31

 

En cuanto puedo reaccionar, echo a correr en dirección a Abel y los vigilantes. Sin embargo, alguien me agarra y me inmoviliza. Es Alejandro el que se encuentra a mi espalda y me lleva las manos a ella, impidiéndome el movimiento. Me revuelvo entre sus brazos, pero está claro que no tengo tanta fuerza como él.

—¡Suéltala! –exclama Abel, forcejeando con los vigilantes. Ante mi atónita mirada, uno de ellos le da un puñetazo en el estómago, arrebatándole la respiración.

—¡No! –grito meneándome como una loca. Alejandro tira más de mis brazos hasta que siento un gran dolor. Me quedo quieta, sollozando, sin apartar la vista de Abel, cuya cabeza ha caído hacia delante.

—Has sido muy valiente viniendo hasta aquí –dice Jade en ese momento, colocándose ante mí. Da una calada a su cigarrillo y me dedica una sonrisa burlona–. No pensábamos que fueras a venir, pero al final resulta que la niñita quiere más a su príncipe de lo que esperábamos. –Se echa a reír, contagiando a Alejandro.

—No nos ha gustado nada que tu novio viniera aquí reclamando algo que no es suyo. –La voz de Alejandro en mi oído se me antoja horrible–. Ha intentado golpearme, ¿sabes? Y me ha insultado. Me ha dicho cosas que no están nada bien, querida Sara.

Yo suelto otro sollozo, manteniendo la mirada de Jade. Sabía que este momento iba a llegar antes o después, pero una parte de mí tenía la esperanza de que se pudiera solucionar de otra forma. Y ahora… ¿qué es lo que van a hacer? ¿Nos destrozarán la cara como han hecho con África? ¿Nos harán participar en sus juegos como tanto han deseado hacer desde un principio?

Jade se aparta de mí y camina hacia Abel, que parece medio inconsciente. Sin embargo, cuando ella le coge de la barbilla y le alza el rostro, me doy cuenta de que lo único que le sucede es que se siente derrotado. Clava su ojo sano en mí, y yo no puedo evitar llorar con más fuerza al verlo así. Me está diciendo con la mirada lo mucho que me ama y lo que siente haberme metido en todo esto. Me da igual. No me importa estar aquí, sujeta por un demente, mientras él esté bien. Es lo único que quiero: que le suelten y le dejen marcharse. Estoy a punto de decírselo, cuando Jade vuelve a hablar:

—Ya nos hemos cansado de todo esto. –Pasa sus dedos por el rostro magullado de Abel, quien hace un gesto de dolor, que a ella parece gustarle–. Ha sido bastante divertido pero, en el fondo, tampoco es que hayamos conseguido mucho. –Ladea el rostro y me mira a mí otra vez–. Aquí todos queremos algo: tú quieres a tu Abel, pero yo también. Él te quiere a ti y Alejandro también… ¿Qué lío, no? Así que hemos pensado que hay que solucionarlo de alguna forma. –Abre mucho los ojos, como mostrándose sorprendida.

Me doy cuenta de que la respiración de Alejandro se ha acelerado a mi espalda y que sus labios están demasiado cerca de mi cuello. Está oliéndome y el estómago se me revuelve. Se aprieta contra mí y, por unos segundos, puedo notar en mi trasero su erección. Se me escapa un gemido asustado.

—No es que os hayáis portado mal –continúa Jade, observando las reacciones de Abel. Pero la verdad es que él lo único que hace es mirarme a mí, y yo no puedo apartar la vista de sus tristes ojos, que están rogando por mi perdón. Un perdón que le concedo con cada palabra de Jade–, al menos hasta esta noche, claro –chasquea la lengua y le da otra calada a su cigarro, el cual está a punto de consumirse–. Pero ya te digo, queríamos más. Más diversión. Sin embargo, lo que ahora Alejandro quiere es otra cosa. –Alza la barbilla, señalando al hombre que está a mis espaldas–. ¿Por qué no le dices tú a Sara lo que deseas?

—Ella lo sabe ya. –Su aliento en mi oído me provoca un escalofrío. Entonces noto su lengua lamiéndome la oreja y comprendo que esta vez no tengo escapatoria posible. Abel se remueve otra vez, pero los vigilantes le sujetan con más fuerza, provocando que él suelte un quejido de dolor.

—Cielo, más vale que te portes bien –le avisa Jade, molesta de que les esté plantando cara.

En ese momento, llaman a la puerta. Todos se quedan en silencio, hasta que uno de los vigilantes suelta a Abel y va hacia la puerta. La entreabre un poco y después deja pasar a Julián. Se queda un poco extrañado al ver la escena, pero enseguida se recompone y le dedica una sonrisa a Jade.

—Ven aquí, querido. Nos lo vamos a pasar muy bien. ¿Te apetece unirte?

Julián asiente con la cabeza y va hacia ella, que le pasa las manos por los hombros en gesto cariñoso. Odio a esta gente. Me repugna. Ojalá se muriesen aquí mismo.

—Sara, no habría permitido esto si no fuera porque la actitud de nuestro querido Abel me ha enfadado mucho –me explica, sin borrar esa sonrisa carmesí–. Así que he decidido, por una vez, pasar por alto las normas.

Siento que la furia me invade y que las mejillas se me encienden. En realidad, una parte de mí sabía que no eran de fiar y que algo así acabaría sucediendo. Alejandro suelta una risita a mi espalda y me aprieta de nuevo contra su cuerpo.

—Ya que Abel no quiere ser mío… ¿Por qué no dejar que tú sí seas de Alejandro?

Tiro hacia delante, furiosa y dolorida ante la visión del rostro de Abel. En realidad, no me importa todo lo que esta mujer me está diciendo. Me daría igual hacer lo que Alejandro quisiera siempre y cuando dejasen a Abel en paz. Pero tengo claro que no se van a conformar simplemente con que Alejandro me haga suya, sino que querrán mucho más.

—Como estoy muy enfadada –Jade se inclina hacia Abel y le obliga a mirarla. Me doy cuenta de que en los ojos de mi novio brilla la furia, y estoy segura de que esto está cabreando más a Jade, ya que se ha dado cuenta de que no lo va a llevar a su terreno–, voy a dejar que Alejandro haga lo que quiera. –Le dirige una mirada al otro y le lanza un beso. Le escucho reírse a mi espalda. También me fijo en que Julián observa toda la escena un tanto rígido y muy serio. ¿Qué? ¿Esto es mucho más serio de lo que pensabas? Me dan ganas de gritárselo a la cara, pero me controlo y me mantengo callada–. Supongo que te dolería mucho ver a Sara ultrajada, ¿verdad, querido? –se dirige a Abel una vez más. El pecho de mi novio sube y baja a una velocidad tremenda y la nuez se le mueve de forma incontrolada.

—Si la tocáis… –El puñetazo que recibe en el pómulo le impide terminar la frase. Yo suelto un grito y pataleo, chafando un pie de Alejandro sin querer. Como consecuencia, me llevo un tirón de pelo que me obliga a echar la cabeza hacia detrás.

—Abel, mi amor, cada vez que hables uno de mis chicos te dará un golpe. ¿Qué te parece? –Jade dibuja una sonrisa de oreja a oreja. Se desplaza a la mesa y apaga el cigarro en el cenicero. Después se queda mirando a Julián y le pregunta–: ¿Qué es lo que te gustaría que Alejandro hiciera con Sara?

Él se queda callado, mirándome a mí de manera disimulada. Percibo que me hace un breve gesto, pero la verdad es que no sé qué es lo que pretende este hombre. ¿Me ha señalado la puerta?

—No sé. Es él quien tiene que elegir.

Jade sonríe y viene hasta nosotros. Se inclina por encima de mi cabeza y se besa con Alejandro. El estómago se me revuelve cada vez más mientras noto los dos cuerpos pegados a mí, uno delante y otro detrás. Cuando ella se aparta, le dice:

—Bueno, pues tú dirás, Jandro. Creo que nos vamos a divertir mucho, ¿no? –Se gira en dirección a Abel y los vigilantes.

Alejandro me coge una vez más del pelo y tira de él con fuerza. Suelto un gemido de dolor y puedo escuchar también a Abel quejándose.

—Vas a hacer todo lo que te diga, Sara –me susurra Alejandro al oído, pero lo suficientemente alto como para que todos lo oigan–. Y si intentas hacer algo para evitarlo o escapar, sabes lo que pasará.

Las lágrimas me corren por las mejillas. Cierro los ojos, intentando hacer caso omiso del dolor en el cuero cabelludo. A continuación noto una mano ascendiendo por mi cuerpo, hasta llegar a mi pecho, el cual Alejandro me acaricia por encima de la chaqueta.

—Te voy a soltar. Ya sabes, Sara, ni se te ocurra hacer nada. –Su ronca voz me llega hasta las entrañas. Siento que me sube una arcada, pero logro contenerla. Después me veo libre y me acaricio las muñecas doloridas y la cabeza. Me quedo muy quieta, sintiéndome observada por todas las personas allí presentes–. Ahora, te vas a quitar la chaqueta –me ordena. Como ve que no lo hago, grita–: ¡Hazlo!

Me apresuro a obedecer su orden. Lo que menos quiero es que vuelvan a hacer daño a Abel. Es Jade la que me ayuda a quitármela y después la deposita en el respaldo de una de las sillas. Yo miro a Alejandro mientras los temblores recorren todo mi cuerpo.

—Y ahora, vas a bailar para mí.

No doy crédito a lo que me está diciendo. Se dirige a otra silla, la coge y la coloca en medio de la sala. Ante mi atónita mirada, se sienta en ella y me hace un gesto, como animándome a moverme.

—¿Necesitas música?

—No lo haré –digo en voz muy bajita. Pero él me ha oído, y también Jade.

—Chicos –dice ella.

Escucho un golpe a mi espalda y otro gemido lastimero. Cierro los ojos, llorando, rompiéndome por dentro poco a poco. Alzo una mano, rogándoles en silencio que se detengan.

—De acuerdo. Bailaré. Bailaré para ti.

Alejandro asiente con una sonrisa complacida. Me empiezo a mover sin ninguna música que me acompañe. A mi espalda oigo a Jade soltando una risita. Las lágrimas no dejan de salir, mojadas de vergüenza y humillación.

—Baila de manera más sensual. Tócate el pelo, el cuello, los pechos… Vamos, sedúceme, Sara –Alejandro se muestra un poco molesto.

Yo intento bailar de la forma más sugerente posible, pero lo cierto es que me cuesta horrores. Jamás me había sentido más incómoda y avergonzada en toda mi vida, porque además sé que Abel está detrás siguiendo todos mis movimientos.

—Así, Sara, muy bien… –la voz de Alejandro es más ronca que de costumbre. Aprecio que sus ojos se han oscurecido y no puedo evitar descubrir el bulto en sus pantalones–. Jade, ponle algo de música.

Escucho sus tacones caminando por la habitación. Lo siguiente son los acordes de una canción que conozco bien: Bring me to life de Evanescence. Siempre ha sido una de mis preferidas, pero creo que ya nunca podré escucharla.

—Ven, acércate. Pero hazlo bailando. –Alejandro me indica con un gesto que vaya hacia él.

Me arrimo contoneándome, moviendo las caderas de un lado a otro. Cuando estoy delante de él, me pasa las manos por el trasero y me lo estruja. El asco me inunda la boca y un sabor amargo me recorre todos los dientes y la lengua. «How can you see into my eyes like open doors? Leading you down into my core where I’ve become so numb…», canta Amy Lee. Alejandro me obliga a darme la vuelta y a bailar de esa manera, con lo que tengo a Abel frente a mí. Está llorando y puedo leer en su ojo sano el dolor que siente por mí. Mientras me muevo, las manos de Alejandro acarician todo mi cuerpo, sacándome un escalofrío tras otro. Aparto la vista para no encontrarme con la de Abel, porque es más de lo que puedo soportar.

En ese momento, Alejandro se levanta, me coge de nuevo por las muñecas y, cuando me quiero dar cuenta, estoy empotrada contra la enorme mesa, inclinada hacia delante y con la cabeza apoyada en el nogal. Suelto un chillido al notar las frías manos de Alejandro en mi piel. Lo siguiente que siento es que me está bajando los pantalones.

—¡No! ¡Suéltala, hijo de puta! –grita Abel. Alejandro me coge del pelo y me gira la cara hacia él. Puedo ver cómo le asestan otra patada en el estómago, y otra, y otra más, hasta que cae de rodillas y lo tienen que sostener entre ambos vigilantes para que no se derrumbe del todo.

—Por favor, no… Parad –suplico con la mejilla contra la mesa.

—Sara sabe muy bien lo que tiene que hacer para que no ocurra nada malo, ¿verdad? –me dice Alejandro, inclinado sobre mí. Yo me apresuro a contestar con un débil sí.

Veo a Jade mirándonos de manera divertida, con una mano apoyada en el hombro de Julián. Este se mantiene muy rígido, observando la situación con gesto raro. Si de verdad le está disgustando todo esto, ¿por qué no hace algo para ayudarnos? Imagino que se ha dado cuenta del peligro y tiene miedo.

—Apuesto lo que sea a que te va a encantar esto, Abel –dice Alejandro con un tono burlón en su voz–. Vas a disfrutar muchísimo mientras me follo a tu dulce Sara.

Mi novio musita algo, pero está tan magullado que ni siquiera se le entiende. Se me escapa un sollozo, sintiendo más dolor por él que por mí. Alejandro está a punto de tomarme a la fuerza, pero no me importa si eso va a significar que después todo esto acabará y Abel y yo podremos vivir felices. La cuestión es que no estoy segura de ello… Ahora mismo, apretujada en esta mesa, con Abel golpeado frente a mí y toda esta gente a punto de mirar cómo me violan, me parece que es una pesadilla que no acabará nunca.

Alejandro me acaricia el trasero por encima de la ropa interior. Suelto un sollozo y cierro los ojos, apretándolos con fuerza, rogando en silencio que no sea demasiado doloroso y que no dure mucho. «Wake me up inside. Wake me up inside. Call my name and save me from the dark. Bid my blood to run, before I come undone, Save from the nothing I’ve become…». Abro los ojos y me topo con los de Abel. No puedo soportar que esté llorando de esa forma, pero intento mostrarme fuerte. Le dedico una sonrisa bañada en lágrimas y a continuación le susurro que le quiero. Él me lo devuelve y después le veo cerrar los ojos para no mirar lo que está a punto de ocurrir. Yo hago más de lo mismo. Me concentro en la voz de Amy Lee e intento pensar en los hermosos recuerdos que tengo de mi vida con Abel. Me pierdo en esos pensamientos… Consigo liberarme…

Y entonces algo ocurre. Todo de manera muy rápida, tanto que apenas puedo comprender lo que está sucediendo. Escucho unos gritos y, al abrir los ojos, descubro a Jade en el suelo y a Julián golpeando a uno de los vigilantes. El otro ha soltado a Abel para ayudar a su compañero. Este corre hacia mí sin dudarlo y se tira contra Alejandro, cayendo los dos al suelo. Al principio me quedo tiesa, sin saber qué hacer porque mi mente no atina a entender todo lo que pasa. Pero entonces Abel grita mi nombre y yo reacciono. Me subo los pantalones y corro hacia él, pero su mirada me paraliza.

—¡Vete! ¡Corre, Sara! ¡Sal de aquí! –Alejandro intenta levantarse, pero Abel le da un nuevo puñetazo que lo deja medio confundido.

—¡No me voy sin ti! –chillo, queriendo hacer algo por ayudar.

—¡Corre y ahora te alcanzo! –Como dudo un poco más, su siguiente grito es el que me pone en alerta–. ¡Sal ya de aquí, joder!

Esta vez sí le obedezco. Me doy la vuelta y me fijo en que Julián todavía pelea con los dos vigilantes. Para ser un hombre mayor, tiene bastante fuerza y está ágil. También me doy cuenta de que uno de los perros de Jade ha sacado un arma. El corazón me da un vuelco en el pecho, pero aparto la vista y salgo del despacho. Corro por el pasillo a toda velocidad, con la voz de Amy Lee resonando en mi cabeza. «Now that I know what I’m without. You can’t just leave me. Breathe into me and make me real… Bring me to life».

—¡Detenedlos! ¡Maldita sea, detenedlos! –escucho los gritos furiosos de Jade a mi espalda. El vigilante de la sala Carmesí ve que me acerco corriendo pero, cuando reacciona, ya es demasiado tarde. Yo le doy un fuerte empujón que le tira al suelo y continúo corriendo. Un par de puertas se abren y aparece gente medio desnuda, que me observan asustados bajo sus máscaras.

Entonces retumban un par de disparos a mi espalda. Giro la cabeza, presa del pánico, y descubro a Abel corriendo hacia mí. La gente chilla a nuestro alrededor, Jade y Alejandro también aparecen en el pasillo tratando de evitar que escapemos. El caos ha invadido el lugar. Yo me detengo y estiro el brazo para recibir a Abel. Ya lo tengo casi aquí… El estómago me da un brinco al ver su rostro magullado más de cerca… Nuestros dedos se rozan…

Y después, otro disparo.

Y la mano de Abel que se aleja de la mía. Lo veo caer ante mis pies. Sus ojos se han cerrado. Todo ocurre como en un sueño a cámara lenta. Me arrodillo ante él, pero ni siquiera me parece ser yo la que está haciéndolo. Mis irreales y temblorosas manos tantean su cuerpo y le sacuden. Y después mis dedos tintados de rojo. Alguien grita mucho, pero yo lo único que hago es observar mis manos manchadas.

Segundos después comprendo que soy yo la que está gritando, la que se está desgarrando la garganta. Unas cuantas personas nos rodean, cuchicheando entre ellas. Yo alzo la vista sin dejar de llorar, con Abel entre mis brazos. Le acuno, manchándome más de la sangre que sale de su cuerpo, pero no me importa.

—¡Que alguien me ayude, por favor! –le grito a toda esa gente. Pero nadie me hace caso, tan sólo se miran unos a otros y hablan entre ellos.

Yo acerco el rostro de Abel al mío y lloro con más fuerza. Se me está yendo. Su vida se está escurriendo de entre mis manos. No lograré mantenerlo aquí conmigo. Abel se me va a morir y no voy a poder hacer nada por evitarlo. Suelto un grito tras otro, demandando ayuda, rogándole a él que se quede conmigo. No me puede abandonar, no puede dejarme sola entre toda esta miseria. ¿Qué voy a hacer sin su voz, sin sus ojos, sin sus manos? No seré capaz de levantarme cada día sin verme reflejada en su mirada. No puede existir la vida si él no está.

—¡Le habéis matado, joder! –escucho que alguien grita, pero ya no sé de quién se trata.

No me lo pueden haber arrebatado después de todo lo que hemos luchado. No pueden haberle quitado la vida después de todo lo que él ha intentado por recuperarla. Después de lo mucho que ha peleado por vencer su enfermedad y permanecer conmigo. Dios no puede ser tan cruel. El destino no puede estar haciéndome esto. Sin embargo, lo único que hay aquí ahora conmigo es Abel con los ojos cerrados y la sangre que mana de su herida, empapando mi ropa y mis manos. Echo la cabeza hacia atrás y suelto otro grito, sintiendo que mi vida también se está marchando con él.

Chillidos a mi alrededor. Pies que corren aquí y allá. Puertas que se abren y se cierran. Pero yo no veo nada. Ni siquiera sé si existo.

—¡Policía! ¡Quedan todos detenidos!

Esas voces quedan ya muy lejos. Yo estoy encaminándome a un lugar mucho más seguro, en el que podré reunirme con Abel.

Mis extremidades se aflojan… Floto…

Oscuridad y silencio.

Tiéntame sólo tú
titlepage.xhtml
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_000.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_001.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_002.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_003.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_004.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_005.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_006.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_007.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_008.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_009.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_010.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_011.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_012.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_013.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_014.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_015.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_016.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_017.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_018.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_019.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_020.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_021.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_022.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_023.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_024.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_025.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_026.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_027.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_028.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_029.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_030.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_031.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_032.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_033.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_034.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_035.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_036.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_037.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_038.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_039.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_040.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_041.html