Precariedad del concepto de «categorías culturales»

En cualquier caso, no tratamos aquí de establecer una tabla de categorías de la cultura que desempeñe los papeles de un patrón universal, aunque sea a escala muy genérica. La cuestión que nos ocupa ahora es la cuestión de la unidad que sea posible reconocer a la composición de las partes atributivas del «todo complejo» cultura, tanto en el supuesto de que el todo atributivo «cultura» se circunscriba a cada una de las esferas culturales, como en el supuesto de que ese todo atributivo deba entenderse como si envolviera a todas las esferas, a título de partes. Esto implicaría rectificar la interpretación de la idea de «cultura universal» en términos de totalidad $ distribuida por las diferentes esferas o círculos de cultura; la cultura, en sentido antropológico universal, habría de ser pensada como una única totalidad atributiva sin perjuicio de que muchas de sus partes tuvieran una estructuración análoga o isomorfa (a la manera como en un organismo las células de sus diversos tejidos, como partes atributivas suyas, no son enteramente heterogéneas sino que están dotadas de una estructura mínima similar). No queremos decir que estos supuestos puedan o deban ser abstraídos en el momento de plantear la «cuestión general» de la unidad de las partes atributivas de la cultura (como si esta cuestión general pudiera ser tratada previa o independientemente ue tales supuestos). Queremos decir que algunas respuestas generales son compatibles con supuestos diferentes (lo que no significa que puedan considerarse independientes de su conjunto). Por ejemplo, cabrá defender una concepción «agregacionista» de la unidad entre las partes de la cultura (incluso concebir esa unidad como una unidad de «mosaico») y, sin embargo, reconocer, y no sólo en el terreno de las apariencias, la unidad de las esferas o círculos de cultura (de las llamadas identidades culturales) como partes de una totalidad distributiva; y esto sin perjuicio de que el agregacionismo pueda combinarse también con la tesis de la negación de las identidades culturales.

Conviene en todo caso, sobre todo cuando mantenemos una perspectiva gnoseològica, desconfiar de cualquier tratamiento confusivo de la cuestión. (Es «confusivo» el tratamiento que, por ejemplo, utiliza únicamente las ideas de todo y parte en el momento de establecer las alternativas o las disyuntivas entre el agregacionismo y el organicismo.) Es necesario tener en cuenta que una totalidad se correlaciona no ya con una única «capa» de partes, sino con múltiples capas; lo que da lugar, dentro de un mismo todo, a órdenes y jerarquías diferentes (la relación diàdica del todo al conjunto de sus partes, si éstas se suponen dadas en una sola capa, sería contradictoria, por cuanto implica una hipóstasis o reificación del todo). Además, es necesario distinguir los dos planos lógico-materiales en los cuales, según hemos dicho, se sedimentan esas «capas de partes»: el plano de las partes sistáticas y el plano de las partes sistemáticas. Y, asimismo, sería absurdo no tener en cuenta los resultados de la aplicación de la idea metodológica de symplok¿T› al propio ámbito de la Idea de Cultura, en tanto que totalidad atributiva. La aplicación de esta idea metodológica tiene capacidad para ponernos delante de la alternativa (o disyuntiva) antes mencionada, entre el agregacionismo (o atomismo) radical («ninguna parte de la cultura -rasgos, notas, memes- puede considerarse internamente vinculada a cualquier otra») y el organicismo radical («cada parte atributiva de la cultura está vinculada internamente a todas las demás»). Pero también nos indica que tal alternativa o disyuntiva es inviable, porque bloquea «cualquier posibilidad de discurso racional».

Teniendo en cuenta, como mínimum, estas distinciones, podemos presentar, desde una perspectiva preferentemente gnoseològica (un planteamiento directamente ontològico nos parece excesivamente ingenuo), la cuestión de la unidad de las partes atributivas de la cultura como una cuestión equivalente a la cuestión de las categorías culturales. Nadie duda que la cuestión de las categorías culturales es una cuestión central en la teoría de las ciencias antropológicas (o en la teoría de la cultura). Sin embargo, no podemos por menos de constatar que el uso que antropólogos o culturólogos hacen del término «categoría» es sumamente laxo, oscuro y confuso. Generalmente, «categoría» equivale a «epígrafe» o «rúbrica clasificatoria de rango superior»; y por eso se habla de las tablas de categorías culturales de Lafitau, de Wissler, de Murdock o de

75 Gustavo Bueno, Teoría del cierre categoria^ Parte I.2.2.§54: «El principio de las categorías implica el principio de symploké», voi. 2, pp. 559-568.

Malinowski. Pero es evidente que si categoría se entiende únicamente en este sentido, todos los epígrafes de una «lista de lavandería», de las que hemos hablado, podrán ser llamados categorías de la cultura a una escala dada, pues todos esos epígrafes nos remiten a partes sistáticas de la cultura. Pero las categorías sistemáticas son totalizaciones de orden superior (totalizaciones sistemáticas que implican una «unidad estructural» entre las partes categorizadas).

Desde el punto de vista de la teoría de la ciencia que designamos como Teoría del Cierre Categorial, la delimitación de las categorías dadas en el mundo real no se entiende como tarea que pueda llevarse a cabo independientemente de la tarea de delimitación de las ciencias (o de las disciplinas científicas) en tanto son unidades gnoseológicas relativamente autónomas de un modo efectivo. No consideramos viable llegar a la delimitación de las ciencias a partir de las categorías («tantas ciencias cuantas categorías») sino que, por el contrario, llegamos a las categorías a partir de las ciencias («tantas categorías cuantas ciencias»),76 Desde estas coordenadas podemos advertir críticamente que los discursos de los antropólogos o de los culturólogos en tomo a las tablas de categorías culturales se mantienen sobre la petición de principio de que la Antropología cultural y la Culturología son una sola ciencia. Pero este principio es justamente el que tiene que ser puesto en tela de juicio en el momento de suscitar la cuestión de la unidad de la cultura como totalidad atributiva. Las categorías no sólo implican conexión entre las partes de un círculo categorial; implican también desconexión con las partes de otros círculos categoriales. Pero en la medida en que una categoría es una totalidad sistemática (también llamamos categorías o subcategorías a los sub-conjuntos de partes comprendidos en el sistema) parece obligado reconocer que las categorías culturales no se circunscriben en el ámbito de una esfera o círculo de cultura sino que precisamente atraviesan «longitudinalmente» todas las diversas esferas o círculos de cultura.

Como partes atributivas y sistáticas de la cultura humana habrá, desde luego, que considerar, por ejemplo, a las vocales abiertas, a las vocales cerradas, a las consonantes dentales, etc, a las que nos hemos referido anteriormente; pues son «partes constatables» en las más diversas esferas culturales (el alfabeto fonético internacional presupone esa presencia, aun cuando cada uno de los alfabetos no pueda funcionar en abstracto, es decir, disociado de los fonemas específicos de cada cultura). Tales partes, además, se integran en

76 Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, Parte I.2.2.§59: «Tantas categorías del ser, cuantas ciencias efectivas», vol. 2, pp. 602-608.

estructuras lingüísticas más amplias (sílabas, sintagmas, frases…) que darán lugar a la categoría sistemática que llamamos «categoría lingüística» (correspondiente a la disciplina científica llamada Lingüística). Las categorías lingüísticas son nomotéticas (por respecto de las esferas culturales) aunque ello no significa que puedan hipostasiarse como «estructuras profundas» (como pretenden algunos cultivadores de la Gramática general), que obran «por debajo» de los lenguajes idiográficos propios de cada esfera o círculo de cultura (latín, griego, español, inglés). Ahora bien, las categorías lingüísticas, en la medida en que constituyan la trama de una disciplina científica, no pueden circunscribirse a una esfera o círculo de cultura, es decir, a una «institución lingüística compleja» (como pueda serlo el latín clásico o el griego ático). Son categorías «longitudinales», en el sentido matricial del que venimos hablando. Y lo mismo habría que decir de las otras partes de la cultura, al menos si suponemos que existen ciencias o disciplinas científicas de carácter sistemático tales como lo que pretenden ser la «Ciencia política», la «Ciencia jurídica», la «Ciencia económica» o la «Ciencia sociológica».

La cuestión de la unidad puede plantearse entonces de este modo: las partes atributivas de una cultura, ¿deben considerarse antes como insertadas sistemáticamente en las grandes categorías universales (Lingüística, Ciencia Política, etc) o bien deben considerarse como prioritariamente insertadas en una esfera cultural dada, como si ésta constituyese una categoría sistemática en el ámbito de su misma estructura morfológico-idiográfica (histórica)? Podemos afirmar que la última alternativa debe ser descartada en función del estado actual de las «ciencias humanas». No existe una «ciencia sistemática» de cada esfera de cultura. Ciencias tales como la «Egiptología», o la «Sinología» no tienen por qué interpretarse como ciencias unitarias, dada su condición enciclopédica e histórico-idiográfica (¿qué conexión interna cabría establecer entre el sistema fonológico del Egipto faraónico y sus formas de cultivo, de parentesco, o la tipología de sus dioses zoomórficos?). El proyecto del «estructuralismo» de los años sesenta del siglo XX, ordenado a la construcción de una «ciencia de la cultura» concebida (para expresarlo en nuestros términos) como el «sistema universal de todas las estructuras realizadas (o realizables) en las diversas esferas» es considerado hoy, generalmente, como un proyecto utópico.

El mito de la cultura
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