Amarramos ahí y le expliqué a Hoodahs que tenía que ir a echar un vistazo a ese lado del fuerte sin ser visto. Él dijo: «Yo primero. Cuidado con las manos» y desapareció en la maleza como el humo. Lo seguí e intentaba moverme rápido sin hacer ruido. Intentaba, he dicho. Me movía menos de la mitad de rápido de lo que él se movía y hacía diez veces más ruido. O cien veces, porque él no hacía nada de ruido y yo sí. Seguía adelante tan rápido como podía durante cinco o diez minutos y entonces lo veía delante mientras me esperaba. Esperaba para asegurarse de que lo había visto, me hacía un gesto para que lo siguiera y desaparecía.

Después de hacerlo dos veces, la tercera no se fue, sino que se quedó donde estaba mientras señalaba algo. Había un pequeño claro delante de nosotros y él estaba señalando hacia el otro lado. Llegué a donde estaba él y miré fijamente al otro lado del claro. Lo que vi fueron más árboles y más maleza. Nada más.

Hoodahs me hizo señas para que lo siguiera y desapareció por su izquierda sin salir al claro para nada. Yo soy tonto, pero no tan tonto como para salir ahí. Lo seguí y después de caminar unos seis o quizá nueve metros, nos encontramos con una zanja de casi un metro de profundidad con grava en el fondo y un muro grueso de tierra delante de nosotros de poco más de medio metro de alto. Había unos pequeños arbustos en lo alto de aquel muro y parecía que alguien los había plantado allí. Enfrente del muro había más arbustos, que no eran lo suficientemente altos como para bloquear la vista.

Lo rodeamos hasta que estuvimos delante del claro pero desde el otro lado. Hoodahs parecía sonreír (con esto no quiero decir que su boca se moviera, sino que sus oscuros y estrechos ojos estaban riéndose), levantó un imaginario mosquete y lo amartilló. Asentí y seguimos hasta el fuerte a echarle un buen vistazo.

Un par de días después de eso, me puse la ropa elegante que me había comprado en Maracaibo, me colgué mi larga espada y la daga de Novia y zarpamos Hoodahs y yo hacia el fuerte y amarramos el bote en el muelle, a la vista de todos. Le dije al coronel que era un soldado, un capitán, que había llegado a Maracaibo de La Habana con la esperanza de conseguir un ascenso por parte del general Sánchez.

Le enseñé la carta que Novia y yo habíamos falsificado con un bonito lazo escarlata y el lacre rojo con el sello «oficial» que Long Pierre nos había tallado y todo. La carta hablaba de la buena familia de la que provenía en España (que en verdad era la de Novia) y me ponía por las nubes. La había firmado yo, pero el nombre era el del gobernador de Cuba.

Cuando el coronel terminó de leerla, le dije que me habían prometido una audiencia con el teniente gobernador y el general Sánchez en unos días y que quería demostrarles que ya estaba familiarizado con la situación militar de allí.

Me puso una copa de vino y me enseñó el fuerte. Que era, tengo que admitirlo, bastante imponente, especialmente el lado orientado al mar.

Hice otras cosas en Maracaibo después de eso, a veces con Hoodahs y a veces solo. Ninguna de ellas fue importante, aunque algunas fueron divertidas.

Entonces se terminó mi quincena y partimos al encuentro de Harker en el Golfo y subimos a bordo después de atar nuestro pequeño bote por la parte de atrás del Princess.