El mito de la unidad categorial de la cultura humana
Concluimos: la pretensión de una idea global de la cultura humana como una totalidad atributiva (sistática o sistemática) dotada de una unidad de conjunto (sobre la cual basar una concepción del Hombre en cuanto contrapuesto a la Naturaleza) es pretensión sin fundamento. La unidad de esa «cultura humana universal», como supuesta estructura categorial de partes interconectadas, es sólo un mito gnoseológico que da lugar al fantasma gnoseológico de la «ciencia antropológica»; un fantasma inventado por antropólogos y culturólogos. No hay una «ciencia de la cultura», como no hay una «ciencia del hombre»; a lo sumo hay diferentes disciplinas científicas, con diverso grado de cientificidad (la Lingüística suele ser puesta en el rango más alto). Y esto significa que la cultura, como «sistema universal», es la clase vacía, no existe.
No decimos esto en sentido «nominalista», al estilo de RadclifFe Brown y otros, es decir, en el sentido de sobreentender que «la cultura es sólo una abstracción» (como si lo único que existieran hieran las conductas individuales y ios coacervados de esas conductas individuales). Lo decimos en el sentido de que «la cultura» no existe (gnoseológicamente) ni siquiera como abstracción sistemática, sino que es sólo un nombre oscuro y confuso, un mito gnoseológico. Y al afirmar que no es «ni siquiera una abstracción» no estamos tampoco queriendo significar, desde el espíritu del nominalismo, que sólo existen los actos o conductas individuales concretas. Nosotros partimos del supuesto de la existencia de configuraciones supraindividuales concretas, en función de las cuales se hace preciso decir que lo abstracto son precisamente las conductas individuales y psicológicas. Leslie White ha insistido en este punto. Pero el estar de acuerdo con White en la crítica al nominalismo «psicologista» de la cultura no implica que tengamos que compartir con él su concepción de la cultura; de esto ya hemos tratado anteriormente. En particular, el «conjunto de simbolados» por medio del cual intenta White redefinir el concepto de cultura, aunque constituye, sin duda, un concepto distributivo, incluso riguroso, carece de unidad estructural interna y se reduce a una suerte de «análogo de atribución». La unidad que él determina no es mayor que la que pueda concederse a la que media entre los términos individuales del concepto-clase; «conjunto de todas las figuras -celestes o terrestres, orgamcas o inorgánicas-• cjuc tienen semejanza con la figura uci guarís-mo 6 de la numeración árabe», o bien: «conjunto de todos los vertebrados que en un instante t dado tienen los ojos orientados hacia el sudeste». El «conjunto de simbolados y de sus relaciones mutuas» no puede confundirse con el concepto de un sistema dotado de leyes internas características susceptibles de constituir el campo de una ciencia llamada «culturología». Que una gran muchedumbre de relaciones entre objetos haya requerido, para establecerse, del concurso de las operaciones humanas no quiere decir que tales relaciones, humanas o culturales si se quiere por su génesis, sean humanas o culturales por estructura. La relación pitagórica entre los lados de un triángulo rectángulo no es humana, ni es cultural, sino que es geométrica, como la relación entre las masas criticas de uranio enriquecido que interaccionan en un reactor nuclear son relaciones físicas y no culturales, aun cuando el reactor sea un artefacto tan «artificioso» (cultural) como pueda serlo el órgano de una catedral. La diferencia estriba en que los sonidos que salen del órgano, cuando el organista maneja o pisa el teclado siguiendo una partitura determinada constituyen una secuencia normada, pautada -ininteligible al margen de las operaciones del músico- mientras que las secuencias de reacciones en cadena tienen lugar con «segregación» de las operaciones de quienes fabricaron la pila. Habrá que referirse además a las relaciones genéricas que refluyen a través de las operaciones humanas. Las cúpulas del edificio de una Bolsa de comercio, del Senado, o de un Panteón «canalizan» las mismas leyes de la gravedad que sostienen a un peñasco que se mantiene en una montaña; las relaciones brownianas similares a las que trazan las moléculas en una disolución, surgen de movimientos aleatorios análogos a los que lleva a cabo el taxista de una gran ciudad. 59
Recapitulando: el tránsito de los contenidos culturales en sentido subjetivo a los correspondientes «contenidos culturales» en sentido objetivo (y supuesto que sean efectivamente culturales), no siempre ha de interpretarse como un proceso de cosificación (reificación, hipostatización, etc) puesto que en muchos casos se trata simplemente del proceso de disociación de la estructura respecto de los cursos operatorios genéticos que la determinan; disociación que resulta ser, en algunas ocasiones, una condición necesaria para que la estructura quede liberada de adherencias extrínsecas que serían capaces de eclipsar la pureza de sus líneas. El curso de las operaciones que condujeron a Pitágoras a establecer su teorema habrá de ser segregado de este teorema; pero también, en un concierto sinfónico, es necesario segregar los gestos de los violinistas, la respiración de los clarinetistas y hasta la danza y visajes místicos del director: todos estos cursos de operaciones genéticas no pertenecen a la estructura musical de la sinfonía, y, de hecho, quedan segregados en una grabación sonora, o sencillamente, en el concierto, cerrando los ojos (no tanto para «concentramos en la esencia», cuanto para dejar de ver).