PROSIGUE LA CONCLUSIÓN.

San simonianos.— Falausterianos.— Fourrieristas.— Owenistas.— Socialistas.— Comunistas.— Unionistas.— Partidarios de la igualdad.

CANSADOS de la propiedad particular ¿os proponéis hacer del gobierno un propietario único que distribuye a la comunidad convertida en pordiosero una parte medida sobre el mérito de cada individuo? ¿Y quién ha de juzgar de los méritos? ¿quién tendrá fuerza y autoridad suficientes para hacer ejecutar vuestras determinaciones? ¿Quién regirá y hará valer esa banca de inmuebles vivientes?

¿Buscáis la asociación del trabajo? ¿Qué traerán el débil, el enfermo y el imbécil a la comunidad recargada con el peso de su imposibilidad de trabajar?

Otra combinación: reemplazando el salario, se podrían formar unas especies de sociedades anónimas o en comandita entre los fabricantes y los trabajadores, entre la inteligencia y la materia, donde unos aportaran su capital y sus ideas y otros su industria y su trabajo, dividiéndose luego en común los beneficios reportados. Esto sería la perfección completa establecida entre los hombres; muy bueno si desaparecieran las rencillas, la avaricia y la envidia; pero si un solo asociado reclama, el edificio se desploma y empiezan las disidencias y los pleitos. Este medio algo más posible en teoría, es del todo imposible en la práctica.

¿Buscaréis por medio de una opinión mitigada la edificación de una ciudad en la que cada hombre posea un hogar, fuego, vestidos, y alimento suficiente? Cuando hayáis conseguido dotar a cada ciudadano, las cualidades y los defectos particulares destruirán vuestra repartición o la harán injusta; este necesita mayor cantidad de alimento que aquel; uno no puede trabajar tanto como otro; los hombres económicos y laboriosos llegarán a ser ricos; los derrochadores, los perezosos, los enfermos, caerán de nuevo en la miseria, porque no podéis dar a todos igual temperamento: la desigualdad natural volverá a aparecer a despecho de todos vuestros esfuerzos.

Y no creáis que nos dejamos arredrar por las precauciones legales y complicadas que ha exigido la organización de la familia, derechos matrimoniales, tutelas, etc., etc. El matrimonio es evidentemente una opresión absurda y lo declaramos abolido. Si el hijo mata al padre, no es el hijo, como se prueba muy bien, el que comete un parricidio, sino el padre que viviendo sacrifica al hijo No vayamos, pues, a cansar la imaginación extraviándonos en los laberintos de un edificio poco elevado; es inútil detenerse en estas bagatelas caducas de nuestros abuelos.

A pesar de esto, entre los modernos sectarios hay algunos que vislumbrando las imposibilidades de sus doctrinas, mezclan a ellas, para hacerlas tolerables. Las palabras de moral y religión; creen que esperando cosas mejores, nos podrían conducir desde luego a la ideal medianía de los americanos; cierran los ojos, y se obstinan en olvidar que los americanos son propietarios, y propietarios ardientes, lo cual hace variar algo la cuestión.

Otros más corteses aun y que admiten una especie de elegancia de civilización se contentarían en transformarnos en chinos constitucionales, casi ateos, viejos ilustrados y libres, sentados con trajes amarillos por los siglos en nuestros semilleros de flores, pasando nuestros días en comodidades compradas a la muchedumbre, habiendo inventado todo y descubierto todo, vegetando tranquilamente en medio de nuestros adelantos realizados, y colocándonos en un camino de hierro como un fardo, para ir desde Cantón a la gran muralla a ver un pantano que debe secarse, o un canal que debe abrirse, acompañados de otro industrial del Celeste Imperio. En una u otra suposición, americano o chino, me juzgaré dichoso si dejo de existir antes de que llegue tal felicidad.

Faltaría por último una solución: podría suceder que en razón de una degradación completa del carácter humano, se arreglasen los pueblos con lo que tienen: perderían el amor a la independencia reemplazado por el amor al dinero, al mismo tiempo que los reyes perderían el amor al poder, trocado por el amor al presupuesto de la real casa. De esto resultaría un conflicto entre el monarca y los súbditos satisfechos de arrastrarse confundidos en un orden político bastardo; ostentarían a su placer sus enfermedades los unos delante de otros, como en los antiguos hospitales de leprosos, o como en el cieno en que hoy se sumergen los enfermos para encontrar alivio, nadarían todos en un fango indiviso en el estado de reptiles pacíficos.

Es, sin embargo malgastar el tiempo, pretender en el estado actual de nuestra sociedad, reemplazar los placeres de la naturaleza intelectual, por los placeres de la naturaleza física. Estos, como se concibe muy bien, podían ocupar la vida de los antiguos pueblos aristocráticos; dueños del mundo, poseían palacios y rebaños de esclavos y contaban en sus propiedades particulares regiones enteras del África.

¿Pero bajo qué pórticos pasearéis hoy vuestros pobres ocios? ¿En qué espaciosos y adornados baños encerraréis los perfumes, las flores, las tocadoras de flauta, las cortesanas de la Jonia? ¿No es Heliogábalo el que quiere serlo. ¿De dónde sacareis las riquezas indispensables para estas delicias materiales? El alma es económica; pero el cuerpo es pródigo.

Digamos ahora algunas palabras más formales acerca de la igualdad absoluta; esta igualdad traería consigo no solo la esclavitud de los cuerpos, sino también la de las almas; se trataría nada menos que de destruir la desigualdad moral y física del individuo. Nuestra voluntad puesta en administración bajo la vigilancia de todos, vería caer en desuso nuestras facultades. Lo infinito, por ejemplo, entra en nuestra naturaleza, prohibid a nuestra inteligencia, o siquiera a nuestras pasiones, que piensen en bienes sin término y reduciréis al hombre a la vida del caracol, le convertiréis en máquina. Porque, no os hagáis ilusiones: sin la posibilidad de llegar a todo, sin la idea de vivir eternamente, se toca por dondequiera la nada; sin la propiedad individual nadie es libre, el que carece de propiedad no puede ser independiente y se convierte en proletario o asalariado, ora viva en la condición actual de las propiedades aisladas, o en medio de una propiedad común. La propiedad común haría a la sociedad parecerse a uno de esos monasterios a cuya puerta los ecónomos reparten el pan. La propiedad hereditaria o inviolable es nuestra defensa personal; la propiedad no es otra cosa que la libertad. La igualdad absoluta que presupone la sumisión completa en esta igualdad, reproduciría la más dura esclavitud, haría del individuo humano una acémila sometida a la acción que la impulsase y obligada a marchar sin fin por el mismo sendero.

Mientras yo discurría de esta suerte, Mr. de Lamennais, atacaba detrás de los cerrojos de su encierro, los mismos sistemas con su potente lógica que se ilumina con el esplendor del poeta. Un fragmento de su folleto titulado: Del pasado y del porvenir del pueblo, completará mis reflexiones; escuchadle, pues, ahora es él quien habla.

«Respecto de aquellos que se proponen este objeto de rigurosa y absoluta igualdad, los más consecuentes, acaban estableciéndola y manteniéndola por medio de la fuerza, del despotismo y de la dictadura, bajo una u otra forma.

«Los partidarios de la igualdad absoluta, se ven obligados desde luego a atacar las desigualdades naturales a fin de atenuarlas y destruirlas si es posible. No pudiendo nada sobre las condiciones de organización y desarrollo, su obra empieza en el instante que el hombre nace o el niño sale del seno de su madre. El estado entonces se apodera de él: hele ya dueño absoluto del ser espiritual lo mismo que del ser orgánico. La inteligencia y la conciencia, todo depende de él, todo le está sometido. Deja desde entonces de subsistir la familia y desaparecer la paternidad y el matrimonio; queda tan solo un varón, una hembra, unos hijos que maneja el Estado, y de los que hace cuanto quiere moral y físicamente, y además una servidumbre universal, tan profunda que nada se sustrae a ella, que penetra hasta el fondo del alma.

«En cuanto a las cosas materiales, la igualdad no puede establecerse de un modo poco duradero por la repartición. Si se tratase de la tierra sola, se concibe que puede ser dividida en tantas porciones como individuos; pero el número de estos varía incesantemente, y sería preciso cambiar a cada paso esta división primitiva. Habiendo sido abolida toda propiedad individual, de derecho no existe otro poseedor que el Estado. Este método de posesión, si es voluntario, es el del fraile obligado por sus votos a la pobreza y a la obediencia; si no es voluntario, es el del esclavo en quien nada modifica el rigor de su condición. Todos los vínculos de la humanidad, las relaciones simpáticas, el amor recíproco y el cambio de los servicios, el libre don de sí mismo, todo lo que constituye el encanto y grandeza de la vida; todo, todo ha desaparecido para no volver.

«Los medios propuestos hasta el día para resolver el problema del porvenir del pueblo, se reducen a la negación de todas las condiciones indispensables de la existencia; destruyen directa o implícitamente el deber, el derecho, la familia, y solo producirían, si pudiesen ser aplicadas a la sociedad, en vez de la libertad en que se reasume todo progreso real, una esclavitud con la cual, por alto que subamos en la historia, no ofrece nada a que se pueda comparar.»

Nada resta añadir a esta lógica.

No voy, como Tartufo, a visitar a los presos para distribuirles limosnas, sino para enriquecer mi inteligencia, tratando con hombres que valen más que yo. Cuando sus opiniones difieren de las mías, nada temo: cristiano constante, todos los ingenios de la tierra no harían vacilar mi fe, les compadezco, y mi caridad me preserva de la seducción. Si peco por exceso, ellos pecan por falta; comprendo lo que ellos comprenden, y ellos no comprenden lo que yo comprendo. En la misma prisión donde en otro tiempo visité al noble y desgraciado Carrel, visito hoy al abate Lamennais. La revolución de julio ha relegado a las tinieblas de un calabozo al resto de los hombres superiores cuyo mérito y brillo no puede juzgar ni sostener. En el último cuarto subiendo, bajo un techo tan poco elevado que se puede tocar con la mano, nosotros, imbéciles creyentes de libertad, Francisco de Lamennais y Francisco de Chateaubriand, hablamos de asuntos graves. En vano se debate, sus ideas se han vaciado en el molde religioso, la forma permanece cristiana cuando el fondo se aleja más del dogma; su palabra conserva el ruido del cielo.

Fiel profesando la herejía, el autor del Ensayo sobre la indiferencia, habla mi idioma con ideas que no son las mías, Si después de haber abrazado la divisa evangélica popular, hubiese permanecido fiel al sacerdocio, hubiera conservado la autoridad que se destruye con las variaciones. Los curas, los nuevos miembros del clero (y los más distinguidos de entre estos levitas), se dirigían a él; los obispos se hubieran comprometido a su favor si se hubiese adherido a las libertades galicanas, aunque venerando al sucesor de San Pedro y defendiendo la unidad.

En Francia la juventud habría rodeado al misionero en quien encontraba las ideas que ama y los progresos a que aspira; en Europa los disidentes atentos no hubieran opuesto obstáculo alguno; los grandes pueblos católicos, los polacos, los irlandeses y los españoles hubieran bendecido al suscitado predicador. La misma Roma hubiese acabado por apercibirse que el nuevo evangelista hacia renacer el dominio de la iglesia, y suministrado al oprimido pontífice el medio de resistir a la influencia de los reyes absolutos. ¡Qué poder de vida! La inteligencia, la religión y la libertad representadas en un sacerdote.

Dios no lo ha querido; la luz ha faltado de repente a aquel que era la luz; el guía, al desaparecer, ha dejado al rebaño sumido en la oscuridad. A mi compatriota, cuya carrera pública ha quedado interrumpida, le quedará siempre la superioridad privada y la preeminencia de los dones naturales. En el orden de los tiempos debe sobrevivirme, yo le aplazo para mi lecho de muerte a fin de suscitar de nuevo nuestras grandes controversias en el umbral de aquellas puertas que no vuelven a pasarse jamás. Unas mismas olas nos han mecido al nacer; sea, pues, concedido a mi ardiente fe y a mi sincera admiración el esperar que aun encontraré a mi amigo reconciliado en las mismas playas de la eternidad.

Memorias de ultratumba Tomo V
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