12.

Todo este país en un radio de cuarenta leguas es la patria de los escritores y de los poetas. Tito Licio, Virgilio, Catulo, Ariosto, Guarini, los Strozzi, los tres Bentivoglio, Rembo, Bartoli, Bojardo, Piudemonte, Varano, Monti y otra multitud de hombres célebres nacieron en esta tierra de las musas. El mismo Tasso era natural de Bérgamo. Yo no he conocido de los últimos poetas italianos sino a uno de los dos Piudemonte. No conocí ni a Cesarotti ni a Monti; hubiérame alegrado sobre todo encontrar a Pellico y a Manzoni, últimos destellos de la gloria italiana. Los montes Euganianos que atravesé se doraban con la luz del Poniente con una agradable variedad de formas y una gran limpieza de contornos: uno de estos montes se parecía a la gran pirámide de Sakara, cuando al ponerse el sol se destaca su sombra sobre el horizonte de la Libia.

Durante la noche continué mi viaje por Rovigo; una capa de niebla cubría la tierra. No vi al Pó sino al pasar por Lagoscuro. Detúvose el coche, y el postillón llamó con su trompa al barquero. El silencio era completo; solamente al otro lado del río, el ladrido de un perro y las lejanas cascadas de triple eco respondían a los rudos sonidos de su cuerno: esto era el prólogo del imperio elíseo del Tasso en el cual íbamos a entrar.

Un rumor que se sintió sobre el agua a través de la niebla y de las sombras, anunció la barca que se deslizaba a lo largo de la cuerda sostenida en lanchas ancladas. Entre cuatro y cinco de la mañana llegué el día 16 a Ferrara, y me apeé en la fonda de las Tres Coronas, donde esperaban a la Señora.

Miércoles 17.

No habiendo llegado aun S. A. R., visité la iglesia de San Pablo, y no vi en ella más que sepulcros; por lo demás ni un alma, excepto las de los difuntos y la mía, que no vive ya. En el interior del coro se veía un cuadro de Guerchin. La catedral es engañosa; nótase en ella un frontispicio y unos costados donde se incrustan bajorrelieves de asuntos sagrados y profanos. Sobre este exterior se encuentran otros adornos, colocados generalmente en el interior de los edificios góticos, como pilastras, medallones árabes, galerías de columnas, arcos ojivos, y otros adornos arreglados en el espesor de los muros.

Al entrar queda el viajero sorprendido al ver una iglesia nueva con bóvedas esféricas y macizos pilares. En Francia existen muchos disparates por este estilo, tanto en lo físico como en lo moral; en nuestros antiguos palacios se edifican gabinetes modernos, muchos cuartuchos, alcobas y guardarropas. Penetrad en el alma de muchos de estos hombres engalanados con apellidos históricos; ¿qué encontraréis en ella? humillaciones de antesala.

Me sorprendió infinito la vista de esta catedral; parecía estar trastornada como un vestido vuelto al revés: campesina del tiempo de Luis XV, disfrazada en castellana del siglo XII.

Ferrara, en otro tiempo tan agitada, con sus mujeres, con sus pasatiempos y con sus poetas, está casi deshabitada; sus largas calles están desiertas, y las ovejas podrían pacer cómodamente en ellas; las casas ordenadas no tienen animación como en Venecia, por la arquitectura, los barcos, el mar y la sencilla alegría del país. La situada puerta de la Romania, tan desgraciada para Ferrara bajo el yugo de una guarnición austriaca, presenta el aspecto de un perseguido, parece llevar el eterno luto del Tasso, y dispuesta a caer, se encorva como una vieja. Por único monumento del día se eleva a mitad de tierra un tribunal criminal con prisiones no acabadas. ¿Quién ocupará estos recientes calabozos? La joven Italia. Estas nuevas cárceles, terminadas en grutas y rodeadas de andamios como los palacios de la ciudad de Dido, están inmediatas al antiguo calabozo del cantor de La Jerusalén.

El Tasso.

Ferrara, 18 de septiembre de 1833

Si hay alguna vida que deba hacer desesperar de la dicha a los hombres de talento, esta es la de! Tasso. El hermoso cielo que contemplaban sus ojos al romper el día, fue un cielo engañoso.

«Mis adversidades, dice, empezaron con mi vida. La cruel fortuna me arrancó de los brazos de mi madre. Me acuerdo de sus besos humedecidos por las lágrimas, y de sus oraciones que los vientos disiparon. No debía ya comprimir mi rostro con el suyo. Con paso inseguro como Ascagne o la joven Camila, seguía a mi padre errante y proscripto. He crecido en la pobreza y en el destierro.»

Torcuato Tasso perdió en Ostill a Bernardo Tasso. Torcuato mató a Bernardo como poeta; como padre le ha hecho vivir.

Habiendo salido de la oscuridad por la publicación de Reinaldo, Tasso fue llamado a Ferrara. Su primera salida se celebró en medio de las fiestas del casamiento de Alfonso II con la archiduquesa Barba. En ellas encontró a Leonor, hermana de Alfonso; el amor y la desgracia acabaron de dar a su genio toda su belleza. «Vi, cuenta el poeta describiendo en la Aminta la primera corte de Ferrara, vi diosas y ninfas encantadoras, sin velo, sin sombra, me sentí inspirado de una nueva virtud, de una divinidad nueva, y canté la guerra y los héroes...»

El Tasso leía a las hermanas de Alfonso, Lucrecia y Leonor, las estrofas de La Jerusalén a medida que las componía. Le enviaron cerca del cardenal Hipólito de Este, residente en la corte de Francia: puso en venta sus vestidos y muebles para hacer este viaje, mientras que el cardenal, a quien honraba con su presencia, hacia a Carlos IX el ostentoso presente de cien caballos con sus escuderos árabes, soberbiamente vestidos. Después de haberlos dejado en las cuadras, el Tasso fue presentado al rey poeta, amigo de Ronsard. En una carta que nos ha dejado juzga a los franceses con dureza. Compuso algunos versos de su Jerusalén en una abadía de hombres en Francia, que el cardenal Hipólito había provisto; Chales estaba cerca de Ermenonville, donde debía meditar y morir J. J. Rousseau.

El Dante también había pasado oscurecido en París.

El Tasso volvió a Italia en 1571, y no vio la matanza de San Bartolomé. Marchose directamente a Roma, desde donde volvió a Ferrara. La Aminta fue representada con gran éxito. Habiendo llegado a ser el rival de Ariosto, el autor de Reinaldo, admiraba de tal modo al autor de Rolando, que rehusaba los homenajes del sobrino de este poeta.

«Esta aureola que me ofrecéis, le escribía, el juicio de los sabios, el de las gentes del mundo, y aun el mío, la han depositado sobre la cabeza del hombre a quienes os une la sangre.

«Prosternado delante de su imagen, le doy los títulos más honrosos que pueden dictarme el afecto y el respeto. Le proclamaré públicamente mi padre, mi señor y mi maestro.»

Esta modestia desconocida en nuestros tiempos, no aplacó la envidia: Torcuato había visto las fiestas que Venecia ofreció a Enrique III a su vuelta de Polonia, cuando se imprimió furtivamente ira manuscrito de La Jerusalén; las minuciosas críticas de los amigos, cuya opinión consultaba Tasso, vinieron a alarmarle. Quizá se mostró demasiado sensible a ellas, pero tal vez había fundado en la esperanza de su gloria el éxito feliz de sus amores. Creyose rodeado de lazos y de traiciones, y se vio precisado a defender su vida. La mansión de Belriguardo, donde Goethe invoca su sombra, no pudo calmarle: «Del mismo modo que el ruiseñor (dice el gran poeta alemán, haciendo hablar at gran poeta italiano), exhalaba de su seno enfermo de amor la armonía de sus lamentos, sus cautos deliciosos, su sagrada tristeza, cautivaban el oído y el corazón... ¿Quién tiene más derecho a atravesar misteriosamente los siglos, que el secreto de un noble amor, confiado al secreto de un canto sublime?... ¡Cuán encantador es, (dice siempre Goethe, intérprete de los sentimientos de Leonor) recrearse en el bello talento de este hombre, tenerle a su lado en el esplendor de esta vida y avanzar con él con paso difícil hasta el porvenir! Desde entonces el tiempo no pasará sobre ti, Leonor; existiendo en los cantos del poeta, serás siempre joven, siempre feliz, aun cuando los años te hayan arrebatado en su curso.»

El cantor de Herminia ruega a Leonor (siempre en los versos del poeta de la Germania) le destierre a una de sus quintas más solitarias: «Sufrid, le dice, que yo sea vuestro esclavo. ¡Cómo cuidaría vuestros árboles! ¡Con qué precaución en el otoño cubriría vuestros limoneros de plantas ligeras! Dentro de los vidrios del invernadero criaría magnificas flores.»

La relación de los amores del Tasso, se había perdido y Goethe la ha encontrado.

Los disgustos de las musas y los escrúpulos de la religión, principiaron a alterar la razón del Tasso. Se le hizo sufrir una detención pasajera, pero se escapó casi desnudo; errante por las montañas pidió prestados los harapos de un pastor, y disfrazado así llegó a casa de su hermana Cornelia. Las caricias de esta hermana y el atractivo del país natal endulzaron algún tanto sus sufrimientos. «Quería, decía, retirarme a Sorrento, como puerto tranquilo, quasi in porto diquiele.» Pero no pudo permanecer donde había nacido. Un encanto secreto le llamaba a Ferrara: el amor y la patria.

Recibido con frialdad por el duque Alfonso, se retiró de nuevo y anduvo errante en las pequeñas cortes de Mantua, de Urbino y de Turín, cantando para pagar la hospitalidad. Decía del Metauro, tío nativo de Rafael: «Débil pero glorioso hijo del Apenino, viajero vagabundo, vengo a buscar en tus riberas la seguridad y mi reposo.»

Armida había pasado a la cuna de Rafael; ella debía presidir los encantos de la Farnesina,

Sorprendido por una tempestad en los alrededores de Verceil, el Tasso celebró la noche que había pasado en casa de un noble, en el hermoso diálogo del Padre de Familia. En Turín se le prohibió la entrada atendido su miserable estado. Supo que Alfonso iba a contraer un nuevo matrimonio, y tomó otra vez el camino de Ferrara. Un espíritu divino uníase a los pasos de este dios oculto bajo el vestido de los pastores de Admeto; creía ver este espíritu y oírlo: un día, sentado junto al fuego, y viendo el resplandor del sol sobre una ventana: «Écco l'amico spirito che cortesemente e venuto a favellarmi. He aquí el espíritu amigo que ha venido cortésmente a hablarme.» Y Torcuato hablaba con un rayo del sol. Entró en la ciudad fatal como el pájaro fascinado se arroja en la boca de la serpiente; desconocido y rechazado de los cortesanos, ultrajado por los criados, prorrumpió en quejas y Alfonso hizo encerrarle en una casa de locos en el hospital de Santa Ana.

Entonces el poeta escribió a uno de sus amigos:

«Bajo el peso de mis desdichas he renunciado a todo pensamiento de gloria; me creería dichoso si pudiera únicamente apagar la sed que me devora... La idea de una cautividad sin fin y la indignación de los malos tratamientos que sufro aumentan mi desesperación. La suciedad de mi barba, la de mis cabellos y vestidos me hacen un objeto de disgusto a mis propios ojos.»

El prisionero imploraba a toda la tierra y hasta a su despiadado perseguidor; hacia producirá su lira acentos que hubieran podido hacer caer los muros que rodeaban sus miserias.

Piango il morir, non piango il morir sole,

Ma il modo...

Mi saria di conforto aver la tomba,

Ch'altra mole innalzar la credea co'carmi

Memorias de ultratumba Tomo V
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