34
No he querido esperar más. Esta vez no quiero que la felicidad se escape volando de mis manos. Voy a vivir el momento, sin importarme nada ni nadie y, lo que tenga que ser, será. Desde que Abel estuvo en coma hemos madurado, crecido como personas y aprendido mucho. La sinceridad se ha convertido en el pilar de nuestra relación y hemos comprendido que hay que superar el miedo y no vivir estancados en el pasado. Así que lo que hemos hecho es disfrutar del presente y mirar hacia el futuro con los ojos llenos de esperanza.
Los médicos dijeron que había sido casi como un milagro. Es cierto que las primeras semanas Abel estuvo aturdido y le costó adaptarse a la rutina de su vida, pero poco a poco lo consiguió y la verdad es que todos se mostraron tremendamente sorprendidos de su mejoría. Él siempre bromea diciendo que fue un ángel que recitaba poemas el que le salvó. Por supuesto, su enfermedad no ha desaparecido pero, por suerte, no ha empeorado y es casi como otro milagro. Debido a eso, hablamos largo y tendido acerca de nuestro futuro, del bebé y, al fin, tomamos una decisión que a mí me parece la más acertada. Y es que yo quiero cuidarle el resto de mi vida –o el de la suya– sabiendo que soy su mujer. Jamás había sido tan tradicional, pero con él todo es diferente y lo que más deseo es caminar hacia el altar mientras me mira con los ojos impregnados de amor.
Sí, nos vamos a casar. Y yo ya estoy gordísima. De siete meses, para ser exactos. Han tenido que hacerme un traje a medida porque ninguno me quedaba bien. Con este tampoco es que me vea estupenda, pero al menos me entra, que ya es mucho. Mi madre consiguió que nos hicieran un hueco en la iglesia del pueblo pero, aun así, ¡casi medio año que han tardado! Yo no quería que pasase tanto tiempo porque sabía que estaría enorme, pero tampoco deseo esperar a tener al bebé.
Los preparativos de la boda han sido divertidos, pero también un poco ajetreados. He intentado no ponerme nerviosa por mi niña, pero lo cierto es que al final no lo he conseguido del todo. Por suerte, mi madre y mis amigas me han ayudado en todo y también Abel y su familia han participado muchísimo. No va a ser una gran boda, sólo acudirán los familiares y amigos más cercanos. Pero estoy segura de que va a ser una de las más bonitas, al menos para mí.
Hemos invitado a Eric. Tras el despertar de Abel, acudió un par de veces a visitarlo al hospital. Pensé que para ellos sí sería incómodo o violento, pero al cabo de veinte minutos se estaban riendo recordando viejas anécdotas, como si jamás hubiese pasado nada. Supongo que el hecho de haber estado a punto de morir te hace ver las cosas de otra forma. Incluso a mí me ha cambiado porque también estuve a nada de marchitarme. Ahora soy menos nerviosa y trato de no preocuparme tanto por todo, sino de disfrutar de lo que tengo. Cada momento es único e irrepetible y tan sólo depende de nosotros que el más pequeño detalle se convierta en uno grandioso.
Después de todo lo que hemos pasado parece como si el destino intentara recompensarnos. Me tomé un tiempo en la investigación, pero hace un par de meses recibí una llamada de Gutiérrez que me dejó con la boca abierta. Resultó que, un tiempo antes, Patri le había enseñado unas fotos de una revista en las que yo aparecía desnuda. Sí, las malditas fotos. ¡Qué cabrona es Patri! Gutiérrez me explicó, un tanto avergonzado, que se había dado cuenta de las intenciones de mi compañera y que no le gustaban las personas que intentan escalar pisando a otras. Me dijo que la había echado del proyecto y que había dejado de ser su tutor. Después añadió que regresara cuando quisiera, que iba a tratar por todos los medios de conseguirme mi tan ansiada beca.
En cuanto a lo de las mansiones… Bueno, Abel y yo jamás hemos vuelto a mencionar nada. Hemos intentado borrar esos horribles momentos de nuestra cabeza, aunque sé que tanto él como yo los recordamos alguna vez y que el miedo se instala en nuestro estómago. Tomás, el policía que nos ayudó, nos visitó al principio un par de veces para contarnos sobre Jade y Alejandro. Están en la cárcel y van a tener que cumplir una larga condena. Pensé que me alegraría saberlo, pero en realidad no sentí nada en mí. Las primeras semanas me despertaba por las noches pensando que los soltarían y que vendrían a por nosotros. Poco a poco fueron desapareciendo de mi mente hasta convertirse en motitas de polvo de un recuerdo que parece muy lejano.
En los últimos días también me despierto asustada, pero por otros motivos. Y es que continúo sin creerme que nos estén pasando tantas cosas buenas y que estemos tan felices. Pero supongo que, tal y como dicen, después de la tempestad llega la calma.
Y, al fin y al cabo, todo el mundo necesita encontrar ese lugar que se convierta su hogar. Yo lo encontré en Abel.
*
Cuando la veo aparecer en la puerta de la iglesia vuelvo a pensar que se trata de un ángel que lo ilumina todo. Ya que su padre no está con nosotros, es el mío el que la trae hasta mí. La acompaña un coro que canta Ave María y, a medida que se acerca y descubro su sonrisa, mi corazón se hincha repleto de todo su amor. Me ha repetido una y otra vez lo gorda y fea que se siente, pero lo cierto es que no, que es la mujer más hermosa del mundo.
Mi padre le da un beso en la mejilla y luego me guiña a mí un ojo. Desde la primera fila puedo escuchar el llanto de su madre, el de Isabel y el de Cyn. También Eva y Judith tienen los ojos brillantes y hasta parece que Marcos se ha ablandado un poquito. Eric alza un dedo victorioso y me sonríe. Por fin me giro hacia la que en un ratito será mi mujer y no puedo más que temblar de emoción al verme en su mirada.
—Pensaba que este momento no llegaría nunca –le susurro, cogiéndola de la mano y posando la otra en su abultado vientre.
—Pues ahora ya no hay marcha atrás –me dice con una sonrisa reveladora.
El cura habla y habla, pero yo sólo tengo ojos para mi ángel. Lo único que escucho es su corazón, acompasándose al mío y escribiendo en él cientos de palabras de amor. Cuando me pregunta si quiero que sea mi esposa, me apresuro a contestar. Y, cuando ella pronuncia su «sí, quiero», todo desaparece alrededor. El sacerdote nos da permiso para besarnos y yo la tomo entre mis brazos y la estrecho como si no hubiera un mañana. Me instalo en el perfecto sabor de sus labios, notando la presión que su vientre, con mi hija dentro, ejerce contra mí. No hay nada más que ella, esa futura vida y yo.
Cuando salimos de la iglesia nos lanzan arroz y nos gritan entusiasmados. Sara se ríe mientras corremos hacia el coche y ese sonido es el que quiero escuchar el resto de mi vida. Tras las fotos acudimos a la sala de eventos para celebrar el banquete. Damos besos, abrazos y sonreímos mucho a todos los allí presentes. A pesar de que la comida es abundante, Sara no para de quejarse de que tiene hambre, así que le voy dejando parte de cada uno de mis platos.
—Tu hija es una glotona –me dice con una sonrisita pícara, chupándose los dedos. Beso su mejilla, susurrándole al oído lo mucho que me pone–. Pues no sé cómo será la noche de bodas. –Se señala la enorme tripa y ambos nos reímos.
Después de comer la música empieza a sonar a todo volumen. Cyn, Eva y todos nuestros amigos han preparado una coreografía al ritmo de Eloise de Tino Casal. Sara no para de dar palmas y de reírse, y a mí el corazón se me agranda cada vez más al ver su alegría. Sus amigos la sacan a bailar y allí está ella, con nuestra hija en el vientre, bailando más hermosa que ninguna y cantando con las mejillas sonrosadas.
Aprovecho el momento y me acerco a Eric, que se encuentra en su mesa totalmente solo, con una copa en la mano. No se me ha pasado por alto la forma en que mira a Sara, pero la verdad es que no me molesta, porque sé que sus intenciones son puras y que, aunque una vez se equivocara, jamás haría nada que nos dañara.
—¿No bailas? –le pregunto, sentándome junto a él.
—No tengo pareja. –Se echa a reír.
—Porque no quieres –le digo, dándole un apretón en el hombro–. Mira cómo te mira esa chica. –Le señalo a Rosa, una de las compañeras de clase de Sara–. Es modelo.
—Uf, creo que voy a dejar de juntarme con modelos por un tiempo. –Ambos nos reímos a carcajadas y después nos quedamos en silencio, observando a Sara y a los demás. Han formado una larga fila y están bailando una conga en la que ella va la primera, radiante y maravillosa. En ese momento mira hacia nosotros y nos hace un gesto con la mano para que nos unamos al baile.
—Está preciosa, ¿verdad? –murmuro.
—Sí. Sin duda lo está –contesta él, con una media sonrisa. Después da unos golpecitos en la mesa con los dedos y propone–: ¿Quieres que vayamos con ellos? –Se levanta y me hace un gesto para que lo acompañe. Yo le cojo del hombro y le detengo. Él me mira muy serio, preguntándome con la mirada qué es lo que sucede.
—Tú has sido, y eres, mi mejor amigo.
—Y tú el mío –dice, confundido.
—Si alguna vez me pasa algo…
—No, Abel, no digas ahora nada. –Me implora con los ojos, pero yo ya he tomado una decisión.
—Si alguna vez me olvido de ella para siempre… quiero que seas tú el que le ayude a sonreír de nuevo, el que la haga renacer con su amor –Me quedo mirándolo fijamente. Él se muerde los labios, un tanto nervioso–. Sé lo mucho que la quieres y ella se ha sentido siempre muy tranquila contigo. Si yo no estoy, tú podrías darle la calma que se merece.
—Abel…. –se queja, pero yo le aprieto el hombro.
—Promételo. Jura que, si pasa algo, cuidarás de Sara y del bebé que lleva en sus entrañas.
Eric se queda callado unos segundos, mirándome muy serio. Al fin, asiente.
—Por supuesto, Abel. Nunca dudes de eso.
Nos fundimos en un amistoso abrazo. Sé que no podría haber otro mejor que Eric para cuidar de Sara. Lo conozco lo suficiente como para tener claro que la haría feliz. Nos unimos a la conga, hasta que la canción cambia y las primeras frases de I’m a believer de Smash Mouth animan aún más a la gente. «I thought love was only true in fairy tales. Meant for someone else but not for me». Sara viene hacia mí y me coge de las manos para bailar. Se ríe a carcajadas, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Yo también estoy borracho de felicidad.
—Then I saw her face! Now I’m a believer –corean nuestros amigos acercándose a nosotros. Todos nos movemos al animado ritmo de la música, incluso nuestros padres se menean como si este fuese el último día en la tierra.
Cuando se está acabando la canción, cojo a Sara y la pego a mi cuerpo, para notar el movimiento de nuestra hija porque no hay nada más bello en el mundo.
—¿Y tú, Abel? ¿Crees en el amor? –me pregunta con su nariz rozando la mía.
—Por supuesto… Me enseñó a creer un ángel que recitaba poemas –le digo con una ancha sonrisa.
Ella se ríe una vez más y después me besa con ganas. Así nos quedamos un buen rato, besándonos en medio de toda nuestra familia y de los amigos, metidos en nuestra burbuja rebosante de felicidad.
Por supuesto que creo en el amor… Y quien no lo haga, realmente no ha vivido.