16

 

Me paso un buen rato en un parque cercano a la casa de Eric. No he podido caminar más de la furia que me invade el cuerpo. Es tanta que incluso me duele el estómago. Al principio, lloro y lloro hasta que los ojos me escuecen y la garganta se me llena de saliva espesa. La gente que pasea con sus perros o con sus niños se me queda mirando con cara rara. No les hago caso. En cualquier otro momento no habría llorado en un parque delante de todo el mundo. No, no me gusta hacerlo delante de los demás. Pero esta vez no me daba tiempo a regresar a casa y encerrarme en mi cuarto. Tan sólo he podido aguantarme diez minutos hasta encontrar el parque y derrumbarme en un banco.

A medida que pasa el tiempo, el llanto se me va secando. Joder, si es que no me quedan lágrimas. ¡Jamás había soltado tantas en tan poco tiempo! Cada vez que recuerdo las palabras de Nina, el nudo de la garganta me aprieta, pero después pienso en lo traidores y capullos que han sido dos de los hombres más importantes de mi vida, y todavía se hace más grande. Me acosa, me ahoga, tengo que llorar para que me suelte. No estoy llorando por la tristeza y el dolor, en estos momentos lo hago porque estoy enfadada, rabiosa, enloquecida, defraudada.

Mis fotos desnuda. Unas fotos especiales que el hombre al que amo me hizo. ¿Cómo ha podido ser Eric tan...? Joder, no quiero meter a su madre en medio, ya que ella no tiene la culpa de que le haya salido un hijo tan estúpido.

—Que te den, gilipollas –murmuro entre dientes, mientras cojo unas piedrecitas del suelo y las lanzo ahora que no pasa nadie.

Dice que me quiere, pero me fastidia. Tratar de conseguirme por esos medios ha sido lo más rastrero que podría haber hecho. Y encima aliándose con Nina. ¿Pero a quién se le ocurre? ¿Qué cociente intelectual tiene? ¿Menos diez?

—¿Cómo pude dejar que me besara? –me pregunto a mí misma en voz alta.

Y lo peor es que, cuando lo hizo, a pesar de que sabía que estaba mal, su calidez me envolvió. Y he estado pensando en él durante mis días en la cabaña, como una tonta. ¡Y también cuando he regresado! Es posible que alguna vez me lo haya querido confesar. Recuerdo que antes de marcharme con Abel, me dijo que quería hablar conmigo, pero yo tenía prisa. Y, de todas formas, ¿qué habríamos conseguido? Nada, porque el mal ya estaba hecho y encima había pasado tiempo desde aquello. Lo elegí como mi fotógrafo porque confiaba en él, porque quería que subiese, que la gente le conociera. ¿Cuánto le pagarían por las fotos? ¿Se habrá quedado realmente ese dinero?

—Jamás volveré a ser su amiga. No quiero ver su cara nunca. –Alzo la mirada para observar el cielo.

Al menos podría haber tenido la decencia de alejarse de mí cuando me vendió. Pero claro, él quería conseguirme. ¿Y a qué precio? Cómo pensó que podía funcionar algo así. Está loco. Muy loco para hacerme eso. Para hacérnoslo a Abel y a mí. Puf, Abel. Otro que tal. ¿Por qué me lo ha estado ocultando todo este tiempo? Ha permitido que yo estuviera al lado de Eric. Vale que se mostraba raro cada vez que lo mencionaba, o cuando fue mi fotógrafo que se cabreó tanto, pero... ¿no debería habérmelo contado? Lo merecía saber, porque era yo la que salía en las fotos. Y, tras eso, todo ha cambiado. Toda mi vida lo ha hecho. Me tuve que marchar lejos porque unos locos me perseguían. Todo como consecuencia de las malditas fotos. ¿Voy a recuperar mi vida normal alguna vez?

El móvil suena y, al observar la pantalla, descubro que es Abel. Dejo que suene hasta que la melodía se acalla. Segundos después resuena otra vez y de inmediato lo pongo en silencio. Cuando vuelva a mirar el teléfono, tendré tropecientas llamadas suyas. No me importa. No deseo escuchar su voz en estos momentos. Ahora mismo ni siquiera sé lo que voy a hacer con él. Me siento tan defraudada... Ni siquiera sé lo que creer. ¿Me quería proteger a mí o a su amigo? ¿Quién es más importante en su vida? Por su actitud, parece que estaba realmente enfadado con él. Pero entonces, ¿por qué retiró la denuncia? ¿Yo habría hecho lo mismo? La verdad es que no sé nada. Y no lo puedo entender.

Diez minutos después lanzo un vistazo al móvil. Tengo quince llamadas de Abel. Me entran ganas de tirar el teléfono bien lejos y que me deje en paz. Espero que esté avergonzado, que tenga buenos motivos para lo que ha hecho. Los de Eric no han sido para nada convincentes. Han sido sucios. Y encima odio a Nina más que nunca. Yo desde un principio pensaba que había sido ella y Abel me aseguró que no. ¿Sabrá él que fue la artífice de todo esto? Pues si no lo sabe, se lo voy a decir bien clarito: «Mira la zorra de tu ex, es una de las personas más malvadas del universo».

Me saco el móvil otra vez. Al menos ahora no tengo llamadas. Rebusco entre las fotos hasta encontrar una en la que salimos Cyn, Eva y yo con cervezas en las manos, muy sonrientes. Ojalá mi amiga estuviese aquí y no en Japón. Podría llamarla, pero tampoco quiero contarle mis movidas porque ella ahora estará bien allí. Pero sé que Eva es la que me podría dar el mejor consejo ante todo esto. Tengo claro que Cyn va a poner el grito en el cielo, pero al cabo de media hora se le pasará y me asegurará que Abel lo ha hecho todo por mi bien. Y claro, es que es el hermanastro de su novio. Pues mira, ahora Marcos ya no me cae tan mal porque compartimos el mismo asquito hacia Eric.

El estómago me ruge. Tengo un poco de hambre a pesar del disgusto. Pero es normal, no he comido nada desde anoche. Me levanto del banco y me dirijo hasta la parada de bus más cercana pensando en que no voy a llamar a Abel para que me recoja. Cuando yo tenga ganas, contactaré con él y nos veremos. No puedo hacerlo ahora. Estoy demasiado enfadada y no me apetece gritar de nuevo. Esperaré a calmarme y que así podamos hablar con tranquilidad.

En el centro voy hasta una panadería y me compro una empanadilla de tomate. Me la como en la plaza del Ayuntamiento, mientras observo un grupo de chiquillos excursionistas. Qué felices son todos. Me recuerdan a mí a su edad. Me doy cuenta de que los chicos se arriman mucho a las chicas y me dan ganas de levantarme y decirles a ellas que les manden a la mierda, que todos los hombres son unos inútiles. Ha regresado la Sara que los odiaba, que los ignoraba y que pensaba que todos iban a por lo mismo.

Después de comerme la empanadilla intento pensar en algún plan maquiavélico para vengarme de Nina y Eric. Por supuesto, no encuentro ninguno. Mi mente no es así. He pensado alguno, pero son demasiado tontos. El más sencillo, el que haría alguien como Nina, sería el de seducir a Eric, hacerle creer que quiero algo con él y luego mandarlo a la mierda bien lejos. Pero es tan fácil como tonto. Y además, que luego está Abel de por medio. No le haría ninguna gracia que hiciera eso. Y, en el fondo, a mí tampoco me gusta. Creo que la mejor solución es ignorar a Eric. El hecho de que no pueda saber de mí es lo que le dolerá más.

Cuando me quiero dar cuenta son las seis. Empieza a anochecer y a mí ya no me apetece quedarme más en Valencia. Pero la cuestión es que quizá debería encontrarme con Abel y hablar de todo esto. Saco el móvil del bolsillo, le doy un par de vueltas entre mis manos y, al fin, me decido a mandarle un wasap.

Sara:

Estoy por el centro. ¿Dónde estás tú?

En cuestión de segundos, me llega su respuesta:

Abel:

Aún en el estudio. Dime dónde estás exactamente y paso a por ti.

Sara:

No. Ya voy yo para allá.

Voy caminando. Está a unos cuarenta y cinco minutos, pero me apetece sentir el aire frío en mi cara. Necesito algo que me demuestre que soy real porque ahora mismo me parece ser la protagonista de una película surrealista. Al llegar al estudio me vienen recuerdos de nuestro primer encuentro. Siempre me pasa, no lo puedo evitar. Pero esta vez el recuerdo se me antoja triste. Me gustaría tanto poder volver al principio y cambiarlo todo. Sabiendo lo que ahora sé, no me dejaría hacer fotos por Abel, o quizá no confiaría tanto en Eric o... yo qué sé. Llamo al timbre y automáticamente me abren la puerta. Subo las escaleras como en un déjà vu. Espero encontrarme a Abel apoyado en el marco de la puerta, como el primer día en que nos conocimos. Sin embargo, es Cyn la que me observa con aspecto preocupado. Es verdad, se me había olvidado por completo que Marcos y ella a veces se quedan aquí.

—Sara, joder. No me lo puedo creer –dice con voz aguda.

—Ya lo sabes.

—Mujer, es que Abel ha venido hecho una furia. Marcos y él se han encerrado en el despacho, pero vamos, lo he escuchado todo. –Adelanta una mano cuando me acerco. Me abraza con mucha fuerza–. ¿Tú cómo te sientes?

—¿Cómo crees tú? –pregunto de mala gana.

Entramos al estudio en silencio. Noto la mirada de Cyn a mi espalda. Está preocupada por mí, pero no quiero hablar con ella, sino con Abel. Mientras camino por el pasillo también recuerdo el día en que vine porque Eric me lo pidió, y encontré a Abel borrachísimo y con unas tías medio desnudas. Todo un plan de Marcos para que me alejara de él. ¿En serio, pero qué les pasa a los hombres? Parece que han conspirado contra mí.

—Hola –saludo muy seria, al entrar al salón. Encuentro a Abel y a Marcos sentados en la mesa.

—Sara. –Abel dice mi nombre como si yo fuese el Espíritu Santo. Se va a levantar, pero se da cuenta de mi fría mirada y al final se lo piensa mejor y no lo hace.

—¿Veis? Yo nunca me equivoco –interviene Marcos en ese momento.

Le lanzo una mortífera mirada, pero parece que le da igual. Cyn se coloca a mi lado y por el rabillo del ojo la veo hacer aspavientos con las manos para pedirle que se calle.

—Eric no ha sido nunca un buen amigo –continúa Marcos.

—Eso no es así. Simplemente nos equivocamos –le contradice Abel. Pero a ver, ¿por qué ahora, después de pegarle un puñetazo, defiende a Eric?

—¿Equivocarse es querer robarte a tu chica? Pero vamos, ¿es lo que siempre hace, no? Ya no debería extrañarte.

—Esto no es lo mismo, Marcos. –La voz de Abel es muy baja, como si no tuviera fuerzas para nada más.

—Marcos, ¿por qué no nos vamos a dar una vuelta? –le propone Cyn. Él la mira como si estuviese loca, así que ella se acerca y le estira del brazo para levantarlo–. Vamos, podemos cenar en el chino.

El rostro se le ilumina automáticamente. Con lo que le gusta comer al musculitos... Claro, luego va al gimnasio a quemarlo todo porque si no estaría hecho un tonel. Se despide de Abel con una palmadita en el hombro. Después, se dirige a mí, muy serio.

—Espero que no te equivoques, Sara. No perdones tan fácilmente a Eric –lo dice como si realmente me conociera y eso me molesta.

—Tu hermano tampoco es un santo –suelto. Me fijo en que Abel alza la cabeza y me mira con ojos muy abiertos.

—Mi hermano lo hizo por tu bien.

—¿Ah, sí? ¿Cuántas cosas más hará por mi bien que después se conviertan en problemas? –continúo. Esta vez no me voy a callar nada.

Cyn aprovecha y me da un beso en la mejilla para calmar la tensión. Marcos se queda callado y se rinde a los tirones que mi amiga le está dando. Pero no deja de mirarme hasta que se pierden en el pasillo. Cuando escucho la puerta, cojo aire. Bueno, pues veamos qué tal se da la cosa. Estoy segura de que voy a tener dos discusiones en el mismo día. Abel me hace un gesto para que me siente a su lado, pero prefiero quedarme de pie. Quiero mirarlo desde la altura, que se dé cuenta de que no voy a ser la Sara que es comprensiva con todo y con todos.

—Estoy muy enfadada.

—Lo sé. –Asiente con la cabeza.

—Más que eso: estoy rabiosa y defraudada, Abel.

—Y te entiendo. No voy a decirte que no lo tienes que estar.

—Creo que este enfado me durará tiempo. ¿Sabes eso también, no?

—Me lo imagino.

Mientras venía hacia el estudio, había imaginado que iba a estar tan enfadado como esta mañana, pero ahora que lo veo un poco más tranquilo, me está empezando a poner nerviosa. Doy un par de vueltas por el salón, observando los muebles mientras pienso en lo que debo decir y lo que no.

—Ni siquiera sé si las cosas entre nosotros podrán seguir siendo igual.

—¿Por qué dices eso? –Se levanta de golpe, asustado.

—¡¿Que por qué?! –Alzo la mirada y niego con la cabeza, incrédula–. ¡Porque me lo has estado ocultando durante mucho tiempo! –Me llevo una mano a la cabeza. Me está empezando a doler–. Te dije que no quería más mentiras, que me quedaría contigo siempre y cuando fueses sincero conmigo. Y he aquí, otra mentira más.

—No te he mentido. Simplemente lo oculté.

—¿Y no es lo mismo?

—Pensé que contártelo sólo te provocaría más dolor –responde. También se está empezando a poner nervioso. Pues me parece muy bien–. Te lo dije: conmigo sólo ibas a tener problemas. Yo mismo soy un problema andante. –Alza los brazos y se señala a sí mismo–. Pero te juro que todo lo que hago es por tu bien.

—¡¿Por mi bien?! –alzo la voz, indignada–. ¿O por el tuyo? No sé qué pensar, Abel. Entiendo que Eric sea tu amigo y que retiraras la denuncia para no traerle más problemas pero… ¿Por qué no lo hablamos con él? ¿Por qué no pudimos tener una conversación entre los tres?

—Las cosas no son tan fáciles –murmura. Se mantiene a unos metros de mí. Supongo que sabe que ahora mismo no me apetece tenerlo cerca–. Eric y yo ya no teníamos tan buena amistad desde hacía tiempo.

—Pues otra cosa que no me has contado.

—No lo vi necesario. Eso era algo entre Nina, él y yo.

—Ale, ya ha aparecido la maravillosa –digo, en tono irónico–. ¿Cómo permitías que saliera contigo y al mismo tiempo se acostara con Eric?

—Porque me sentía mal. Al fin y al cabo, ella se vino conmigo. Pero eso no significa que me eligiera a mí realmente. –Puedo apreciar un destello de dolor en sus ojos.

—¿A qué te refieres?

—Nina jamás me quiso, eso lo tengo claro. Se arrimó a mí porque sabía que de esa forma podía conseguir lo que quería. Ella, en realidad, amaba a Eric.

—¿Nina amaba a Eric? ¿Es que ella tiene amor en su corazón? Perdona, pero es algo que me cuesta creer –digo, con una sonrisa irónica.

—Pues parece que sí. Ella siempre volvía a él. Y yo, en el fondo, acabé permitiéndolo porque dejé de quererla al darme cuenta de cómo era.

—Permíteme decirte que vuestra relación es una de las más raras que he conocido. Todo es grotesco. Es un triángulo amoroso horrible.

—Ya te he dicho que no es fácil de entender. –Se vuelve a sentar en la silla. Yo me arrimo un poco a él, aunque continúo manteniéndome a distancia. Ni siquiera me apetece tocarlo.

—Pues no, no puedo entender que Nina estuviese enamorada de Eric y, sin embargo, se fuera contigo. A mí eso no me parece amor. Y encima, ¡es jugar a dos bandas! –Joder, cada vez odio más a esa mujer.

—A veces las personas hacen cosas horribles para alcanzar lo que quieren.

Por un momento pienso que también se está refiriendo a él mismo. Me quedo mirándolo, muy quieta. La tristeza que leo en sus ojos me pone mal a mí también.

—¿Sabes que es lo que más me molesta, Abel? –Niega con la cabeza–. Que dejaste que confiara en Eric.

—Quise alejarte de él, pero tampoco sabía cómo.

—Dejaste que le cogiera cariño y, ahora, la caída ha sido mayor.

Me fijo en que duda en decir algo. Le hago un gesto para que lo suelte. Estamos sincerándonos, ¿no? Pues venga, ya puede soltar todo lo que tiene dentro.

—Sé que le vas a perdonar, Sara.

—¿Qué? ¿Por qué coño me dices eso ahora?

—Cuida tu lenguaje…

—¡No me digas cómo tengo que hablar! –le chillo.

—¡Y tú no me grites! –Se levanta, con un rugido que me sobresalta.

—No te atrevas a llevar la discusión a tu terreno, porque ahora tú eres tan culpable como él.

—¡Yo no vendí las malditas fotos! –exclama, con los ojos echando chispas.

—De una forma u otra, participaste en todo este circo –murmuro, con la voz cargada de rabia.

—¡Joder, Sara, ya te he dicho por qué lo hice! Me equivoqué una vez más. –Se lleva una mano al pelo y se lo revuelve–. Y encima conseguí todo lo contrario a lo que habría querido.

—Pues sí, porque mira ahora cómo estamos –respondo, mirándolo con enfado–. Estoy harta de que nuestra relación se base en discusiones. ¡Que encima vienen por tu culpa!

—¿Por mi culpa? ¿Siempre? Mira, Sara, sé que estás enfadada, pero sabes que eso no es cierto. –Se está enfadando tanto como yo, pero no me importa. Esta vez no se va a salir con la suya. Me importa una mierda que esté enfermo o deprimido por lo de su madre. Aquí todos tenemos problemas.

—Claro que lo es –me reafirmo en lo que he dicho–. Cada vez que hemos discutido ha sido porque tú me has ocultado algo, o porque tu pasado ha regresado, o porque querías salirte con la tuya. –Alzo la voz una vez más–. ¡Al final los tres os parecéis más de lo que creéis! Es comprensible que Eric y tú hayáis compartido a la misma mujer y que ella haya estado con los dos. Porque cuando queréis algo, hacéis lo que sea por conseguirlo, incluso pisotear a la gente buena.

—No te permito que me hables así –dice, con voz temblorosa.

—¡Y yo no te permito que intentes salirte de rositas de todo esto!

—Te he dicho que no me chilles. Podemos hablar de manera civilizada.

—Pero es que yo no quiero. Y no puedo. Estoy harta. Esto tenía que explotar de una forma u otra. –Cierro los ojos y tomo aire.

Cuando los abro, le pillo mirándome de modo extraño. Con los ojos entrecerrados, su pecho bajando y subiendo, con los puños apretados.

—¿Qué? –pregunto, encogiéndome de hombros.

—¿Y tú, Sara? ¿De verdad te crees tan diferente a nosotros?

—¿Perdona? –Suelto una risa incrédula, negando con la cabeza–. ¿Estás insinuando que yo voy pisoteando a los demás?

—Claro que no lo haces. Tú eres buena. Pero incluso los buenos tienen su parte oscura.

—¿Ah, sí? –Apoyo las manos en las caderas, observándole con molestia–. ¿Y cuál es ese lado oscuro que yo tengo, eh?

—No quiero decir que estés haciendo algo malo. Es algo que podía pasar. Y puede que yo mismo me lo haya buscado.

—¿Me puedes decir qué coño pasa? –Me acerco a él.

—A veces se puede querer a dos personas.

—¿Qué? –Parpadeo, confundida. Algo se me remueve en el estómago.

—Me he dado cuenta, Sara. He visto cómo miras a Eric, lo nerviosa que te pones cuando él está cerca, tus mejillas sonrosadas, tus pupilas dilatadas.

—¿Estás intentando que yo me sienta mal? –Me quedo con la boca abierta, con una sonrisa incrédula.

—Jamás querría eso.

—¿Pues cómo te atreves, después de todo, a insinuar eso siquiera?

—No es tan raro.

—¡No se puede amar a dos hombres! –grito, levantando las manos hacia él.

—¿Quién dice que no? En el amor, no hay leyes escritas –susurra. ¿Por qué está tan tranquilo? No, en realidad no lo está. Lo que me parece es un hombre derrotado.

—¡Yo no estoy enamorada de Eric! –exclamo, sintiendo que las lágrimas empiezan a acudir a mis ojos. Mierda, ¿necesito decir todo eso en voz alta para exorcizar mis propios fantasmas?

—No te recrimino nada, Sara. Creo que incluso hasta cierto punto es normal. Porque yo he estado siempre trayéndote problemas y, en cambio, Eric siempre fue amable contigo, te proporcionaba tranquilidad.…

—¡Cállate, joder! –le chillo, colocándome delante de él, con los puños apoyados en su pecho. Pero no me agarra, sus manos se quedan quietas a ambos lados de su cuerpo. Me mira con seriedad y tristeza–. ¡He venido aquí para hablar de lo de las fotos y tú me dices que quiero a Eric! –Le golpeo con mi pequeño puño. Él no me detiene. Me echo a llorar. Las lágrimas me escuecen en la mejilla. Estoy llorando porque quizá… Quizá es cierto lo que dice–. ¿Cómo puedes hacerme esto? ¿No te cansas de provocarme dolor? –Ahora uso los dos puños para pegarle, pero cada vez con menos fuerza–. ¿No me he quedado contigo después de todo? ¿No dejé mi vida y me fui? –Suelto un sollozo amargo. Por fin se atreve a tocarme. Me coge de la cabeza y me apoya en él. Yo intento escabullirme, pero al final me quedo quieta, escuchando los vertiginosos latidos de su corazón en mi oído.

—Y te lo agradezco –murmura él, contra mi pelo–. Pero no quiero que estés conmigo por pena. ¿Lo entiendes? No te quedes conmigo sólo porque esté enfermo. Si quieres marcharte, hazlo. Si ves que acabarás destrozada, evítalo. Yo no puedo soltarte, te amo demasiado, Sara. Yo te necesito a mi lado, pero no sé si es lo que tú necesitas.

—En estos momentos te odio, Abel –susurro en su pecho.

—Sólo quiero que sepas que igualmente te daré el dinero. Pero que puedes elegir a quien quieras, que tú eres dueña de tu vida.

Sus palabras me causan más llanto. Me tiro un buen rato mojándole el suéter, hasta que los sollozos se convierten en hipidos ahogados. Le odio. De verdad que sí. Pero también le quiero. Le odio porque, en cierto modo, ha dicho la verdad y por eso, me detesto a mí misma. Y le quiero porque mi alma está unida a él, porque siento en mis entrañas que es el amor de mi vida. Pero todo esto me supera.

—No puedo olvidar tan fácilmente –digo, con la voz pastosa, sin mirarle–. No puedo olvidar todas las cosas que me has ocultado de tu vida y mucho menos lo de las fotos. Tampoco que me estés diciendo todo esto.

—Sara, yo lo sé. –Me coge de la barbilla y me levanta la cabeza. Le aparto de un manotazo–. Pero también tú necesitas saber que no te liga nada a mí, por mucho que creas que sí. Y que si quieres perdonar a Eric, que lo hagas. Él no volverá a ser mi amigo, pero puede que a ti te dé lo que necesitas en tu vida.

—¿Después de lo que ha hecho aún piensas que él es la persona correcta para mí? –Niego con la cabeza, sin poder creer todo lo que me está diciendo.

—Está claro que hizo algo horrible. Pero también sé que te quiere. Quizá tanto como yo.

—¿De verdad me dejarías en manos de tu amigo, de ese amigo que nos ha traicionado? –Lo miro como un bicho raro. Y, por primera vez en nuestra relación, es él el que se encoge ante mis ojos–. Tú estás muy loco, Abel.

—Supongo que sí.

—Me voy a casa. –Me aparto y me dirijo hacia el pasillo. Él me sigue, pero me giro y alzo una mano para que se detenga–. No vengas. No quiero verte. Al menos durante unos días. Tengo que pensar.

No dice nada, tan sólo asiente con la cabeza. Yo me muero de ganas de llorar otra vez, pero no quiero que me vea tan débil.

—No me llames tampoco. Seré yo la que se ponga en contacto contigo –le pido, clavándole una dura mirada–. Dame tiempo. ¿Lo harás?

—Sí, Sara.

—Adiós.

—Hasta pronto.

Salgo del estudio con el corazón encogido. Atravieso Valencia como si no hubiese nadie alrededor, como si yo fuese la última mujer en el mundo. Así de sola me siento. En el tren intento dejar la mente en blanco. Lo consigo tan sólo unos segundos. Al llegar a casa sola, mi madre se muestra preocupada, pero le tranquilizo diciéndole que Abel tiene que trabajar. Yo también me he convertido en una mentirosa.

Cuando me acuesto, el miedo me invade. Tengo miedo de que esta vez no pueda usar lo bonito que he tenido con Abel para que nuestro amor continúe hacia delante.

Tiéntame sólo tú
titlepage.xhtml
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_000.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_001.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_002.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_003.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_004.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_005.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_006.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_007.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_008.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_009.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_010.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_011.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_012.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_013.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_014.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_015.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_016.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_017.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_018.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_019.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_020.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_021.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_022.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_023.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_024.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_025.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_026.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_027.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_028.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_029.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_030.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_031.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_032.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_033.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_034.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_035.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_036.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_037.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_038.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_039.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_040.html
CR!MPP9NB86HN2FB5X8PK5PF2FCDDYB_split_041.html