18
El mes de febrero llega imparable. Sus inicios, y la mitad. Mi vida continúa siendo como una película surrealista porque yo misma no me entiendo. Lo único que hago es trabajar en la universidad, investigar con Gutiérrez y, después, encerrarme en casa para continuar con el proyecto. Sé que lo estoy haciendo para evitar pensar. En el fondo no viene mal. Dicen que no se puede olvidar, pero no es cierto del todo. Si quieres hacerlo, puedes olvidar. Cuesta. Es bastante difícil y doloroso. Pero si tienes la suficiente fuerza de voluntad, puedes echar todos tus recuerdos hacia abajo, presionar sobre ellos en los momentos de debilidad para que no suban a la superficie. Muchas veces es demasiado difícil y ascienden como burbujas llenas de imágenes luminosas. Pero los recuerdos no tienen por qué ser malos.
Durante estas semanas también he aprendido a recordar a mis seres queridos con una especie de nostalgia que no me provoca auténtico dolor. Por ejemplo, cada vez que recuerdo a mi padre, consigo sonreír. Se me llena la cabeza de imágenes en las que me balanceo en un columpio mientras mi madre me empuja y él me saca una foto. No, definitivamente los recuerdos no son tan malos.
Pero ¿entonces por qué estoy empujando con tanta fuerza los de Eric y Abel? Y encima son demasiado poderosos. Me asaltan cuando menos me lo espero y por eso me paso el día tratando de que mi mente esté ocupada en cualquier cosa, por muy estúpida que sea.
Hace poco hablé con Eva. Ella está muy bien en Japón. Vive en un apartamento diminuto, pero es feliz. Le encanta dar clase allí y está aprendiendo mucho más japonés del que ya sabía. Me habla sobre la comida, sobre la cultura y sobre lo que hace cada día, que en realidad es muy diferente a sus hábitos de aquí. En un principio sólo se quedará un año, pero si acaban muy contentos con ella... Entonces quizá se quede otro más. Cuando me lo dijo, por un momento tuve una vena egoísta. Deseé que me dijera que no se quedaría allí otro año, que volvería conmigo porque yo estaba mal. Luego me di cuenta de que, cuando quieres a una amiga, no puedes pensar de ese modo.
Le conté mi discusión con Eric y Abel, aunque omití lo de las fotos. Simplemente le dije que habíamos peleado porque Abel había descubierto que Eric estaba enamorado de mí y unas cuantas mentiras más. Parece que últimamente me paso los días mintiendo. Ella me lanzó esa pregunta fatal que Abel me hizo el último día que nos vimos: que si yo sentía algo por Eric. Por el Facebook me fue mucho más fácil mentir. Automáticamente le contesté que para nada, que yo amaba a Abel. Y es cierto: cada día me doy más cuenta de lo mucho que lo necesito. Pero también está claro que, en este tiempo que he estado separada de él, me siento más tranquila. Ahora bien, dicen que el amor es sólo para los valientes y que si es fácil, no es amor. Lo de Abel y lo mío debe de ser un amor grandioso, que roza límites insospechados, porque hemos pasado por demasiadas cosas en muy poco tiempo.
Mi madre también se dio cuenta de que algo sucedía. No quería, pero al final tuve que confesarle que Abel y yo nos habíamos dado un tiempo. Se puso bastante triste. Ella piensa que Abel es el hombre de mi vida, que jamás ningún hombre me ha mirado de la forma en que lo hace él. ¡Ni siquiera Santi! Para que mi madre diga eso tiene que estar también muy enganchada a Abel porque sé lo mucho que quería a Santi. Me ha hecho prometer que piense muy bien las cosas y que no deje escapar algo que puede ser muy bonito. Sé que en parte me lo decía mientras recordaba a mi padre. Y bueno... Puede que tenga razón.
Hoy he quedado con Cyn porque me he propuesto hacer algo que siempre he visto en películas romanticonas y que había pensado que era una gilipollez. Sin embargo, ahora no me lo parece y mi amiga está encantada. Vamos a hacer una lista con los pros y los contras de mi relación con Abel. En realidad, tengo miedo. Me asusta que la parte de lo negativo sea mucho mayor que la de lo positivo. Rezaré para que Cyn encuentre aquello feliz que yo no puedo.
La espero sentada dentro de una cafetería. Me dedico a observar a la gente que charla alegremente. Hay una pareja muy acurrucada, besándose con esa suavidad y al mismo tiempo el anhelo de los que llevan poco tiempo juntos y aprovechan cada instante. Me caliento las manos con el té que he pedido. Al cabo de diez minutos, Cyn aparece con una preciosa chaqueta. Un par de chicos alzan la cabeza de sus asuntos cuando se dirige a mí.
—Cariño –me da un abrazo y dos besos–, perdona que me haya retrasado, pero he tenido que dejar terminados unos asuntos del trabajo.
—No te preocupes. –Esbozo una sonrisa.
—¿Preparada?
—¿Ya vamos a ello?
—Valor y al toro, Sara. Casi hace un mes que no ves a Abel. Es hora de tomar tus decisiones, ¿no crees?
Me quedo pensativa unos segundos. A finales de este mes es nuestro aniversario. Si voy a hacer esta lista es porque quiero quedar con él ese día y darle mi respuesta. Asiento con la cabeza. Espero mientras se pide un café y un cruasán. Una vez la camarera se ha marchado, me mira con ojos brillantes. Se saca una libretita del bolso y un boli fucsia, su color favorito. Los deja sobre la mesa y escribe a la derecha «Bueno» y a la izquierda «Malo». Después empuja el cuaderno hacia mí.
—¿Por dónde quieres empezar?
—Por lo que me venga a la cabeza. Pero escribe tú, porfa.
—Como quieras. –En realidad está encantada con esto–. Pues venga, suelta por esa boquita.
—Vamos a ver… Es guapo. Me encantan sus ojos. La forma en que me mira. Sus palabras de ánimo, el calor que me da cuando lo necesito. –Espero a que Cyn anote todo lo que le estoy diciendo.
—¡Ajá! Mira, ya tenemos muchas cosas buenas. –Sonríe. Alza la vista y me mira para que le diga más.
—Pero… siempre hay alguien en su vida que viene para jodernos. Me ha ocultado muchísimas cosas y tengo miedo de que todavía haya más secretos. –Me llevo la taza a los labios para tomar otro sorbo–. Alguna vez ha sido controlador y cuando se pone de mal humor, es un poco difícil de aguantar.
—Venga, volvamos a lo bueno. –Insiste Cyn, poniéndose un poco nerviosa–. ¿Qué me dices del sexo maravilloso que te da? –Suelta una risita mientras anota.
—Ya. –Echo un vistazo por la ventana–. Y ha sido muy bueno con mi madre. Sí, si en realidad es un buen hombre. Cariñoso, pasional, comprensivo, inteligente…
—¡Si al final va a ser un buen partido y todo! –exclama Cyn, muy contenta.
Pero entonces se me pasan cosas por la cabeza que le obligan a ponerse tan seria como yo.
—Me ocultó lo de las fotos y eso es algo que colmó el vaso. –Me inclino para ver lo que mi amiga ha apuntado en el cuaderno. Más o menos lo negativo y lo positivo está a la par–. No me gusta su pasado.
—Pero el pasado es algo que hay que aprender a aceptar, Sara, porque no se puede cambiar. Y, de todos modos, ahora tú y él sois el presente.
—Yo no puedo pasarlo por alto. –Niego con la cabeza. Y entonces, suelto la peor frase–. Y encima… Está lo de su enfermedad. Me olvidará, Cyn. –La voz se me estrangula–. Me marcharé de su cabeza. No tendrá recuerdos de mí.
Cyn deja de anotar. Me mira con semblante triste y preocupado.
—¿Cómo lo estará pasando estos días? ¿Y si está peor por mi culpa? El médico le dijo que necesitaba tranquilidad. –Noto que me escuecen los ojos–. Pero yo no quiero estar con él por pena.
—¿Y quién dice que lo estés por eso? –Mi amiga chasquea la lengua. Se cruza de piernas en uno de sus elegantes gestos–. Te conozco bastante, Sara Fernández, y tú no estás con Abel por lástima.
—¿Entonces?
Se acerca a mí con el cuadernito y me obliga a mirar lo que escribe. En la parte de cosas buenas dibuja un enorme corazón y debajo «amor infinito». Me mira con una sonrisa.
—Tú estás con él porque le quieres. Le amas de una manera que no lo consigue mucha gente. Fue así casi desde un principio.
—A veces el amor no es suficiente –respondo, rememorando el poema de Peixoto.
—No lo es si no quieres que lo sea.
Me quedo callada y observo la lista una vez más, pensando en silencio. Cyn me señala lo último que ha escrito con una magnífica sonrisa. Claro, para ella es muy fácil porque Marcos es una persona sencilla. Ellos no van a tener nunca los problemas que yo he tenido con Abel. Lo cierto es que lo fácil nunca me había gustado, pero ahora mismo estoy hecha un lío.
—Estudia esta lista. Sé consecuente con tu corazón.
—Parece una frase sacada de una de esas pelis con final feliz –apunto, con una triste sonrisita.
—En ocasiones hay que aplicárselas a la vida real. –Cyn se termina su café.
—Lo echo de menos –murmuro, sincerándome.
—Lo sé. Y él a ti.
—¿Lo has vuelto a ver? –Alzo la cabeza, esperanzada.
—Alguna vez. Está bien… Un poco cansado, pero parece bien. También un poco triste. Noté en su mirada un extraño vacío.
Suelto un suspiro. Cyn está usando la estrategia de conmoverme y me parece fatal. Pero no tengo fuerzas para decirle que no lo haga. En realidad, quiero estar segura de que Abel me echa de menos, que no soy la única que lo está pasando mal.
—Me tengo que ir –le digo a mi amiga, rasgando la hoja de papel y guardándomela en el bolso.
—Mándame un mensaje con tu decisión –me dice.
—No la tendré hoy ni mañana –contesto levantándome de la silla.
—Lo sé. Tómate tu tiempo.
Para que me diga esto Cyn, con lo impaciente que es... Salimos al frío de febrero. Ella me da un achuchón muy grande y después me acompaña hasta la estación de trenes. Me abraza otra vez y se despide de mí con una sonrisita pícara. Mientras espero mi tren, estudio detenidamente la lista de pros y contras. No sé si esto ha servido de algo, pero lo cierto es que no puedo apartar la vista de ese gran corazón que mi amiga ha dibujado. El mío es así de grande gracias a que Abel apareció en mi vida. No quiero que se vuelva a hacer pequeño.
—¿Sara?
Una voz familiar me saca de mis pensamientos. Me giro muy lentamente, con el corazón palpitando desbocado. Cuando me topo con sus ojos verdosos, trago saliva. Pobre de mí, ¿por qué me tienen que pasar estas cosas? ¿No es Valencia lo suficientemente grande como para no tener que encontrarnos? ¿Tenía que ser justo en este momento?
Bajo la vista hacia la maleta que sostiene. Después observo sus vaqueros informales y la chaqueta de lana. No me atrevo a volver a mirar sus ojos. Ahora mismo no tengo las palabras y la fuerza necesarias como para enfrentarme a esta persona.
—Hola –dice.
Pero yo me mantengo callada. Y al segundo siguiente estoy apartándome de él y andando en busca de mi tren, a pesar de que no han dicho aún la vía y no sé dónde lo pondrán. Para mi desgracia, escucho las ruedas de la maleta a mi espalda. Aprieto el paso, pero él me llama. Así estamos, todavía con esa poca vergüenza.
—¡Eh, Sara! Espera, por favor. Sólo quiero saber cómo estás.
La rabia me invade otra vez como la última ocasión en que lo vi. Me detengo en seco y él choca conmigo, pero se aparta de inmediato. Me doy la vuelta y esta vez sí lo miro directamente a los ojos.
—¿Para qué quieres saberlo, eh? ¿Si te digo que estoy bien planearás algo para joderme otra vez? ¿Y si te digo que estoy mal? ¿Te pondrás contento? –Sé que mis palabras son duras, pero no puedo evitarlo. Estoy enfadada en parte porque si no hubiera sido por lo que hizo, ahora Abel y yo estaríamos juntos y supuestamente tranquilos.
—Yo… No. Nunca me pondría contento si tú estás mal. –Eric se pasa la lengua por el labio inferior en un gesto nervioso–. Y jamás te jodería. No otra vez.
Meneo la cabeza. Nos quedamos callados durante un largo rato. Es él el que rompe el silencio, al tiempo que señala su maleta.
—Me voy a Madrid. Voy a trabajar en una campaña.
—Qué bien que continúen saliéndote ofertas –le digo de manera dura, fría, irónica, como para recordarle que ha sido gracias a mí, porque si no continuaría siendo el ayudante de Abel.
Él se queda callado. Desvía la vista hacia un par de personas que pasan a nuestro lado. A continuación, la vuelve a posar en mí. Bien, al menos de verdad parece estar avergonzado.
—¿Cómo está Abel?
Me pongo nerviosa. Aprieto la cinta de mi bolso hasta hacerme daño. Tengo que tragar saliva para contestar.
—No lo sé. –Me gustaría mentirle y decirle que todo nos va a la perfección, pero ya estoy cansada de hacerlo. Y, en el fondo, quiero que se sienta mal, que se dé cuenta de lo que ha conseguido con su traición.
—¿Y eso? –pregunta, confundido.
—Abel y yo nos hemos dado un tiempo. Desde el día aquel en que discutimos los tres –le confieso.
Eric abre la boca como para decir algo, pero después se lo piensa mejor y se calla. Yo me espero unos segundos más, pero como veo que no hace nada, alzo una mano en señal de despedida.
—Adiós, Eric. Que te vaya bien el trabajo.
Sin embargo, él me llama otra vez. Yo continúo caminando hacia a saber dónde, hasta que su mano me atrapa del brazo y a mí hay algo que se me revuelve en el estómago. Me gira hacia él y me obliga a mirarlo. No, si en realidad soy yo la que lo está haciendo, nadie me ha puesto una pistola en la cabeza. Estudio sus ojos marrones verdosos, leo la tristeza y preocupación en ellos y, durante unos momentos, siento algo de culpabilidad y ni siquiera sé por qué. Pienso en lo que Abel me dijo durante nuestra confesión: que yo quería a los dos. Y recuerdo mi respuesta: que no es posible amar a dos personas. No obstante, sé que era mentira. Puede que yo no ame a Eric como a Abel, pero sí hay parte de él en mí, hay una huella en mi corazón que me lo está pisando al tenerlo en este momento delante de mí.
—Lo siento –murmura, con la voz apagada.
—Es muy tarde para disculparse, Eric –contesto. Todavía tengo su mano cogiéndome del brazo y lo agito para que me suelte.
—No he vuelto a tener contacto con Nina –dice de repente.
El estómago se me revuelve al escuchar el nombre de esa mujer tan odiosa. Separo los labios, sin saber muy bien qué decir. ¿Por qué tiene que contarme ahora esto? ¿Es que todavía piensa que me va a tener? Puede que en mi corazón esté esa huella, sí, pero el perdón no llegará tan pronto y, de todas formas, no le elegiría a él si tuviera que hacerlo.
—Muy bien. Ahora ya has aprendido la lección –respondo, hablándole como si fuera un niño pequeño–. No hay que juntarse con personas malas.
—¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudarte con lo de Abel? –pregunta.
—¿Qué? ¡Por supuesto que no! No es algo que se pueda solucionar tan fácilmente, y menos que puedas hacerlo tú. –Lo miro con reproche.
—Sólo quiero que los dos estéis bien, que seáis felices.
—No era eso lo que antes querías –escupo con rabia.
—He tenido tiempo para pensar y para darme cuenta del terrible error que he cometido. –Clava la mirada en mí de una forma tan intensa que tengo que dar un paso hacia atrás, a pesar de que no la aparto–. Cuando pierdes algo importante, es cuando te arrepientes. Pero el daño ya está hecho.
Siento ganas de gritar con toda esta conversación. Me llevo una mano al pelo y me enredo un mechón entre los dedos sin saber cómo continuar con esto. Escucho por los altavoces el anuncio de mi tren. Bueno, al menos esto me va a salvar.
—Ya está mi tren –digo, señalando hacia atrás.
—Sara, yo te amo. –Me coge una vez más del brazo. Por un breve segundo mi cuerpo intenta rechazarlo, pero al final me quedo quieta, notando esa calidez que me embargaba cada vez que me tocaba. Los ojos se me empiezan a humedecer. No, joder, qué mierda… Me revuelvo–. No, espera, deja que sólo te diga esto. Voy a desaparecer de tu vida, de verdad. Ni siquiera te saludaré cuando te vea por la calle. –Niego con la cabeza, como si no me importara lo que me está diciendo, pero no es cierto. Me importa, y mucho–. Pero quiero que sepas que aunque te quiero más que a ninguna otra mujer, me voy a retirar.
—¿Cómo? –parpadeo, confundida.
—No puedo luchar por tu amor. Lo hice de manera rastrera. Pero ahora ya no lo voy a hacer más de ninguna forma. –Su mano camina hasta mi hombro, el cual me aprieta con… ¿cariño?–. Jamás te voy a olvidar, Sara –baja la voz. Y mi corazón, que estaba tan lleno de rabia, se ablanda un poco–. Te llevaré aquí dentro cada día de mi vida. –Se lleva una mano al pecho. Y el mío retumba–. No he conocido a ninguna persona como tú.
—Por favor, Eric… –Una lágrima cae por mi mejilla. Y él se atreve a secármela, pero lo cierto es que yo no se lo impido.
—No llores. Pones cara rara cuando lo haces. –Esboza una triste sonrisa. Apoya la mano en mi mejilla y yo, en lugar de apartársela, cierro los ojos y lloro con más fuerza–. Sé que lo has pasado muy mal por mi culpa. No sabes cuánto me arrepiento. Si tuviese la oportunidad de volver atrás, guardaría el amor que siento por ti en mi alma, pero jamás haría lo que hice. Ahora me doy cuenta de que en el amor no todo vale. –Abro los ojos y me encuentro con los suyos. Grandes, brillantes, tan verdosos… tan tristes. Los míos no pueden dejar de soltar lágrimas–. Y también atesoraría la amistad de Abel. Son las dos cosas más bonitas que he tenido en mi vida y, por mi estupidez, he perdido las dos.
—Eric… –murmuro, con la boca llena de saliva a causa del llanto.
—Sólo quiero que Abel y tú seáis felices. –Me coge una mano, se la lleva a la boca y me besa el dorso–. Por eso, regresa con él. Perdónalo, porque él no ha tenido culpa de nada. Sólo es que la vida no es fácil. Las decisiones que tomamos no son siempre las correctas. Tú lo sabes, Sara.
Niego con la cabeza, aturdida, dolorida, muy triste.
—Él te quiere más que a nada ni a nadie. Te necesita. –Me coge de la barbilla para que lo mire–. Y tú a él. Estáis hechos el uno para el otro. Tú eres lo más importante en su vida. Y sé que él también lo es en la tuya.
—No todo es tan fácil… –murmuro.
—No estoy diciendo que lo sea. –Se saca un pañuelo del bolsillo y me lo entrega–. Pero hacedlo. Luchad para que lo sea.
Me quedo mirándolo sorprendida. Jamás me había hablado de esta forma. Todo el rencor y el enfado que tenía se están evaporando poco a poco. Y no quiero, porque creo que me sentía mejor estando enfadada con él.
—Vuelve con él, Sara. –Me aprieta la barbilla y yo observo sus intensos ojos–. Aprovechad el tiempo. Tú y él, más que nadie, sabéis que la vida no dura para siempre, que los mejores momentos sólo se quedan un instante. Guardadlos aquí. –Se lleva otra vez la mano al corazón.
Me suelta y echa un vistazo a la pantalla donde pone el horario de todos los trenes. Tras comprobar el suyo, me mira a mí de nuevo y esboza una sonrisa.
—Sé feliz. Te lo mereces. Pero sé feliz al lado del que fue mi mejor amigo.
Y echa a andar. Se aparta de mí, cada vez se aleja más y yo estoy allí, clavada en el suelo como una estatua, como si los pies se me hubiesen pegado. Aprieto los puños, con la sensación de que tiene razón, de que nuestros trenes sólo pasan una vez en la vida y de que, a veces, aunque te equivoques en las decisiones, es mucho mejor tomarlas y comprobar lo que sucede a quedarte con la duda de lo que podría haber pasado.
Corro unos pasos mientras le llamo. Él se da la vuelta, aunque no se detiene.
—¡Te perdono! –grito. La gente a mi alrededor me mira.
Esta vez sí se para. Abre la boca, sorprendido. Luego dibuja esa tierna sonrisa que tanto me ha gustado siempre.
—Te perdono, Eric –vuelvo a decir, bajando un poco la voz. Pero sé que él me ha escuchado.
En sus labios se dibuja una palabra: «gracias». Tras esto, se gira y echa a andar de nuevo.
Se pierde entre la gente…
Y yo siento en mí un alivio que me obliga a sonreír con auténticas ganas.