Dinámica cultural y variación cultural
Podemos atribuir a las culturas, en su estado inicial, una tendencia, en medio de su incesante metabolismo (que comporta sustitución de individuos, de instrumentos, etc), al equilibrio dinámico, a la «invariancia de su idiosincrasia». Hablar de «dinámica cultural» como de un concepto que fuera equivalente al de la «variación cultural morfológica» es hablar incorrectamente, puesto que ello obligaría a sobreentender que las culturas, en su estado inicial, son estáticas y no dinámicas (lo que es absurdo, como hemos dicho). El dinamismo es atributo no sólo de sistemas cambiantes morfológicos, sino también de sistemas procesuales morfológicamente invariantes, es decir, en equilibrio dinámico o en estado estacionario (que es el caso del río de Heráclito). La dinámica cultural, en su sentido variacional, tiene otras causas. La principal, directa y formal, es la confluencia y el enfrentamiento con otras culturas; la causa indirecta o condición principal, el incremento demográfico (o variación demográfica endógena) atribuible a cualquier población humana y las variaciones del medio determinadas también, al menos en parte importante, por la propia actividad humana. Pero el mero incremento demográfico no implicaría, por sí mismo, una variación de la esfera morfológica de la cultura objetiva considerada (salvo que el incremento hubiese de reabsorberse en la misma esfera de esa cultura). En efecto, el incremento demográfico de una esfera cultural dada puede resolverse por «escisión binaria» de la esfera cultural recrecida, de suerte que tenga lugar la redimensionalización de la cultura madre y la formación de unas culturas hijas muy similares, en principio, a la progenitora.
El desarrollo de las culturas es multilineal, como ocurre con el desarrollo de las estructuras zoológicas. No cabe hablar de una «línea ascendente y continua de evolución (o de progreso)» sino de líneas diferentes, aunque, eso sí, llamadas tarde o temprano a confrontarse mutuamente. Y esta confrontación es la que obliga a poner en duda el relativismo cultural, basado en la «identidad megárica».