7

El Windward

Con dos oficiales para las guardias, me fui a pasar un rato en mi camarote y una de las cosas que hice fue juguetear con las pistolas y los mosquetes que había en la armería. Mi padre tenía dos pistolas: una grande que llevaba con él cuando salía de casa y otra pequeña que llevaba todo el tiempo, incluso cuando estaba sentado en la piscina. Ambas tenían mira láser, apretabas la empuñadura y salía el láser que te indicaba dónde iba a impactar la bala. Sabía que las tenía porque me las enseñó una vez, pero yo sólo era un niño y no me dejó tocarlas.

Las pistolas y los mosquetes que había en la armería no eran como esas armas en absoluto. No tenían mira láser y todas ellas eran de tiro a tiro. Tenían pedernales en sus martillos y había más pedernales en una bolsa, con una llave para abrir los tornillos del martillo percutor y meter un pedernal nuevo dentro (También había herramientas para partir los pedernales, pero entonces no sabía para qué servían). Amartillabas el martillo percutor y te asegurabas de que se mantenía atrás con un seguro. Entonces ponías la boca hacía arriba y echabas pólvora con una pequeña botella de latón que la medía por ti. Las botellitas grandes eran para los mosquetes y echaban mucha cantidad. Las medianas eran para las pistolas. Después colocabas una bala encima de la boca y la metías dentro dando unos golpecitos. Una vez dentro, se hacía que bajara con una baqueta, una vara de madera con punta de latón que se guardaba debajo del cañón.

Cuando la bala estaba tan dentro como fuera posible, todavía tenías que abrir la cazoleta y echar pólvora fina de una de las botellitas pequeñas. Cerrabas la cazoleta otra vez, quitabas el seguro del martillo percutor y listo para disparar.

Desde entonces he aprendido que alguien que tenga mucha práctica puede hacerlo mucho más rápido de lo que se pueda uno imaginar, pero en aquel entonces me llevó unos diez minutos cargar un mosquete. Disparé por una ventana abierta del camarote, y por supuesto eso hizo que la mitad de mi tripulación llamará a mi puerta. Les dije que estaba practicando un poco y que no se preocuparan.

Esperaba que el mosquete reculara mucho, pero era demasiado pesado. No sabía lo realmente pesadas que eran esas armas, pero si hubieran sido un poco más pesadas, un hombre no podría haberlas llevado consigo.

Con las pistolas era igual. Dije que mi padre tenía un arma grande, pero no podía haber sido la mitad de pesada de lo que eran esas. Los cañones medían más de medio metro, y pensé que serían mejores si midieran menos. Más tarde vi lo prácticos que esos cañones podían ser una vez que habías disparado el único tiro del arma. Cargué una y la puse en mi cinto, pero enseguida la saqué. Era demasiado pesada para llevarla encima todo el día.

Al final teníamos cuatro gromettos, como había planeado, lo que hizo que tuviéramos una tripulación lo suficientemente grande como para desplegar la vela tarquina debajo del bauprés y de las velas de juanete: todo lo que tenía el barco, en otras palabras. Había velas de juanete para el trinquete y el palo mayor. El viejo New Ark no era muy rápido ni siquiera cuando llevaba todo ese velamen, y en algún momento tuvimos que arriar algunas de las velas cuando cabía una mínima posibilidad de que se levantara algo de viento. Al principio a Mahu le daba miedo subir por el mástil, pero al final hicimos que lo superara.

Había dos formas de vender esclavos en Port Royal. La más rápida era venderlos a todos a un solo comprador. La otra era esperar la siguiente subasta de esclavos y subastarlos uno por uno. La ventaja de un solo comprador era que conseguiríamos el dinero rápidamente. Si esperábamos a la subasta, podríamos conseguir más.

También había desventajas. En cuanto vendiera todos a un solo comprador, la tripulación esperaría que le diera su dinero, y eso significaba que no habría tripulación cuando intentara vender el barco. Quería la tripulación para que limpiara y arreglara el barco, como habíamos hecho con el Santa Charita.

Por eso decidí esperar a la subasta, que tendría lugar en sólo unos días. La tripulación protestó, pero los puse a trabajar duro y sin descanso.

Esperar tenía otra ventaja con la que no había contado en absoluto. También podía llevar a todos los esclavos a cubierta y alimentarlos mejor (poco a poco fui vendiendo unas cuantas cosas del barco para comprar comida). En unos días todos parecían mucho más saludables. Una más era que Lesage quería comprar a Azuka. Yo no quería venderla todavía, porque estaba seguro de que el resto de la tripulación diría que no le había cobrado lo suficiente. Habría tenido que dársela a crédito de todas formas, ya que no tendría dinero hasta que le pagáramos. Eso significaría que el resto también querría comprar esclavos a crédito.

Así que esperamos, y compré fruta para todos. La fruta tiene mucha vitaminas y las naranjas y las limas eran bastante baratas. Teníamos miedo de que las mujeres y los niños se lanzasen a puerto y nadasen hacia él, pero nadie lo hizo. Por supuesto, tenía a dos hombres con mosquetes que los vigilaban todo el tiempo. Era la tarea más fácil, por eso se la asigné a los hombres que habían trabajado más duro.

Otro problema que tenía esperar a la subasta resultó ser que algunos de nuestros esclavos no se vendieron: cinco hombres y cuatro niños. Convertí eso en una ventaja. Pagué a la tripulación (Estaban locos por volver a tierra y gastarlo, y me habrían matado si no lo hubiera hecho). Cuando se fueron, Lesage y yo arreglamos algunas cosas más del barco con los hombres y los niños que habían quedado.

Lesage todavía estaba en el barco porque aún no habíamos subastado a Azuka. La subasté en la siguiente ocasión, y él pujó por ella y la consiguió. Lesage había matado a uno de los hombres, pero subasté a los otros cuatro y a los cuatro niños con las pujas mínimas más bajas y los vendí todos.

Después vendí el New Ark a un hombre que ya había estado en él para echarle un vistazo. Le dije un precio un poquito más alto que su última oferta y lo compró.

Después de eso tenía mucho dinero, porque el barco me había dado más dinero que los esclavos. Hacen falta dos o tres viajes para pagar un barco de esclavos. Pero antes de hablar de ello, debería hablar de la distribución. Era por partes. Cada hombre recibía una. El capitán (yo) recibía diez. El oficial de derrota (Red Jack) se llevaba siete. El oficial (Lesage) cinco. Si hubiera habido un cirujano barbero, se hubiera llevado cuatro. Un contramaestre, un carpintero o un velero se habrían llevado dos partes. El capitán Burt se llevaría también diez.

Al principio había cuatro piratas, sin contar los dos oficiales. Añadimos los cuatro gromettos y eso hacía ocho partes. Siete, cinco, diez y diez hacían treinta y dos más, así que cuarenta en total. Así fue cómo dividí el dinero de los esclavos. Le di a cada uno la parte que le correspondía y compré una faltriquera de piel suave para llevar debajo de la ropa mi parte y la del capitán Burt. Para el oro. La plata y las monedas las puse en los bolsillos como todo el mundo.

El dinero del barco era diferente, porque tenía que comprar una balandra para volver y había que equiparla y aprovisionarla. También lo hice. Su nombre era el Windward, y no lo cambié. Tenía el aparejo de tipo Jamaica, lo que significaba que tenía un mástil corto y una botavara larga. Tampoco cambié eso, pero había visto un aparejo de tipo Bermuda en el puerto y no me lo podía quitar de la cabeza.

Antes de seguir, debería decir que las balandras son siempre bastante pequeñas y con una sola cubierta. De cubierta rasa, como dicen ellos. Las balandras son botes, no barcos. Si un bote como ese tiene un mástil, se llama balandra. Si tiene dos, las cosas se complican. Digamos que el segundo es más corto que el primero. Si el palo de mesana está situado más hacia delante, se llama queche. Si el palo de mesana está situado detrás, se llama yola. ¿Está claro? Si un bote con cubierta rasa tiene dos mástiles iguales y con aparejo de cruz, se llama bergantín (El Santa Charita fue un bergantín hasta que el capitán Burt puso una vela cangreja en el mayor. Entonces lo convirtió en un bergantín goleta. Un bergantín goleta no es un bergantín pequeño, es un bergantín con cangreja en el palo mayor).

Si el primer mástil es más pequeño que el segundo, se llama trinquete, como el primer mástil del bergantín. Llamamos a un barco de este tipo una balandra o una balandra de dos palos, pero es una goleta hoy en día. El Windward tenía un mástil, así que era con seguridad una balandra.

Cuando estuvo lista, necesitaba una tripulación. Animé a cada uno de ellos cuando vinieron a por su parte del dinero del barco. La mayoría no quería embarcar, tenían dinero en el bolsillo y querían gastarlo. Lesage fue el único que conservó su dinero del barco, lo cual decía de él algo que ya suponía. Me dijo que se quedaría conmigo si dejaba que viniera Azuka con él. Yo le dije que por supuesto, así que eso me proporcionó a alguien para cuidar del barco cuando estaba en tierra.

Tenía bastante dinero, como ya se habrá imaginado. Me fui a tierra, estuve por ahí buscando más de lo habitual y me compré una daga, una bastante grande con una gran guarda y una empuñadura de marfil. También les eché un buen vistazo a las chicas, y para ser sincero no me gustaban tanto como las de Veracruz. Algunas chicas de Veracruz habían sido de las que traen problemas, y normalmente lo veías venir. No creo que hubiera una sola chica inglesa en Port Royal que no trajera problemas, aunque algunas de las chicas negras podrían haber estado bien. En algunas era más fácil verlo que en otras, pero cuando hablabas con ellas unos minutos, sabías que traerían problemas.

Además, a la mayoría de ellas era muy difícil entenderlas. He hablado inglés desde que era niño. Hablo español tan bien que un cubano o un mexicano pensarían que soy de su país (por supuesto, tengo la tez y el pelo oscuros, lo cual ayuda). El inglés es todavía mi lengua materna. El capitán Burt tenía acento británico, pero le entendía bien. A algunas de esas chicas de Port Royal no les podía entender nada.

Poco a poco conseguimos más hombres. Red Jack y Ben Benson volvieron, y también Big Ned y Mahu. Se unieron algunos hombres nuevos. Cuando tuve ocho, sin contarme a mí, salimos. Nueve hombres difícilmente podrían haber manejado el New Ark, pero eran más que suficiente para el Windward. La única razón por la que embarqué a tantos fue porque el capitán Burt me había dicho que tenía que traer de vuelta más de los que me había llevado, si era posible. Había llevado seis, y tenía miedo de que no quisiera a Ned y a Mahu. Si no se los llevara, al menos no habría perdido hombres conmigo.

Azuka cocinaba para nosotros, limpiaba y nos ayudaba con casi todo lo que le pedíamos que hiciera. En aquel entonces ya tenía ropa (y algo de bisutería), pero hubo una pelea de todas formas. Lesage no mató a aquel tipo, pero lo dejó tan malherido que podría haberlo hecho. Con nueve hombres y una mujer en aquella balandra, vivíamos como sardinas en lata. Yo tenía el único camarote, y era como dormir en un armario.

Ya le he contado lo mucho que me gusta el mar y el cielo, la paz y la belleza de todo eso y lo cerca que me siento de Dios cuando me puedo embeber de ello. Ahora tengo que hablar de otra cosa, algo que en estos momentos me parece algo que ha estado presente toda mi vida. Era la primera guardia y el sol estaba bajo, todo naranja y oro detrás de las nubes. Era la guardia de Lesage y tenía a un hombre con la bomba y a Ben al timón. Le dije que llevaría yo mismo el timón, así tendría otro hombre.

Enseguida se hizo demasiado de noche como para trabajar, y todos menos yo se sentaron o se tumbaron, y la mayoría de ellos se fue a dormir. Finalmente me di cuenta de que sólo éramos dos los que todavía estábamos despiertos: el Windward y yo. Íbamos rumbo a Tortuga. La gran vela mayor tiraba bastante bien, y el mar estaba tan en calma que parecía que estaba durmiendo también. Sabía que cualquier cosa podía ir mal.

Podía haber problemas con los hombres, podíamos hundirnos con un vendaval, el capitán Burt podría no llegar a Tortuga hasta dentro de un mes, y demás, más problemas de los que te darían diez chicas en Port Royal. Pero el mar estaba en calma. El tiempo era bueno y el barco sobrevivía en mis manos. Sentía que podía contar con Lesage, Red Jack, Ben Benson, Big Ned y Mahu, eso hacía cinco contra cuatro, aunque el resto estuviera en mi contra. Iríamos adonde yo dijera, y a quien no le gustara, tendría que volver nadando. No había ningún maestro de novicios del que preocuparse ni agentes del FBI. Casi todo el mundo estaba encadenado, aunque no vieran sus cadenas, pero yo no. Podía respirar de una forma que la mayoría de la gente nunca ha respirado. Me quedé al timón así durante toda la guardia y no puedo explicarle lo maravilloso que fue.

Al día siguiente, lo hice de nuevo. Parecía que se iba a levantar un poco de viento y pensé que conmigo al timón la guardia de Lesage sería capaz de manejar las velas sin que yo tuviera que llamar a todo el mundo. No fue nada mal. Desplegamos la vela tarquina, la mayor, totalmente llena, y seguimos navegando bastante bien.

El viento cantaba entre el aparejo y después de media hora me di cuenta de que estaba intentando decirme algo. Esa era una de las cosas (casi la única cosa) que había entendido en clase de música: escucha las palabras y las notas de los himnos y los cánticos y mira lo que dicen. Cerré los ojos por un momento y parecía como si oyera a fray Luis. Sin palabras, sólo el sonido de su voz. Yo estaba fuera de la clase y él dando su lección desde la pizarra.

Cuando abrí de nuevo los ojos, vi que estaba en uno de los dibujos que él solía hacer en geometría. El mástil era una línea, la vela mayor un plano, la botavara otra línea y los obenques que sujetaban el mástil también eran líneas.

Y yo podía cambiar ese dibujo.

Había estado pensando en el aparejo de tipo Bermuda que había visto y deseaba tener ese en vez del que teníamos, porque estaba seguro de que iríamos más rápido. No podía cambiar el del Windward por un aparejo Bermuda, porque no tenía un mástil más alto. Podía haber acortado la botavara, teníamos una sierra y otras herramientas, pero necesitaría un mástil nuevo y no lo tenía. Lo que entendía en ese momento era que podía cambiar otras cosas.

Durante la siguiente guardia hice unos dibujos en una de las páginas en blanco del cuaderno. Puse letras en las esquinas, de la misma manera que hacía en clase. La burda iba desde la vigota «A» a la «B», la punta del mástil y así sucesivamente. No daré más detalles, pero la punta del bauprés era la «I».

Les dije a Lesage y a Red Jack que le echaran un vistazo y dibujé una vela triangular en el puntal de proa como si este fuera un mástil. Una esquina era la punta del mástil, otra era la punta del bauprés y la otra la cornamusa «J» en la cubierta que tendríamos que poner allí.

—El estay es tan rígido como una verga —dije yo— porque está muy tirante. Entonces ¿por qué no vamos a poder hacerlo?

Lesage dijo que tendríamos que cortar una pieza cuadrada de lona en diagonal y que la mitad de ella se desaprovecharía.

—No se desaprovechará —dije yo—, la usaremos como foque de repuesto.

Lesage no creía que mi foque funcionara, pero Red Jack quería probar. Yo también, y era el capitán. No teníamos un velero de verdad a bordo, pero era fácil, y un par de manos cortaron y cosieron los lados en una guardia. Pusimos cornamusas en cada lado un poco más hacia delante el centro, plegamos nuestra nueva vela y funcionó tan bien que casi dejamos de usar la tarquina.

El Weald ya estaba allí cuando llegamos a Tortuga. Ned y yo lanzamos el pequeño esquife, que era el único bote que tenía nuestra balandra, y remamos hacia el barco. Le dije que esperara en el bote hasta nueva orden y subí a bordo. Hay cosas sobre mi vida que no puedo explicar, y una es por qué recuerdo claramente ciertas cosas y olvido muchas otras. Una cosa que recuerdo con mucha, mucha claridad, de esos días, es haberle dicho a Ned que no tardaría mucho, darme la vuelta y coger la escalera de cuerda. Nunca volvería a pisar el Windward o a ver a parte de su tripulación.

El capitán Burt me dio la mano, me llevó a su camarote, me puso un trago de ron y me pidió que le hiciera un informe. Se lo conté todo, todo lo que había pasado. Al final, me subí la camisa, saqué la faltriquera y conté su parte del dinero del barco y de los esclavos.

Me dio las gracias y una palmada en la espalda.

—Ya eres capitán, mi amigo Chris.

Asentí.

—Lo sé.

—De la clase de capitanes que busco con tesón y raras veces encuentro, ¿eh? Estoy feliz de haberte encontrado. Hemos tenido mejores botines que el Duquesa desde que te fuiste. Mucho mejores. Suma tu balandra y tus hombres a lo que ya tenemos y será como si hubiésemos atacado un galeón.

Dejó de hablar a la espera de que yo dijera algo.

Lo pensé bien antes de hablar. Sabía lo que tenía que decir, pero era difícil decirlo porque quería hacer el menor daño posible.

—Una vez usted me dijo que le gustaba, señor. Usted también me gusta, y espero que tenga éxito en lo que haga. Los hombres que he traído son suyos y el Windward también. Pero no participaré.

Tenía la mano en la culata de su pistola cuando terminé de hablar. Aunque no la sacó, y eso es algo que siempre he recordado a lo largo de mi vida. Todo lo que dijo fue:

—Sabía que iba a pasar esto. Aun así, lo he intentado.

Después de eso, me tuvo encadenado tres días en la bodega. No siempre recordaban darme de comer, pero cuando lo hacían, la comida era decente. Al tercer día, el hombre que me la traía me dijo que el capitán me iba a abandonar en una isla desierta, algo que ya me había imaginado todo ese tiempo.

En lo que me había equivocado fue en el tamaño de la isla. Me había imaginado que iba a estar en una pequeña, una que me llevaría un día recorrer caminado si tenía suerte. Esto parecía el continente: las montañas salían del mar y estaban cubiertas de los árboles más verdes del mundo. El capitán Burt y yo nos sentamos en la parte de atrás de la lancha, así que puede verla bien antes de que varase.

Salimos, sólo el capitán y yo, me quitó las cadenas y se las tiró al timonel, y caminamos un poco por la playa. Estaba descalzo y llevaba una camisa del arcón de la mercancía y un pantalón a juego. Él llevaba ese abrigo azul con los botones de latón que nunca abotonaba, y un mosquete. Pensé que lo llevaba porque tenía miedo de que lo atacara.

—¿Sabes cómo usar uno de estos?

Lo descolgó del hombro.

—Puedo cargar y disparar, pero no soy muy bueno disparando —dije yo.

—Lo serás, Chris. Éste es tuyo ahora.

Me lo dio junto con la bolsa.

Apoyé el mosquete sobre la culata y abrí la bolsita. Había una botella grande de pólvora, una pequeña para el polvorín, media docena de balas, un molde para balas, pedernales y otras cosas como la llave que se usa para apretar los tornillos del martillo percutor y el pequeño trozo de piel suave que permite que se agarren al pedernal.

Había estado demasiado ocupado mirando a la isla como para darme cuenta de que llevaba mi daga, y la llevaba. Se la quitó y me la dio.

—Esto ya era tuyo.

Le intenté dar las gracias. Sabía que era un asesino y un ladrón, y por aquel entonces eso me molestaba realmente, pero de todas formas lo intenté.

—Esto también es tuyo.

Se levantó la camisa y desató la faltriquera que yo había comprado en Port Royal.

—Tu parte está toda aquí, cada cuarto de penique. Cuéntalo si quieres.

Ya que no tenía sentido desconfiar de él, no lo hice. Simplemente me quité la camisa y me la até. La tuve hasta el momento en que los españoles me robaron.

—Esto es La Española —me dijo—. Hay ganado salvaje, parece ser que bastante. También hay franceses salvajes. Boucaners, como dicen los franchutes. Disparan al ganado, secan la carne y se la venden a los barcos que paran aquí para comprarla.

Sonrió abiertamente.

—Los bucaneros son piratas de primera. Tengo una docena de ellos o así, y me haré con una docena más si tengo la oportunidad. Pronto te encontrarás frente a ellos si el viento sigue soplando así.

Me sorprendió muchísimo cuando alargó su mano. Después de darnos la mano, se puso muy serio.

—Son amigos peligrosos, Chris, y enemigos salidos del infierno. Hazte amigo de ellos si puedes, pero ten cuidado. Si ven tu oro, estás muerto.

Si hubiera cargado mi arma tan rápido como hubiera podido (quiero decir como hubiera podido en aquel entonces), quizás hubieran podido alcanzar al capitán Burt mientras la lancha lo llevaba de vuelta al Weald. Pensé en ello, pero ¿qué beneficio habría sacado de eso? Cuando tu único amigo es un asesino y un ladrón, esas cosas ya no parecen tan malas como solían parecerlo.