PROSIGUE LA CONCLUSIÓN.
El porvenir.— Dificultad de comprenderlo.
HE aquí por qué respecto de la vieja Europa jamás resucitará. ¿Ofrece la joven Europa mejores probabilidades? El mundo actual, el mundo sin autoridad consagrada, parece colocado entre dos imposibilidades: la imposibilidad de lo pasado y la imposibilidad del porvenir. Y no se crea, como algunos imaginan, que si nos hallamos actualmente mal, el bien renacerá de este mal; la naturaleza humana desorganizada en su origen, no camina tan regularmente. Por ejemplo, los excesos de la libertad conducen al despotismo; pero los excesos de la tiranía, solo conducen a la tiranía; esta al degradarnos nos hace incapaces de independencia: Tiberio no hizo llegar a Roma hasta la república, sino que dejó por sucesor a Calígula.
Para evitarse explicaciones, basta declarar que los tiempos pueden ocultar en su seno una constitución política que no vemos hoy. La antigüedad entera, los más esclarecidos genios de esta antigüedad, ¿comprendían la sociedad sin esclavos? Nosotros, sin embargo, la vemos subsistir. Afírmase que en esta futura civilización se engrandecerá la especie, y yo mismo he sustentado esta proposición; sin embargo, ¿no es de temer que el individuo se rebaje? Podremos ser abejas laboriosas ocupadas en comer nuestra miel. En el mundo material los hombres se asocian para el trabajo, una multitud llega más pronto y por diferentes caminos al objeto al que se dirige; las masas de individuos levantarán las pirámides, y estudiando cada uno por su parte, estos individuos encontrarán descubrimientos en las ciencias y explorarán todos los arcanos de la creación física. ¿Pero sucede lo propio en el mundo moral? En vano se coaligarán mil cerebros, porque jamás compondrán la obra maestra que produce la cabeza de un Homero.
Se ha dicho que una ciudad cuyos individuos gozasen de una igual repartición de bienes y de enseñanza presentaría a los ojos de la Divinidad un espectáculo superior al espectáculo de la ciudad de nuestros padres. La locura del momento es llegar a la unidad de los pueblos y convertir en un solo hombre la especia entera, sea en buena hora, pero al adquirir facultades generales, ¿no perecerá toda una serie de sentimientos privados? Desaparecerían entonces las dulzuras del hogar doméstico y los encantos de la familia: entre todos esos seres blancos, amarillos y negros, reputados como vuestros compatriotas, no podríais arrojaros en los brazos de un hermano. ¿No habrá nada en la vida antigua, nada en ese limitado espacio que descubríais desde vuestra ventana rodeada de yedra? Más allá de vuestro horizonte sospechabais la existencia de países desconocidos de que apenas os hablaba el ave de paso, único viajero que veíais en el otoño.
Era delicioso imaginar que las colinas que os rodeaban no desaparecerían a vuestra vista, que encerrarían siempre vuestras amistades y vuestros amores; que el gemido de la noche alrededor de vuestro asilo, sería el único rumor con que os dormiríais; que nunca sería turbada la paz de vuestra alma, que allí encontraríais constantemente los pensamientos que os esperaban para entablar de nuevo con vosotros su conversación familiar. Sabíais donde nacisteis, sabíais donde estaba vuestra sepultura, y al penetrar en el bosque podríais decir:
Beaux arbres qui m' avez vu naitre,
Bientót vous me verrez mourir