
Aquí estoy, sosteniendo el libro con una mano y las esposas con la otra. Como una tonta, con la boca abierta, sin poder reaccionar. Miro ambos de forma alternativa una vez y otra y una más. A ver, nunca he leído nada del Marqués de Sade, pero conozco su fama, así que... ¿Qué cojones significa esto?
Estoy a punto de llamar a Cyn para pedirle que venga porque necesito su ayuda, cuando escucho el pitido del móvil.
«Tienes una semana para leer el libro. Para entonces, puede que te hayas arrepentido. A.»
¿Eh? ¿He leído bien? ¿Arrepentirme de qué? ¿Por qué cojones es tan críptico cuando le da la gana? Ya me lo puedo imaginar con su sonrisa petulante, encendiéndosele la bombilla. «Venga, me apetece jugar a los misterios, y la tonta de Sara tiene que seguirme la corriente». ¡Pues va listo! Se pasa unos días sin llamarme y ahora pretende que yo entre en sus estúpidos jueguecitos. Y encima me inquietan un poco.
Alzo las esposas y las observo una vez más. No puedo negar que son bonitas. Están forradas de terciopelo negro muy suave. Me dirijo al comedor sin quitar la vista de ellas, y me siento en el sofá para telefonear a Cyn. Vamos, contesta, maldita sea.
—¿Quién? –Su voz es adormilada y pastosa. Esta se ha tirado toda la noche de fiesta, seguro.
—Necesito tu ayuda –le digo de forma apresurada.
—¿Y tiene que ser ahora?
—Mueve el culo de tu pueblo y vente ya al piso –le ordeno, apretando las esposas con la mano.
—Pero Sara, ¿qué ocurre? Nunca habías sido tan mandona.
—Creo que Abel quiere pervertirme.
—Eso ya lo ha estado haciendo desde que os conocisteis, ¿no? Y te ha ido bien.
—No es eso –niego, casi con un quejido lastimero.
—¿Y entonces? –Por los sonidos que hace, creo que se está desperezando.
—Tienes que verlo por ti misma.
—Sara, ahora no puedo. –Se queda callada unos instantes y después añade–. Estoy con alguien.
—¿Ah, sí? ¿Con quién? –pregunto, curiosa.
Duda unos segundos, pero al final me lo confiesa:
—Marcos está durmiendo a mi lado.
Doy un brinco del sofá y me levanto casi como si me hubiese quemado el culo. ¡No me puedo creer que se haya acostado con ese repelente musculitos! Está bien, sí es creíble, pero no me hace gracia. ¡Ninguna!
—¿Qué haces con ese, Cyn?
—¿A ti qué te parece? –Suelta una risita–. No sabes lo mono que está mientras duerme.
—¡Sí, igual de mono que un gorila! –exclamo, indignada–. Eres una traidora. No sabes lo que me odia ese chico.
—En realidad sí lo sé –puntualiza ella–. Pero ya se le está pasando. El pobre quiere mucho a Abel y lo único que le pasaba es que le daba miedo que le hicieras daño o te aprovecharas de él…
—¡Por favor! –Pongo los ojos en blanco. Ni que yo fuera una viuda negra–. Pero si son ellos los que siempre se han aprovechado de las mujeres.
—No, Sara, te equivocas. –Me lleva la contraria la muy cabrona–. Aunque no lo parezca, Marcos es muy dulce. Y estoy segura de que Abel también lo es.
Miro las esposas con ojos desorbitados. ¿Dulce? Creo que no es el adjetivo más adecuado para describirlo.
—¿No te gustaría que fuésemos cuñadas? –Cyn parece contentísima.
—¿Qué estás diciendo? –Abro el libro y echo un vistazo a sus páginas. ¡Si hay ilustraciones y todo!
—Mañana me paso por el piso, ¿vale?
—Oye, ¿y cuándo te vas a quedar aquí? No puedo pagarlo yo sola –protesto.
—Pagaré desde el día uno tal y como te prometí. No te preocupes por eso –me tranquiliza.
—¿Dónde te estás quedando ahora?
—En el estudio de Abel. Nos lo ha prestado.
—¿Qué? ¿Pero Marcos no tenía una sesión fotográfica hasta mañana?
—Terminó antes de tiempo.
—¿Y dónde cojones está Abel? –pregunto, empezando a perder la paciencia con mi novio desaparecido.
—No lo sé, nos deja nuestro espacio. Tampoco he preguntado a Marcos –lanza un suspiro–. Sara, te estás volviendo muy aprensiva.
—¡No eres la más adecuada para hablar! –Me la imagino enroscada al cuerpo fibroso de Marcos. ¡Ugh!
—Vale, pero yo no tengo por qué saber dónde está tu hombre.
Hala, qué expresión más horrible. «Mi hombre». Aunque él siempre menciona lo de que soy suya, y yo misma se lo dije en la fiesta de cumpleaños de Cyn. Ay, Dios, que dentro de poco me convertiré de verdad en la protagonista de una telenovela e iré pregonando por ahí que es mi hombre y gritaré como una histérica que nadie me lo toque.
En fin, la cuestión es que la campaña ha terminado antes, pero nadie me avisa. ¡Muy bien, Abel, estás haciéndolo genial!
—Voy a colgar, Cyn. Tengo que llamar al que se supone que es mi novio.
—Mañana nos vemos, cariño. –Da un besito al auricular–. Yo voy a ver si despierto a este hombre maravilloso que tengo…
Cuelgo antes de que pueda terminar la frase. Me estremezco. Uf, qué escalofríos. Ya me imagino cenando los cuatro como si fuésemos los mejores amigos del mundo. Marcos y yo nos miraremos de manera suspicaz, soltaremos pullitas dirigidas a meternos el uno con el otro y nos reiremos de nuestros chistes aunque en realidad por dentro tendremos ganas de matarnos. Serán unas veladas geniales, sin duda.
De inmediato marco el número de Abel. Tarda en coger el teléfono y, cuando lo hace, se escucha un molesto ruido de fondo, como de una multitud de personas que hablan.
—¿Sí?
—¿Abel?
—Sara.
—¿Por qué no me has dicho que la campaña ha terminado antes? –le pregunto irritada.
—Pensé que te gustaba tener tu libertad y que era mejor que no pasáramos juntos tanto tiempo.
¡Pero si fue él quien hace unos meses me propuso ir a vivir a su casa! Tiene un problema, porque si no, no puede ser.
—¿Y dónde estás ahora? Porque ya me ha dicho Cyn lo del piso.
—Estoy en Benidorm –me informa.
—¿Qué haces allí aún? –investigo, sorprendida.
—Estoy en un almuerzo. Para ser más exactos, en una reunión, intentando ganarme el pan.
—Oh –me limito a contestar.
—Quizá quieran que participe en una de sus próximas campañas.
—Ah, perfecto –continúo molesta porque siempre soy la última mona. Me entero de su vida por los demás.
Pero bueno, le dije que aguantaría, que me gustaba tal y como era, así que no puedo empezar a quejarme una vez más. Yo misma sé cómo es; en el fondo se ha mostrado así desde el principio y está claro que no puede cambiar de un momento a otro. Aun así, en algunas ocasiones me dan ganas de gritarle y soltarle un sopapo.
—¿Y tú cómo estás? ¿Has recibido mi regalo? –pregunta con tono divertido.
—¡Sí! –me sale una voz más aguda de lo normal. Ya me he puesto rojísima, y eso que estoy sola en casa.
—¿Y qué me dices? ¿Te gusta el Marqués de Sade?
—Nunca he leído nada suyo –me sincero.
—¿En serio? –pregunta con asombro.
—¡No suelo leer esas perversiones! –digo entre dientes.
Se echa a reír. Alguien le susurra, a lo que él responde algo que no entiendo. Se vuelve a dirigir a mí.
—Tengo que colgar, Sara. Pero antes, permíteme decirte que el marqués no era un pervertido. Tú, que eres filóloga, abre tu mente y sumérgete en el mundo de placeres de ese gran escritor y conocedor del mundo. –Se calla y espera a que yo diga algo, pero como no lo hago, prosigue–: Una semana. Adiós, Sara.
Y me cuelga. La cara me arde. ¿Una semana? Ya, ¿para qué? Pero espera, ¿vamos a estar siete días sin vernos? Se supone que no puede vivir sin mí. Y vale, yo sin él tampoco. Lo necesito. Quiero olerlo, tocarlo. ¡Exijo que vuelva ya! Aunque bueno, se supone que cuando me dejó en casa la otra noche, estaba enfadado, y ahora ya no lo parece. Al menos puedo estar tranquila en ese aspecto. Tengo que admitir que el tío es un poco bipolar, y que yo, como una imbécil, lo aguanto.
Tiro el móvil por el sofá. La curiosidad me puede al cabo de unos segundos. Echo una ojeada a las ilustraciones que acompañan el libro. ¡Oh, por Dios! ¿Pero qué es esto? Si Justine es la que aparece en ellas, ¡pobrecita! En una sale una chica desnuda maniatada, sostenida por una polea que alcanza hasta el techo. Y bajo sus pies, tiene una especie de cubo. Si se lo quitaran, ella pendería de las cuerdas y sería muy doloroso. Y por las caras de los hombres del dibujo, es lo que pretenden hacer. Uno de ellos parece estar golpeándola con una especie de fusta. ¡Ay, Dios mío! En otra salen tres mujeres. Imaginad lo que están haciendo. ¿Y Abel quiere que lea esto? ¿Y se atreve a decir que no es una perversión?
Cierro el libro de golpe. De repente, recuerdo que en la fiesta de Cyn me dijo que le recordaba a Justine. Ahora lo entiendo todo. Esa tal Justine no se trataba de ninguna exnovia o rollo, sino de la protagonista de esta novela. Me da miedo leerla, pero quizá debería estar preparada para lo que vaya a suceder. Sin embargo, acabo guardando las esposas y el libro en uno de los cajones de la cómoda de mi habitación.
Mientras me preparo el desayuno, me pita otra vez el móvil. Dejo la leche calentándose en el microondas y me acerco al aparato. Al abrir el WhatsApp, descubro un mensaje de Eric.
«Hola, preciosa. Quería escribirte antes, pero he estado ocupadísimo. Ya he firmado el contrato con Brein Gross. Estoy muy contento, y quiero agradecerte que pensaras en mí. ¿Qué pasó con Abel? ¿Acaso tiene otro trabajo esos días? Lo he llamado al móvil un par de veces, pero no me lo coge. Un besazo enorme, tu nuevo fotógrafo».
Suspiro. Menudo es Abel. Al parecer, está muy enfadado con su amigo, como si él tuviera la culpa. Me imagino que Eric tiene una gran paciencia porque no es la primera vez que se ha disgustado con él. Y creo que no va a ser la última. Las próximas semanas puede que sean peores.
Tecleo con rapidez mi respuesta. Él todavía está en línea y quiero que le llegue mi mensaje antes de que se desconecte.
«Abel está un poco enfadado. No quiso hacer las fotos, así que... Yo prefería que fueses tú el que trabajase conmigo. Al menos estaré más tranquila que con alguien desconocido».
En menos de un minuto me llega su contestación. Me da un vuelco el estómago al leerla.
«¿Estás segura? ;) porque yo no sé si podré estarlo mucho al tenerte tan cerca durante horas y horas».
Me pongo colorada. ¿Tendrá que darme instrucciones como hizo Abel la primera vez que nos conocimos? Espero que no. ¡Qué vergüenza, por Dios! Antes de que yo pueda responder, Eric me envía otro mensaje.
«He conocido vía Skype al otro modelo. Está bueno, jaja. Vas a tener suerte, Sara. Además, es muy amable».
Oh. Vale. Más tíos buenos. ¡Yuju! Sara rodeada de hombres con cuerpos de escándalo. ¡Qué contenta estoy! No, nótese la ironía. En realidad me pone más nerviosa y me hace sentir insegura.
«¿Cuándo voy a poder conocerlo yo?».
«Me ha dicho que Thomas contactará contigo en cuanto pueda para pedirte tu dirección de Skype y que así podáis mantener una charla los tres. Es mucho mejor adquirir un poco de confianza antes de las sesiones de modelaje».
Ay, Dios. En qué me he metido. Ahora ya no me puedo arrepentir. Con un sinfín de pensamientos extraños en la cabeza, me despido de Eric. No tengo Skype de ese, porque total, no hablo con nadie. Así que mientras me tomo mi leche con cereales, enciendo el ordenador para crearme uno. Espero que no sea muy difícil; soy muy torpe para las nuevas tecnologías.
No obstante, al cabo de unos diez minutos ya me he hecho una cuenta y tengo mi Skype instalado en el ordenador, muy bonito él. Me dice que si quiero añadir amigos o cuentas relacionadas, pero no conozco a nadie. Lo único que hago es dedicarme a trastear un ratito para aprender cómo funciona. No es nada difícil, así que sabré utilizarlo. También le preguntaré a Abel si él tiene, y así, cuando se vaya fuera podemos hablar por aquí y vernos las caras. De repente, se me ocurre una escena subida de tono y automáticamente me pongo colorada. ¿Pero cómo puedo pensar en eso? ¡Jamás lo había hecho antes! El maldito fotógrafo me ha realizado un lavado de cerebro.
Cuando me termino la leche, me dispongo a escribirle un correo a Gutiérrez. Le tengo que avisar de que empezaré a trabajar con él una semana más tarde. No quiero retrasarlo más. Escribo un texto en el que intento ser lo más académica posible, pero de forma amable. Es lo que odio de tener que escribir a profesores, que nunca sabes bien cómo dirigirte a ellos. Lo releo unas cuantas veces hasta quedar satisfecha con el resultado.
El resto de la mañana me la paso limpiando la casa con tal de relajarme. Me pongo música y bailo y canto mientras barro el comedor.
—«Sittin’ here eatin’ my heart out waitin’. Waitin’ for some lover to call…».
Me encanta la fuerza que tienen las canciones de Donna Summer. Y Hot Stuff es una de las más sensuales y poderosas. Cuando viene la parte que más me gusta, me llevo el mango de la escoba a la boca y finjo que es un micrófono.
—«Lookin’ for some hot stuff baby this evening. I need some hot stuff baby tonight…» –canto toda emocionada.
Mis vecinos deben de estar hasta la coronilla de mí, ya que siempre que hago las faenas de casa, pongo la música a todo volumen.
Pensándolo bien, yo también necesito lo que Donna dice en la canción. En cierto modo, estoy deseando que Abel vuelva y sentir sus manos por mi cuerpo otra vez. Eso sí, no le voy a entregar las esposas por nada del mundo. Le dije que quería jugar, pero prefiero hacerlo a mi manera para sentirme más tranquila.
Me preparo un poco de pasta para comer, al tiempo que me pregunto qué es lo que estará haciendo en este preciso instante. ¿Tendrá otra comida? ¿Habrá conseguido el trabajo? ¿Estará rodeado de mujeres babeando ante su perfecto cuerpo ? Agito la cabeza. ¡No, no! Que las demás lo miren no significa que él vaya a hacer nada. Sin embargo, nunca me siento segura del todo cuando está lejos. Y en el fondo, tengo que acostumbrarme porque siempre va a ser así. Es lo que tiene ser guapo.
La tarde la dedico a buscar en el catálogo de la biblioteca algún manual o libro que me sirva para mi parte del trabajo de Gutiérrez. La verdad es que no hay muchos autores o críticos que hayan abarcado dicho tema, así que tendré que trabajar con menos bibliografía de la que había imaginado en un primer momento. Tras anotarme un par de libros que me parecen adecuados para lo que quiero, decido entrar en el correo de la universidad.
Tengo un nuevo correo y es de Gutiérrez. Vaya, qué rápido ha contestado. Imagino que estará trabajando en la facultad. Lo abro un poco nerviosa, ya que no sé con exactitud lo que le habrá parecido mi propuesta.
Estimada Sara:
Había elaborado ya sus horarios de la primera semana de octubre y esperaba contar con usted. Vamos a tener una reunión importante en el departamento con el resto de integrantes del proyecto. No obstante, tampoco se preocupe, que por unos días de retraso no pasa nada y yo le informaré de lo que digan. Eso sí: puede trabajar durante esa semana en su casa. Le enviaré lo que quiero que haga, ¿de acuerdo?
Su compañera Patricia ya me ha entregado un pequeño ensayo. Es magnífico. Espero que usted pronto pueda enseñarme sus ideas.
Un saludo,
Gutiérrez
Me quedo estupefacta observando la pantalla. ¡No me lo puedo creer! Bueno, en el fondo algo había pensado. Sabía que Patricia estaría trabajando como una obsesa, pero no que se adelantara tanto. ¿No se supone que teníamos que trabajar los tres juntos? ¿Y por qué él le permite esa actitud? ¡Uf, estoy rabiosa!
Voy a tener que ponerme las pilas si no me quiero quedar atrás.
¡Tranquilidad, vuelve a mi vida!