científico-positivo y sus variedades
En el capítulo anterior nos hemos referido a la idea de Cultura desde una perspectiva ontològica, que nos obligaba a discutir el «lugar» que corresponde a esta idea en relación con otras ideas inequívocamente ontológicas (por no decir metafísicas) tales como Espíritu y Materia, o bien, Hombre y Naturaleza. En el presente capítulo queremos referimos a la Idea de Cultura desde una perspectiva gnoseologica. Ahora, la Idea de Cultura habrá de ser puesta en relación, más que con ideas ontológicas, con las diversas disciplinas científicas, o ciencias institucionalizadas (y, por extensión, con las disciplinas filosóficas, sobre todo con la llamada «filosofía de la cultura») tales como la Historia del Arte, la Lingüística, la Sociología, la Musicología, la Economía Política o la Antropología Cultural. La «Cultura» se nos presenta ahora, ante todo, como un campo (o un conjunto de campos) abierto a la investigación científico positiva; tanto si se supone que el campo es unitario como si se supone que los campos son plurales, que corresponden a ciencias también diferentes. Pues todas ellas, por motivos que habrá que determinar, tienden a agruparse en una misma clase de ciencias, la clase de las «ciencias culturales» (otras veces designadas como «ciencias del espíritu», «ciencias humanas» o incluso «ciencias sociales»).
No es fácil establecer la conexión entre estas dos perspectivas (la perspectiva ontològica y la perspectiva gnoseològica). Sin duda, ellas se presentan como relativamente independientes y, efectivamente, la perspectiva ontològica puede desarrollarse ampliamente al margen de la perspectiva gnoseològica, aun sin excluirla. También la perspectiva gnoseologica suele reclamar la independencia respecto de «todo prejuicio metafìsico». Precisamente Rickert propuso, hace un siglo, cambiar la denominación común con la que, sobre todo en Alemania, se englobaban las «ciencias del espíritu» ( Geisteswissenschafien) por la denominación de «ciencias de la cultura» (Kulturwissenschaften) basándose en la apreciación de que el término espíritu (Geist), que venía rodando desde la escuela de Hegel, arrastraba una excesiva carga metafísica, innecesaria para la constitución de ciencias tan positivas y «empíricas», como pretendían serlo la Lingüística positiva o la Historia del Arte. 29 Sin embargo, por nuestra parte, tenemos que manifestar ciertas reservas a esta pretensión de independencia de la perspectiva gnoseològica respecto de la perspectiva ontològica. 30 Ante todo, advirtiendo que cuando se habla de perspectiva gnoseològica se puede estar, en realidad, hablando en dos planos distintos: ei plano de la ciencia ejercida («en marcha») por su capa básica y el plano de la ciencia representada, generalmente por su capa metodológica. Puede afirmarse, con buenas razones, que el ejercicio de una ciencia, es decir, la ciencia misma en movimiento, es independiente de la ontologia representada; pero ya es mucho más problemático defender la posibilidad de una representación metodológica de una disciplina (que supone delimitar su campo frente a otros) al margen de toda idea ontològica.
En nuestro caso, la mera proposición de la idea de cultura como manto capaz de envolver a un conjunto de disciplinas (eventualmente acaso solamente una) frente a otras, englobadas bajo otra bandera («ciencias naturales», «ciencias físicas», incluso «ciencias formales»), es indisociable de algún tipo de concepción relativa al significado ontològico de la cultura, correlativa a la supuesta unidad de un campo de investigación (o de varios campos, agrupados en una clase definida) y de sus diferencias con los campos de otras ciencias naturales o formales. El mero hecho de considerar englobados en un conjunto definido (el conjunto de las «ciencias culturales») a campos de disciplinas tan diversas como la Filología clásica, la ciencia del Derecho romano, la Economía política o la Historia de la música implica un compromiso con una determinada idea genérica de Cultura. Pues tal idea habrá de dar cuenta no sólo de la unidad de sus especies, sino también de sus diferencias con terceros. Es cierto que siempre podrá argüirse que la reunión de un conjunto de ciencias en una clase frente a otras no tiene por qué interpretarse necesariamente en un sentido ontològico. La clasificación podría tener un alcance estrictamente metodológico. Esto es lo que pretendía Windelband cuando, en su Discurso de Estrasburgo, proponía sustituir la clasificación ontològica de las ciencias en ciencias naturales y ciencias del espíritu por la clasificación metodológica de las ciencias en ciencias nomotéticas y ciencias idiográficas.is
En cualquier caso, reconocemos que la idea de cultura, entendida desde una perspectiva gnoseològica, y aun sin perjuicio de su trasfondo ontològico, se nos muestra con unas características y colorido no reducibles puntualmente a las características y colorido proyectados desde la perspectiva ontològica. Y esto aunque no sea más que porque la riqueza denotativa sobre la que suele apoyarse la idea de cultura extraída de las llamadas ciencias de la cultura nos pone en presencia de un material mucho más variado y heterogéneo que el exigido por el «esquematismo conspectivo» propio de la idea ontològica. A fin de cuentas la idea ontològica, en el mejor caso, es el término de la conceptualización del material heterogéneo denotado; y cuando partimos de este material, acaso podemos no tener a la vista la idea globalizadora.
Precisamente con el fin de no prejuzgar la unidad (o el tipo de unidad) que vincula a los contenidos dados en campos gnoseológicos, o lo que es lo mismo, con el fin de evitar el peligro de borrar con la luz de una idea esquemática de tipo ontològico («hombre», «cultura») la variedad, colorido y heterogeneidad de los campos gnoseológicos de referencia, hemos utilizado en otras ocasiones la expresión «material antropológico» para designar, con la intención de alcanzar un grado óptimo de pureza denotativa, al conjunto de los contenidos de estos campos. 31
Situándonos en la perspectiva denotativa de este material antropológico alcanzará todo su sentido la distinción entre dos vías principales que podemos constatar en orden a la constitución de la idea gnoseològica de cultura partiendo de las disciplinas científicas que trabajan sobre el material antropológico: la vía pluralista y la vía unitarista.
1) La vía pluralista sería la vía recorrida, sobre todo, por la filosofía de tradición neokantiana, en la línea de Windelband y Rickert, una filosofía que influyó notablemente entre los antropólogos americanos. 32 Prescindiendo de detalles, diremos simplemente que ella nos presenta el material antropológico como un material constituido eminentemente por contenidos idiográficos (la serie de papas del Renacimiento, objeto de una ciencia histórico cultural, es una serie única irrepetible, frente a la serie de fases de desarrollo del embrión de un pollo, que se repite una y otra vez, que es el objeto de la ciencia natural). Estos contenidos idiográficos se concatenan en diferentes círculos o regiones -arte, política, religión, economía- y se corresponden con diferentes ciencias culturales. Desde esta perspectiva gnoseológica la idea de cultura se nos muestra, por tanto, en primer plano, como una pluralidad de categorías culturales, a las que corresponden otras tantas ciencias de la cultura. Categorías culturales relativamente disociadas, además, de las relaciones entre los hombres y, por tanto, de las ciencias sociales. La cultura, las categorías culturales, aparecen referidas, antes que a los hombres, a los valores. Los valores desempeñarían, en las ciencias culturales, el mismo papel que las leyes universales ejercen en las ciencias nomotéticas. Por ello lo que en éstas se da como explicación (Erklärung), abstracción, deducción o inducción, en aquéllas se da por comprensión (Verstehen), intuición.
2) La vía unitarista conduciría a la visión del material antropológico como campo, no ya de múltiples ciencias («ciencias de la cultura»), sino de una única ciencia (que algunos tienen como efectiva y otros sólo como «ciencia buscada»), capaz de englobar todas las eventuales disciplinas particulares dispersas en un principio. No deja de ser interesante constatar que la unidad de una tal ciencia unitaria del material antropológico creyó poder ser fundada en la idea misma de cultura, en Alemania, por W. Ostwald, el físico energetista que incluso inventó el nombre de «Culturología» (Kulturologie). La culturología, en la «pirámide de las ciencias» que el propio Ostwald ofreció, ocupaba un nivel muy alto (en la «pirámide de las ciencias» de Ostwald, la base estaba ocupada por las «ciencias del orden», de índole matemático; la capa media por las «ciencias energéticas» -Mecánica, Física y Química- y la capa superior por las «ciencias biológicas», en donde se incluyen la Fisiología, la Psicología, la Culturología y la Sociología). Pero las propuestas de Ostwald no han prosperado, sin que tampoco pueda decirse que hayan carecido de repercusión. 33
La consideración de la cultura como criterio capaz de dar cuenta de las relaciones entre investigaciones o teorías muy diversas se utilizó de hecho en la España de antes de la guerra (a través del término «culturalista», que designaba al analista, crítico o comentarista de cuestiones que tuvieran que ver con la «cultura») para referirse, con intención despectiva, a quienes, a diferencia de los investigadores de las «ciencias duras», se dedicaban a la erudición, al ensayismo o a la filosofía mundana (se decía, por ejemplo, que Ortega o Eugenio d’Ors eran «culturalistas», antes que filósofos o científicos).
Ha sido Leslie A. White quien se ha distinguido por su propuesta de fundar sobre una definición unitaria de la cultura la unidad de una ciencia sui generis, contradistinta de la Psicología, que él designa también (tomando la denominación de Ostwald) como «Culturología». 34 White ofreció un intento, seguramente el más riguroso posible dentro de sus coordenadas, de definir la cultura objetiva partiendo del concepto, con reminiscencias de Cassirer, de simbolados (symbolates), como una clase peculiar de fenómenos objetivos (al lado, por ejemplo, de los fenómenos meteorológicos u orgánicos) susceptibles de ser considerados desde dos perspectivas u «objetos formales» diferentes: á) la perspectiva de las relaciones de los simbolados con los organismos humanos y recíprocamente; perspectiva que nos pondría muy cerca de los fenómenos de la conducta y, por tanto, de la Psicología; b) la perspectiva constituida por las relaciones de los simbolados entre sí (por ejemplo, las relaciones de un hacha de sílex con flechas o azadas encontradas en la misma excavación); a estas relaciones las llama White «extrasomáticas». Sobre ellas se constituiría el campo de la cultura objetiva y, con él, la Culturología. No quiere decir White que la cultura se circunscriba a las relaciones entre simbolados externos; se trata sólo de un contexto: «La cultura consiste en cosas y acontecimientos que se consideran en un contexto exterior, objetivo». Y así aquellas «cosas y acontecimientos» pueden manifestarse, o bien en los organismos humanos (en forma de creencias, de conceptos, etc) o bien en los procesos de interacción social, o bien en los objetos mismos. Por nuestra parte, diremos que White parece estar utilizando la idea de «Cultura objetiva», de «inspiración alemana», pero intentando reducirla a las condiciones más adecuadas para la aplicación de una metodología de investigación positiva. Pero esta metodología no garantiza la unidad gnoseològica y ontològica de los materiales del «campo culturológico». No sólo las relaciones entre los simbolados, incluso las que tienen lugar a través de los sujetos operatorios, no son homogéneas o concatenables en círculos categoriales, sino que ni siquiera esas relaciones entre simbolados pueden considerarse como constitutivas, por sí mismas, de objetos culturales (las relaciones entre «simbolados» tales como puedan serlo -según el concepto de White- las aristas de una figura triangular rectángula, podrían también ser relaciones geométricas; y estas relaciones -por ejemplo, la relación pitagórica- no corresponden ser tratadas por ninguna ciencia de la cultura, sino por la Geometría).
La visión unitarista prevaleció en la Antropología de tradición anglosajona. La Cultura será entendida como el campo unitario en tomo al cual se constituye esa nueva ciencia, la Antropología, precisamente como ciencia de la cultura; una tradición que ha influido muy particularmente en España, sobre todo después de la consolidación universitaria de la Antropología. 35 Pero esto significa, ante todo, que la cultura es vista globalmente y referida inmediatamente al hombre, más precisamente a las sociedades humanas. También que al mantener sistemáticamente la consideración de la dependencia de las culturas a las sociedades humanas que las impulsan («Cultura y sociedad son como el anverso y el reverso de una hoja mecanografiada de papel carbón», decía Krober) se estará especialmente sensibilizado para percibir como «hipostatización» («eosificación», «sustantivación» o «reificación») cualquier tendencia a tratar las culturas como si fuesen entidades «dotadas de vida propia» y susceptibles de dar lugar, por ejemplo, a contactos culturales que pudieran entenderse como algo diferente (ni siquiera estructuralmente) a los contactos sociales. («En lugar del estudio de la formación de nuevas sociedades compuestas se suponía que teníamos que observar -decía Radcliffe-Brown en los años cuarenta- lo que está sucediendo en África como un proceso en el cual una entidad llamada cultura africana entra en contacto con otra entidad Ilamada cultura europea u occidental, dando lugar a una nueva entidad que se describe como la cultura africana occidentalizada. Todo esto me parece una fantástica reificación de abstracciones».) La Antropología cultural vendrá a ser, según esto, indisociable de la Antropología social, o incluso será reducida a ella. Esta reducción carece de toda justificación, puesto que la perspectiva etic culturalista puede conducir a estructuras tan reales como aquellas que pueden ser determinadas desde la perspectiva sociológica. White tiene toda la razón cuando dice, contra Radclifie-Brown y otros, que es una «falacia pseudorrealista» pensar que los procesos o estructuras consistentes, por ejemplo, en leyes hechas en el Senado, barcos de carga en los astilleros, plantaciones de maíz en los campos o análisis de enzimas en los laboratorios quedan explicados «porque los hacen los hombres». Y añade: esto es «una simple e ingenua manera de antropocentrismo», pues la cultura es la variable independiente, y la conducta es la variable dependiente. Si una persona habla chino o aísla enzimas es porque ha sido criada en un determinado contexto extrasomático.
Lo que ocurre es, en efecto, que la capacidad moldeadora de la cultura objetiva extrasomática (a cuyas formas se pliegan los humanos «por encima de su voluntad», a la manera como las fuerzas químicas de la atracción y repulsión se pliegan o se canalizan según las estructuras del ADN) no garantiza la unidad categorial de esa cultura objetiva ni, por tanto, la posibilidad de una ciencia de la cultura global, en sentido estricto. Y, sobre todo, no ofrece criterios para deslindar la antropología como disciplina científica no reducible a la ciencia natural. Resulta, por tanto, gratuito considerar como Antropología a la supuesta «ciencia de la cultura», aun en la hipótesis de que ello fuera posible.