28

 

Las fotos de las chicas desfilaron en la enorme pantalla, dotando de un brillo potente a la oscuridad de la sala, la cual estaba repleta hasta los goznes. Hombres y mujeres cuchicheaban con cada una de las imágenes y comentaban entre susurros que se trataban de las mejores fotos que habían visto en mucho tiempo. Desde luego, eran unas fotos preciosas, con una sensibilidad que traspasaba la pantalla. El fotógrafo había conseguido plasmar la sensualidad y la hermosura de cada una de esas mujeres y, aún más, había sacado sus almas y corazones. Más que nunca, ellas se entregaban por completo en esas fotos a aquellos que las quisieran elegir.

A pesar de las alabanzas de los allí presentes, él –situado de pie al fondo de la sala– no se sentía nada orgulloso; más bien, todo lo contrario: aquello le inquietaba porque empezaba a entender lo que iba a suceder después. Jade se encontraba a su lado, con la mano apoyada en la suya y una sonrisa enorme en su atractivo rostro. Asentía satisfecha cada vez que aparecía una nueva foto y le susurraba que había hecho un trabajo impresionante.

Cuando el espectáculo comenzó, a él se le removieron las tripas. Vio a los hombres hojear el catálogo de mujeres, buscando a sus favoritas y, si por casualidad alguna de ellas era elegida por más de uno –o a veces más de dos y de tres–, decidían con cual se irían tras exponerles sus tratos.

Abel pudo oír lo que les ofrecían: trabajos de moda, convertirse en su secretaria en una de las mejores empresas de la ciudad, ser sus acompañantes en cenas de negocios, ropa cara, perfumes de precios exorbitados, dinero e, incluso, todo tipo de drogas.

Cuando no pudo aguantar más, se levantó de su asiento y corrió hacia la puerta para escapar de esa sala con aroma a corrupción. La cabeza le daba vueltas y en su pecho empezaba a sentir esa presión que tantas veces se había repetido desde que su madre murió. Se preguntó a sí mismo hasta dónde había llegado. ¿Cómo se había dejado convencer para hacer esas fotos? Aunque no sabía para lo que se iban a utilizar, debería haber imaginado que, en un lugar como ese y con gente como Jade, no se trataría de nada bueno.

Su pensamiento se desvió por unos instantes a su madre y el dolor que sintió en las entrañas le abrasó por completo. Ella, desde donde se encontrara, podía saber lo que había hecho, y la vergüenza le carcomió. Sus ansias por conseguir dinero para formar su propio equipo de fotografía y escalar puestos le habían llevado a esa horrible situación. Pero ahora lo único que quería era acabar con ello, regresar a su vida normal y alcanzar lo que quería por sus propios medios. Pero es que él… Él deseaba vivir con desenfreno, notando su cuerpo y su sangre, y que todos le recordaran. Sí, al menos que lo hiciera el mundo ya que él no iba a poder.

Una mano de largas uñas pintadas de rojo se posó en su hombro. En ese momento, le pareció más bien una garra que no le iba a soltar. Se giró hacia la mujer que le observaba con curiosidad y diversión.

—¿No estás satisfecho con tu trabajo? Hemos conseguido más Elecciones que nunca, incluso de las mujeres menos favorecidas.

Que hablara así de personas, como si fueran simples mercancías u objetos que comprar, le puso peor cuerpo. Negó con la cabeza, apoyándose en la pared para frenar el mareo.

—No voy a hacerlo más. No quiero sacar fotos a más chicas –murmuró, con los ojos cerrados para no enfrentarse a la mirada de Jade.

—¿Es que no ves todo lo que puedes conseguir? Esa gente paga mucho por los catálogos.

—No quiero más dinero. Sólo quiero dedicarme a lo mío… Pero sin hacer todo eso. –Señaló la sala cerrada con gesto de asco.

Jade se acercó a él sin borrar la sonrisa del rostro y, cuando casi se podían tocar con los labios, le asestó una fuerte bofetada que provocó que incluso le rechinaran los dientes.

—Jade… –tan sólo se atrevió a pronunciar su nombre y de manera entrecortada. Le escocía allá donde le había golpeado pero, en el fondo, su alma –y no su cuerpo, no, era exactamente el rincón arrepentido y decrépito de su conciencia el que despertaba con esos golpes– ansió otra bofetada que le provocara mucho más dolor. Un dolor sordo que le borrara de la mente la perfecta y hermosa imagen de su madre, ya que un ser oscuro como él no merecía guardarla en el recuerdo.

—¿Sabes que ahora eres lo que eres por mí, Abel? –La mujer le acarició en la mejilla y, después, se arrimó y, sacando la lengua, se la lamió. Él no respondió, simplemente cerró los ojos y trató de no hundirse en la oscuridad.

—No quiero hacerlo más. Simplemente no puedo. Entiéndelo, Jade, por favor –murmuró, aspirando el fuerte perfume de la mujer, lo que le provocó un nuevo mareo–. Yo no sabía para qué eran esas fotos.

—Nunca preguntaste –le recordó ella.

—Nunca me dejaste preguntar. –Él abrió los ojos y los clavó en los de la mujer, tan rasgados, tan felinos, tan… llenos de locura.

—¿Sabes que vas a hacer lo que yo te diga, no? –Ella le pasó un dedo por los carnosos labios, dibujando una sonrisa–. Todo tú me perteneces. Tu cuerpo, tu corazón, tu mente… Se han llenado de mí.

—Haré lo que quieras, Jade, pero no me pidas que saque más fotos. –Su voz se truncó–. Por favor…

—Nunca ruegues –le advirtió la mujer, pellizcándole el labio inferior. Meditó unos segundos y, a continuación, añadió–: Te espero en la sala Carmesí en diez minutos.

Abel se dejó caer en la pared, observando entre temblores cómo ella se marchaba hacia su sala de juegos favorita. Contó con la cabeza todos los minutos y segundos, con tal de olvidar el resto de la noche, dispuesto a prepararse para lo que se avecinaba. Cuando fue a las puertas, un vigilante le tendió una bandeja diminuta.

—Te lo ha preparado la señora –dijo el hombre con voz cavernosa.

Y, aunque no quería hacerlo, cada vez estaba más enganchado a esos malditos polvos blancos, así que se apoyó en la pared una vez más y aspiró hasta que el tabique nasal le dolió. El sabor amargo de la cocaína inundó sus encías y su lengua, y a punto estuvo de vomitar. Se repuso lo suficiente como para entrar lo más erguido posible. Las luces, rebajadas como siempre, tan sólo le permitieron ver la sombra de Jade.

—Ven aquí –le ordenó. Al acercarse, descubrió el collar de pinchos que había encargado de manera que ella misma pudiese tirar de él y apretarlo contra su cuello, y también el gato de nueve colas, su instrumento de flagelación preferido–. Me vas a tener que recompensar, cariño. –Le miró con una sonrisa que no tenía nada de cordura–. ¿Cuánto crees que podrás soportar hasta caer rendido? Tengo ganas de ver cuánto te golpeas. Estoy ya tan cachonda.

Él había buscado información acerca de las prácticas de BSDM, pero al final comprendió que aquello se desviaba de ellas, que Jade tenía sus propios gustos y reglas, y que lo hacía para alimentar su locura acercándose a límites peligrosos. A Jade le gustaba la sangre, simplemente. Ni era un ama ni una sumisa. Le agradaba sentir la muerte cerca y ver cómo los demás la sentían, pero sin provocarla ella. Aun así, se preguntó si Jade sería capaz de matar.

Todo aquello ya no era divertido, ni siquiera con la bebida y las drogas. No era placentero como ella le había jurado. Era dolor puro que le mordía la piel, que le arañaba las entrañas y le estrujaba el corazón. Pero estaba bien. Lo estaba porque era de la única forma en la que podía recordar a su madre sin sentirse un monstruo.

—Abel… ¡Abel! –le tiro de la manga de la camisa con suavidad. Él inclina el rostro a mí y me observa con mirada perdida. Meneo la mano por delante de su nariz y, al fin, parece reaccionar–. ¿Cuándo va a empezar esto?

—No tardará mucho –contesta con voz pastosa. Me doy cuenta de lo duro que es esto para él. Y Jade lo sabe, vaya que si lo sabe. Tiene claro que le trae malos recuerdos y que, además, le provoca más dolor al compartirlo conmigo. Le aprieto el brazo para que entienda que estoy bien, que no se preocupe por mí y que lo haga por él. Sin embargo, cuando se enciende la pantalla y las fotos de las chicas empiezan a desfilar, aprecio que se pone más nervioso y que su respiración se acelera. En realidad, las fotos no tienen nada de malo: la mayoría de chicas ni siquiera aparecen desnudas. Pero está claro que lo terrible es su finalidad. Por suerte, estas fotos no las ha hecho Abel, así que me puedo mantener más fuerte para sostenerlo a él.

Me giro y descubro a Jade, a Julián y a Alejandro de pie al fondo de la sala. Este último va acompañado de una chica de aspecto frágil. Me fijo en que Julián parece algo inquieto. Seguro que el muy pervertido se está poniendo con las fotos de todas esas chicas. Cada vez me repugna más, así que siempre intento mantenerme lo más lejos posible de él, aunque a veces es complicado porque siempre acompaña a Jade.

Abel se da cuenta de que estoy observando algo y sigue mi mirada. Jade alza una mano y lo saluda con un agitar coqueto de dedos. Él recupera su posición de inmediato, pero delante tiene la exposición de chicas, que se han colocado en sus puestos para la Elección. De repente, se queda mirando algo a nuestra izquierda. Estiro el cuello y descubro a dos hombres y a una joven preparándose una raya. Ella se inclina y se alza un poco la máscara para aspirar los polvos. Cojo a Abel de la barbilla y le obligo a mirarme a mí. Está sudado y se nota que no se encuentra nada bien.

—Necesito algo. No puedo soportar esto mucho más –me dice, con los labios secos.

—No digas locuras. –Le acaricio el cuello, la única parte que queda libre de la máscara.

No voy a permitir que esta gente le haga caer en ese mundo otra vez, y mucho menos ahora que su enfermedad avanza. Le cojo de la mano y le insto a que se levante tal y como he hecho yo. Salimos al pasillo y, una vez llegamos a la altura de Jade y los demás, no tardan en detenernos.

—¿Os vais? –pregunta Alejandro con curiosidad. La chica que lo acompaña se remueve, inquieta.

—Ya hemos visto suficiente. Ya sé qué es todo esto y no necesito más –murmuro, tratando de sonar dura.

—Es una pena que no hayas querido participar en la Elección –murmura Alejandro. Da unas palmaditas en la mano de la chica–. El año pasado ella tuvo la suerte de ser elegida por mí. Normalmente no participo, pero me cautivó. ¿Y te ha ido bien, verdad, Sky?

Sky… ¿Esta chica ha utilizado cielo como seudónimo para este lugar? Me parece tan irónico… Sin embargo, no me parece como los demás. No se muestra segura, tampoco arrogante. Todos sus gestos me demuestran que está nerviosa e, incluso, asustada. ¿De qué? ¿Qué coño hace Alejandro con ella? Por favor, esto es horrible.

—Julián, tú tendrías que haber participado. No habría sido necesario que pagaras por el catálogo –Jade apoya la mano en el pecho del hombre con gesto coqueto. Me fijo en que Alejandro parece un poco molesto. Abel me contó que Jade y él mantienen una extraña relación, que viven juntos y mantienen sexo… Vamos, como una pareja, ¿no? Pero luego, claro, tienen sus propios gustos y se acuestan con otras personas y tienen sus propias concubinas. Porque joder, por mucho que digan, estas chicas son eso. Vale que ellas se ofrecen de manera voluntaria, pero no puedo entender por qué lo hacen. Supongo que tienen problemas en su vida, que intentan salir de un pozo… Pero se meten en uno mucho más oscuro.

—Yo ya estoy demasiado viejo para esas chicas –dice Julián.

—Pensaba que era precisamente eso lo que te gustaba. –Cuando me quiero dar cuenta, ya he soltado la bomba.

Todos se giran hacia mí y se me quedan mirando. En un principio no puedo evitar encogerme bajo sus ojos, pero después me hago la fuerte y les observo decidida. Es lo que pienso y no me tengo por qué callar. Que esté participando en este horrible juego no quiere decir que me guste. Sólo lo hago para proteger a mis seres queridos, y ni siquiera sé si está funcionando o estamos liándonos cada vez más.

—Nos ha salido respondona la niña –comenta Jade, en tono divertido. Julián, a su lado, no aparta la vista de mí. Pues me da igual que le haya molestado, así sabrá que a mí me desagradan sus gustos. La verdad es que jamás le he visto hacer nada por aquí, que sólo merodea por la casa, pero su presencia en ella y que se haya hecho socio de Jade ya me indica que se trata de una mala persona.

—Me gusta así –interviene Alejandro en ese momento. Suelta a la chica con la que ha venido y se acerca a mí. Yo doy un paso hacia atrás y Abel me coge de la mano. Alejandro chasquea la lengua y menea la cabeza–. Déjala, es mayorcita. ¿Por qué no permites que se desinhiba? Estás provocando que no disfrute de la mansión.

—No todo el mundo disfruta con vuestros juegos, Alejandro –responde Abel, con la voz más segura que nunca.

—¿Crees que la vas a poder proteger siempre? –Alejandro se ríe bajo esa horrible máscara que empecé a odiar desde la primera vez que la vi.

—Recuerda el trato. Lo prometiste.

—A veces está bien romper los tratos. –Alejandro inclina el rostro hacia mí, alarga un brazo y me roza el cuello. Abel da un paso, dispuesto a impedirlo, pero yo lo detengo. Soporto que Alejandro me acaricie aunque el estómago se me revuelve. Aprieto los dientes y ni siquiera aparto la mirada de él. Pero es una mirada furiosa, para que se dé cuenta de que sus dedos no logran ningún efecto en mí. Por un momento recuerdo las pesadillas que he tenido, y mi mente hace de las suyas y se imagina que Alejandro será capaz de entrar en ella y descubrir que, en mis sueños, yo caía en sus juegos.

—Cariño, no sabes lo que mi querido Alejandro se está conteniendo para no lanzarse contra ella –le dice Jade a Abel en tono jocoso–. Además, a ella tampoco parece importarle caer en los brazos de otro… ¿Cómo se llamaba ese amigo tuyo…? ¿Eric?

Vaya, así que también vieron mis fotos con él. ¿O es que me seguían cuando tuvimos algún que otro encuentro? ¿Desde cuándo se metió en mi vida esta gente? Abel aprieta los puños a mi lado, y yo temo que se le vaya la cabeza y golpee a Alejandro, o incluso a Jade. Si lo hiciera, estaríamos perdidos.

—¿Por qué no vamos a tomar una copa? –propone en ese momento Julián. Desvío la mirada hacia él, confundida. ¿Por qué parece que está tratando de evitar que algo malo suceda? ¿Es que acaso le importa que nos hagan daño? ¿O es que simplemente le apetece divertirse? Por unos segundos, me parece que me hace un gesto con la barbilla como para decirme que está con nosotros. Mi mente ya está empezando a hacer de las suyas.

La puerta de la sala se abre y salen un par de hombres acompañados de chicas. También una mujer, vestida con una falda larga negra y un corsé muy elegante, ha elegido a una. Les observo marcharse a alguna de las salas entre risas. ¿Cómo pueden estar esas chicas tan contentas sabiendo que se han vendido? ¿O es que soy yo la que tiene su mente demasiado cerrada como para entender todo esto?

Abel y yo acompañamos a Jade y los demás a su despacho. Entramos seguidos de los vigilantes. ¿Es que estos gorilas siempre van a estar junto a nosotros? No sé cómo piensan que nos vamos a escapar con todos ellos merodeando por aquí. Lo cierto es que jamás he visto ningún altercado en la mansión, ni han usado la violencia… Tampoco es que lleven armas debajo de la ropa, o eso es lo que creo.

Jade se sienta en su sofá preferido junto con Julián. Es Alejandro el que prepara las copas, observándoles con atención. Está molesto porque ya no es el preferido de Jade. Tiene que competir con Abel y con ese nuevo hombre. Me produce regocijo que se sienta celoso, que sepa que no todo el mundo baila a su antojo. Les tiende sendos vasos y luego sirve uno para su acompañante, la cual se va a un rincón y nos da la espalda para beber. ¿Por qué hace eso? ¿Es que no quiere que le veamos la cara? Lleva el cabello recogido en un moño, pero me suena tanto… Joder, ¿yo conozco a esa chica?

A continuación Alejandro nos entrega unos vasos a Abel y a mí y, aunque él coge el suyo, yo rechazo el mío. No me apetece beber en este lugar, terminar borracha y que suceda algo. Además, no me fío de que no echen algo en la bebida. Alejandro se encoge de hombros y se lo bebe por mí, observándome con sus ojos fríos y burlones. Yo me dirijo a una de las sillas y me siento, esperando a que la noche termine pronto y Abel y yo nos podamos ir a casa. Al cabo de un buen rato –supongo que habrán pasado un par de horas, pero estoy tan cansada que ni siquiera soy consciente del tiempo–, descubro que todos están ya borrachos, que Jade y Julián están en el sofá divirtiéndose de lo lindo. En el rincón más oscuro se han colocado Alejandro y su acompañante, y están dándose el lote al tiempo que le dan a la cocaína. Todo esto se me antoja irreal, como una de esas fiestas locas que he visto en las películas. Las ganas de ir al baño no me dan tregua y siento la vejiga a punto de explotar.

—Abel… –le susurro al oído–. Voy a ir al servicio.

—Te acompaño.

En cuanto nos levantamos, los vigilantes se ponen en alerta y se acercan a nosotros.

—Sólo voy a ir al baño –le digo a uno de ellos–. ¿No me vais a dejar ni esa intimidad?

—Deja que vaya –murmura Jade con voz de colocada.

Los vigilantes se retiran y Abel y yo salimos al pasillo, que se encuentra totalmente vacío y escasamente iluminado. Imagino que ya todos estarán en las salas y habitaciones, dando rienda suelta a su imaginación.

—Voy a entrar yo también. Si sales tú antes, espérame, ¿vale? –me pide Abel.

Asiento con la cabeza. No hace falta ni que me lo diga, porque por nada del mundo quiero caminar sola por este lugar. Me meto en el baño, que es enorme, pero está completamente vacío. Lo hago con toda la rapidez posible y salgo con las manos aún húmedas. Abel no ha terminado todavía, así que me quedo muy quieta, esperándole. Entonces, me doy cuenta de un movimiento a mi derecha, en uno de los rincones del pasillo. El corazón se me lanza a la carrera. Ahí hay alguien que me está observando, estoy segura. ¿Y si se trata de Alejandro y me hace cualquier cosa horrible?

—¿Hola…? –murmuro, dando un paso hacia el rincón. Sé que no debería ir, pero mi curiosidad me puede. Descubro un cabello femenino que flota en el aire y, cuando me quiero dar la vuelta para regresar a la puerta de los servicios, quien quiera que sea me agarra con fuerza de la mano y me lleva al rincón.

Mi espalda choca contra la pared, provocando un ruido sordo. El aire se me escapa y trato de cogerlo. Doy un par de manotazos en el aire, tratando de librarme, pero esa persona me está apretando contra la fría pared.

—¡Chsss! Sara, ¡chsss! –me pide. ¿Pero… cómo sabe mi nombre? Y esa voz… Yo esa voz la he escuchado antes.

Ella se quita la máscara por unos instantes, permitiéndome ver su rostro. Observo sus ojos enormes, tan azules… aunque apagados. Y sus labios carnosos, un poco cortados a causa de las drogas que ha tomado. Tiene unas pronunciadas ojeras y parece cansada. Y muy triste.

—¡África! –exclamo. Me tapa la boca con la mano, rogándome con la mirada que me calle. Asiento con la cabeza, un poco asustada, y ella por fin retira sus dedos de mis labios–. ¿Qué haces aquí? ¿Tú eres la acompañante de Alejandro?

Me mira con expresión aturdida. Está borracha y colocada pero, a pesar de ello, me doy cuenta de que me quiere decir algo. Sin poder contenerme, la estrecho entre mis brazos. Está mucho más delgada que antes. Sus huesos se me clavan en la carne y, en cuanto empieza a temblar, me entran unas ganas horribles de llorar.

—Sara, tienes que escucharme –me susurra en tono nervioso. Mira a un lado y a otro para comprobar que no hay nadie, aunque estamos en el rincón al que no suele acudir la gente–. Abel y tú debéis salir de todo esto. Haced lo que sea, pero tenéis que dejarlo.

—¡Y tú también tienes que hacerlo! –le digo, agarrándola por los hombros.

—Para mí es demasiado tarde. Estoy demasiado enganchada y no tengo a nadie que pueda ayudarme. Pero Abel y tú estáis juntos en esto y…

—¡Nos tienes a nosotros! –Acaricio su pelo revuelto, que incluso ha perdido todo el brillo dorado que tenía cuando la conocí.

—No es tan fácil, Sara. ¿Crees que Alejandro me va a soltar tan fácilmente? Y mucho menos si se entera de que he hablado contigo –dice, asustada.

—Pero eso no va a pasar.

—Aquí hay ojos y oídos por todas partes. –Vuelve a mirar por encima de su hombro, sin dejar de temblar. Luego se dirige de nuevo a mí–. Alejandro está obsesionado contigo. No sabes las cosas que habla con Jade sobre ti. Se despacha conmigo, pero es a ti a quien quiere, Sara. Y ese hombre no se detiene por nada del mundo.

—Tenemos un trato…

—No lo cumplirá. Lo único que desea es tenerte, de la forma que sea. –Se queda callada unos instantes y cuando habla, se me antoja que es la persona más infeliz del mundo–. Marchaos muy lejos, cambiad de nombre, haced lo que sea para escapar de ellos.

—Lo intentamos, pero no funcionó –le explico.

—No quiero que te hagan ningún daño, Sara. No lo mereces. –Me abraza con fuerza y se echa a llorar. Yo le acaricio la espalda, intentando reconfortarla, pero sé que no voy a lograrlo. Quiero ayudarla de alguna forma, pero ni siquiera sé cómo. Me da igual lo que Abel me ha dicho, pero esta vez, más que nunca, tengo ganas de llamar a la policía y de contarles todo lo que sucede en este miserable lugar.

—Te sacaré de aquí –digo únicamente.

Ella niega con la cabeza, mirándome a través de la máscara. Aprecio un dolor increíble en sus bonitos ojos. Se separa de mí, aún sin soltarme de la mano. La tiene muy fría y se me antoja que este es el contacto de la muerte.

—No hay mucho tiempo. Cuéntaselo a Abel. Dile que todo esto es mucho más peligroso de lo que él cree.

Escuchamos un ruido por el pasillo. Me pregunto si es Abel que ya ha salido del baño y me está buscando. Ella se muestra agitada y asustada, y se suelta de mí. Se me queda mirando una vez más, me aprieta la mano y, a continuación, se aleja corriendo. Yo me asomo al pasillo y la sigo con la vista. El corazón me late tan rápido que me tengo que llevar una mano al pecho para intentar calmarlo. En ese momento, Abel sale del baño y me busca con la mirada. Yo alzo la mano y la meneo para que me vea.

Y entonces, a lo lejos y entre las sombras, me doy cuenta de que hay alguien más. Alguien que quizá nos ha estado espiando a África y a mí. Y cuando se aleja, su forma de andar me resulta familiar.

Creo que es Julián el que, quizá, ha escuchado todo lo que África me ha dicho.

Tiéntame sólo tú
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