CONCLUSIÓN.
Antecedentes históricos desde la regencia hasta 1793.
25 de septiembre de 1841.
Empecé a escribir estas Memorias en el Valle de los Lobos el día 4 de octubre de 1811, y acabó de leerlas de nuevo y corregirlas el 25 de septiembre de 1841; hace, pues, treinta años, once meses y veinte y un días que manejo en secreto la pluma componiendo mis libros públicos en medio de todas las revoluciones y vicisitudes de mi existencia. Mi mano está cansada; ¡ojalá no haya descansado sobre mis ideas que no se han desviado y que siento tan vivas como al principio de mi carrera! Abrigaba el proyecto de añadir a mi trabajo de treinta años una conclusión general; me proponia decir, como repetidas veces he indicado, cual era el estado del mundo al entrar en él, y cual es al abandonarle. Pero el desierto se dilata a mi vista; descubro la mano que los marinos creían en otro tiempo ver salir de las olas en la hora del naufragio; esa mano me hace señas para que abrevie, por lo que voy a reducir la escala del cuadro incluyendo todo lo esencial.
Luis XIV dejó de existir. El duque de Orleans fue regente durante la minoría de Luis XV. Estalló una guerra en España, a consecuencia de la conspiración de Cellamare, y se restableció la paz por la caída de Alberoni. Luis XV entraba en su mayoría el 15 de febrero de 1723, y el regente sucumbió diez meses después. Este hombre había comunicado su gangrena a la Francia, pues sentó a Dubios en la silla episcopal de Fenelon, y elevó a Law. El duque de Borbón fue nombrado primer ministro de Luis XV, y tuvo por sucesor al cardenal Fleury, cuyo talento consistía en sus años. En 1734 estalló la guerra en que mi padre fue herido delante de Dantzick. En 1745 se dio la batalla de Fontenoy: uno de los menos guerreros de nuestros reyes nos hizo triunfar en la única gran batalla campal que hemos ganado a los ingleses, y el vencedor del mundo añadió en Waterloo un nuevo desastre a los de Crecy, Poitiers y Azincourt. La iglesia de Waterloo está adornada con el nombre de los oficiales ingleses que fallecieron en 1815, mientras que en la iglesia de Fontenoy: solo se ve una lápida con estas palabras: «Aquí descansa el cuerpo de Felipe de Vitry, que a la florida edad de veinte y siete años fue muerto en la batalla de Fontenoy el 11 de mayo de 1745.» Ningún monumento señala el lugar de la acción, pero se extraen de la tierra esqueletos con las balas aplastadas en el cráneo. Los franceses llevan escritas en la frente sus victorias.
Más tarde, el conde de Guisors, hijo del mariscal de Belle-Isle, sucumbió en Crevelt, y en él se extinguieron el apellido y la descendencia directa de Fouquet; habíase pasado de la señorita de la Valiere a Mad. de Chateauroux. Es harto triste el ver los apellidos llegar a su fin, de siglos en siglos, de bellezas en bellezas y de gloria en gloria.
En el mes de junio de 1745, el segundo pretendiente de los Estuardos dio principio a sus empresas; infortunios en que me mecí, esperando que Enrique V reemplazase en el destierro al pretendiente inglés.
El término de estas guerras anunció nuestras calamidades en nuestras colonias. La Bourdonnais vengó el pabellón francés en Asia, pero sus desavenencias con Dupleix después de la toma de Madrás echaron a perder todo. La paz de 1748 suspendió estas desgracias; en 1755 se renovaron las hostilidades, inauguradas por el terremoto de Lisboa, en que pereció el nieto de Racine. Bajo el pretexto que había algunos terrenos en litigio en la frontera de la Acadia, la Inglaterra se apoderó sin declaración de guerra de trescientos de nuestros buques mercantes, y además perdimos el Canadá, hechos de inmensas consecuencias, sobre los que descuellan la muerte de Wolf y la de Montcalm. Despojados de nuestras posesiones en África y en la India, lord Clive entabló la conquista de Bengala. Por este tiempo tenían lugar las disputas del jansenismo; Damiens había excomulgado a Luis XV; la Polonia había sido repartida, llevose a cabo la expulsión de los jesuitas y la corte se trasladó al Parque de los Ciervos. El autor del Pacto de familia se retira a Chanteloup, mientras la revolución intelectual se consuma bajo el influjo de Voltaire; instalose el pleno tribunal de Maupeou; Luis XV lega el patíbulo a la favorita que lo había degradado, después de haber enviado a Garat y a Sanson a Luis XVI, al uno para que leyese, y al otro para que ejecutase la sentencia.
Este último monarca se casó el 16 de mayo de 1770 con la hija de María Teresa de Austria, cuyo fin nadie ignora. Pasaron los ministros Machautt, el anciano Maurepas, Turgot el economista, Malesherbes, hombre de virtudes antiguas y de opiniones nuevas, Saint Germain, que destruyó la casa del rey y publicó una ordenanza funesta, y por último, Calonne y Necker.
Luis XV convocó los parlamentos, abolió la esclavitud personal, derogó el tormento antes de la publicación de la sentencia y devolvió los derechos civiles a los protestantes, reconociendo su matrimonio legal. La guerra de América en 1779, impolítica para la Francia, juguete siempre de su generosidad, fue útil a la especie humana, y restableció en todo el mundo el aprecio de nuestras armas y el honor de nuestro pabellón.
La revolución se levantó pronta a dar a luz la generación guerrera que ocho siglos de heroísmo habían engendrado en su seno. Los méritos de Luis XVI no satisficieron las faltas que sus antepasados le habían dejado en expiación; pero los golpes de la Providencia caen siempre sobre el mal, nunca sobre el hombre: Dios abrevia los días de la virtud en la tierra para prolongarlos en el cielo. Bajo la constelación de 1793, se rompieron las fuentes del gran abismo, todas nuestras antiguas glorias se reunieron, e hicieron su última explosión en Bonaparte, el que nos las envía desde su féretro.