21

¿Qué quería hacer con aquella información?, me había preguntado Colaianni.

No lo sabía, le había contestado. Y era cierto que no lo sabía. No tenía ni idea de lo que se podía hacer con ella. Ahora sabía que Macrì era un protector de mafiosos y traficantes. Pero eso, si bien se miraba, no cambiaba demasiado los términos de mi dilema.

No sabía qué hacer y fue por este motivo por lo que no fui a ver a Paolicelli para revelarle lo que había descubierto. Si era inocente, no quería crearle expectativas infundadas. Y, si era culpable —la duda me había vuelto a asaltar con fuerza mientras hablaba con Colaianni—, no quería interpretar más de lo necesario el papel del crédulo idiota.

Por los mismos motivos y por otros de los cuales no me apetecía hablar ni siquiera conmigo, no llamé a Natsu. Tuve que reprimir un montón de veces el impulso.

Pensé llamar a Tancredi, pero después me dije que no podía aprovecharme ulteriormente de la amistad: y, en cualquier caso, no sabía qué pedirle, aparte de un enésimo consejo.

De esta manera absurda transcurrieron varios días.

Después, una tarde al salir del despacho para regresar a casa, oí que me llamaban. Levanté la mirada y vi a Natsu a bordo de un todoterreno. Me dirigió una tímida sonrisa e hizo un gesto con la mano para invitarme a acercarme. Crucé la calle y subí al vehículo tras haber mirado a mi alrededor como alguien que tuviera algo que ocultar.

Justamente.