22
El Vincente
No era todavía el momento de reunimos con el capitán Burt, así que le dije a Rombeau que nos separaríamos y que nos encontraríamos en Île à Vache (Significa «Isla de la Vaca»). Había oído que era un buen lugar para escorar el barco y quería echarle un vistazo al fondo del Castillo Blanco, porque hubo un momento en el que lo rozamos cuando huíamos del Santa Lucía. Un comerciante en Tortuga me había dicho que también sería un buen sitio para conseguir hombres. Allí había unos cuantos bucaneros y se había cazado tanto ganado que nadie podía cazar ya más.
Rombeau y yo lo echamos a cara o cruz para ver quién tomaría el viento y ganó él. Él iría hacia el oeste y rodearía el extremo español de La Española en busca de botín. Yo iría hacia el este y echaría un vistazo al extremo oeste de Cuba antes de ir a la Île à Vache. A decir verdad me alegró haber perdido, porque quería ver Cuba de nuevo. Me habría gustado volver a La Habana si hubiera podido, pero estaba demasiado lejos.
Fue un trayecto agradable en ciertos aspectos, aunque no fue uno afortunado. Paramos a pescadores unas cuantas veces. En su mayor parte para pedir información, pero siempre les compraba cuando tenían algo, sólo para romper el hielo y demostrarles que no les íbamos a robar. Así conseguimos buen pescado y cangrejos y especialmente tortugas. Según mi experiencia, no hay nada mejor que la tortuga verde. Los marineros ingleses como Red Jack no comían pescado, pero nuestros hombres franceses tenían más sentido común, y casi todos eran franceses. Mahu era nuestro cocinero y él y Ned trabajaban juntos como si hubieran nacido para ello. Mahu decía que el hipopótamo era la mejor carne del mundo, pero hice que admitiera que la tortuga verde era casi tan buena.
Me he puesto a escribir sobre comida esta noche por dos razones. La primera es que ahora soy pastor de Sagrada Familia y todo el mundo aquí cultiva o cría o las dos cosas, así que todos están siempre hablando de eso: cerdos, jamones, beicon curado casero, pollo, tomates, conservantes y todo lo demás. La gente trae empanadas y galletas a la rectoría. Son muy amables, pero hay demasiado. Fray Wahl y yo desearíamos que hubiese una forma de poder compartirlo con las familias pobres.
La otra razón es que fue después de una gran cena cuando alguien encontró el segundo cuerpo. Estoy casi seguro de que fue el día que compramos a un pescador langostas de roca. Mahu las había hervido vivas, como había que hacerlo, y nosotros las abrimos y les echamos mantequilla con sal y zumo de lima.
Estábamos a punto de terminar cuando el que había bajado a coger más mantequilla volvió corriendo. El muerto era francés, y eso es todo lo que recuerdo de él ahora. Debía de ser uno de los hombres que se unieron a nosotros en Port Royal. Estoy casi seguro de ello.
Era después de la puesta de sol, así que no tenía sentido subirlo a cubierta, sino que bajamos con más faroles y le dije a Pete que bajara y le echara un vistazo. Novia vino también. Pete dijo que el muerto había sido estrangulado, como el otro.
—El cuello también está roto, capitán. Buen trabajo. Espero que el hombre que lo haga por mí haga un trabajo igual.
Novia dijo:
—¿Cómo lo hizo, Pete?
—Simplemente lo retorció. Como se retorcería el cuello a un pollo. Quería asegurarse de que estaba muerto.
—Debe de ser fuerte —dije yo.
—Sí lo es, señor. Yo podría hacerlo, pero no mucha gente.
Mientras pensaba en la mejor manera de hacer las preguntas que quería hacerle, Novia dijo:
—¿Cómo sabes que podrías hacerlo, Pete?
—Porque lo he hecho, señora. Ahorcar no siempre rompe el cuello. Si la caída no es suficiente o si él no pesa lo suficiente, no lo hará. Así que lo que hacía a veces es romperlo yo mismo. No me gusta ver a la gente sufrir a menos que vaya a sacar algo de provecho con ello. Con los animales es lo mismo. Los mato y me los como, claro que sí. Pero no los mato por diversión, excepto a las ratas.
Novia me miró y negó con la cabeza. Yo asentí sólo un poco. Si Pete los había matado, era el mejor actor del mundo y nunca lo cogeríamos.
Hablé con todo el mundo y nada. No tiene sentido escribir más sobre ello. Casi todos habían estado arriba en cubierta comiendo. Y los que estaban comiendo habían estado con un grupo de amigos, todos dispuestos a jurar que no había bajado en ningún momento. Si fuera uno de esos programas sobre crímenes, seríamos Novia o yo, o quizá Bouton o Pete. Pero no lo era, esto era real, y no había sido ninguno de nosotros.
Cuando había terminado mi primera langosta, había cogido el timón para que el hombre que había estado gobernando el barco pudiera comer un poco. Novia había venido conmigo y ella no podía haberlo hecho de todas formas. No era lo suficientemente fuerte.
Bouton me había quitado el timón y había estado comiendo conmigo hasta que lo cogí. El grupo con el que él y yo habíamos estado comiendo, con él y un par de personas, estaba justo enfrente de nuestro pequeño alcázar. Vale, quizás alguien pudo haberse ido sigilosamente (se estaba haciendo de noche hacia el final) pero estaba dispuesto a jurar que nadie lo había hecho. Novia tampoco lo creía.
Todo se redujo a que nadie (nadie de nuestra tripulación, quiero decir) había estado abajo excepto Mahu y Ned en la cocina. El muerto había dejado el grupo con el que había estado comiendo y se había ido abajo a buscar una botella. No había vuelto, pero no había tardado lo suficiente como para que los demás se preocuparan.
Esa noche pensé mucho en eso y me pareció que sólo había una forma de la que pudo haber pasado.
Hubo una reunión de todo el clero ayer por la noche. Fray Wahl y yo condujimos a la ciudad para asistir. Los curas que «molestaban» a los niños era el tema principal. El obispo Scully intentaba no mostrar cuál era su opinión, pero se le notaba.
—Ha pasado —nos contó—, y aquí en nuestra diócesis. Más de un cura ha pecado así. Lo que es peor, los curas que han confesado y han sido perdonados han pecado de nuevo. Cada uno de vosotros debe unirse a mí para oponernos a este pecado e informar de ello siempre que ocurra. Creedme, no le estáis haciendo ningún favor a vuestro hermano cuando encubrís su pecado.
Después de eso, detalló cuatro casos sin revelar la identidad de los curas involucrados. Cuando dijo si teníamos alguna pregunta, las que hicieron eran bastante obvias: ¿Cómo podíamos conocer el pecado de un hermano cura a menos que la santidad del confesionario fuera violada? ¿No se debería informar a la policía? ¿Cuánto se necesitaba para resolver estos casos? ¿No debería un cura culpable ser castigado además de aconsejado? ¿No podría alguno de ellos ser acusado falsamente? Etcétera.
Finalmente, me levanté. Dije:
—Cuando empezó, su excelencia, pensé que iba a oír acerca de niñas pequeñas que son forzadas por curas, niñas en la guardería o en primaria. Eso era lo que esperaba. Solía dirigir el centro juvenil de Santa Teresa. Todas las víctimas de las que ha hablado eran chicos y parecía que eran adolescentes. No estoy acostumbrado a ver a chicos adolescentes como niños, así que me llevó un rato entender lo que ha estado pasando realmente. ¿No es nuestro cometido decirles a los chicos que no deben aguantar nada así? No me creo que haya muchos curas que siguieran intentándolo aún cuando el chico que perseguían gritara y lanzara unos cuantos puñetazos.
Después de eso, recibí una reprimenda de todo el mundo. (Vale, para ser justos no lo fue, pero lo parecía). Estaba culpando a la víctima. Era uno de ellos, y los dos curas que se sentían así exageraron bastante.
Estaba fomentando la violencia. Esa era la otra y la más popular. Me culpaban por fomentar tanta violencia que me sentía como si me fueran a linchar. No tuve la oportunidad de defenderme en la reunión, así que lo voy a hacer aquí. No estaba echando la culpa a los niños. Estaba culpándonos a nosotros los adultos por enseñarles a ser víctimas.
Si enseñas a una niña a actuar como una oveja, la dañas bastante. Pero si le enseñas a un niño a ser una oveja, le haces más daño. Si la niña tiene suerte, habrá niños alrededor de ella para protegerla. Pero tienen que ser niños de verdad, no ovejas. Un niño al que le han enseñado a ser una oveja no se protegerá a sí mismo ni a nadie. Si lo acosan sexualmente y no lucha, la gente que le enseñó a ser una oveja es al menos tan culpable como el pederasta. Quizá más.
En cuanto a lo de fomentar la violencia, me tengo que preguntar cuántos de esos curas que abusaron de los niños pensaban que ellos querían y estaban disfrutando, aunque dijeran que no. Muchos de ellos, quizá todos ellos, deben de haber pensado que si al niño no le gustaba, gritaría y lucharía. Los niños eran las víctimas de esos curas, no estoy diciendo que no lo fuera. Pero esos curas eran las víctimas de la gente que había enseñado a los niños que incluso un poco de violencia es lo peor del mundo. Los curas tienen sólo una víctima, o eso es lo que me parece. Esa gente tiene dos, porque el cura era otra. Los chicos duros que venían al centro juvenil de Santa Teresa habrían dejado inconsciente a cualquiera que intentara lo que esos curas habían hecho.
Si recuerdo bien, fue la semana después de que alguien encontrara el muerto cuando alcanzamos al San Vincente de Zaragozza. Era un barco grande y bonito y tenía más y mejores cañones de los que normalmente encuentras en un buque mercante. Tan pronto como los vi, decidí no ponerlos en peligro. Si nos hubiéramos acercado, sacado nuestros cañones, izado la bandera negra y exigido que se rindieran, cabía la posibilidad de que nos atacara y nos hiciera bastante daño.
En lugar de eso, me mantuve alejado de él y básicamente actué como si pensáramos que podría ser un barco pirata. Fue entonces cuando los hombres me sorprendieron y fue algo que me gustó mucho. Había tenido miedo de que fueran a empezar a gritar que no podíamos dejarlo escapar y que teníamos que ir a por él inmediatamente. No lo hicieron. Supieron enseguida que tramaba algo y arriaron las velas como si fueran en serio mientras intercambiaban suposiciones sobre qué podría ser.
Lo que tenía en mente no era algo muy rebuscado, sólo lo que había hecho Melind cuando capturamos el Magdelena. Sabía que si el Vincente era lo que parecía, se pondría al pairo por la noche. Si no lo era, en realidad era de la Armada española o también un barco pirata. Había olas, pero el mar no estaba demasiado picado y para un barco tan pequeño como el nuestro teníamos muchos hombres. El sol se puso y el barco se puso al pairo como había esperado. Después de eso, hizo algo que no esperaba: sacó los cañones. Era difícil verlos en la oscuridad, pero el sonido de las cureñas llegaba a nosotros a través del mar y no cabía ninguna duda.
Habría sido de ayuda que hiciera mal tiempo. No fue así, pero decidí esperar hasta que se pusiera la luna y entrar de todas formas. Dejé a Boucher con una tripulación fantasma y metí tantos hombres como pude en la lancha, la piragua y el esquife. Yo estaba en la lancha, Bouton en la piragua y Red Jack en el esquife.
Salimos durante la guardia de madrugada y recé para que los españoles estuvieran durmiendo. Como dije a todos los hombres, lo principal era que los tres botes entraran a la vez y que todos gritaran como locos tan pronto como empezara la lucha. Cogí la caña del timón y Novia se sentó en la popa rodeándome con un brazo, pero hice que prometiera que se quedaría allí y que cuidaría de la lancha por nosotros. Por supuesto que no se quedó, pero hablaré de esto más tarde.
La piragua y el esquife atacaron el lado de babor, que estaba más cerca, y nosotros el de estribor. Iba a disparar una pistola como señal de ataque.
No fue exactamente así. Alguien a bordo pegó un grito y pude verlo, en la oscuridad y a la luz de las estrellas, inclinado en la borda gritando y señalando. Le disparé con mi pistola y tan pronto como lo hice uno de los cañones de estribor se disparó con una explosión. No sé cuál era su objetivo o qué pensaban que era su objetivo, pero lo dispararon. Quizá sólo fue para despertar a todo el mundo.
Algunos de nuestros hombres tenían sus mosquetes y empezaron a disparar a través de las cañoneras. Eso estuvo bien, pero no tenía ni idea de lo que Bouton y Red Jack sacarían con eso. Tan pronto como estuvimos lo suficientemente cerca, tiré un arpeo pensando que iba a ser el primero en subir. Novia me ganó. Trepó por aquella cuerda como un mono en cuanto se enganchó el arpeo.
Nunca he tenido tanto miedo en mi vida como cuando la vi hacer eso. Subí después de ella tan rápido como pude, pero el momento en el que empecé a subir, ella ya estaba subiendo por la borda. Oí disparos y me imaginé que había muerto. Fue el peor momento de toda mi vida.
Subí pensando que vería su cuerpo, pero cuando llegué arriba ya no tuve ni tiempo para buscarlo. Los marineros españoles estaban armados y con ganas de luchar. Había hombres desnudos y también hombres en camisa de dormir luchando. Nuestros hombres subían por la borda de babor gritando y disparando y las balas entraban por las cañoneras, que golpeaban los cañones de hierro y silbaban por todas partes. Disparé con mi otra pistola a un hombre desnudo con una larga espada en cuanto subí a cubierta. Cuando se disipó el humo, tenía mi alfanje y una pistola vacía y eso fue lo que usé a partir de ese momento.
Ganamos, pero fue una lucha dura. No estaría muy equivocado si dijera que todo lo que pudo ir en contra de nosotros fue en contra de nosotros. Para empezar, el Vincente tenía una tripulación mayor que la mayoría de los buques mercantes y todos ellos estaban armados y en cubierta cuando subimos por la borda: su capitán había estado más preocupado por nosotros de lo que nosotros habíamos estado por él. Después, había pasajeros, en su mayoría jóvenes hidalgos que se dirigían a Nueva España para mejorar la fortuna familiar. Cada uno de ellos tenía una espada y la mayoría también otras cosas. Había pistolas de viaje, fusiles, escopetas ligeras de caza, dagas de mano izquierda, cualquier cosa. Algunos habían traído a sus criados, y ellos también luchaban.
Uno de ellos tenía un mosquete con dos cañones cortos, el tipo de arma que mi padre habría llamado lupara. Tenía dos martillos percutores y dos gatillos. Me la quedé y fue el arma que use en Portobelo y en los demás sitios a partir de ahí.
Lo único que no fue en nuestra contra fue que no nos vieron hasta que estuvimos cerca. Si nos hubieran visto, habrían disparado los cañones contra nosotros. Un buen cañonero con un poco de suerte habría convertido la lancha en leña. Si hubieran hecho ese disparo, habrían ganado ellos, no nosotros.
Novia había sido golpeada duramente con algo, quizá con la guarda de un alfanje. Ella no lo sabía y sólo pude suponerlo por la expresión de su cara. Cuando volvió en sí, no estaba segura de cuánto tiempo estuvo inconsciente o de lo que había hecho antes de que la golpearan. Me arrodillé a su lado y hablé con ella un poco hasta que se pudo poner de pie. Había estado encima de un puñal largo que había comprado en Port Royal y estaba lleno de sangre hasta la empuñadura. Red Jack y algunos de sus chicos buscaron por cubierta más tarde y encontraron las dos pistolas de latón, ambas vacías.
A mí también me habían dado, me había rozado una bala de mosquete y otras cosas. Algunos estaban heridos más gravemente que yo. Si recuerdo bien, se nos murieron tres. Ellos perdieron más: quince o veinte.
Tan pronto como terminó la lucha, tenía que haberle echado una buena reprimenda a Novia por haber trepado aquella cuerda como lo hizo. Lo que le dije fue:
—Me prometiste que te quedarías en la lancha.
—Eso fue cuando no pensábamos que nos iban a ver, Crisóforo. Nos vieron, y alguien tenía que subir más rápido. Y esa fui yo.
Como dije, debí haberle echado una buena reprimenda por lo que hizo. Pero estaba herida y yo también y todo lo que hice fue decir:
—Algún día vas a conseguir que te maten.
Agrupamos a los prisioneros y di el discurso de siempre sobre aceptar voluntarios. Cualquiera que quisiera unirse a nosotros sería bienvenido y se haría rico. Nadie lo hizo.
—Vale —dije yo—, escuchadme. Habéis ofrecido mucha resistencia. Normalmente matamos a cualquiera que oponga resistencia, ¿capeesh? Cualquier tipo de resistencia. Mis hombres tienen muchas ganas de poneros la mano encima, pero si puedo os salvaré el pellejo. Si hacéis lo que os digo, os pondré en una lancha dirección Cuba. Si me dais problemas, estáis muertos.
Dejé que asimilaran mis palabras mientras sacaba mi alfanje.
—Muy bien, hay un médico a bordo. Lo quiero. ¡Ahora!
Estaba bastante seguro de que había uno porque había visto a un tipo al fondo que estaba vendando el brazo de alguien y parecía que sabía lo que estaba haciendo. Los otros lo empujaron al frente y yo lo agarré. Le dije que curara a un herido, y que lo hiciera bien, o que habría problemas, y le di un empujón.
—Un carpintero. Sé que tenéis uno. Veámoslo.
Dio un paso adelante, creo que porque sabía que si no lo hacía el resto le obligaría.
—El ayudante de carpintero. Veámoslo también.
Tres o cuatro marineros dijeron que estaba muerto y se ofrecieron a enseñarme su cuerpo. Hice que me lo enseñaran y sí que estaba muerto.
—Uno más y os podéis ir. ¡Velero! Da un paso adelante.
Tuvieron que empujarlo, pero vino.
Echamos al agua la lancha y pusimos al resto de ellos dentro. Había vino embotellado en la bodega. Al darle a cada pirata herido de beber, a Novia y al doctor, vaciamos dos botellas. Las llenamos de agua y se las dimos a los hombres de la lancha con dos panes de barco. Unos minutos después de que se hubieran ido, vi cómo levantaban el pequeño mástil e izaban y orientaban una cangreja. Ahí iban unos buenos marineros.
Les dije a los tres hombres con los que me había quedado que nadie los iba a convertir en piratas.
—Nos dirigimos a Isla de la Vaca —dije—. Haced vuestro trabajo y mantened la boca cerrada y os dejaré en tierra sanos y salvos y con mi agradecimiento. Sois tres, así que cada uno tendrá a dos que jurarán que os visteis obligados a hacerlo. Causad problemas y estáis muertos. No nos andaremos con tonterías. Os mataremos, ¿capeesh? Por ahora, sois los ayudantes del médico. Haced lo que os mande.
Hay mucho más que os podría contar: cómo echamos a los españoles muertos por la borda y enterramos a los nuestros en el mar, quiénes eran, etcétera. Pero el tiempo se está acabando.
De vuelta en el Castillo Blanco, hice lo que había planeado hacer antes de avistar el Vincente. Puse a algunos de los heridos a que montasen guardia alrededor de nuestra comida y bebida. Antes he dicho que teníamos muchos hombres, pero después de dejar a Bouton en el Vincente con los hombres suficientes como para manejarlo, apenas teníamos hombres sanos suficientes para manejar el Castillo Blanco. Así que fue un desperdicio si quiere. La cosa es que esos heridos no podrían ayudar mucho cuando se desplegaran o arriaran las velas, pero podrían sentarse enfrente de una puerta con pistolas en su regazo. Les di algo que hacer y pensé que era posible que pronto eso hubiese salvado unas cuantas vidas.