La idea de identidad cuiturai no es simpie sino compleja

La idea de identidad es muy compleja y tiene múltiples dimensiones sutilmente entrelazadas. No es éste el lugar adecuado para emprender un análisis sistemático de las mismas. Pero como quiera que en la expresión «identidad cultural» el término identidad suele utilizarse globalmente (indiscriminadamente) como si fuera un término técnico, dotado de un significado que se da por consabido (precisamente este modo de utilización es el mayor indicio de la función de mito oscurantista desempeñada por el sintagma «identidad cultural»), la primera tarea crítica que se nos impone es distinguir las dimensiones que consideraremos más significativas de la idea de identidad en orden a la formación de los postulados políticos de «identidad cultural» de los que hablamos.

En primer lugar, tendremos en cuenta la distinción entre la identidad en sentido analítico y la identidad sintética; distinción que, a nuestro juicio (que aquí no podemos fundamentar), 60 habría que entender no como distinción entre dos acepciones independientes, sino como distinción entre una acepción primaria y una acepción secundaria o derivada. Supondremos que identidad es, primariamente, identidad sintética, que envuelve relaciones entre términos objetivamente distintos (por ejemplo, las relaciones entre los puntos de intersección de las bisectrices, dos a dos, de los ángulos de un triángulo equilátero, en tanto que esos tres puntos de intersección resultan ser idénticos entre sí, es decir, un mismo punto, el incentro). La identidad analítica, tal como pretende representarse en las fórmulas A=A, o en las cadenas deducibles por sustitución, será sólo un caso limite de identidad sintética aplicada a símbolos que intencionalmente son propuestos como no distintos.

En el caso «más sencillo» de las identidades individuales: dado que el individuo está siempre enclasado, y además, en clases diferentes (simultáneas o sucesivas), su «identidad» implica la síntesis de las diferentes clases (arquetipos o estructuras) a través de las cuales se determina como individuo. Platón, por ejemplo, decía que agradecía a los dioses cuatro cosas: haber nacido hombre y no animal, haber nacido varón y no hembra, haber nacido griego y no bárbaro y haber nacido en la época de Sócrates y no en otra; la «identidad de Platón» tendría lugar, según esto, a través de su condición de hombre, de varón, de griego y de ciudadano ateniense; y de otros muchos predicados, concatenados sintéticamente los unos a los otros.

Desconfiaremos de las «pretensiones analíticas» que puedan acompañar el uso de la expresión «identidad cultural». Decimos esto porque la tradición metafíisico teológica (muy presente sin duda en los numerosos clérigos convertidos en apóstoles de la identidad cultural de determinados pueblos o etnias) suele entender la identidad ontológica en un sentido analítico: al menos, así era interpretada la frase bíblica Ego sum qui sum, y así se suelen interpretar fórmulas escolásticas del llamado «principio de identidad», tales como ens est ens, o ens est id quod est. Y no es nada extraño que sea ese sentido el que está inspirando las reivindicaciones que un determinado pueblo, etnia, país o nación hace de su cultura, como si se tratase de una realidad valiosa por sí misma, precisamente por ser idéntica a sí misma, es decir, por el mero hecho de «existir reivindicada como tal».

Pero decir que la identidad cultural de un pueblo P ha de ser, en todo caso, sintética, es ya afirmar que esa identidad no se establecerá como relación reflexiva (P=P) sino a través, acaso, de otros pueblos (Q, R, S…) en cuanto codeterminan al primero. Esta conclusión se corrobora teniendo en cuenta que la identidad cultural de un pueblo Q difícilmente podrá ajustarse al tipo de las identidades esquemáticas (las referidas a la identidad propia de un esquema de identidad que, como la circunferencia en Geometría, resulta de la recurrencia de ciertas operaciones) puesto que ella se aproxima más al tipo de las identidades sistemáticas (que son conjuntos de relaciones establecidas a partir de más de un esquema de identidad, de dos como mínimum). En efecto, las identidades culturales presuponen no sólo un esquema de identidad de naturaleza objetual (instituciones, artes, ceremonias) sino también esquemas de identidad de naturaleza subjetual o social (la identidad del pueblo, de la nación, etc).

Por otra parte, hay que distinguir cuidadosamente las dos modulaciones principales según las cuales pueden tener lugar las identidades sintéticas, a saber, la modulación sustancial y la modulación esencial. Modulaciones que podrían ponerse en correspondencia con los términos de la lengua griega clásica autos e isos respectivamente. Dos modulaciones que suelen quedar confundidas en la voz mismo (mismidad) del español, pues tanto decimos yo mismo (ego autos) en sentido sustantivo, como lados de la misma longitud (isopleuros, equilátero). La frase «fue el mismo oso quien mató las tres vacas» nos remite a una identidad sustancial; la frase «la piel de este oso tiene la misma textura que la de este otro oso» nos remite a una identidad esencial. Cuando hablamos de identidad cultural de un pueblo (siempre con referencia a un sustrato k determinado, como hemos dicho, dado el carácter sincategoremático del sintagma), ¿qué modulación de la identidad está funcionando? Sin duda, ambas pueden ser tenidas en cuenta; pero es también seguro que los postulados de la identidad cultural mantienen una intención sustancialista (que es la propia de un organismo individual). Lo que ellos postulan es la preservación de la vida de un pueblo, de una nación en su «sustancia viviente», a través de su cultura concreta y, por tanto, diferenciada (el «hecho diferencial») de otras culturas y de otros pueblos. La sustancialidad orgánica postulada no tiene que ser pensada, desde luego, como equivalente a la de una identidad estática o inmóvil, pero sí como sustancialidad atribuible a un proceso en el cual los cambios dejan invariantes a los contenidos que, a su vez, han de suponerse en continuidad física, incluso en el caso de que se sustituyan los unos a los otros. Se trata de la sustancialidad propia del «barco de Teseo», un barco que sigue siendo el mismo -sustancialmente- aun cuando se le hayan ido sustituyendo todas sus piezas por otras equivalentes y acaso de mayor tamaño. La identidad cultural comporta crisis y lysis, restauraciones, demoliciones y reconstrucciones obligadas cuando se trata de contenidos procesuales que transcurren en el tiempo (como la música, el teatro, el habla o las ceremonias en general). En estos contextos, identidad cultural equivale prácticamente a fidelidad a las raíces, a casticismo, vuelta a los orígenes (muchas veces en la forma de evocación o reconstrucción de un pretérito histórico o prehistórico que constituye a su vez la «sustancia de un pueblo»). «El pueblo vasco, como único sobreviviente de los pueblos preindoeuropeos, se mantiene todavía en la estructura existencialista de esa cultura nuestra del pequeño cromlechestatua», decía el escultor Jorge Oteiza en pleno delirio megárico que nos hace recordar el consejo que daba Goethe a los escultores: «Escultor, trabaja y no hables».81

Lo que se pretendería postular mediante el concepto ontológico de identidad cultural sería, en suma, el reconocimiento del proceso mediante el cual tendría lugar la identidad sustancial de un mismo pueblo que, en el curso continuo de sus generaciones, ha logrado mantener (o «reproducir») la misma cultura {misma, en sentido sustancial y esencial) reconociéndose como el mismo pueblo a través precisamente de la invariancia histórica de su cultura, convertida en patrimonio o sustancia de la vida de ese pueblo.

El mito de la cultura
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