0001

—¿Por qué lo has hecho? ¿Eh? –Lloro abrazada a él, que se ha quedado muy quieto–. ¿Me querías dejar aquí sola? –Alzo la cabeza y lo miro.

También llora. Aparta la mirada. En realidad, yo tampoco aguanto verlo así. Acaricio su rostro con suavidad, paso un dedo por el moratón de su ojo y por la nariz. Él hace un gesto de dolor.

—Me haces daño en las costillas –dice con voz ronca.

Me aparto de un salto. Sin embargo, todo mi cuerpo lucha por acercarse a él y no soltarlo nunca más.

—¿Por qué te has querido suicidar, Abel? –le pregunto entre lágrimas.

—¿Qué? –Me mira confundido. Agacha la cabeza y la menea–. No ha sido eso, Sara. Estaba conduciendo porque quería ir a Madrid para disculparme y entonces… Simplemente lo olvidé. No podía recordar cómo manejar el coche. No sabía nada.

Lo miro con la boca abierta. Y sin poderme contener más, le abrazo de nuevo. Él se queja, pero yo no me aparto. Le beso el cuello, la barbilla, las mejillas. Cojo su brazo sano y le obligo a que me abrace.

—Sara, no deberías estar aquí –murmura con voz pastosa a causa de los medicamentos que le habrán dado para el dolor–. Te dije una vez que yo no era bueno para ti. Y ahora menos que nunca…

—Cállate. No te voy a dejar solo –Le suelto con brusquedad. Él abre mucho los ojos–. Deberías haberme dicho antes todo. Me he tenido que enterar por Eric.

Él pone mala cara. Me aprieta la cintura y se queda callado.

—Entiendo que estés enfadado con tu madre. Pero no puedes sentirte así toda tu vida. –Le cojo de la barbilla para que me mire a los ojos–. Y ahora mismo tú estás haciendo conmigo lo mismo que ella hizo contigo –le reprocho, un poco enfadada–. Tu madre quiso que la recordaras joven y bonita. Deseaba marcharse recordándote aún, ¿verdad? Pero no es lo que tú querías. La habrías continuado amando de cualquier forma.

Una lágrima se desliza de su ojo por la mejilla. Se la limpio con la yema del dedo y después le beso por donde ha caído.

—No quería enamorarme de ti, pero el destino me ha jugado una mala pasada. –Esboza una amarga sonrisa.

—El destino sabe que estamos hechos el uno para el otro. –Me inclino sobre él y lo miro con intensidad–. ¿Estás seguro de que…?

—Los médicos todavía no me lo pueden confirmar del todo, pero hay un noventa y cinco por ciento de probabilidades de que haya heredado el alzhéimer de mi madre. Ya me han empezado a dar medicación para el estrés y los dolores de cabeza que a veces tengo. –Aparta la mirada y la posa en las sábanas de la cama–. El día de tu cumpleaños… estaba en el hospital. No me acordé de nuestra comida, pedí cita para ese día y tú me odiaste.

Chasqueo la lengua para que se dé cuenta de que lo que dice no es cierto. Entiendo lo que sucedió y jamás le odiaría por ello. Nunca podría hacer otra cosa que amarlo.

—No me quiero olvidar de ti, Sara –dice con voz triste.

—Lo sé. –Apoyo mi mano en su mejilla. Él acerca sus labios y me la besa.

—¿Me vas a querer igual cuando no pueda pronunciar tu nombre? –me pregunta, mirándome de forma intensa. El dolor me atraviesa–. ¿O cuando te acerques a mí y no sepa reconocerte? ¿Me desearás de la misma forma cuando tan sólo sea una cáscara vacía?

—No pasará eso, Abel. –Me siento a horcajadas sobre él con mucha delicadeza, tratando de no hacerle daño–. Haré que cada día te acuerdes de mí.

—Sara, no quiero hacerte sufrir. –Niega con la cabeza, apretando los labios.

—Déjame decidir eso a mí. –Me inclino sobre él, arrimando mi rostro al suyo. Su ojo morado cubre toda mi visión y el corazón me late con fuerza–. Seré yo la que elija cómo y con quién quiero sufrir.

—No es justo para ti.

—No lo es para ninguno de los dos, pero nadie dijo que la vida lo fuese. –Lo agarro del cuello con cuidado–. No decidimos a quién amar.

—«Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio» –susurra con una sonrisa triste, parafraseando a Cortázar.

—Tú eres mi rayo, Abel. Eres la lluvia que me moja y el sol que me calienta –le digo dulcemente, rozando mis labios en los suyos–. No eres el único que se sentía como un muerto en vida. Yo también lo estaba por dentro. Creí que jamás podría amar a un hombre porque todos se me antojaban como mi padre. Mi vida era insulsa, cariño. –Le cojo de las mejillas y le sonrío–. Y llegaste tú para iluminarla con tus fotos. Con tus palabras. Con las miradas en las que me veo reflejada y que me confiesan tu amor.

—Hay tantas cosas de las que te quiero alejar…

Pongo un dedo sobre sus labios. Entonces poso los míos en ellos y lo beso con suavidad, deleitándome en el fantástico sabor, en las cosquillas que me empiezan a subir por los pies.

—No me importa tu enfermedad –le digo una vez me he apartado de él–. Ni tu pasado. Me da igual lo que hayas hecho. Te querría igual de cualquier forma. Así es como he decidido amarte: por encima de todo. Y nadie lo va a impedir. Mucho menos tú –sonrío. Él también y con tan sólo ese gesto mi cuerpo se llena de calidez.

Me aprieta de la cintura y se echa hacia delante para besarme de nuevo. Apoyo las manos en su pecho y recibo su lengua, que explora cada parte de mi boca con una pasión inusitada. Su respiración acelerada me pone a cien, y su corazón palpitando como un demente contra mi pecho me obliga a quererlo más y más.

—Si un día te despiertas y no te acuerdas de mí, lucharé con todas mis fuerzas para que tu cabeza se ilumine. –Le acaricio el cabello. Me estruja contra él y me besa otra vez, lamiendo y mordiendo mis labios. Lo aparto con suavidad y le sonrío. Entonces me levanto, y con suma lentitud, deslizo el vestido por mi piel–. Haré que recuerdes cada una de las partes de mi cuerpo, Abel. –Me arrimo a él y me vuelvo a sentar a horcajadas. Cojo su mano sana y la pongo sobre mi pecho–. Me tocarás cada día, a cada hora, a cada momento. Te haré el amor tantas veces que tus dedos y tus labios me sabrán de memoria. Tu cuerpo despertará con el roce del mío, cariño. –Me aparto las braguitas y lo miro con deseo. Él abre los ojos con sorpresa y esboza una sonrisa.

—Sara, no merezco a una mujer como tú…

No lo dejo terminar. Bajo un poco su pantalón e introduzco su sexo en mí, todo lo dentro que puedo, hasta notar que no hay más espacio. Echo la cabeza atrás, con los ojos cerrados, y lanzo un suspiro. Él me coge con su brazo sano y me menea. Vuelvo a inclinarme hacia delante, apoyo mi frente en la suya, moviéndome con lentitud, sintiendo cada ola de placer que me provoca su sexo entrando y saliendo de mí.

Me recorre la espalda con los dedos. Luego se pierden en mi trasero, me lo aprieta y suelto un gemido.

—Si vuelves a intentar alejarme de ti, te las vas a ver conmigo –le amenazo en broma.

Él sonríe, me coge de la nuca y me acerca a su rostro. Mis labios chocan contra los suyos y nos besamos con desmedida pasión. Le muerdo la lengua, jugueteo con ella, la saboreo, al tiempo que doy saltitos suaves. Mi cuerpo reacciona con cada una de sus caricias. Su duro sexo en mi interior me demuestra que sólo puede ser él el que me dé tanto placer. Mete la mano entre mi pelo, me lo revuelve sin dejar de besarme. Yo me apoyo en su pecho, a continuación me agarro a sus hombros y gimo una y otra vez. Mis movimientos se hacen cada vez más rápidos, al igual que los suyos. Nuestros cuerpos se desean tanto que no hay ni un milímetro de espacio entre los dos.

Me deslizo en su sudor, apretando su vientre contra el mío, acariciando mis pechos contra su pecho. Me sujeto a su espalda con tal de balancearme con más fuerza. Quiero quedarme en este momento, notando el palpitar de su sexo en mi interior. No puede existir nada más bello.

—Te tentaré siempre, Abel. Sin límites –jadeo contra su boca.

Su mano se desliza por mi costado, haciéndome cosquillas. Se detiene en mi cintura y me la sujeta para levantarme con fuerza. Suelto un grito cuando su sexo choca en mi interior con todo su ímpetu. Gruñe contra mi boca, mordiéndome el labio inferior. Yo me sujeto a sus hombros y sacudo mis caderas hacia delante y atrás.

—Te amo, Sara —gime.

Su mirada se clava en la mía. Ese mar azul que me arrastró con sus olas desde el primer momento. No hay nada más que él y yo. Ahora. En este mismo instante. Porque es esto la vida. Esta sensación de placer que invade mi cuerpo. Estos temblores que sacuden mis entrañas. La conciencia de que voy a ser siempre suya. Y él mío.

Grito su nombre cuando el orgasmo se descuelga de mi vientre. Él se aprieta más contra mí, me coge de la cadera, clavándome los dedos en ella. Leo en sus ojos el deseo que le provoco. Aprecio en ellos lo mucho que me ama. El placer no parece querer abandonarme, y menos cuando él se une a mí, y su sexo se estremece en mi interior, llenándome toda, uniéndome a él. Tapo sus gemidos con mis besos; insaciable, ansiosa de tomar todo su placer.

Minutos después se escabulle de nosotros, pero queda impregnado en las sábanas. Me quedo un rato encima de él, con su sexo aún en mi interior, notando cómo se hace más pequeño, pero sabiendo que es parte de mí, que encaja perfectamente en mi intimidad. Apoyo la cabeza en su pecho y suspiro con alivio y satisfacción. Él acaricia mi pelo con suavidad. Su corazón todavía late a un ritmo brusco, y su pecho sube y baja tratando de retornar a la normalidad.

Al cabo de unos minutos alzo la cabeza y lo miro con una sonrisa.

—Entonces, ¿te ha quedado claro todo? –Le saco la lengua de forma burlona.

Él aún tiene una sonrisa triste.

—Supongo que no tengo elección.

—Claro que no. Porque me amas.

Se echa a reír. Deposita un beso en mi nariz. Desmonto de él y me tumbo a su lado, acariciándole el pecho.

—¿Te duele mucho? –Señalo su brazo escayolado.

—Ahora no.

–Eres un temerario. –Le regaño con cariño, haciendo circulitos en su vientre con los dedos.

Doy un brinco al escuchar la melodía de su móvil. Él se inclina a un lado y su gesto cambia al mirar la pantalla. Me incorporo y lo observo con expresión confundida.

—¿Qué pasa?

Le da al botón de colgar y a continuación apaga el móvil. Aspira con fuerza.

—Nada.

—¿Quién era? –le pregunto, cogiéndolo de la barbilla–. ¿Aquella mujer que…?

—Era un número desconocido –se calla unos segundos, dubitativo–. Pero imagino que sí –confiesa.

Arrugo las cejas y chasqueo la lengua.

—¿No dijiste que todo estaba solucionado?

—Es más complicado que eso, Sara –traga saliva.

—Ya hemos tenido que lidiar con una exnovia celosa…

—Sara, ¿has visto en la fiesta a alguien inusual? –me pregunta muy serio. Está inquieto.

—¿Qué? No sé a qué te refieres con inusual… –Entonces recuerdo la pareja que me observaba a lo lejos, en especial al hombre, que no me quitaba los ojos de encima–: Sí, la verdad es que sí había alguien que no conocía. Una mujer y un hombre. Ella estaba hablando con Thomas y él no dejaba de mirarme y alzó su copa…

—¡Mierda! –grita, incorporándose y dando un puñetazo en la cama.

—¿Qué sucede? –Me sobresalto.

Él se da la vuelta y se dispone a levantarse. Todavía tiene el pantalón medio bajado, con lo que puedo ver su tatuaje. Y de repente, se me ilumina la bombilla y sé perfectamente lo que vi en la muñeca de aquel hombre. El mismo símbolo que Abel lleva en su coxis.

—¿Quién es ese tío? ¿Por qué coño lleva el mismo tatuaje que tú? –le pregunto, empezando a inquietarme.

Abel se queda plantado unos segundos, dándome la espalda. Cuando se gira, sus ojos muestran una preocupación y un miedo que me estremecen.

—No quería que te viesen, Sara. Te están buscando –suelta de repente–. ¡Por eso aparecí borracho en tu casa y te dije que no fueras a la fiesta! Imaginé que ellos podían estar buscándote, estaba histérico y no sabía qué hacer…

—¿Qué? Pero… ¡No entiendo nada! –Me levanto de la cama de un salto.

—Debería haberte avisado, pero no quería inmiscuirte. Si ellos descubren que sabes algo, estamos perdidos –me confiesa.

—Abel, por favor, ya estoy perdida… ¿Puedes explicarte un poco mejor?

—No tenemos mucho tiempo, Sara –dice, corriendo a su armario. Con el brazo sano saca una enorme maleta.

—¿Qué estás haciendo? –Corro hacia él. Todavía estoy desnuda.

—No me hagas más preguntas. Tenemos que irnos.

—¿Por qué? ¿Adónde? –Alzo los brazos intentando que me preste atención.

Por fin se gira a mí, y me abraza con fuerza. Su corazón vuelve a latir desbocado.

—No creí que esto fuera a pasar. Pensé que ella no llegaría a estos límites. En realidad no sé de lo que es capaz. Ni siquiera sé lo que quieren, aunque puedo imaginármelo.

—¿Quién es ella?

—Jade es la mujer que me ayudó a convertirme en lo que ahora soy, Sara.

—¿Cómo?

Lo observo mientras mete ropa y más ropa en su maleta, casi sin mirar. Lo cojo del brazo para que se detenga.

—¿Y qué, Abel? ¿Qué tiene que ver eso?

—Le debo mucho. –Reconoce con tono serio–. Pero no sé si es dinero lo que quiere. Y ese hombre que iba con ella… Sara, esto es muy largo y difícil de explicar. Ellos forman parte de un negocio que mueve mucho dinero. Son personas importantes. Y peligrosas. He visto muchas cosas cuando… –se queda callado.

—¿Cuando qué? –le insto a continuar.

—Jade no ha dejado de llamarme con diferentes números. Me ha amenazado con contar mi pasado en público.

—¿Qué pasado? –Alzo la voz cada vez más.

—Y ha querido saber de ti. No le conté nada, por supuesto. Pero te ha visto por la televisión. Ahora eres un poco más conocida, te mueves por lugares que ellos pueden frecuentar de forma fácil. –Intenta cerrar la maleta, aunque le es imposible con tan sólo un brazo, así que le ayudo–. Se han atrevido a ir a la fiesta, así que van en serio. Jade está obsesionada conmigo, Sara. Ella tiene serios problemas mentales.

—Pues llamamos a la policía y ya está.

—No es tan sencillo. Conocen a demasiada gente que mueve los hilos.

Me quedo plantada ante él sin saber qué decir. Mi mente es un caos. ¿No puede haber un momento de tranquilidad en mi vida?

—Sara, ¿confías en mí? –me pregunta, cogiéndome de la mano.

—Sabes que sí.

—Entonces vámonos lejos durante un tiempo, donde no puedan encontrarnos.

Lo miro con la boca abierta. Niego con la cabeza sin comprender nada.

—¡Abel, tengo una vida aquí! ¿Cómo quieres que deje así de repente a mis padres, a mis amigas, la universidad…?

—Cariño –me atrapa de la barbilla, observándome muy serio. Sé que todo lo que me dice es verdad; su mirada preocupada me lo confirma–, ahora mismo no sé cómo puedo protegerte. Necesito un tiempo para pensarlo.

—No puedo irme sin…

—Tus padres estarán bien. Y Cyn y Eva. Puedes hablar con tus profesores para hacer los trabajos o exámenes a distancia. Eres la mejor estudiante, no se podrán negar.

—¿Y qué excusa les voy a poner? –le grito en la cara.

—Ya se nos ocurrirá algo. Tómate esto como unas vacaciones merecidas…

Lo miro sin decir una palabra. Me muerdo los labios, sumida en una desesperación que me sacude por dentro. Necesito saber más, pero él afirma que no hay tiempo. ¿En qué coño me he metido esta vez? Como para darme una confirmación de que estamos en peligro, enciende el móvil y me enseña la pantalla. Hay ocho llamadas perdidas y un mensaje en el buzón de voz. Accede a él y pone el altavoz. Una voz de mujer, aquella que llamó aquel día, resuena en la habitación:

«Hola, cielo. Adivina a quién vimos Alejandro y yo anoche. Exacto, a tu querida putita. Es más bonita en persona. Entiendo que estés loco por ella… Pero recuerda, mi amor: eres mío. Quizá debas ir olvidándote de ella… Si no quieres que su rostro pierda esa magnífica belleza juvenil».

Y el silencio reina de nuevo. Me tiembla todo el cuerpo. Miro a Abel asustada, aún sin entender nada. Tiene razón: esa mujer no está bien de la cabeza. Pero no entiendo por qué simplemente no podemos acudir a la policía y explicar lo que sucede.

—Sara, confía en mí –Sus dedos aprietan los míos–. Vente conmigo. Sólo así podré protegerte.

Lo observo en silencio, con la voz de Jade resonando aún en mi mente. Una voz que me enfría el corazón y que me hace pensar en que, posiblemente, no haya elección.

—¿Sara…? –escucho la voz de Abel más lejos, como si fuera Jade la que está conmigo en la habitación y no él.

Alzo la cabeza, con los ojos muy abiertos. Estiro el brazo y le cojo de la mano sana.

—No me iré de aquí hasta que me cuentes toda la verdad, Abel –contesto con voz dura.

Él me mira con preocupación, con cierta vergüenza y miedo. Pero no tiene opción. Esta vez, por fin, voy a conocer todos los oscuros secretos de la persona que amo.

Tiéntame sin límites
titlepage.xhtml
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_000.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_001.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_002.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_003.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_004.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_005.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_006.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_007.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_008.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_009.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_010.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_011.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_012.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_013.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_014.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_015.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_016.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_017.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_018.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_019.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_020.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_021.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_022.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_023.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_024.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_025.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_026.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_027.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_028.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_029.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_030.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_031.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_032.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_033.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_034.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_035.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_036.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_037.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_038.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_039.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_040.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_041.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_042.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_043.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_044.html