
Salgo del despacho de Gutiérrez aguantando la respiración. Lo veo todo borroso a causa de las lágrimas que me empañan los ojos. Eva ya me está esperando en uno de los bancos del pasillo. Cuando me acerco, alza el rostro con una sonrisa. Yo, sin embargo, paso de largo con la sangre hirviéndome bajo la piel. Ella se levanta y me llama:
—¡Nena! ¡Espera!
Agacho la cabeza y no respondo. Bajo las escaleras a toda prisa. Necesito un baño a la de ya.
—¿Pero qué pasa? –Mi amiga aún no me ha alcanzado.
Llego al segundo piso y me abalanzo a los servicios. Abro la puerta hecha una furia y me meto en el primer retrete. En cuanto he cerrado el pestillo, exploto. Escucho abrirse la puerta y la preocupada voz de Eva a continuación.
—¿Sara?
—¡Ahora no quiero hablar! –grito, entre sollozos.
Apoyo la espalda contra la puerta y me cubro la cara con las manos. Tengo un nudo insoportable en el estómago.
—¿Pero estás loca o qué? –Da unos golpes–. Abre o la tiro.
—¡No! –Ya estoy en la fase de chiquilla con la rabieta, pero es que no lo puedo soportar.
—O abres o voy al despacho de Gutiérrez para saber lo que ha pasado.
Vale. Sé que es capaz de hacerlo. Me limpio los lagrimones que me recorren la cara. Corto un poco de papel higiénico y me sueno la nariz. Doblo las hojas que me ha dado Gutiérrez y las meto en mi bolso. No quiero verlas de momento.
En cuanto descorro el pestillo y asomo la cabeza, Eva pone una mano en el marco de la puerta para impedirme que la vuelva a cerrar.
—Vamos, sal –me ordena.
Se aparta y yo camino lentamente hacia el enorme espejo. Dios, qué horrible estoy. Sollozo de nuevo al descubrirme con ese aspecto.
—¿Me va a pasar algo bueno por una maldita vez en la vida? –pregunto, rascándome la nariz.
Eva se acerca y se me queda mirando, al tiempo que me pasa un brazo por la espalda y me la acaricia para tranquilizarme.
—A ver, a ver. ¿Pero qué leches ha ocurrido para que te hayas convertido en una plañidera?
Me giro hacia ella y aspiro por la nariz antes de contestar.
—Gutiérrez va a pedir la beca de doctorado para Patri. –Y enseguida me echo a llorar otra vez.
—¡Eh, eh! –Me da unas palmaditas en la espalda–. Deja que lo entienda. –Se calla unos segundos, pensativa–. ¿Qué cojones pinta esa en todo esto?
—Gutiérrez me dijo que iba a tener una persona más aparte de mí para el departamento, pero jamás habría pensado que sería ella. –Me vuelvo a sonar de forma estruendosa. Y pensar que hace un rato Eva me estaba animando a posar como modelo. En todo caso sería para retratar la miseria humana.
—Pero si la cabrona decía que se iba a estudiar fuera –dice Eva, sorprendida.
—Pues ya ves, todo era una mentira, porque según Gutiérrez lleva años ayudando en el departamento.
—¿Qué? –Mi amiga abre mucho los ojos–. Sí, ya me imagino qué ayuda será esa.
—¡Eva! –la regaño–. Gutiérrez no es así.
—Pero ella sí.
—No me importa que esté en el proyecto, lo que me ha jodido bien es que la ayude a conseguir la beca. –Doy la espalda al espejo, apoyando el trasero en el lavamanos–. Me he esforzado mucho durante estos cinco años para que los profesores se fijaran en mí y me valorasen.
—Nena, tú y yo sabemos que eres la mejor de la promoción y que te mereces esa beca más que ella. –Me limpia las lágrimas secas de las mejillas.
—Pues ya ves de lo que me sirve. –La miro a los ojos color miel con tristeza.
Echa un vistazo al reloj y chasquea la lengua.
—Me gustaría quedarme contigo, pero esta tarde tengo que ayudar a mi padre en el despacho.
—No te preocupes. –Le intento dedicar una sonrisa.
Me lavo la cara y me acicalo un poco, pero continúo teniendo los ojos y los labios hinchados y la nariz más roja que Rudolf.
—¿Te acerco a la estación?
Niego con la cabeza mientras salimos del baño.
—No me apetece volver a casa y que mi madre me pregunte por qué tengo esta cara –Bajo por las escaleras con la mirada perdida–. Llamaré a Cyn para ver si puede quedar un rato.
—¿Pero no está en el pueblo? –Eva ya está buscando el paquete de cigarros.
—Pues sí, pero las amigas están para acudir en los malos momentos, ¿no?
Eva asiente con la cabeza y se encoge de hombros. Cuando salimos a la calle, el bochorno es peor que antes. Mientras ella se enciende un cigarrillo, yo me quedo pensativa. Un chico que parece extranjero se acerca a nosotras. Le da unos golpecitos en el hombro a Eva. Mi amiga se muestra sorprendida y sonriente. Abraza al chico con toda su fuerza.
—¡Lukas! –exclama–. ¿Qué haces aquí? ¿Te vas a quedar otro año en Valencia?
El chico empieza a hablar. Parece polaco. Imagino que estuvieron juntos en alguna clase. Yo los escucho un rato hasta que me canso y le digo a Eva:
—Me voy a ir para el centro.
—¡Espera, te acerco!
—No, tranquila. Voy a ir andando y así me despejo un poco y pienso.
—Pues luego te mando un wasap, ¿vale?
Asiento y me despido con la mano. Cruzo la calle sin mirar si está en verde y escucho una bocina. Un coche me pasa rozando. El grito de un conductor. Echo a correr hasta subir a la acera. Joder, qué susto y qué vergüenza. Hay un par de chicas de la Facultad de Historia que se me han quedado mirando y no paran de susurrar entre ellas. Debo de tener la cara hecha un cristo.
Decido no postergarlo más y llamar a Cyn. Si le mando un mensaje es capaz de no enterarse o no responder y yo la necesito ya. Marco el número a toda prisa y me llevo el teléfono a la oreja. Un tono, dos tonos. Me acerco a la biblioteca y me siento en uno de los bancos que hay fuera. Al fin, contesta. Tiene voz adormilada.
—¿Sí?
—Cyn.
—¡Sara! Perraca, que desde que te fuiste de la fiesta no sé nada de ti.
—Yo qué sé, tampoco me has enviado ningún mensaje ni nada –le digo, intentando disculparme.
—Espero que la reconciliación fuese buena. –La escucho reírse al otro lado de la línea.
—Sí lo fue.
—¿Entonces volvéis a estar juntos?
—Supongo que sí.
Suelta un gritito de alegría. Yo me echo a reír. Si es que está tan loca que siempre me saca una sonrisa.
—Y tengo un montón de cosas que contarte. –Le tengo que confesar lo de las fotos, porque tarde o temprano se podría enterar. Sé que se va a poner como una loca, pero me arriesgaré.
—¿En serio? Pues empieza ya.
—Pero es que prefiero que sea en persona.
—¡Pues yo no puedo esperar a que nos veamos en el piso!
—Si es que te llamaba para que quedásemos hoy.
—¿Hoy? Pues no voy a poder, tía.
Se me cae el mundo a los pies.
—¿Por?
—Bueno, recuerda que Abel fue a la fiesta gracias a mí. Y acuérdate de que lo conseguí a través de un intercambio.
—Sí, sí me acuerdo.
—Pues tengo hoy la cita con Marcos. Y no la puedo cancelar.
—Joder, Cyn, necesito hablar con alguien –digo con voz apenada.
—¿Pero ha pasado algo malo?
—¡Sí! Si no, no te estaría llamando.
—Tía, qué mal me sabe, pero es que no está bien que cancele la cita con…
—Ya, ya, entiendo.
Pienso en el musculitos chulo. Supongo que cuando lo vio, a Cyn se le cayó la baba. Pero en el fondo la entiendo. Y al fin y al cabo desde que sucedió lo de Kurt no ha vuelto a caer a los pies de otro hombre. Quizá le venga bien salir con uno nuevo, aunque sea el gilipollas de Marcos.
—¿Por qué no me cuentas de forma rápida lo que ha pasado?
Me tiro veinte minutos para explicarle todo: el lío de las fotos, las llamadas extrañas que al final resultaron tener un dueño, lo que me ha ocurrido con Gutiérrez. Ella no deja de soltar exclamaciones de sorpresa o de indignación.
—No me puedo creer que vayan a darle la beca a esa trepa –dice cuando me callo.
En realidad tan sólo la conoce por lo que yo le he contado durante estos años, pero supongo que ya es mucho. Suelto un bufido al recordar la cara con la que la pesada de Patri me ha mirado cuando ha entrado al despacho. ¡Qué rabia!
—Y tía, yo también pienso que ha sido Nina –Cyn suspira–. Pero oye, no está saliendo todo tan mal. ¡Que te quieren para modelo!
Sabía lo mucho que se iba a emocionar con algo así. Creo que a ella le gustaría que le ocurriese. Así que ya sé que me va a animar a que lo haga. Pero vamos, ni loca. Se pasa unos diez minutos más hablándome sobre lo maravilloso que sería verme en revistas o en la televisión, especialmente por la cara que pondría Nina. Sí, esa es otra, que me estaría buscando más problemas. A continuación se dedica a explicarme lo que se va a poner para su cita con Marcos.
—Sara, no me habías dicho que estaba como un queso.
—Es que no lo está –Bueno, en realidad sí es muy guapo. Pero es el tipo de belleza que a mí no me gusta nada. Demasiado estereotipada.
—Si no fuera porque estás loquita por Abel, te diría que tus gustos son muy raros.
Me informa de que se marcha a Mallorca con sus padres hasta el uno de septiembre. Yo cada vez me siento más deprimida. ¡Joder, necesito verla ya! Le ruego que el día dos esté en el piso conmigo.
—¿Pero y Abel?
—De momento pasaré el fin de semana con él. Cuando esté en el piso, ya veremos –respondo.
—Por mí no te cortes, ¿eh?
Cinco minutos después terminamos la conversación. Guardo el móvil en el bolso y apoyo las manos en el banco, echando la cabeza hacia atrás, con la barbilla apuntando al cielo. Cierro los ojos, recibiendo el abrasador sol de finales de agosto en toda la cara. ¿Qué hago? ¿Me vuelvo a casa? He tenido que cancelar la clase con mi alumna para venir a la cita con Gutiérrez, así que no tengo ningún plan. Pero en casa estará mi padre y no me apetece nada verlo. Sé que está muy mal tener ese sentimiento, pero no lo puedo evitar. Odio que discuta con mi madre cada día y que los motivos sean precisamente por los que ya me marché. El pasado siempre retorna. Suspiro.
Decido probar suerte con Judith. No sé por dónde andará, pero quizá le apetezca tomar algo. Le envío un wasap. Me doy cuenta de que no se conecta desde la noche anterior. Espero unos diez minutos hasta que recibo su respuesta.
«Lo siento, cariño, pero estoy pasando unos días en Canarias con Graciella. ¿Cómo está mi preciosa chica?»
Le digo que bien, que tan sólo me apetecía verla. Por lo que parece, no sabe nada de lo de las fotos. Supongo que aún no ha hablado con Abel. No se lo voy a contar ahora, ya que está divirtiéndose con su novia en la maravillosa isla. Y se lo merece.
Me quedo un rato más en el banco, haciendo rodar el móvil entre las manos. Entonces se me ocurre llamar a Eric. Joder, parece que soy una convenida que sólo lo quiere cerca cuando no tiene a nadie más. Pero no es eso, es sólo que ahora mismo necesito hablar y sé que él es alguien que escucha. No sé si estará enfadado por lo de la otra noche, ya que no ha dado señales de vida, pero si lo está me disculparé. En lugar de enviarle un mensaje, prefiero llamarlo. Busco su número en la agenda y cuando suena el primer tono me empiezo a poner nerviosa. Estoy a punto de colgar en el momento en que responde.
—Sara. –Está serio. Oh, mierda.
—Hola, Eric –digo con voz jovial.
—Hola –murmura. Dice algo más pero no le entiendo porque me está hablando bastante bajo.
—¿Puedes repetir? No te oigo bien.
—Que qué raro que te hayas acordado de mí.
Auch. Menuda estocada. Pero bueno, tiene razón. Me paso el móvil a la otra oreja. Joder, cómo me sudan las manos.
—Ya. Lo siento, Eric. En serio, es que llegó él y…
—No te preocupes. Lo entiendo. Yo habría hecho lo mismo. –Pero continúa serio.
—Mira… Yo… Me apetece hablar contigo y contarte unas cosas.
—¿A mí?
—Eh, sí. Somos amigos, ¿no?
—¿Me llamas sólo porque estás mal, Sara? –Parece que se ha molestado un poco.
Oh, joder. La estoy cagando. ¿Estoy siendo demasiado egoísta?
—No, Eric. –Ay, ya he perdido toda la capacidad para mentir–. La verdad es que sé que actué mal y...
—¿Quieres que nos veamos? ¿Es eso?
No sé por qué la forma en que me lo dice me provoca un pinchazo en el bajo vientre. Pienso en su sonrisa y en el modo en que me mira a veces y siento un escalofrío a pesar del calor que hace.
—Sólo si puedes.
En ese momento escucho una voz femenina. La punzada esta vez me ataca al corazón. ¡Oh, vamos, quizá sea su madre! Y, de todos modos, no me tiene que importar nada.
—Espera.
Tapa el auricular con la mano, pero a pesar de todo puedo escuchar las voces, aunque no entender lo que dicen. Sin duda se trata de una voz de chica joven. Me pregunto quién será. ¿Alguna de las Barbies de la fiesta de Cyn? Todas eran muy guapas y Eric también lo es, no sería tan extraño.
—¿Nos vemos en media hora en la parada de metro de Colón? –me pregunta.
El corazón se me dispara. Uy, ¿pero qué leches me está pasando? ¡Ya vale, Sara, cada día eres más tonta!
—Sí, vale. ¿Pero en serio no estás ocupado? –insisto.
—Cállate. No hagas que me arrepienta. –Ahora está sonriendo, lo noto. Y cuelga sin esperar mi respuesta.
Yo doy un brinco del banco, dispuesta a ir al centro. Decido ir andando y así no gastar dinero en el billete de metro. A medio camino me arrepiento porque estoy sudando como un pollo. Espero que el perfume me aguante durante el rato que esté con él. Llego cinco minutos antes del tiempo estimado. Recorro la calle un par de veces. Diez minutos después aún no ha aparecido. Me pregunto si se va a vengar dejándome plantada. No, él no parece de esos. Observo el escaparate de El Corte Inglés. A continuación me acerco al de una tienda de lencería. Hay algunas prendas que jamás he utilizado como ligueros y tangas finísimos, y sujetadores con muchos encajes. Todos son preciosos.
—Ese de ahí te quedaría muy bien.
Se me suben los colores. El dedo de Eric señala un corsé negro muy atrevido. Me giro a él y sonrío de forma tímida. Él me la devuelve, pero de forma abierta. Me pongo de puntillas para darle dos besos. Me coge de la nuca mientras le saludo.
—No pareces muy animada –dice.
Niego con una triste sonrisa. Me apoya la mano en la espalda y echa a andar. Yo le sigo sin saber muy bien adónde vamos.
—Te gusta el dulce, ¿verdad?
Asiento con la cabeza. Él sonríe. Caminamos por un par de calles más hasta llegar a una coqueta cafetería, pequeñita pero con mucho encanto. En el cristal hay cupcakes y muffins de todas las formas, colores y sabores. Abro la boca con entusiasmo. Lo miro agradecida; un poco de azúcar es lo que más necesito hoy. Parece que siempre sabe lo que me va a gustar. ¡A ver si Abel aprende un poco de esto! Pedimos dos tés; él un muffin y yo un cupcake rojo.
—Venga, suelta por esa boquita –me dice una vez nos han servido.
Mientras nos comemos los pasteles y bebemos el té le cuento todo lo ocurrido desde la fiesta. Esta tarde ya lo he repetido tres veces, así que ahora ya no me afecta tanto lo de Patri. Él se queda pensativo, rascándose la barbilla.
—Siento mucho lo de esa chica. La vida es dura, Sara. –Me dedica una franca sonrisa–. Pero estoy seguro de que vas a conseguir todo lo que quieras si te lo propones.
—¿Y qué te parece lo de las fotos? –le pregunto–. ¿Abel te comentó lo del abogado?
Se queda callado unos instantes, observando las migas que se han desprendido de su muffin y han caído al platito.
—Sí. Y espero que le vaya bien en la búsqueda. Estos casos son difíciles. Hace mucho, cuando era bastante descuidado, también me robaron unas fotos. Pero claro, no eran importantes.
Yo lo miro fijamente. Sonríe, aunque de forma nerviosa. Aparta la mirada. Al final me doy cuenta de que la mía era demasiado intensa y la retiro también, un tanto avergonzada. Madre mía, va a tener razón Abel de que estoy aprendiendo demasiado. ¡Yo no solía ser así de descarada! Y de todos modos, ¡no lo hago queriendo!
—Pero mira, tus amigas tienen razón: has sacado algo bueno de todo esto.
—¿Ah, sí? ¿El qué? –pregunto, aunque sé lo que me va a contestar.
—Te ofrecen trabajo como modelo.
—No quiero ese trabajo. –Arrugo la nariz.
Él da un sorbo a su té y a continuación se me queda mirando de arriba abajo. Bueno, tan sólo la cara y el torso, porque la mesa me tapa las piernas.
—Pues creo que serías magnífica para él. –Alarga una mano y me coge un mechón de cabello–. Tu pelo es muy negro y sedoso. –Se lo acerca a la nariz. Yo me remuevo en mi silla–. Y huele fenomenal. –Me sonríe. Se inclina hacia delante, apoyando los codos en la mesa. Yo debería echarme hacia atrás, pero me he quedado helada–. Y tus ojos son de los más bonitos que he visto nunca. Tienes una mirada limpia, pero también intensa.
—Bueno, pero mi pelo es un poco rebelde… –Intento restar importancia a todos sus halagos.
Sin embargo, él se inclina más. Me suelta el mechón y dirige la mano por mi mejilla hasta los labios. Yo doy un respingo.
—Y tienes una boca muy sensual. –Me los acaricia–. Vamos, que si quisieras, serías una modelo bastante buena. –Vuelve a recuperar la posición de antes. Yo suspiro aliviada. ¿A qué ha venido todo esto y por qué me estaba dejando?–. Por no hablar de la pasta que te pagarían. Si Abel dice que son importantes…
—No sé, ya hemos dicho que no.
—¿Habéis? –Esboza una sonrisa. Joder, cómo lo conoce. Se termina la magdalena y añade–: Estás mal de pasta, Sara, así que mira qué oportunidad. Yo me lo pensaría.
—¿Y a ti qué tal te va? –pregunto para cambiar de tema.
—La verdad es que también estoy pelado. Tengo algunos ahorrillos pero joder, vuelan enseguida. Ahora que las campañas no son grandes, Abel no me necesita.
Asiento un tanto disgustada. Lo están pasando mal por mi culpa.
—Por cierto, ¿dónde está? –Me pregunta, mirándome con una ceja arqueada–. Me sorprende que estés aquí conmigo sin que ponga el grito en el cielo.
Chasqueo la lengua, aunque tiene razón. Vamos, que creo que no le voy a mencionar a Abel mi encuentro. Me gustaría decirle a Eric que no diga nada, pero si le pido eso, parece que esté haciendo algo malo y no es así.
—Va a estar tres días en Barcelona. Tiene una reunión con unos clientes a ver si consigue algo. –Cruzo los dedos–. Espero que sí, y que así tengas trabajo otra vez.
Se echa a reír. Nos miramos en silencio unos segundos, hasta que yo también me río y ladeo el rostro, notando que las mejillas se me encienden de nuevo. Llevo un tiempo que parece que no tengo cerebro.
—En fin, Sara, tengo que volver a casa. –Se saca la cartera del bolsillo y me hace un gesto para que yo no haga lo mismo con la mía–. Estaba con alguien y si tardo más se enfadará. –Paga y nos dirigimos a la salida en silencio–. No es nada serio, ¿sabes? –Me dice ya en la calle–. Pero bueno, nos divertimos juntos.
Asiento con la cabeza. Me lo imaginaba. Joder, es evidente que un tío como Eric se acostará con tantas mujeres como Abel. Más o menos, no sé. No quiero pensar en eso ahora. ¿Por qué estoy molesta? ¿Es porque antes me estaba acariciando la cara y ahora me dice que está con alguien? A ver, a ver, Sara. ¿Quién es tu novio? Abel. ¿Quién te vuelve loca? Él. ¿Y quién tiene que dejar de ser como el perro del hortelano? Yo.
Me despido de él en la boca del metro. Al abrazarme, lo hace con más fuerza que otras veces. Me siento rara entre sus brazos.
—Prométeme que pensarás lo que te han propuesto.
Lo veo alejarse calle abajo con sus andares despreocupados. La cabeza me da vueltas entre unas cosas y otras.