17

 

Los días se me pasan como en un sueño. Estuve a punto de no acudir a dos de los exámenes que me quedaban porque realmente me sentía demasiado mal, pero al final cogí fuerzas y los hice. Al cabo de dos días salieron los resultados y comprobé que había aprobado, aunque no con muy buenos resultados.

Gutiérrez se ha dado cuenta de que me pasa algo, pero lo achaca a la muerte de mi padre. En realidad, supongo que todo se me ha juntado y ahora mismo parezco una muerta en vida. Él no me presiona, pero yo no desisto. Patri volverá de su investigación en Salamanca, regresará más fuerte que nunca, con sus malas caras hacia mí y sus puñeteros comentarios, y yo tengo que estar preparada para ello. Por eso, y porque me sirve para distraerme, me paso el día en la universidad. Primero en las clases del máster y después encerrada en el despacho de Gutiérrez, rodeada de montañas de papeles.

Hoy he encontrado un nuevo artículo que me va a servir muchísimo en la investigación y estoy abstraída en él, tanto que no me doy cuenta de que mi tutor ha entrado en el despacho.

—Sara, ¿por qué no te vas a tomar un café? –me pregunta, yendo a su silla.

—No tengo tiempo –contesto distraída, sin apartar la vista del artículo–. Además, no suelo tomar café. Me pone demasiado nerviosa y eso es lo que menos necesito.

—¿Cómo está tu madre?

—Ella se está recuperando poco a poco –le explico, esta vez dirigiendo la mirada a él–. Ahora a veces sale con unas nuevas amigas que se ha echado. Son amigas de su vecina, con la que antes ya tenía buena relación. Lo que pasa que antes no le apetecía salir casi nunca y ahora sí. –Me concentro otra vez en el artículo.

—¿Y tú, cómo estás? ¿No crees que estás trabajando demasiado?

—Necesito hacerlo –respondo, subrayando una cita que me parece interesante.

—Has acabado tus exámenes y casi todos te han salido muy bien. Yo creo que te mereces un descanso –opina él. Le veo encender el ordenador. Me quedo callada, con el lápiz apoyado en la barbilla.

—No te preocupes, que me lo daré. –Esbozo una sonrisa. Pues no, lo que menos necesito ahora es un descanso. Si tuviera tiempo libre, me pondría a pensar en todo lo que ha ocurrido.

En realidad, lo hago. Cada noche. Y me cuesta dormirme un montón. Todavía estoy enfadada, dándole vueltas al asunto de las fotos. Y también estoy triste por estar lejos de Abel. Echo de menos su cuerpo a mi lado, la comodidad que sentía cada vez que notaba ese peso en mi cama. Que me abrace, que me bese y me mime. Echo de menos su perfume a vainilla. El roce de su barba en mi cuello cuando me da besos. Pero, a pesar de todo, esta vez estoy más resentida que nunca y no consigo apartar ese sentimiento de mi corazón. Más de una vez pienso en que debo dejarlo, terminar con nuestra relación. De esa forma, la tranquilidad volvería a mi vida. Sin embargo, luego pienso en lo solo que se sentirá cuando su enfermedad empeore, en que si me aparto de él, no tendrá a nadie que lo salve. Bueno, estarán sus padres y Marcos, pero no yo. Y sé que soy su salvavidas. Todo esto me trae un pensamiento terrible: que tiene razón y que sólo le quiero por pena. Pero no puede ser... Simplemente sucede que, cuando estás enamorado de alguien, te sientes mal cuando esa persona sufre. Quiero convencerme de que es por eso, de que mi amor por Abel es grande, sincero y luminoso. Pero también tengo que poner en una balanza las cosas buenas y las malas, y pensar en mí misma, en lo que me va a venir bien en la vida. A veces, todo el amor del mundo no es suficiente.

Recuerdo un poema que me gusta mucho que habla sobre eso. Dejo el artículo aparcado un momento y busco en internet. Es de Peixoto y dice así:


Todo el amor del mundo no fue suficiente

todo el amor del mundo no fue suficiente porque el amor no

[sirve de nada.

Quedaron sólo los papeles y la tristeza, quedaron sólo la amargura

[y la ceniza de los cigarros y de la muerte.

Los domingos y las noches que pasamos haciendo planes no

[fueron suficientes

y fueron demasiados porque hoy son como sangre en tu rostro,

[son como lágrimas.

Sé que nos amamos mucho y un día, cuando ya no te encuentre

[a cada instante,

en cada hora,

no lo negaré.

No negaré nunca que te amé.

Ni aun cuando esté acostado,

desnudo, sobre las sábanas de otra, y ella me obligue a decirle

[que la amo antes

de follarla.


Me pongo triste de inmediato. Joder, si es que lo mío sí que es ser masoquista y no lo de Anastasia Steel, la prota de Cincuenta sombras. Pero supongo que a todos nos pasa. Que todos, alguna vez, cuando nos hemos sentido tristes, defraudados con el amor, deprimidos, hemos buscado canciones tristes o poemas, o incluso hemos recordado momentos mejores y nos hemos lamido las heridas con ellos.

Y la cuestión es que ese poema me parece tan acorde a nuestra situación. Yo sé que he amado muchísimo a Abel, que todavía lo hago, y que él lo hace con todo su corazón. Pero quizá es ese amor tan enorme el que provoca que suframos más, que de verdad los planes se conviertan en arañazos en nuestro rostro y en nuestro corazón. ¿Es cierto lo que dice el poema? ¿No sirve de nada el amor? No. Yo no puedo creer eso. Quizá lo habría hecho antes de conocer a Abel. Pero ahora, ahora que he vivido tanto con él, ahora que mi cuerpo se estremece con tan sólo sus miradas, ahora que me di cuenta de que cruzo montañas y mares por él, ahora de que aprecio que mi corazón es mucho más grande que antes... ¿Cómo me voy a dejar llevar por la opinión de que el amor no sirve de nada? Tiene que hacerlo. Lo necesito. Hemos sufrido demasiado como para que no sirva. Yo no he luchado tanto como para que ahora los malos momentos venzan a los buenos. Pero joder... Es tan difícil todo.

—Voy a tomar algo –le digo a Gutiérrez, quien alza la cabeza y sonríe.

—Pues claro que sí, Sara. Si no te apetece volver hoy, sabes que no es necesario.

—Lo pensaré.

Me guardo el artículo en la mochila porque quiero repasarlo en casa. La cojo porque no sé si regresaré o me iré ya. En realidad, no voy a la cafetería. Voy a la entrada para quedarme allí un rato mientras recuerdo los buenos momentos que pasé con Eva. Las dos fumando aquí, contando anécdotas, riéndonos, metiéndonos con los hombres, poniéndonos nerviosas por los exámenes. Sus «me flipa la cabeza, nena», sus «jamelgo» y todas esas expresiones tan suyas que tanto me gustan. Esta noche le mandaré un mensaje por Facebook. Hace tiempo que no sé nada de ella y necesito comprobar que está bien.

Y encima ahora mismo me apetece un cigarro y no hay nadie por aquí. Definitivamente me vuelvo para casa. Hoy es viernes y mi madre saldrá con sus amigas, así que estaré solita y tranquila y veré alguna película después de releer el artículo. Cuando estoy a punto de entrar en la boca del metro, pita el wasap:

Cyn:

Tíaaaaaa, espero que no tengas ningún plan. Esta noche cenita. He convencido a Marcos para que vayamos los tres juntitos a un lugar guay. Y después nos vamos de fiestorro.

Me quedo mirando el mensaje con una ceja arqueada. ¿Ir de cena y de fiesta con Cyn y Marcos? Vale, con mi amiga sí, pero...… ¿Con Marcos? ¿El hermanastro de mi novio con el que estoy enfadada y no he visto desde hace días? Vamos, sé que Cyn lo hace por mi bien, para sacarme de mi agujero oscuro. ¿Pero por qué cojones tiene que venir Marcos? No me hace ni puñetera gracia.

Sara:

Pues no sé. No tengo muchas ganas. Mucho trabajo.

Su respuesta me llega enseguida.

Cyn:

¡No me toques los ovarios! Vete a casa, arréglate y pasamos a por ti en el coche. Y después, para no tener que devolverte a casa, te quedas a dormir en el estudio.

¿En el estudio? ¡Ni hablar! Y que Abel aparezca allí de repente. Eh... Eso digo yo. Abel. Marcos. Cyn. ¿Será esto una trampa como las que siempre me tiende mi amiga?

Sara:

Oye, que no voy. Que seguro que lleváis también a Abel. Y paso. Sabes que estamos muy jodidos. No hagas locuras, Cyn.

A los pocos minutos, Cyn responde.

Cyn:

Abel no viene. Se está lamiendo sus heridas. ¡Que se joda! (Menos mal que Marcos no me lee esto...).

Un par de chicas que suben del metro se me quedan mirando. Me aparto de la boca y me apoyo en una pared para responder a Cyn.

Sara:

No te creo. Siempre me traicionas tú también.

Espero unos minutos hasta que ella contesta con un largo mensaje.

Cyn:

Esta vez te juro que es verdad. Sé por lo que estás pasando y no soy tan loca! Además, Marcos y yo estamos también enfadados con Abel. Te lo juro. Te lo juro por ese esmalte de uñas rosa flamenco que tanto me gusta. Que se acabe ahora mismo en todas las tiendas y no me lo pueda comprar nunca más.

Me echo a reír ante su respuesta. Bueno... Quizá es verdad. Y siempre puedo subir las escaleras corriendo si Abel está dentro del coche. Le contesto con un escueto «sí». En el metro ella me envía unos cuantos mensajes más, unos con fotos de tíos buenos graciosas y otros explicándome que luego me va a dar una noticia. A saber qué será.

Cuando llego a casa mi madre ya se está preparando para salir. Sus nuevas amigas tienen la costumbre de ir a tomar algo antes y después ya a cenar. Últimamente mi madre se pone muy guapa y eso es algo que me alegra. Como ve que me despojo de la ropa y me dirijo al baño, me pregunta:

—¿Vas a salir?

—Sí.

—¿Con Abel?

Tardo unos segundos en responder.

—Sí. Y con Cyn y su novio –miento.

—Echo de menos a Abel. ¿Cuándo se va a pasar por aquí? –Mi madre se mete conmigo en el pequeño baño para peinarse.

Yo corro la cortina de la ducha y abro el grifo para intentar que mi voz no suene apesadumbrada.

—Pronto terminará con el nuevo trabajo. Está muy estresado, viajando de aquí para allá.

—¿Pero no tiene ni un ratito para venir a verme? –Mi madre realmente parece tristona porque Abel no se acerca.

—A ver si le digo que lo saque la semana que viene, ¿vale?

Me enjabono el pelo con toda la fuerza del mundo, como si así pudiese librarme del malestar. Mientras me lo aclaro, escucho a mi madre despedirse. A medida que el agua cae por mi cuerpo, me doy cuenta de que yo también echo de menos a Abel. Va a ser mi primera cena sin él desde que nos separamos hace unos días. Por un momento me dan ganas de enviarle un mensaje al salir de la ducha, de decirle que bueno... que estoy bien. Y de saber cómo está él. Pero no lo haré. Tengo que aguantar unos días más, darme cuenta de lo que realmente quiero y necesito. Y que él comprenda que la vida es difícil y, que en el amor, no todo vale.

Al salir de la ducha escucho mi móvil. Voy corriendo con una toalla en el cuerpo y otra en el pelo. Es Cyn.

—Dime.

—Que ya estamos yendo. ¿Estás lista?

—Me seco el pelo y me visto y ya está.

—¡Pues no tardes que encontrar aparcamiento en tu pueblo es una mierda!

—Nooo…

Me seco el pelo todo lo rápido que puedo pero como ya lo tengo bastante largo, pues al final me lo dejo un poco húmedo. Después rebusco en el armario y elijo una falda vaquera, unas medias y un suéter calentito. Tan sólo me rizo las pestañas y me echo un poco de colorete y brillo de labios. Total, para qué me voy a arreglar. No hay nadie para quien me tenga que poner guapa. Cinco minutos después de que me haya terminado de asear, Cyn me hace una perdida. Cojo el bolso, cierro la puerta con llave y bajo corriendo. Me noto un poco nerviosa y no sé exactamente por qué. Marcos y mi amiga me esperan en el coche. Cyn me saluda con la mano de manera muy efusiva. Yo me quedo cerca del portal hasta que compruebo que en la parte de atrás no hay nadie. Bueno, que no está Abel para ser más claros. Miro a un lado y a otro de la calle. No quiero que aparezca sin avisar como otras veces ha hecho.

—Parece que estés huyendo de alguien –me dice Marcos divertido cuando entro en el coche.

—Pues más o menos.

—Tranquila, que mi hermano no ha venido.

Suelto un suspiro silencioso de alivio. Cyn se gira para dedicarme una sonrisa.

—Vamos a Valencia a un bufé chino. Y después a una coctelería bien buena.

—Vale –respondo. Total, tampoco es que me apetezca hacer nada en concreto. Pero puede que sea mejor que quedarme en casa y perderme en mis pensamientos. Porque sé que habría pasado eso.

El restaurante está cerca del centro. Yo nunca he ido, aunque parece estar bien. Pero hay mucha gente, y eso es algo que nunca me ha gustado, y menos cuando tengo el humor caído. El camarero nos pregunta lo que queremos de beber y, en cuanto se lo decimos, Marcos se levanta para ir a por comida. Nosotras nos quedamos en la mesa para charlar un poco.

—Tú no estás bien del todo –dice mi amiga, apartando las manos para que el camarero deje el vino en la mesa.

—¿Cómo estarías tú?

—Cagándome en todo. Y es lo que deberías hacer tú. Una se siente mejor así que lloriqueando por los rincones.

—Yo no hago eso –me quejo.

Cuando Marcos regresa, somos nosotras las que vamos en busca de comida. Yo cojo carne y verduras para que me las cocinen en el wok. Cyn ya se ha puesto a dieta otra vez, a pesar de que su silueta siempre es perfecta.

—Venga, hazme la pregunta.

—¿Cuál? –intento disimular.

—Las mujeres somos así, Sara. Un poco masoquistas.

—Vale –me rindo. El cocinero me tiende el plato con mi carne y mis verduras–. ¿Le has visto? –pregunto mientras volvemos a nuestra mesa.

—Sí. Se ha pasado un par de veces por el estudio.

—¿Y cómo está?

—Pues... Él es el típico hombre que intenta fingir que va todo bien, pero, vamos, se nota que no.

—Quizá sí lo está.

—Vamos, Sara. Te lo dije desde el principio y eso es algo que creo que no va a cambiar: ese hombre te quiere muchísimo. Pero eso no quita que me parezca que también se ha comportado mal, claro.

Cambiamos de tema cuando nos sentamos a la mesa. Marcos nos está esperando. Me pone nerviosa la gente que come a lo bestia como este chico.

—¿Qué tal te va en el trabajo, Cyn? –pregunto, tras darle un sorbo a mi copa de vino.

—¡Genial! –responde ella, dejando en el plato el tenedor–. Mi jefe está contentísimo. Dice que soy una de las mejores abogadas más jóvenes que han pasado por ahí.

—Me alegro mucho. –Esbozo una sonrisa sincera. Después me dirijo a Marcos para ser amable–. ¿Y tú, qué tal?

—Yo como siempre. Buscando campañas y cosas de esas –contesta con la boca llena.

No hablamos mucho más mientras comemos. A mí se me hace un poco extraño que Abel no esté aquí para compartir la cena con nosotros como ya hicimos una vez. Aquella noche fue muy divertida. Fue magnífica. Sentí que éramos una pareja real que podía tener una relación normal.

—¿Sabes qué, Sara? –Cyn se inclina hacia delante con los ojos brillantes.

—¿Qué?

—Marcos y yo vamos a vivir juntos. –Se gira hacia él, con una de esas sonrisas acarameladas que me crispan. Pero supongo que yo también he sido así con Abel.

—¿En serio? ¿Dónde?

—Le hemos pedido a mi hermano el estudio. Nos lo va a alquilar.

—Él nos lo ofrecía gratis, pero prefiero pagar. Vamos a hacer unos gastos, así que… –Cyn ensancha la sonrisa cada vez más sin apartar la mirada de Marcos–. Esta chica se me ha enamorado de verdad.

—Me alegro mucho, de verdad –respondo con un hilo de voz.

Ellos se me quedan mirando con expresión extraña. Y es que no he podido evitar recordar cuando Abel, después de tan poco tiempo de habernos conocido, me pidió que me fuera a vivir con él. Y entonces descubrí lo de las fotos y se produjo nuestra primera separación. Suelto un suspiro y le doy otro trago a la copa de vino.

—¿Entonces Abel no está en el estudio?

—No, está en su casa –me dice Marcos. Me sonríe y se levanta para ir a por más comida. Es la tercera vez que repite.

Cyn se me queda mirando, pero no dice nada. Vaya, está aprendiendo a comportarse. Yo alzo la vista y le dedico una sonrisa. La suya es mucho más radiante que la mía. Alarga una mano y me acaricia la mía.

—Todo va a ir bien, ¿lo sabes?

—Claro.

—¡Y ahora después nos vamos a beber unos cócteles que nos van a subir a las nubes!

Me echo a reír. A las once y media salimos del restaurante y nos dirigimos a la coctelería a pie. Está cerca y es mucho mejor no coger el coche ahora que está bien aparcado. Me sorprendo al entrar en el local. Es grande, de aspecto exótico y muy chulo. Nunca había venido, pero esta vez Cyn y Marcos han sabido elegir bien. El camarero nos encamina a unas sillas libres. En realidad es como un reservado porque cada lugar está separado por una especie de mini palmeras. ¡Me encanta! Y encima los asientos son muy cómodos, con cojines y todo.

—Está genial el sitio –les digo.

—¿Verdad? A mí me gusta mucho –contesta Marcos con una sonrisa.

—¿Ya habías venido alguna vez?

—Sí… Con Abel.

Su nombre me pone triste una vez más. Asiento con la cabeza, intentando no borrar mi semblante alegre, aunque cada vez me cuesta más. Apenas me cercioro de que estoy pidiendo un cóctel. Por favor, que tenga mucho alcohol. Cierto es que ahogar las penas en él no es bueno, pero no me importa. No quiero que la imagen de Abel acuda a mi mente esta noche.

Sin embargo, cuando los tres nos hemos tomado dos cócteles bien cargaditos de alcohol, es inevitable que ellos se empiecen a desinhibir. Y más si es mi amiga Cyn, claro. Con la mirada borrosa me doy cuenta de que mi amiga le ha pasado una pierna por encima del muslo a Marcos y que este se la está acariciando de manera disimulada. Me molesta que, mientras hablan conmigo, se estén toqueteando, pero lo cierto es que yo misma me noto con más calor. Joder, estoy empezando a ponerme nerviosa. Cyn le da un morreo a Marcos que lo va a dejar sin respiración. Y me doy cuenta de que deseo acostarme con Abel como nunca. Pensar que estamos enfadados me pone aún más. ¿Pero cómo puede ser? ¿Qué clase de loca soy?

Me llevo una mano a la entrepierna sin poder evitarlo. Cómo deseo tenerlo ahí, ya sea su lengua, su polla o lo que sea. Yo estaba enfadada con él, joder. Pero es ese cabreo el que hace que tenga más ganas de tenerlo dentro de mí. Para acabar con todo esto, cojo el cóctel y le doy un pedazo de sorbo a la pajita.

—No me encuentro bien. ¿Podemos irnos?

Cyn se aparta de Marcos y me mira confundida.

—Pero si estabas bebiendo hace nada.

—Pues será eso, que he tomado demasiado alcohol.

Marcos me mira y después le dice a Cyn:

—Sí, yo también creo que deberíamos irnos ya. Es tarde.

Miro mi reloj. En realidad sólo son las doce y media. Pero vamos, este está tan caliente como yo y se quiere ir a follar con mi amiga. Cyn se encoge de hombros y los tres nos levantamos.

—¿Te vas a quedar en el estudio?

—No lo sé. –Me quedo pensando unos instantes–. Creo que será mejor que me vaya a casa. No quiero que mi madre esté sola.

En el coche aprecio cómo Cyn apoya la mano en el muslo de Marcos. A mí se me suben los calores otra vez. Ahora resulta que estoy hecha toda una voyeur. Lo cierto es que me he acordado de aquella vez que Abel vino a por mí y me llevó en su coche a un descampado y en él me comió entera.

—¿Te apetece que el lunes después de tu uni tomemos un café? –me pregunta Cyn, cuando estoy bajando–. Tengo libre.

—De acuerdo –me despido de ellos a toda velocidad.

Mi entrepierna cada vez arde más. Los pinchazos en el sexo me atosigan. Cuando llego al piso, me lanzo a la carrera al cuarto de baño. Me lavo la cara y la nuca para que se me pase el calentón, pero lo cierto es que no ocurre nada de eso. Voy a la habitación y me empiezo a quitar la ropa. ¿Pero qué estoy haciendo? Me tumbo en la cama completamente desnuda, con el móvil al lado. Ni siquiera sé bien lo que estoy haciendo. Observo mi propio cuerpo, mi vientre contrayéndose a causa de las ganas que tengo de ser tocada. Pero como él no está, lo hago yo misma. Primero me acaricio el cuello, desciendo hasta los pechos. Me cojo un pezón y tiro de él. Se me escapa un gemido. Pienso en las veces en las que Abel y yo hemos hecho el amor. Mi cuerpo despierta aún más ante esas imágenes. Bajo la mano por el vientre y hago círculos en mi ombligo como él ha hecho alguna vez. Después la dirijo hacia mi sexo, que palpita, ansioso por recibir placer. En cuanto mi dedo se posa en el clítoris, se me escapa un gritito. Me lo llevo a la boca y lo chupo. Vuelvo a acariciarme, esta vez con más ganas. Con la otra mano me aprieto un pecho. Nunca me había tocado así, de esta manera tan desesperada y hambrienta. En mi mente Abel me lame los pezones, me penetra llenándome toda de él. Suelto otro jadeo. Me introduzco un dedo y lo muevo en círculos en mi interior. Estoy completamente mojada. Mi propia humedad me excita más.

Arqueo la espalda, abriéndome aún más de piernas. Acaricio todo mi sexo, deslizo mis flujos por él, jugueteo con los labios, me los separo tal y como Abel hacía. Los calambres que me suben por las piernas me avisan de que pronto estallaré. Y, por arte de magia, una idea descabellada aparece en mi mente. La mano que está en mi pecho lo abandona y coge el móvil. Cuando me quiero dar cuenta, mi dedo se ha posado en el nombre de Abel. Aprieto y pulso el altavoz. La señal de llamada inunda la habitación. Y yo continúo tocándome, pensando en él, en sus manos en mi cuerpo, en su lengua en mis pezones, en su sexo en mi interior.

—¿Sara? –escucho de repente. El tono de su voz es ansioso.

Suelto otro gemido. Él se queda callado. Supongo que no entiende lo que está sucediendo, pero yo ahora no puedo parar. Introduzco otro dedo en mí. Su voz me ha excitado hasta límites insospechados.

—¿Sara? ¿Ocurre algo? ¿Estás bien? ¿Qué estás haciendo?

Sí, joder, no quiero que pare de hablar. Aunque suena preocupado, su voz es para mí como una cerilla que enciende la mecha de mi cuerpo. Me arqueo una vez más. Suspiro. Él se queda callado otra vez. ¿Y si piensa que estoy con otro hombre y que es una venganza? No, no lo creo. Y, de todas formas, no puedo parar ahora porque estoy a punto de irme.

—Tengo ganas de estar ahí... Contigo... –dice de repente.

—Abel… –murmuro. Me muerdo el labio. Los temblores en el vientre me sacuden. Mis dedos se mueven a una velocidad desorbitada. Mi sexo se contrae, palpita… Y exploto. Un huracán me sacude. Toda mi espalda se arquea. Aprieto los muslos para retener el placer mientras gimo una y otra vez, con los ojos cerrados, escuchando su respiración agitada al otro lado de la línea.

Espero a que los espasmos me abandonen y a poder recuperar la respiración. Lo escucho al otro lado de la línea. No sé si habré conseguido que él se masturbe también, pero lo cierto es que puedo escuchar sus jadeos. Al cabo de unos segundos, me empiezo a sentir un poco avergonzada. Pero trato de evitar ese sentimiento porque, al fin y al cabo, no he hecho nada malo.

—Te echo de menos –murmura él con voz ronca.

—Lo sé –respondo, un tanto confundida.

—Espero que estés bien.

—Lo estoy. Yo también quiero que tú lo estés.

No responde. Es la primera vez que lo veo dudar. Me siento mal y, al mismo tiempo, bien. Eso quiere decir que tiene miedo de perderme del todo y no sabe cómo actuar.

—Te llamaré –digo unos segundos después.

—Estaré esperándote.

—Vale.

Cuelgo. Me quedo en la cama observando el techo hasta que el cuerpo se me empieza a enfriar y me tengo que tapar con la manta. No me ha dicho te quiero. Pero se lo agradezco, aunque eche de menos esas palabras. No quiero que las cosas se pongan más difíciles. Lo único que necesito es darme cuenta por mí misma de lo que tengo que hacer.

Por primera vez desde que nos separamos, duermo de un tirón.

Tiéntame sólo tú
titlepage.xhtml
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_000.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_001.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_002.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_003.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_004.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_005.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_006.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_007.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_008.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_009.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_010.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_011.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_012.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_013.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_014.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_015.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_016.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_017.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_018.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_019.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_020.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_021.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_022.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_023.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_024.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_025.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_026.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_027.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_028.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_029.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_030.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_031.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_032.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_033.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_034.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_035.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_036.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_037.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_038.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_039.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_040.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_041.html