16.
Atacado de una enfermedad que presentía, iba a curar todas las demás, se retiró al convento de San Onofre el 1,° de abril de 1595. Subió a su postrer asilo durante una tempestad de viento y de lluvia. Los frailes le recibieron a la puerta en donde hoy desaparecen borrados los frescos del Dominicano. Saludó a los padres diciéndoles: Vengo a morir entre vosotros.» ¡Claustros hospitalarios, desiertos de religión y de poesía, vosotros habéis prestado vuestra soledad a Dante proscripto y al Tasso moribundo!
Todos los socorros fueron inútiles. En la sétima mañana de la fiebre, el medico del papa declaró al enfermo que tenía poca esperanza de salvarle. El Tasso le abrazó y le dio gracias por haberle anunciado tan fausta nueva. Luego miró al cielo y henchido de ternura dio gracias al Dios de las misericordias.
Aumentándose su debilidad, quiso recibir la Eucaristía en la iglesia del monasterio; dirigiose a ella apoyado en los religiosos, y volvió conducido en sus brazos. Luego que se hubo acostado, el prior le interrogó acerca de su última voluntad.
—Me he cuidado poco de los bienes de fortuna durante mi vida, y mucho menos en la muerte; por consiguiente, no tengo testamento que hacer.
—¿Que sitio elegís para vuestra sepultura?
—Vuestra iglesia, si os dignáis honrar tanto mis despojos.
—¿Queréis vos mismo dictar vuestro epitafio? Volviéndose en seguida hacia su confesor.
—Padre mío, escribid: «Entrego mi alma a Dios, que me la dio y mi cuerpo a la tierra de que se formó. Lego a este monasterio la. imagen sagrada de mi Redentor.
Tomó en sus manos un crucifijo que había recibido del papa, y le llevó a sus labios.
Siete días trascurrieron aun. El cristiano experimentado, habiendo pedido la gracia de la Extremaunción, llegó de repente el cardenal Cintio, portador de la bendición del soberano pontífice. El moribundo mostró grande alegría. «He aquí, dijo, la corona que había venido a buscar a Roma; espero triunfar mañana con ella.»
Virgilio suplicó a Augusto arrojase al fuego la Eneida; el Tasso también suplicó a Cintio quemase La Jerusalén. Luego deseó permanecer solo únicamente con su crucifijo.
El cardenal apenas habla cerrado la puerta, cuando sus lágrimas detenidas con violencia corrieron abundantemente, la campana sonó la agonía, y los religiosos salmodiando las oraciones de difuntos lloraban y se lamentaban en los claustros. Torcuato al oír este ruido dijo a los caritativos monjes (creía verlos vagar como sombras a su alrededor): «Amigos míos, creéis perderme y no hago más que precederos.»
Desde entonces no tuvo conversación sino con su confesor y algunos otros padres sabios. Poco antes de exhalar el último suspiro, se recogió de su boca esta sentencia, fruto de la experiencia de su vida. «Si la muerte no llegase, no habría en el mundo ser más miserable que el hombre.» El 25 de abril de 1595, hacia el mediodía, el poeta esclamó: «In rnanus tuas domine... Lo demás del versículo apenas se oyó, como pronunciado por un viajero que se aleja,
El autor de la Herniada expira en la fonda de Villette sobre un muelle del Sena, y rechaza, los socorros de la iglesia; el cantor de la Jerusalén expira como cristiano en San Onofre: ¡comparad y ved de cuanta belleza reviste la fe de la muerte!
Todo lo que se cuenta del triunfo póstumo del Tasso me parece incierto: su mala fortuna fue todavía más contraria de lo que se ha supuesto. No murió a la hora designada de su triunfo, pues sobrevivió veinte y cinco días a este triunfo proyectado. No mintió en su destino, no fue nunca coronado ni aun después de su muerte; no se presentaron sus restos en el Capitolio en traje de senador, en medio del concurso y de las lágrimas del pueblo, sino que fue enterrado como lo había prescrito en la iglesia de San Onofre. La piedra que cubrió su sepultura (siempre conforme a su deseo), no ofrecía ni fecha ni nombre: cien años después, Manso, marqués de la villa, último amigo del Tasso y huésped de Milton, compuso este admirable epitafio: «Hic iace Torcuatus Tassus.» Manso llegó a conseguir con dificultad hacerlo grabar, porque los frailes, observadores religiosos de las voluntades testamentarias, se oponían a toda inscripción; y sin embargo, sin el hic iacet o las palabras Torquati Tassi ossa, las cenizas del Tasso se hubieran extraviado en la ermita del Janículo, como lo fueron las del Poussin en San Lorenzo in Lucina,
El cardenal Cintio formó el designio de erigir un mausoleo al cantor del Santo Sepulcro; designio abortado. El cardenal Bevilacqua compuso un pomposo epitafio destinado a otro mausoleo futuro, y la cosa permaneció en tal estado. Dos siglos después, el hermano de Napoleón se ocupó de levantar un monumento en Sorrento, pero José cambió bien pronto la cuna del Tasso por la tumba del Cid.
Finalmente, en nuestros días comenzose un gran monumento fúnebre en memoria del Homero italiano, en otro tiempo pobre y errante como el Homero griego: ¿concluirase la obra? Por lo que a mi respecta, prefiero al túmulo de mármol la pequeña piedra de la capilla de que hablé en el Itinerario: «Busqué (en Venecia, 1806), en una iglesia desierta, el sepulcro de este último pintor (el Tiziano), y me costó algún trabajo encontrarle, sucediéndome lo mismo en Roma (en 1803), con el sepulcro del Tasso. Por lo demás, las cenizas de un poeta religioso e infortunado no están muy mal colocadas en una ermita. El cantor de La Jerusalén parece haberse refugiado en esta sepultura ignorada como para huir de las persecuciones de los hombres; llenó al mundo con su fama y reposa aun desconocido bajo el naranjo 17 de San Onofre.»
La comisión italiana encargada de los trabajos necrólitos, me suplicó que entrase en Francia y distribuyese las indulgencias de las musas a cada fiel que contribuyese con alguna suma para el monumento del poeta. Julio de 1830 llegó, mi fortuna y mi crédito tienen algo del destino de las cenizas del Tasso. Estas cenizas parecen poseer una virtud que rechaza toda opulencia, repele todo esplendor y se oculta a todos los honores; son precisos grandes sepulcros para hombres grandes.
El Dios que se ríe de todos mis pensamientos, precipitándome desde el Janículo con los antiguos senadores romanos, me ha conducido de otra manera al lado del Tasso. aquí puedo juzgar mejor del poeta cuyas tres hijas han nacido en Ferrara: Armida, Herminia y Clorinda.
¿Qué es hoy la casa de éste? ¿quién piensa en los Obizzo, en los Nicolás, en los Hércules? ¿Qué nombre queda en estos palacios? El nombre de Leonor.
¿Qué busca el viajero en Ferrara? ¿la habitación de Alfonso? no; la prisión del Tasso. ¿\ dónde va en procesión de siglo en siglo? ¿al sepulcro del perseguidor? no; al calabozo del perseguido.
El Tasso alcanza en estos lugares una victoria más memorable, pues hace olvidar al Ariosto; el extranjero deja los huesos del cantor de Rolando en el Museo y corre a buscar el aposento del cantor de Reinaldo en Santa Ana. Lo grave conviene al sepulcro: se abandona al hombre que ha reído por el hombre que ha llorado. Durante la vida la felicidad puede tener su mérito más después de la muerte pierde su precio: a los ojos del porvenir, solo son bellas las existencias desgraciadas. A estos mártires de la inteligencia, desapiadadamente sacrificados en la tierra, las adversidades son contadas en aumento de su gloria, duermen en el sepulcro con sus inmortales sufrimientos, como los reyes con su corona. Nosotros, autores comunes infortunados, somos poca cosa, para que nuestras penas lleguen a ser en la posteridad el adorno de nuestra vida. Despojado de todo al concluir mi carrera, mi sepulcro no será un templo, sino un lugar de descanso; no tendré la suerte del Tasso, engañaré las tiernas y armoniosas predicciones de la amistad.
Le Tasse errant de vílle en ville,
Un jour accablé de ses maux,
S'assit pres du laurier fertile
Qui sur la tombe de Virgile
Etend toujours ses veris rameaux, etc.