de las categorías culturales
La cultura es un «todo complejo», según la fórmula de E. Tylor que venimos tomando como punto de referencia. En el capítulo III hemos analizado esta complejidad, no ya tanto en función de las partes cuanto en función de la razón misma del todo: la «cultura», como «todo complejo», se nos presentó simultáneamente como una totalidad de tipo $ distribuida en diferentes esferas culturales, y como un todo de tipo T constituido por diferentes notas, rasgos, señas de identidad, categorías, etc, es decir, partes atributivas (integrantes, determinantes o constituyentes). La estructura de la «cultura», en la medida en que es tomada como campo de una ciencia general, se ajustará al tipo matricial, lo que significa que las partes atributivas de cada esfera cultural han de tener su réplica en las partes atributivas de las demás esferas (a la manera como las partes anatómicas de un organismo animal, perteneciente a una especie determinada, han de tener su réplica en las partes anatómicas de los órganos de otras especies del mismo género, y aun de géneros distintos). De este modo, si representamos las partes atributivas genéricas en las cabeceras de columna de una matriz rectangular obtendremos una descomposición del todo de la cultura en un conjunto de líneas longitudinales (verticales); y si representamos las partes distributivas (o esferas) en las cabeceras de fila, obtendremos una descomposición del todo de la cultura en un conjunto de líneas transversales (horizontales) , 51 La «réplica» que cada parte atributiva de una cultura tenga en las otras esferas debiera ser puntual, si no a escala de configuraciones específicas si al menos a escala de configuraciones genéricas. No habrá por qué suponer que el piano de cola, característico de la cultura europea en su época romántica, deba tener su «réplica» en cualquiera otra de las esferas culturales; pero en cambio cabrá postular que en todas las esferas culturales -egipcia, maya, azteca, etc- hay «instrumentos musicales» (incluso géneros definidos de estos instrumentos, por ejemplo «instrumentos de cuerda» o «instrumentos de percusión») y lo mismo se dirá de las ceremonias funerarias, de las puertas de las casas o de las casas mismas. Dicho de otro modo, cada línea longitudinal deberá cortar, en algún punto concreto, todas las líneas transversales de la matriz.
De aquí se deduce la necesidad de establecer un «patrón universal», como lo denominó Wissler,« un patrón universal en el que queden fijadas aquellas que venimos llamando partes atributivas que puedan ser consideradas, en un plano genérico, como líneas comunes a todas las esferas culturales, es decir, aquellas que sean susceptibles de «cortar», según una franja más o menos amplia, a todas ellas, sin perjuicio de sus manifestaciones específicas o individuales. En el límite, la franja de intersección podrá ser tan reducida que fuera posible hablar de ausencia (por atrofia o por cualquier otra causa) en alguna esfera determinada.
Es evidente que sólo dibujando líneas a escala muy genérica (y caben muchos grados de genericidad) será posible establecer un patrón universal de partes atributivas integrantes, determinantes o constituyentes, equiparables a «categorías culturales». La «escritura alfabética», por ejemplo, no podría contarse como línea del patrón universal, pero sí, sin duda, el «lenguaje fonético articulado»; los edificios dedicados a culto religioso, a pesar de la tantas veces citada sentencia de Plutarco («Podréis visitar cualquier ciudad o aldea y jamás dejaréis de ver en ella un templo»), difícilmente podrán figurar en una línea
de patrón universal, aunque sí, sin duda, algún tipo de ceremonia religiosa. Por otro lado, la introducción de la perspectiva evolutiva, es decir, el tratamiento de las esferas culturales como totalidades en desarrollo y no fijas, permitirá redefinir la universalidad de las partes atributivas en un sentido más profundo.
Desde otro punto de vista, el hecho de que diferentes partes atributivas (por ejemplo, partes integrantes) puedan figurar como líneas del patrón universal, tampoco garantizará que estas partes, a la escala en que vienen dadas, hayan de ser partes constitutivas en un sentido esencial; podrían ser líneas interesantes sólo a efectos descriptivo-comparativos, desde un punto de vista taxonómico empírico o fenomenológico (similar al que los botánicos utilizan al establecer los rasgos taxonómicos). De este modo el patrón universal podrá tomar la forma, no ya tanto de una tabla de categorías culturales, cuanto de una «lista de lavandería», para utilizar la expresión que Marvin Harris 52 aplica al patrón utilizado en el World Ethnographic Atlas de G.P. Murdock (en 1967), y en el que aparecen como «líneas» o rúbricas no sólo el diseño de la vivienda y la forma del tejado sino también las mutilaciones genitales masculinas y los trabajos en cuero. Sin embargo, hay que decir que las tablas del patrón universal (de categorías sistemáticas), sin perjuicio de su gran variedad (que está en función de la escala a la que se dibujan) suelen contener líneas verdaderamente significativas. El patrón universal de Wissler, por ejemplo, contenía nueve líneas generales: lengua, rasgos materiales, arte, conocimiento, religión, sociedad, propiedad, gobierno, guerra; y es muy similar a la tabla que el padre jesuíta Lafitau (en 1724) utilizó en su descripción de las Costumbres de los salvajes americanos comparadas con las costumbres de los primeros tiempos, como el mismo Harris ha observado. 53
En cualquier caso habrá que tener siempre presente la finalidad y el uso que se da a estas tablas de patrones universales, así como la escala y perspectiva según las cuales están dibujadas. Una cosa es la finalidad taxonómica descriptiva propia de las tareas etnográficas (y en este caso una «lista de lavandería» puede ser más útil, si está bien calculada, que una «tabla teórica») y otra cosa es la finalidad «teórica» que pretenden alcanzar al buscar las partes constitutivas esenciales de las culturas (de cada esfera cultural); finalidad que, en muchas ocasiones, por no decir en todas, tendrá también que valerse de «listas de lavandería» si quiere resultar aplicable a los fenómenos. Es éste un punto del que no parecen ser muy conscientes los antropólogos en sus propuestas prògràmàticò-ffiètodológicas. Pues, con frecuencia, sus pretendidos «patrones universales», con intención esencial o estructural, no son otra cosa sino clasificaciones o reagrupamientos de subconj untos de líneas de «listas de lavandería» previamente utilizadas, en función de ciertos principios teóricos que, o bien permanecen inertes en el proceso del análisis de las totalidades culturales, o bien las distorsionan al tratar de aplicarles tablas excesivamente sesgadas. Cuando un antropólogo de ortodoxia marxista hace figurar en su patrón universal (concebido en una perspectiva, no ya meramente descriptiva, sino funcional o sistemica) las líneas o categorías partes básicas (fuerzas de producción, medios, instrumentos y relaciones de producción) y partes superestructurales (derecho, religión, arte, etc) no por ello queda eximido de acudir a una «lista de lavandería», empírica o cuasiempírica, en el momento en el que tiene que detallar las líneas correspondientes a esas «partes estructurales» (lenguaje, música, literatura, arte griego, religión, etc). Otro tanto se diga de las «partes básicas»; con el inconveniente, además, de estar constreñido a interpretar las líneas del «sector supraestructural» de su tabla como una derivación o expresión del «sector básico». Y lo que decimos del antropólogo de ortodoxia marxista lo diremos también del antropólogo de ortodoxia «materialista-cultural», en el sentido de Marvin Harris, cuya tabla universal está inspirada muy de cerca por la tabla marxista (sus líneas están agrupadas en estos tres sectores: sector de la infraestructura, sector de la estructura y sector de la superestructura).
No es mi intención insinuar que toda tabla estructural o sistèmica es necesariamente inerte (una mera reclasificación de «listas de lavandería» cuasiempíricas) o, de no serlo, deformadora. Hay tablas «teóricas» que permiten penetrar mejor en el análisis de las partes atributivas de la «totalidad compleja» sin deformarla excesivamente con prejuicios apriorísticos. Es cierto que a costa, muchas veces, de una menor potencia teórica (o, si se prefiere, de una debilidad teórica mayor). Tal es el caso (sin perjuicio de su ramplonería) de los «patrones estructurales» de las culturas utilizados por B. Malinowski («necesidades básicas y respuestas correspondientes» -nutrición, reproducción, cuidados corporales-, «necesidades instrumentales» -economía, ley, organización política-, «necesidades simbólicas» -lenguaje, arte, etc) o por L. White.® Sobre todo, insistimos en la necesidad de tener en cuenta las diferencias en la finalidad y el uso que haya de darse a estas tablas de patrones universales. No es lo mismo el patrón universal característico de una tabla construida con fines metodológicos propios del trabajo de campo de una disciplina positiva (como pueda serlo la antropología etnológica) que el patrón universal de una tabla orientada a establecer una concepción filosófica de la cultura que atiende, no solamente al análisis del material antropológico, sino también al análisis del espacio antropológico (en tanto éste desborda los límites de una antropología positiva); 54 o, sencillamente, según criterios de otro orden (como cuando se reagrupan los materiales antropológicos en tres rúbricas: cosas, personas y acciones).
En realidad, lo que ocurre es que la contraposición entre «tablas de categorías» a escala de ideas tales como «lengua», «religión», «política», «arte», etc„ al estilo de Paul Schrecker 55 y «listas de lavandería» (en las que figuran rúbricas tales como «consonantes dentales» o «tipos de arado»), envuelve confusamente oposiciones gnoseológicas de otro rango, oposiciones de las que no suelen ser conscientes ni los antropólogos, que establecen «listas de lavandería» (dudando de la utilidad de las tablas de categorías) ni los «teóricos» que prefieren mantenerse en el terreno de las categorías, considerando como puramente empíricas y precientíficas a las «listas de lavandería». Pues entre aquellas ideas globales y estas listas de rasgos culturales no media simplemente la relación del género a la especie (o al individuo). Entre otras razones porque las especies del género Lengua, por ejemplo, son antes «latín», «griego» o «español», que «consonantes dentales» o «vocales abiertas» (que también son genéricas a estos tres idiomas y a otros muchos); y porque un «dintel» no solamente puede aparecer en el contexto de un templo (es decir, en el contexto de la categoría «religión») sino también en el contexto de un palacio real (por tanto, en el contexto de la «categoría política»). Lo que queremos destacar ahora es el paralelismo que es preciso reconocer entre las «ideas globales» dadas a escala de Lengua, Religión, Política, etc (respecto de los rasgos morfológicos tales como «consonantes labiales», «dinteles» o «rejas de arado») de las ciencias culturales, y los «conceptos globales» de «sistema mecánico», «sistema termodinámico» o «sistema biológico» respecto de rasgos morfológicos tales como «polea», «máquina de vapor» o «hígado», de las ciencias físico-naturales. En efecto, las «ideas o conceptos globales» en ambos casos no sólo nos remiten a (supuestos) campos de diferentes ciencias (lingüística, ciencia de las religiones comparadas, ciencia política, o bien, mecánica, termodinámica, biología) -campos en los cuales habrá que insertar, como partes integrantes o determinantes, los respectivos rasgos morfológicos- sino que también (por ello mismo) nos ponen frente a las teorías generales de los campos correspondientes. Lo que significa que estos campos están «despiezados» (analizados) a una escala de partes tal que sea posible una recomposición de las mismas en función de leyes o relaciones soportadas precisamente por esas partes. En cambio, los rasgos morfológicos nos remiten a configuraciones («morfologías») tales como «ablativo absoluto latino», «catedral gótica» o «asamblea ateniense»; configuraciones que podrán ser designadas como instituciones o complejos de instituciones, es decir, como instituciones simples o complejas. Otra cuestión será la de determinar en cada caso si rasgos tales como «consonante dental» o como «reja de arado» pertenecen exclusivamente a determinadas configuraciones institucionalizadas o bien si forman parte de un sistema global categorial. Pero, en todo caso, es la oposición entre estos sistemas categoriales y aquellas configuraciones morfológicas (abreviadamente: la oposición entre categorías sistemáticas e instituciones) la oposición que tiene importancia gnoseológica. La dificultad principal estriba en determinar los criterios pertinentes. Y no nos parece pertinente el célebre criterio de Windelband-Rickert que permaneció adherido por completo a la oposición aristotélica entre lo universal y lo individual, aun reivindicando la posibilidad de las ciencias idiográficas. En efecto, la oposición entre lo universal y lo individual está fuera de lugar en una concepción no silogística de la ciencia; en el momento en el cual la idea lógica de junción sustituye, en teoría de la ciencia, a la idea lógica de clase universal, la disyuntiva entre lo individual y lo universal desaparece, por cuanto una función, no por tener una característica universal, deja de poder aplicarse a valores individuales. En consecuencia, sería un error interpretar los sistemas categoriales como sistemas nomotéticos frente a la supuesta condición idiográfica de las instituciones morfológicas culturales. Instituciones morfológicas tales como «familia monógama» o «fuga a cuatro voces» son también nomotéticas, pues se las supone ajustadas a normas, reglas o leyes universales. (Hay motivos para sospechar, si nos atenemos a los ejemplos que Windelband y Rickert alegan, sobre una posible confusión o «contaminación» que la oposición nomotético/idiográfico pudo padecer respecto de la oposición categorial/institucíonal.)
La posibilidad de reconocer a muchas configuraciones morfológicas, como las instituciones, su condición nomotética, es la que obliga a reconocer también su posible pertinencia categorial (de hecho hablamos de «categoría de parentesco» o de las «categorías de las figuras de la música polifónica») sin que por ello tengamos que confundir la inicial distinción entre categorías e instituciones. Por lo demás, tomando el término «institución» en el consabido sentido jurídico de Gayo, que alude al insto, a lo permanente; si bien teniendo en cuenta que también permanece a flote el «barco de Teseo» que mantiene su individualidad sin perjuicio del recambio total de sus piezas, como también permanece la morfología viviente de mis más íntimos huesos largos (cuyas cadenas moleculares se rompen y se sueldan constantemente en un ciclo metabólico incesante). Será preciso, eso sí, reconocer la distinción entre dos tipos de categorías culturales, correspondiendo a la distinción general entre dos tipos de categorías que hemos denominado, en otra ocasión, categorías sistemáticas y categorías sistáticas. 56 Por lo demás, como es obvio, la posibilidad de reconocer la condición categorial de muchas instituciones culturales o configuraciones morfológicas, no implica la recíproca, es decir, la necesidad de interpretar toda institución cultural como una categoría sistática.
Desde muy diversas perspectivas podríamos trazar las diferencias gnoseológicas que median, tras el despiece del «todo complejo» de la cultura, entre las categorías (sistemáticas) y las instituciones (o complejos institucionales). Mucho tiene que ver esta distinción con la que Pike trazó entre el punto de vista etic y el punto de vista emic, por cuanto las categorías sistemáticas son, desde luego, etic (aunque no siempre al revés) y las configuraciones institucionales implican una perspectiva emic (al menos en lo que tienen de configuraciones operatorias, tanto si son artefactos construidos como si son escenarios o paisajes recortados a escala antropológica). Más en general, cabría decir que las categorías sistemáticas tienden a aproximarnos a la «región de las esencias», mientras que las configuraciones morfológicas han de permanecer muy apegadas a la «región de los fenómenos» (como si tales instituciones fuesen simbolados -para decirlo al modo de White- de las configuraciones fenomenológicas). Es evidente, por tanto, cuando presuponemos que las esencias no constituyen un mundo autónomo capaz de manifestar por sí mismo las claves primarias de la realidad -aun cuando este modo de pensar está muy extendido entre los científicos de nuestros días, que pretenden llegar a las primeras unidades constitutivas de la materia, identificadas en nuestros días con los quarks- que las categorías sistemáticas sólo pueden entenderse en función de los fenómenos morfológicos; lo que no significa que éstos puedan construirse a partir de aquéllas. La oposición, estudiada en tiempos por Lévi-Strauss, entre «modelos estadísticos» y «modelos mecánicos», podría reconstruirse a partir de la oposición entre las «categorías sistemáticas» y las «morfológicas» (y no porque todas las categorías sistemáticas hayan de reducirse a la condición de modelos estadísticos). 57 Las categorías sistemáticas se obtienen por regressus de los fenómenos -no brotan de ninguna fuente apriorístico-trascendental, no son «estructuras profundas», en el sentido de Chomsky- y este regressus termina en ciertas unidades o «partes» susceptibles de recomponerse según líneas esenciales. Sólo que estas líneas esenciales no tienen por que superponerse puntualmente con las configuraciones morfológicas. (Ni siquiera el regressus geométrico que partiendo de la figura fenomenològica del «redondel» llega hasta la estructura esencial «circunferencia» -como conjunto infinito de puntos equidistantes de uno central- abre la posibilidad de un progressus operatorio correlativo desde la circunferencia al redondel, puesto que, entre otras cosas, el conjunto de puntos a determinar tiene un cardinal infinito.) Es ésta la regla general en Mecánica, en Termodinámica o en Biología, ciencias en cuyo ámbito también es necesario distinguir entre el plano de las categorías sistemáticas y el plano de las configuraciones morfológicas. Una cosa es el concepto mecánico de «palanca» y la deducción de sus tres géneros (PAR, PRA, APR) y otra cosa son las figuras morfológicas de «palancas empíricas», tales como «tijeras», «cascanueces» o «barras»; una cosa es el concepto de «sistema termodinàmico» definido por las variables esenciales v, p, ty otra cosa es la configuración tecnológica de la «máquina de vapor locomotora»; una cosa son las cadenas moleculares constituidas por aminoácidos, ácidos nucleicos, enzimas, moléculas de ATP (que constituyen la «esencia bioquímica» del genotipo de un organismo) y otra cosa son configuraciones morfológicas (fenotípicas) tales como «fémur de un vertebrado» o «hígado de un mamífero». Las concatenaciones esenciales pueden dar lugar a construcciones sistemáticas, dentro de su propio orden, pero no tienen potencia, en general, para reconstruir sin residuo las configuraciones morfológicas a las cuales sin embargo han de ir referidas.
Ahora bien, mientras que en los campos de las ciencias físicas y naturales, el orden de las esencias alcanza muchas veces a determinar líneas de contrucción sostenida de complejidad asombrosa (como las construcciones establecidas por la Mecánica cuántica o la Biología molecular) en el campo de las ciencias de la cultura la situación es muy distinta. Tan sólo acaso en el campo de la Lingüística (y ello en razón de la base anatómica, universal a los hombres, del aparato fonador) cabe citar construcciones «categoriales» (establecidas por la «Gramática general») comparables a las construcciones biológicas o geométricas; en las demás disciplinas culturales hemos de limitarnos a la construcción de sistemas de clasificación (por ejemplo, sistemas de parentesco o sistemas políticos) pudiéndonos valer, en cambio, de la consideración de la asombrosa variedad de instituciones que constituyen el contenido concreto de una cultura. Instituciones que, consideradas aisladamente, no hay por qué entender exclusivamente como configuraciones idiográficas. La condición idiográfica aparece, en este campo, en función del entretejimiento de los complejos de instituciones; los verdaderos individuos culturales los encontramos al nivel de las esferas culturales, de las «civilizaciones» (por ejemplo, la civilización griega o la civilización europea) que tienen un carácter histórico. Por este motivo desconfiamos mucho de ciertos «programas de investigación» que contemplan la posibilidad de enfocar el análisis de la cultura a partir de unidades abstractas postuladas (tipo memes) por analogía con la práctica de los biólogos, cuando hablan de los genes. Desconfiamos, porque no queremos caer en la confusión de lo que es un paralelismo abstracto y programático-intencional, fabricado ad hoc, y lo que es un paralelismo concreto y efectivo. Nadie niega la posibilidad de conceder que, a semejanza del despiece de las configuraciones orgánicas en términos de unidades moleculares, podría ensayarse un despiece de las instituciones en términos de «moléculas culturales» -llamémoslas memes o culturgenes- . Más aún, cabe ensayar planteamientos generales de carácter estadístico que parezcan reforzar el paralelismo entre las leyes genéticas de la dinámica evolutiva de los organismos y las leyes mémicas de la dinámica histórica de las culturas. 58 De lo que dudamos es, y no sólo como quaestio facti, de la posibilidad de interpretar «en serio», es decir, no como meras propuestas utópicas, tales programas. La razón principal es ésta: que mientras los procesos genéticos tienen una base molecular, que puede ser realmente abstraída (extraída) de los organismos (ya sea en el laboratorio, ya sea en un campo preorgánico) -o, lo que es lo mismo: que los procesos genéticos están sometidos a un sistema de leyes bioquímicas determinadas a escala molecular- en los procesos institucionales no es posible determinar nada semejante a estas bases moleculares. Las unidades (memes o culturgenes) son sólo unidades «postuladas», abstractas, y las leyes de su composición han de estar dadas (lo que implica un dialelo antropológico) a escala de las configuraciones morfológicas, es decir, de las instituciones. Es posible construir, a partir de las moléculas de glucosa G¿H1206, por medio de la zimasa y de una docena más de catalizadores que están dados a escala molecular, su fermentación en alcohol (2NCH3 CH2OH) con desprendimiento de anhídrido carbónico (2NC02); pero no es posible construir a partir de «moléculas vocálicas», como pudiera serlo la /e/ cerrada, o bien la lol cerrada, ni siquiera procesos de diptongación lie/ /ue/ tales como los que tuvieron lugar en las lenguas románicas derivadas del latín. (Constituiría una simple «alegoría poética» el considerar a los pueblos sucesores del Imperio romano -que no son unidades talladas a «escala fonética»- como «catalizadores» de esas transformaciones fonéticas.)