15
El alma se me está desgarrando. ¿Qué es este horrible dolor que siento en el pecho? ¿Por qué no puedo respirar? ¿Y por qué coño me siento mucho peor que cuando pensé que era Abel el culpable? Quizá porque, para mí, Eric era el mejor amigo que podía tener: cálido, sincero, comprensivo, dulce.
¿Cómo hemos podido llegar a esta situación y por qué? Sin darme cuenta, me tambaleo. Todo esto es demasiado. Es una pesadilla. Quiero despertar. O simplemente quiero regresar a mi antigua vida, aquella en la que tampoco era feliz del todo, pero sin duda tenía más tranquilidad.
Abel me atrapa antes de que me pueda caer. Me sienta en una de las sillas y me observa con preocupación.
—Lo siento. No he debido soltarlo todo así.
De repente me siento terriblemente enfadada. No, no es enfado. Es rabia, es furia, es una horrible desazón. Los miro a los dos una y otra vez y pienso en lo mucho que me arrepiento de haberlos conocido.
—¿Por qué no me lo contasteis antes, eh? ¿Es que la tonta de Sara, la débil, no merece saber la verdad? –Me levanto de la silla con la barbilla temblorosa. Estoy a punto de echarme a llorar otra vez, pero ahora por el enfado. ¿Acaso se han creído que pueden hacer lo que quieran conmigo? Miro a Abel–. ¿Por qué no me lo dijiste, joder?
—No quería hacerlo hasta que no estuviese seguro del todo. Sabía que era una posibilidad, pero las fotos de hoy me han confirmado que…
—¡Pero si incluso retiraste la denuncia! –exclamo, apuntándolo con un dedo. Él traga saliva–. Eso quiere decir que estabas más seguro de lo que dices, ¿no? –empiezo a alzar la voz.
—Sara…
—Soy yo el que debería habértelo dicho. –La voz de Eric me provoca otro pinchazo en el corazón. Me giro hacia él y le observo con un temblor subterráneo.
—Abel, vete. –Las palabras me salen solas, casi sin pensarlas. Ambos me miran confundidos. Abel niega con la cabeza.
—No voy a dejarte aquí sola.
—Necesito hablar con él –le digo, sin apartar los ojos de Eric–. Ahora este asunto es cosa de los dos.
—No es cierto.
—Por favor, Abel. –Me giro hacia él, con una mirada rabiosa–. Sabes que nunca te pido nada, pero ahora sí. Necesito hablar a solas con Eric. Entiéndelo. Me lo debes. Por habérmelo ocultado durante tanto tiempo.
Accede, aunque con reservas. Está muy serio, todavía enfadado, pero también triste. Se da la vuelta para mirar a Eric una vez más. Aprecio cómo se tensa, pero no me importa. Esta vez se ha pasado él también y no voy a mostrarme tan comprensiva como siempre.
—Les diré a mis padres que se cancela la comida. –Se dirige a la puerta sin siquiera darme un beso o un abrazo–. Cuando termines, llámame. Estaré en el estudio. Necesito pensar. –Y sale sin despedirse de Eric.
Yo me quedo muy quieta, con la vista clavada en la punta de mis botas y las lágrimas llenando mis ojos. El silencio impregna la habitación. Nos rodea y se empieza a hacer pegajoso. Y entonces, la mano decide por mí. El sonido de mi palma estrellándose contra la mejilla de Eric reverbera en el silencio. Es la segunda vez que le abofeteo. Y esta vez no me arrepiento. Es más, desearía golpearle otra vez. Hacerlo hasta que sintiera el dolor que ahora mismo me araña las entrañas. Le miro fijamente, primero estudiando su labio cortado, su nariz que se empieza a hinchar; después, sus ojos tristes. Se me escapa un sollozo.
—Sara, perdóname.
—¿Que te perdone? –exclamo, alzando los brazos en un gesto desesperado–. ¿Estás loco? ¿Cómo puedes decirme eso y quedarte así? ¿Acaso crees que con una palabra puedes recibir un perdón?
Se queda callado. Se lleva una mano allí donde le he golpeado y suelta un suspiro.
—Yo confié también en ti –digo con los labios apretados a causa de las náuseas–. Lo hice desde el primer día que te conocí. Te di toda mi amistad, y pensé que tú apreciabas la mía.
—Y lo hago. –Su voz tiembla.
—Ya. Aprecias mi amistad y me vendes como a una mierda. ¿Por qué coño lo hiciste, eh? ¡Contéstame! –Le doy un manotazo en el brazo. No quiero perder los papeles, pero realmente se me está yendo la cabeza.
—No lo sé…
—Vaya, ¿todavía dura la pelea?
Una voz femenina me sobresalta. Otro escalofrío me recorre entera. Es una voz tan familiar y al mismo tiempo odiosa. Alzo la cabeza y me topo con los ojos burlones de Nina. Su pelo está más largo y va vestida con unos sencillos vaqueros y una camiseta, pero a pesar de todo, está preciosa como siempre. Se la ve pletórica. Me dedica una ancha sonrisa. Entonces, mientras se acerca, todas las piezas del rompecabezas se empiezan a montar en mi mente.
—¿Ella es la mujer con la que te acostabas?
Claro, en el fondo, aquella vez que descubrí el perfume, sabía que me resultaba tan familiar porque lo había olido varias veces en alguien cercano a mí. Pero mi cabeza trató de mentirme. Eric me mira, pero no contesta. Parece tremendamente avergonzado.
—Chica, ¿has visto lo único que consigues? –Nina se coloca ante mí en toda su altura. Pero no me acobardo: alzo la mirada y la enfrento–. Que dos buenos amigos se peleen por ti… ¿Qué triste, no? Eso es lo único que eres, Sara, un estorbo. Una niña pobre que trae desgracias a aquel que se arrima a ella. –Sus dientes tan blancos me ponen nerviosa.
—Nina, tú no eres la más indicada para hablar –interviene Eric.
—¿Es que no es la verdad? Si ella no hubiese aparecido en vuestras vidas, continuaríais siendo amigos –murmura sin perder la sonrisa. ¿Pero cómo se puede ser tan mala?
No sé qué decir. El estómago se me ha revuelto más al comprobar que es ella la que estuvo en la cama con Eric. ¿Es que esta mujer no se cansa nunca de joderme? ¿Por qué tiene que meterse en esto? Abel y Eric son los dos hombres más importantes en mi vida. Los que me quedan.
—Mira, niña, esto sólo es un capricho, ¿entiendes? –Se sitúa a unos centímetros de mí. Su intenso perfume me marea. Lo odio. Y a ella también–. Se les pasará. A los dos. Y tú volverás a tu insulsa vida de mosquita muerta. A las pobretonas como tú no les suceden estas cosas. Que hayas conseguido esos trabajos como modelo ha sido un golpe de suerte. Y deberías agradecérselo a Eric por vender tus patéticas fotos.
—¡Nina, basta ya! –Eric la coge del brazo para que se calle. Ella se suelta con un gesto rabioso.
Un sinfín de pensamientos se me cruzan por la cabeza, todos ellos horribles, pero sé que son ciertos. Todo mi cuerpo está temblando, pero hay algo en mi estómago que pugna por salir. Y cuando Nina va a hablar, yo la interrumpo con un grito que me sorprende a mí misma.
—¡Vete!
—¿Perdona? –Parpadea, confundida.
—¡He dicho que te vayas! –Sin darme cuenta apenas de lo que hago, la cojo del brazo y tiro de ella hacia la puerta. Suelta un chillido e intenta soltarse.
—¡Eric! –Se gira hacia él, el cual al fin reacciona y se acerca a nosotras.
Pero yo continúo empujándola, gritando y llorando, totalmente fuera de mí. Nadie me había avergonzado nunca como ella. Lo hizo cuando me tiró en aquella fiesta delante de toda esa gente famosa. Lo hizo al ponerme como una fulana en las revistas ante medio mundo. Y lo continúa haciendo ahora, rebajándome ante Eric.
—¿Eric? ¿Cómo permites que esta niñata me trate así? –Por fin se suelta y me da un empujón. Aterrizo contra la pared, intentando coger aire. La nariz me gotea y debo de parecer una desquiciada, pero no me importa. Lo único que quiero es que se vaya de aquí, que desaparezca de mi vida.
—Nina, haz lo que te piden por una maldita vez. –El tono de Eric es duro. Ella se queda mirándolo con la boca abierta.
—¿Pero qué…?
—Ya has conseguido lo que querías. –Me señala con una mano–. Mira cómo está. Puedes sentirte satisfecha. Pero ahora déjanos solos.
Nina nos observa a uno y a otro de manera alternativa. Su rostro cada vez se pone más rojo, casi parece que está a punto de explotar. Pero para mi sorpresa, coge la manilla y abre la puerta.
—Esto no va a quedar así, Eric –le dice entre dientes. Pero esta vez no suena amenazante. Casi parece que también esté a punto de llorar–. Ya hablaremos.
Me lanza a mí una última mirada. Puedo leer en sus pupilas lo mucho que me odia. Pero yo también siento una gran desaprobación hacia una persona como ella, a pesar de que no me gusta tener estos sentimientos.
Al fin, se marcha. El silencio vuelve a rodearnos y me llevo la mano a la boca para ahogar un sollozo. Eric se acerca, pero le detengo con la otra mano. Cuando por fin puedo hablar, lo hago en un débil susurro:
—Ella es la chica que Abel te robó.
—En realidad no fue un robo. Nina tomó su propia decisión. Fue ella la que dio el primer paso.
Niego con la cabeza, angustiada. Yo creía que Eric había sido totalmente sincero conmigo.
—No entiendo nada, Eric, de verdad. Pero creo que me voy, porque no puedo soportar todo esto. Si me quedo, no respondo de mí misma. Te juro que tengo ganas de pegarte un puñetazo como ha hecho Abel.
—Espera. Te debo una explicación. Te la quiero dar. Lo necesito.
—¿Crees que las explicaciones van a ayudar? –Ya estoy gritando otra vez–. ¡¿Piensas que voy a aceptarlas y que vamos a tener la misma relación de siempre?! –Mi voz va subiendo más y más. Me llevo una mano al pelo, rabiosa. Él se da cuenta de mi mirada y se muerde el labio, pero, aun así, continúa suplicándome.
—Al menos, permítemelo. Sólo te pido eso. Después puedes golpearme, chillarme o hacer lo que quieras.
Me quedo callada unos instantes. Después alzo las manos y me encojo de hombros. Bien, si quiere explicarse, va a tener que hacerlo muy bien porque estoy cansada de que me tomen el pelo. Y que encima lo hayan hecho los dos hombres en los que he confiado tanto.
—Bien, pues entonces déjame que te pregunte yo algo. –Lo miro con las cejas arrugadas–. ¿Es cierto eso de que, cuando Abel y Nina salieron juntos, tú te acostabas con ella?
—Sí. –Me mira muy serio, avergonzado–. Lo es. Es muy cierto.
—¿Y por qué lo hacías? ¿Acaso no te sentiste mal cuando ella te dejó?
—Sí. Por eso me acostaba con ella. Porque me sentía solo. Y, al menos, la tenía de alguna forma. Estaba obsesionado con ella.
—¿Por qué todo el mundo folla porque se siente solo? ¿Os parece de verdad una buena excusa? –Otra vez medio gritando. Esbozo un gesto de asco. Sí. Me da asco pensar que se acostaba con la zorra de Nina únicamente porque se sentía solito. ¿Pero estamos locos o qué? Le creía más listo, pero me está demostrando que tan sólo es un gilipollas más.
—No, no lo es para nada. Pero es la única que tengo.
—Me parece horrible que Nina se acostase con los dos. Que os engañase. –Después pienso que ella no es la única que cometió errores. Los tres han actuado de forma vergonzosa.
Me dirijo hacia la silla y me siento otra vez. No puedo permanecer más tiempo de pie. Me tiemblan demasiado las piernas de la rabia que me inunda el cuerpo.
—¿Tú la amabas?
—Sí.
—¿Y ahora? ¿La amas aún? –¿Por qué estoy haciéndole estas preguntas?
—No. –Desvía la mirada.
—¿Y por qué continúas acostándote con ella sabiendo cómo es? ¿Otra vez por la mierda de la soledad? Porque yo también me he sentido sola durante mucho tiempo, pero no he ido acostándome con todo el mundo por ahí. –Agito la mano ante su rostro–. Mírame. Contesta. Me he quedado para escucharte, así que ten la decencia de al menos no desviar la mirada.
—Me acuesto con ella porque no soporto saber que tú te acuestas con mi mejor amigo.
Me quedo sin palabras. Joder, no, no empecemos. Yo no puedo con esto. Me inclino y me cojo la cabeza con las manos.
—Deja de decir estupideces. No me metas a mí en tus mierdas. –No me puedo creer que esté hablando así, pero lo estoy haciendo. La dulce y tontita Sara. Pues que se joda. Que se jodan Nina, Abel y él.
—Intento olvidarte. Intento apartar de mi cabeza el hecho de que deseo que seas tú la que ocupe el otro lado de mi cama.
—Cállate –musito, negando con la cabeza.
Él obedece y el silencio nos vuelve a inundar. Alzo la mirada y me encuentro con la suya. Me observa de tal modo que no puedo evitar ponerme colorada. Necesito desviar el tema de conversación, porque además me he quedado para solucionar otro asunto.
—¿Por qué hiciste lo de las fotos? –Al pensar en ello, se me revuelve todo el estómago.
—Fue idea de Nina.
—¿Qué? Bueno, no sé por qué no me extraña –digo con sarcasmo.
—Quería joderte, Sara. Pero no quería ser ella la que se manchase las manos. Así que… me comió la cabeza. Bueno, sé que realmente tampoco es una excusa. Pero me dijo tantas cosas. De verdad, y yo quería todo eso. Yo quería lo que me aseguraba: que con esas fotos lograríamos que tú dejaras de confiar en Abel, que ellos dos volverían juntos y que yo podría estar contigo.
—Todo eso es demasiado horrible –murmuro con los ojos muy abiertos–. Y también es estúpido. Tú lo eres, Eric. –Bueno, pues ya hemos llegado a la fase de insultos. No quería, pero me están saliendo sin poder evitarlo. Él parpadea, supongo que porque no se lo esperaba aunque antes me ha dicho que podía hacerlo–. Lo eres porque te alías con tu ex, la persona que se fue con Abel, esa con la que tú después te acostabas. –Meneo la cabeza, incrédula, con un gesto de reproche–. ¿Y esperabas que te saliera bien? ¿Creías que yo iba a caer rendida a tus pies? –Suelto una carcajada amarga y sarcástica–. ¡Y encima después actuabas conmigo como si nada! ¿Pero cómo podías hacerlo, joder? ¿Cómo has tenido tan poca vergüenza? ¿No te sentías mal? Cada vez que te reías conmigo, cada vez que hablábamos, que yo te abrazaba… Es repugnante, te lo juro.
—Lo sé, joder, lo sé. Os traicioné. A ti y a mi mejor amigo. A las dos personas más importantes de mi vida. –Me observa con una mirada suplicante que no hace ningún efecto en mí.
—¡¿Y si somos tan importantes por qué cojones lo hiciste?! –Ya he alzado otra vez la voz, pero realmente tengo los nervios a flor de piel.
—Porque, por una vez, quería conseguir algo. Quería ser importante para alguien.
—¿Qué quieres decir con eso? –pregunto, confundida.
—Supongo que alguna vez te has sentido un cero a la izquierda. –Me mira. Asiento con la cabeza, recordando que Nina me ha hecho sentir de ese modo–. Para mis padres, para mis compañeros en el instituto… Siempre lo fui. Era el friki, el que no gustaba a nadie. Por eso empecé a hacer deporte, para conseguir estar en forma, para agradar. Cambié y me convertí en un chico de esos que desprenden confianza.
—Pero eso no perdona que nos hayas hecho esto. ¿Lo sabes, no?
—Claro que lo sé, Sara.
Sus ojos cada vez brillan más. Y entonces, para mi sorpresa, se echa a llorar. Me quedo callada, horrorizada, sin saber qué hacer o decir. Eric llorando delante de mí, sacando todo su dolor. Yo pensaba que realmente él era un chico feliz, optimista, seguro de sí mismo. Empiezo a sentir pena por él y no sé si es un sentimiento bueno o malo.
—Nunca debí acostarme con Nina mientras era la novia de Abel. Y tampoco debí dejarme convencer por ella para lo de las fotos. –Se limpia los ojos con los dedos. Su nariz cada vez está más hinchada y, por unos segundos, ardo en deseos de acariciarle, de rodearle con mis brazos y calmarlo. Pero al instante se me pasa. La rabia que siento es mayor que la pena. Ya puede llorar lo que quiera que esta vez no cederé. Lo que ha hecho no tiene perdón.
—No, no debiste –me limito a contestar de mala gana. Quiero decirle muchas más cosas, gritar, insultarle, pero decido callarme para calmarme a mí misma.
Eric coge una silla y se coloca ante mí. Me mira con los ojos muy abiertos, enrojecidos a causa del llanto.
—Actué a lo loco.
—Últimamente he conocido a mucha gente que actúa así... –murmuro en tono irónico.
—Una vez salieron las fotos, me arrepentí. Joder, quise solucionarlo todo, pero… Tú confiabas tanto en mí. Te estabas abriendo, cada vez nos acercábamos más y pensé… Mierda, todavía creía que debías ser para mí. Eso no es ser un buen amigo, ¿verdad, Sara?
—No, no lo es.
—Soy un mal tío.
—No te hagas la víctima –musito con tono duro. Por dentro, siento un gran dolor y una enorme pena. Estoy tan defraudada.
—No lo hago. Sé que soy un tipo horrible por lo que os he hecho a Abel y a ti.
—¡Tendrías que haberme contado lo de las fotos! ¡Quizá, si me lo hubieses dicho desde un principio, si te hubieses arrepentido, te habría perdonado! –grito.
—En serio que quería hacerlo.
—¡¿En serio?! –Suelto otra carcajada nerviosa. Mis ojos echan chispas y él se da cuenta porque se encoge en su asiento–. ¡Pero si me diste un beso en aquella fiesta! ¡Joder, ese fue el puto beso de Judas! Y menos mal que lo hiciste porque así, al menos, he podido enterarme de toda esta mierda.
—Sé que es totalmente ridículo, que he actuado como alguien sin cerebro. –Arruga las cejas, aún con los ojos brillantes–. Quería ser yo al que amaras, pero después comprendí que no se puede forzar a nadie y que tú… Bueno, pues que tú amas a Abel. Y que él es mi amigo y en la vida, a veces se gana y otras se pierde.
—¿Y tú sabes lo que has perdido, no?
Me mira confundido. Clavo mis ojos en los suyos. En esos ojos tan verdes que ahora han perdido el brillo especial que tanto me gustaba.
—Has perdido a dos amigos, Eric. A Abel y a mí.
Él agacha la cabeza y asiente. Se inclina y se frota las manos. Está nervioso, avergonzado, triste. Yo también lo estoy. Creía que teníamos una auténtica amistad, bonita y sincera. Pero me ha demostrado que es una de las personas más miserables del mundo.
—Intentaré recuperaros –murmura.
—No será posible –respondo automáticamente.
Nos quedamos mirándonos una vez más. Él recorre con sus ojos todo mi rostro. Se quedan unos segundos en los míos, a continuación bajan hasta mi nariz y se posan bastante rato en mis labios, que se entreabren ante su intensa mirada.
—Haré todo lo posible.
—Tendríamos que volver al pasado. Nada de esto se va a poder cambiar. Ha sido una de las peores cosas que me han hecho en la vida. –Me levanto de la silla de golpe–. Me tengo que ir.
Él me imita y, por unos instantes, estamos muy cerca. Puedo escuchar su respiración, que también es tan profunda como la mía. Pero la mía es debido a la rabia y la suya... Joder, ¿otra vez? No sé cómo se atreve a sentirse así después de todo lo que ha hecho.
—Sara… –Su voz tiembla, pero esta vez no es por la vergüenza ni por la culpabilidad. Alza una mano y la acerca a mi rostro. Yo me aparto como si quemase.
—No te atrevas.
—Te quiero.
Alzo la mano, dispuesta a soltarle otra bofetada, pero no puedo hacerlo. Le miro con tristeza. Y entonces sí, entonces la yema de sus dedos roza mi mejilla y noto cientos de pequeños chispazos en todo mi cuerpo a pesar del enfado que tengo. La boca se me seca y aprecio la sangre corriendo por mis venas. Me echo más hacia atrás hasta chocar con la mesa.
—Me tengo que ir. No empeores más las cosas.
—Lo siento. No puedo evitarlo. No puedo cuando te tengo tan cerca.
—Deberías estar avergonzado por lo que has hecho.
—Y lo estoy. Pero también tengo que reconocer que me cuesta mucho controlarme cuando te tengo delante. Antes podía hacerlo, Sara, pero cada vez es más difícil.
—Entonces me alejaré de ti para siempre y los problemas desaparecerán.
—Puede que sea lo mejor.
—Abel es tu amigo. Es mi novio. Y tú todavía continúas intentando tocarme o... o qué sé yo.
—Los amigos se pueden tocar.
—Pero no de la forma en que tú pretendes hacerlo. En serio, Eric, te estás comportando como un auténtico cabrón.
Me dirijo a la puerta con paso vacilante. Él se queda tieso en su sitio, aunque noto su intensa mirada clavada en mi espalda. Una vez he agarrado la manilla, me quedo quieta durante unos instantes.
—Siento mucho que todo esto haya acabado así.
—Yo también. Sólo espero que algún día puedas perdonarme.
—Lo dudo mucho.
Ahora mismo tengo claro que no le quiero perdonar. Pero también sé cómo soy y quizá, tras pasar un poco de tiempo, pueda hacerlo. Aunque es evidente que la relación no será para nada igual.
—Sara.
—¿Qué?
Vacila durante unos segundos. Se muerde el labio y entrecierra los ojos. Entonces, para mi sorpresa, me pregunta:
—¿Sientes tú algo por mí?
Parpadeo, sin poder creerme lo que me está preguntando. Aprieto la manilla, haciéndome incluso daño.
—Sé sincera, por favor. Sólo quiero saber. No voy a joderte más.
—Esa pregunta está fuera de lugar, Eric. Lo sabes. Y si a lo que te refieres es si te quiero, no. Nunca te he querido y nunca lo haré. No de la forma que tú deseas. Y ahora, después de lo que has hecho, mucho menos. Jamás amaría a un hombre como tú.
Y sin añadir más, con esas duras palabras, abro la puerta, salgo y la cierro a mis espaldas de golpe. Bajo las escaleras corriendo como una loca, con lágrimas en los ojos. ¿No le quiero, verdad? Estos pinchazos que siento en el corazón sólo se deben a que un amigo me ha traicionado. No puede ser más. No puedo equivocarme.
Una vez en la calle, deambulo sin saber qué hacer. Abel es la última persona con la que me quiero encontrar porque también estoy cabreadísima con él. Me ha ocultado por tanto tiempo esto... Y ha dejado que Eric se acercara a mí. ¿Pero qué coño les pasa a los hombres con los que me rodeo?
Camino sin rumbo… Con la conciencia intranquila.