32

 

Despierto poco a poco con la cabeza dándome vueltas, como si no estuviera en su sitio. Entonces… ¿He tenido una pesadilla? Sonrío al imaginar que he vuelto un año atrás, cuando estaba empezando mi último año de carrera, y que realmente nada ha pasado. Me quedo un ratito más sumergida en esos pensamientos que tan feliz me hacen.

—Cariño… ¿Estás despierta?

Abro los ojos como puedo, pero las luces me molestan y tengo que volver a cerrarlos. Noto la mano de mi madre posada en mi frente y el cariñoso beso que deja en ella. Yo abro la boca para preguntarle qué hace en mi casa, pero tengo la lengua muy seca y no me sale ni una palabra.

—¡Chsss! No hace falta que hables, no pasa nada. –Aprecio alegría en su voz y me pregunto qué es lo que sucede–. Voy a llamar a la enfermera. Ahora vengo.

La escucho salir de la habitación de forma apresurada. Yo separo mis párpados una vez más, muy poco a poco y con la cabeza ladeada para que la luz no me hiera y, al fin, logro mantenerlos abiertos. Al principio todo lo veo borroso y no consigo entender cuáles son esas paredes blancas, ni tampoco la fea mesa que hay al fondo de la habitación, ni el sillón diminuto en el que descansa el bolso de mi madre. Empiezo a entender: esto no es mi habitación en el piso que compartía con Cyn, tampoco es la de la casa de mi madre ni la de Abel. ¡Abel! Se me escapa un jadeo al tiempo que todas las imágenes alcanzan mi mente de manera confusa. No he regresado al pasado. Estoy en el presente, en un triste hospital, y todo ha sucedido realmente.

Observo mi muñeca izquierda y descubro la aguja del gotero insertada en la piel. A pesar de que la cabeza me molesta, no noto ningún dolor más y no creo estar herida. ¿Qué hago aquí entonces? ¿Y dónde está Abel? Él… El rojo inunda mi mente y me deja helada en la cama. El corazón despierta en mi pecho y se lanza a correr desbocado. Me incorporo, dispuesta a salir de la habitación en su busca, pero en ese momento entra mi madre acompañada de una chica joven y de un hombre de mediana edad. Me los quedo mirando con intensidad, al tiempo que ellos lo hacen con preocupación.

—¿Dónde está mi novio?

El médico ladea la cabeza y observa a su enfermera con expresión grave. Mi madre se acerca a mí y me susurra que me tumbe de nuevo y que me tranquilice, que no haga ningún esfuerzo. Pero yo no puedo quedarme así tan tranquila sin tener ninguna noticia de él.

—Llevas durmiendo todo un día, Sara –me dice el médico llamándome por mi nombre–. Te desmayaste, ¿lo recuerdas?

Asiento con la cabeza, aunque lo cierto es que los últimos minutos en la mansión acuden a mí como imágenes surrealistas y no atino a saber lo que es real y lo que no. ¿Lo fue Julián peleándose con los vigilantes de Jade?

—No tienes ningún daño, así que puedes estar tranquila –continúa el hombre, dedicándome una sonrisa. Pero la verdad es que a mí no me parece que esté alegre, y tampoco la enfermera. Al girarme a mi madre, la descubro con lágrimas en los ojos. Por favor… Me van a matar.

—¿Dónde está él? –pregunto ansiosa.

Hacen caso omiso de mis palabras. ¿Quiere eso decir que Abel ha muerto? ¿Significa que su voz no me va a despertar por las mañanas? ¿Que no voy a compartir con él ningún momento más? Si se ha marchado, mi vida también habrá desaparecido. No podré continuar levantándome de la cama por las mañanas y tampoco podré dormir.

—Cariño, relájate por el bien de…–mi madre va a decir algo, pero se corta a sí misma y le hace un gesto al médico como pidiéndole perdón.

—¿Qué pasa?

—Sara… ¿Sabías que estás embarazada? –El médico se mete las manos en los bolsillos y se me queda mirando con los ojos entrecerrados.

—Yo… –me quedo sin palabras. Entonces lo estoy. Porque ese verbo en presente quiere decir que el bebé continúa en mis entrañas, que no lo he perdido. Joder, ¿y qué voy a hacer ahora? ¿Qué haré si Abel nos ha abandonado para siempre?

—No pasa nada, cariño. Está bien. –Mi madre me acaricia el pelo, sonriendo entre lágrimas. ¿Por qué parece tan triste? Sí, lo sé, lo sé. Es porque nuestro Abel se ha marchado, porque se ha quedado sin aliento y sin latidos, y ambas lo queríamos demasiado. Se me escapa un sollozo, a lo que ella intenta calmarme–. Eh, amor, no pasa nada. Estoy aquí contigo, ¿vale? Y te ayudaré en todo.

Ladeo la cabeza y la apoyo en la fría almohada, ocultándome medio rostro con ella para llorar con tranquilidad. Mi madre no deja de acariciarme el cabello y a mí eso me recuerda a cuando era pequeña y me leía cuentos. Ojalá fuera otra vez una niña. Ahora mismo no puedo soportar el dolor que me está inundando. Me estoy quedando sin respiración. Me voy a romper y nadie podrá hacer nada por evitarlo, porque tan sólo había una persona en el mundo que me podía recomponer.

—Diré que esta noche ya le den de cenar, ¿vale? Y mañana le daremos el alta.

Ni siquiera me despido del médico y de la enfermera. Me quedo con la mejilla apoyada en la almohada, sintiendo las lágrimas que se deslizan por mi cara y van mojando la tela. Mi madre ha acercado el sillón a la cama y se mantiene callada, sin soltarme de la mano. Quiero decirle que por qué no me confiesa la verdad, pero supongo que es también muy duro para ella. Sin entender muy bien cómo, me quedo amodorrada. Cuando estoy navegando por sueños más felices, unas voces familiares me despiertan.

—¡Sara! –Cyn me abraza con tanta fuerza que temo que me quite la aguja del gotero. Detrás de ella se encuentra Eva, sonriéndome con nostalgia, y yo lo único que puedo hacer es llorar otra vez.

—Os dejo solas un ratito, ¿vale? –Mi madre se levanta, coge el monedero del bolso y sale de la habitación.

Mis amigas se colocan cada una al lado de la cama y se me quedan mirando con los ojos muy abiertos. ¿Qué hace Eva aquí? ¿Tan horrible es todo lo que ha sucedido como para que haya volado desde Japón, con lo caro que es?

—Sé lo que estás pensando –dice ella en ese momento, como si me hubiese leído la mente–. He venido porque eres mi amiga y me necesitas. Así que te callas y punto. –Me coge de la mano y me la acaricia.

—Pero si no he dicho nada… –murmuro de manera débil. Me quedo callada unos segundos, hasta que les pregunto–. ¿Sabéis todo lo que ha pasado?

—Algo –es Eva la que contesta–. Y déjame decirte que ni en las mejores novelas negras se contaba una locura semejante.

En cualquier otro momento su respuesta me habría hecho gracia, pero lo cierto es que ahora tiene una gran razón. Todo lo que ha ocurrido en la mansión de Jade y Alejandro ha sido como de película. Pero una película terrorífica. Cyn alarga la mano y me acaricia la barbilla. Yo trato de sonreírle, pero lo cierto es que no puedo. Ya no puedo luchar más contra mis sentimientos. Ya no me siento fuerte.

—No me quieren decir nada –digo, entre sollozos. Ellas se me quedan mirando con expresión confundida–. ¿Dónde está Abel? No lo sé. Y no me lo dicen. Está muerto, seguro. ¡Y están atrasando la verdad para que yo no me rompa! Pero ya lo estoy, estoy hecha pedacitos.

Cyn y Eva se apresuran a abrazarme. Las tres lloramos como si no hubiese un mañana. Les pregunto si saben algo acerca de él, pero sé que me mienten. Es imposible que Cyn, saliendo con Marcos, no sepa qué le ocurre a Abel. Pero estoy tan débil que ni siquiera tengo fuerzas para insistir.

—Hemos conocido a un hombre muy interesante –me explica Cyn, sin soltarme de la mano–. Es policía. Es madurito, ¿sabes? Pero no sé… Me llama la atención con eso de que es poli…

—¿Julián? –Me quedo totalmente sorprendida. ¿Julián era un poli? No, no puede ser él porque estaba metido en todo eso de la mansión. Será otro hombre que ha acudido al hospital para enterarse de lo que ha pasado. Pero… no puedo dejar de lado el hecho de que Julián nos ayudó a escapar a Abel y a mí.

—No se llama Julián. Nos ha dicho su nombre, pero ahora no me acuerdo –Cyn se queda pensativa unos segundos, luego mira a Eva pero esta se encoge de hombros.

—Yo ni me he enterado de su nombre. Bastante tenía ya con todo lo que nos había contado la madre de Sara. –Se gira hacia mí y me mira con una sonrisa de oreja a oreja–. Nena, ¿qué es eso de que vas a ser madre?

No contesto, tan sólo asiento con la cabeza. La verdad es que no me siento alegre, ni con fuerzas como para tener un bebé. Lo único que quiero es saber dónde está Abel, si está en otra habitación cerca de la mía o si se está enfriando en ese lugar en el que ya nadie más abre los ojos. En ese momento una enfermera entra con un gotero nuevo y, mientras me lo pone, les dice a mis amigas:

—Chicas, no os podéis quedar aquí mucho más. El horario de visitas ya ha terminado.

Termina de colocarme el gotero y después sale con una sonrisa. Cyn y Eva se inclinan de nuevo hacia mí y me abrazan con mucho cuidado.

—Tu madre nos ha dicho que mañana ya te dan el alta, ¿no? –Cyn me coloca la sábana como si fuese una niña pequeña. Me mira con preocupación.

—Iremos a verte a casa, ¿vale? –Eva me da un enorme beso. Ella también parece triste.

Mientras las veo salir de la habitación, me pregunto a qué casa se refieren. Mi madre se mudó y ya no vive aquí más y si Abel me ha abandonado… Simplemente no puedo acudir a nuestro piso vacío. No puedo entrar en él y fingir que todo continúa igual. Al cabo de un par de minutos mi madre regresa con un bocadillo envuelto en plata.

—¿Ya se han ido tus amigas?

No respondo. Estoy tan triste que no tengo ganas de hablar. Ella parece comprenderlo y se sienta de nuevo cerca de mí, con una revista entre las manos. Su inesperado silencio me permite regodearme en el dolor, que es lo único que quiero hacer ahora. Bañarme en él, sumergirme, envolverme… Porque es lo que me hace saber que continúo viva y que, posiblemente, él no.

—¿Se puede? –La puerta se abre al tiempo que reconozco esa voz. Me incorporo en la cama de golpe y me topo con el rostro de Julián. Ahora que no estamos en la mansión, me parece que tiene unos rasgos de lo más agradables–. Sara, antes de que digas nada, sólo quiero disculparme por no haber hecho nada antes. Pero tenía que cumplir con mi trabajo, seguir los pasos que habíamos acordado mi equipo y yo.

—No entiendo nada –respondo, negando con la cabeza.

—Soy policía –me revela. Yo cojo aire y parpadeo, totalmente sorprendida. Así que Cyn tenía razón–. Logré infiltrarme en la mansión para descubrir todos los tejemanejes que se llevaban a cabo. Ha sido un trabajo realmente duro. –Observo una sombra que cruza sus ojos–. No es un lugar nada agradable.

—No –me limito a contestar.

—Me habría gustado actuar antes, pero tenía órdenes de arriba. Teníamos que estar seguros de todos los negocios ilegales que se realizaban allí. Un par de días antes de lo que ocurrió la noche pasada, por fin Jade me llevó al lugar en el que pasan droga. Muchísima. –Él menea la cabeza como si aún no lo pudiese creer–. Hemos descubierto a unos cuantos compañeros implicados… Por no hablar de todo lo que hacían con esas chicas… Vale que ellas se mostrasen de acuerdo pero, en el fondo, les comían la cabeza. Y esa pobre chica… ¿Cómo se llamaba?

—África –murmuro con un nudo en el estómago–. ¿Entonces han terminado con el horrible negocio de esos dos?

Julián menea la cabeza y luego se me queda mirando con una sonrisa.

—¿Su nombre verdadero es Julián? –le pregunto con curiosidad.

—No. Me llamo Tomás –Alarga la mano y estrecha la mía–. Encantado.

Yo asiento y luego me giro hacia mi madre, quien nos mira con aspecto triste. Me imagino que ella ya sabía todo esto porque él se lo habrá contado antes que a mí.

—Ha sido casi un año muy duro para nuestro equipo –continúa Tomás, hablando casi más para él–. Y también han sido unos meses difíciles para vosotros. Abel y tú habéis sido muy valientes con todo esto.

Escuchar su nombre provoca una reacción de choque en mí. Me inclino hacia delante y cojo a Tomás de la muñeca. Él se me queda mirando asombrado y me pregunta con la mirada qué es lo que sucede.

—Le dispararon. ¿Usted lo vio, verdad? –Asiente con la cabeza, estudiando mi rostro–. Yo tenía tanta sangre en mis manos… –rompo a llorar una vez más. Mi madre se acerca a mí para calmarme, pero yo alargo una mano para que se detenga–. Por favor, usted… ¿sabe lo que le ha pasado, no? Nadie me lo quiere decir. Ni siquiera mi madre puede hacerlo. –Escucho que ella suelta un suspiro a mi lado.

Tomás abre la boca y mira a mi madre, como esperando su confirmación. Yo me giro hacia ella y le ruego con la mirada que necesito saber lo que le ha ocurrido. Seguro que piensan que no voy a ser lo suficientemente fuerte como para aguantar, pero mi pobre corazón destrozado lo necesita.

—Una bala impactó en su estómago… –empieza Tomás, acariciándose la barbilla en gesto nervioso.

—¿Está muerto, no es así? –Le aprieto la muñeca, animándole a que se sincere.

Él niega con la cabeza y lo que me dice a continuación me rompe aún más.

—Ha entrado en coma.

Tiéntame sólo tú
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