0001

No puedo frenar ahora. El corazón me late a mil por hora. Parece que me va a explotar de un momento a otro. Pero no quiero detenerme. Necesito huir, escapar de mi vida. Por mi mente tan sólo pasan los malos momentos de mi familia. Los vicios de mi padre. Las veces que ha llorado mi madre. Las noches en las que él ha llegado con la sangre llena de alcohol. Lo que me ha contado África ha desatado en mí una tormenta que no puedo calmar. No puedo sufrir más. Simplemente mi triste corazón no lo va a soportar.

¿Y quién es el hombre que corre tras de mí, llamándome a gritos? ¿Por qué siento que todos lo conocen más que yo, a pesar de ser su pareja?

El sol se ha ocultado casi por completo. Dicen que los atardeceres más hermosos se ven en San Antonio. Pero el horizonte carmesí se me antoja sangriento. ¿Por qué siento tanto dolor, joder? Si hay alguien ahí arriba, ¿cuándo vas a detener todo esto? ¿No puedo ser feliz con alguien por una vez en mi vida?

—¡Sara, detente! –grita Abel.

—¡Déjame! –chillo desquiciada. Me quito los zapatos para correr mejor. Sin embargo, se me enredan los pies y caigo de bruces en la arena. Aturdida, me coloco boca arriba, sin entender nada.

Él llega hasta mí y me toma entre sus brazos. Yo pataleo, le golpeo con los puños allá donde puedo, trato de morderlo. Sin embargo, no me suelta.

—¡¿Quién eres?! ¡Quién eres! –lloro desconsolada.

—¿Qué? Sara, ¡basta, por favor! Tranquilízate o te va a dar un ataque de nervios. –Me inmoviliza contra la arena y apoya una mano en mi frente.

Ladeo el rostro, cierro los ojos y libero toda la tempestad que hay en mí. Puedo llenar con mis lágrimas el mar que se extiende a nuestra izquierda.

—¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho daño alguien? –me pregunta, con voz preocupada. Su pecho sube y baja, presa de los nervios. El mío también. Me cuesta horrores poder respirar.

Niego con la cabeza e intento golpearlo de nuevo. Me agarra de las muñecas y se pone a susurrarme al oído palabras conciliadoras. Me remuevo, pero al final me quedo quieta.

—El problema eres tú, como siempre –digo cuando el nudo de la garganta me lo permite.

—¿Qué he hecho ahora, Sara? –Se inclina sobre mí.

Esto es ridículo. Estoy tumbada en la arena, con todo el vestido y el pelo lleno de granitos. Dirijo la vista al cielo, en el que empiezan a asomar las estrellas. Cómo me gustaría ser una de ellas y decir adiós a todos los problemas que tengo en este mundo.

—Me he encontrado a África en los baños. –Me tiembla la voz demasiado.

—No sé qué te puede haber dicho, pero…

—¡Calla! –le espeto, golpeando la arena con ambos puños–. ¿Sabes qué estaba haciendo? ¡Metiéndose coca, Abel! –Se me quiebra la voz. No puedo mirarlo–. Y me ha confesado que… que tú… antes…

Consigo clavar mi mirada en la suya. Aprecio temor en ella, preocupación, y ese tormento tan infinito que me sacude por completo. No puedo escapar de él, me inunda, me atrapa, quiere llevarme con él… ¿Voy a permitirlo? ¿Voy a unir mi dolor al suyo? Me siento tan cercana a él después de todo…

—¿Es verdad, eh? ¿Eras el rey de las fiestas?

Tarda unos segundos en contestar, y para entonces su voz ha cambiado. Más vieja, más sabia… y completamente derrotada.

—Sí, Sara. Llámalo así si quieres.

Me echo a llorar de nuevo. Estoy muy triste, pero en realidad no sé muy bien por qué. Supongo que por todos los recuerdos que han acudido a mi mente. Ahora mismo no sé qué hacer, ni qué decir.

—No es algo tan raro, Sara –dice, mirándome fijamente–. La gente que menos te lo esperas, la consume.

—Yo no –niego con voz hueca. Vuelvo a dirigir la vista al cielo. Aún me cuesta respirar, pero el corazón está regresando a su ritmo normal.

Si él supiera por qué estoy así, ¿me entendería? Me da tanto miedo sufrir como mi madre. No quiero vivir como ella. Quiero ser feliz. Odio las recaídas. Las que mi padre tenía de vez en cuando. Los gritos. Los portazos. Los llantos. Como si Abel me leyese la mente, dice:

—Estoy limpio, Sara. –Apoya la mano en mi mejilla y esta vez no lo evito–. Desde hace tiempo. Cuando salía con Nina ya empecé a dejarlo. No quería seguir destruyéndome. Pero escucha, antes estaba perdido, cariño. No aguantaba el dolor que había en mí –Acerca el rostro al mío.

Lo miro y descubro en esos ojos azules algo que no puedo entender, pero que a pesar de todo me estremece.

—Sé lo que es sentir dolor –respondo de forma seca. Intento ladear el rostro, pero me obliga a mirarlo–. Hay muchas formas de enfrentarse a él.

—Yo no las encontraba. –Creo que está a punto de echarse a llorar, porque le brillan los ojos. Una punzada me cruza el pecho–. Sara, no me puedes odiar por esto.

—No te odio. Sólo estoy triste. Me ha hecho recordar muchas cosas.

—¿El qué? –Me aprieta los pómulos, pero me niego a contestar–. Cariño, te lo juro. Por favor, mírame. –Me besa en los ojos, en la barbilla–. No lo he vuelto a probar desde hace mucho. Y no lo quiero. No lo necesito. Tampoco el alcohol. Puedo vivir sin ello.

Otro pinchazo, esta vez en el corazón. Ahora lo entiendo; por eso apenas bebe. Pero, ¿cómo sé que no va a recaer si antes tuvo problemas? ¿Cómo puedo pensar que todo irá bien si a mis padres no les ha funcionado? No, pero no somos ellos. Abel no es como mi padre. No puede serlo porque entonces no le encontraré sentido a la vida.

—No me lo ibas a decir nunca, ¿verdad?

—No es algo de lo que esté orgulloso. –Su voz cada vez es más triste. Siento pena por él–. No hay apenas nada de mi pasado que me guste. He hecho muchas cosas de las que me arrepiento. No quiero involucrarte en ellas porque tú eres perfecta, Sara. Tan inocente. Nunca has hecho nada malo, a diferencia de mí. Tengo miedo de que cuando descubras mi otro yo, te marches y no regreses nunca.

El estómago se me encoge al escuchar sus palabras. ¿Qué cosas malas ha hecho? ¿Tan graves son que no puede revelármelas? En ese momento me sujeta de las mejillas y me da un largo beso, en el que saboreo el arrepentimiento, su dolor, furia, vergüenza.

—No puedo más, Abel. –Me separo, negando con la cabeza–. ¿Cuándo voy a poder ser feliz? De verdad que quiero serlo contigo, pero cuando empezamos a estar bien, hay algo que lo echa todo a perder.

—Y siempre es por mi culpa, lo sé. –Me pasa la mano por la nuca y me ayuda a incorporarme. Me abraza con fuerza. Noto su acelerado corazón contra mi pecho.

—No sé si puedo seguir sabiendo más…

—Sara, no. No, cariño… –me vuelve a agarrar de la cara. Me escruta los ojos, muy asustado–, no digas eso. Es mi pasado. Hay algunas cosas de las que no puedo deshacerme tan fácilmente, pero lo lograré. Jamás dejaré que sufras, en serio, Sara.

Le devuelvo la mirada. Ha anochecido y hace frío. Pero en sus brazos apenas lo noto. El calor de sus ojos me traspasa. Tengo miedo. Y al mismo tiempo seguridad. ¿Cómo puede ser que este hombre me trasmita sentimientos en apariencia tan contradictorios?

—Hubo un tiempo en que fui un cobarde, un egoísta, un cabrón… Estaba loco. Y me sentía solo a pesar de haber mucha gente a mi alrededor. Sé que tú también te has sentido así, por eso congeniamos tan bien, Sara –lo dice todo muy rápido. Está nervioso.

—Abel, al final una pierde la paciencia…

—Lo sé, lo sé. Pero te juro que ahora me siento fuerte. Me gusta la vida por fin. Y es por ti, Sara. Tú haces que cada día quiera sonreír y luchar y dejar atrás todo lo demás. Olvidar aquel que fui antes. Tú haces que sea mejor persona. Sé que te has dado cuenta.

Lo aparto y me levanto con las piernas temblorosas. Entiendo sus palabras; están llenas de tormento y quiero aceptarlas. Pero tengo tanto miedo.

—Ayúdame a seguir así, Sara. –Me agarra de la mano para que no me vaya–. Tú me haces creer que puedo ser bueno.

Lo miro con tristeza. Le acaricio la mejilla, paso los dedos por su bonita y cuidada barba.

—Y lo eres. Eres un buen hombre, Abel. –Le sonrío con melancolía–. Pero no sé si yo soy la mujer adecuada para ti. Ya sabes que no me gustan las emociones fuertes. –Me desembarazo de su mano y echo a andar, con un peso horrible en el estómago.

—¡No! –ruge a mi espalda–. Dijiste que querías correr el riesgo.

—¿Y no lo he hecho? ¿Qué más puedo darte, Abel? –exclamo sin girarme, con los brazos en alto–. ¿Qué pasará la próxima vez, eh? ¿Qué descubriré? ¿Que eres un asesino? –suelto una amarga carcajada.

—No te vayas.

Niego con la cabeza. Me agacho para recoger los zapatos y continúo andando una vez los tengo en mi mano.

—Sara –vuelve a llamarme. Alzo un dedo para que se calle–. Sara, te quiero. –Apenas un susurro.

—¿Qué? –Me giro, completamente sorprendida. El corazón a punto de saltar de mi pecho y lanzarse a sus brazos.

Parece confundido. ¿Es que se le ha escapado o qué? ¿Lo ha dicho únicamente para que no me vaya? Pero entonces camina hacia mí, me agarra de los codos y lo que veo en sus ojos me deja atónita. Por primera vez descubro en ellos amor. Es inmenso. Y es por y para mí.

—Te quiero –repite, con seguridad. Se lleva una de mis manos a los labios y la cubre de besos. A continuación me clava una oscurecida mirada–. Te amo. Desde el primer momento. Subiste las escaleras y eras como un ángel. Mi ángel. Llegaste para mí, Sara.

Sus palabras me dejan boquiabierta. Me echo a llorar una vez más. He esperado tanto tiempo que ahora no sé qué hacer, ni qué decir. Ha tenido que darse cuenta de que me perdía para confesarse. Tendría que estar enfadada, pero lo único que siento es una luz que pugna por salir de mi pecho e iluminarnos en toda esta oscuridad.

—Eres la mujer de mi vida. –Me aprieta contra su cuerpo. Acaricia mi cabello lleno de arena. Recorre todo mi rostro con sus ojos, y es como si me estuviese viendo por primera vez–. Quiero tenerte siempre cerca, mi amor. Protegerte. Que no sufras nunca más.

Y sé que dice la verdad. Su mirada es tan intensa que apenas puedo soportarla. Me está abrasando. Apoyo una mano en su rostro. Él posa su frente sobre la mía. Respira contra mis labios. Lo deseo. Lo quiero. El palpitar de la sangre en mis venas me convence de que seguiré a este hombre hasta el fin del mundo. Y que él estará conmigo hasta el final de los tiempos. El estremecedor amor que siento en mi piel me demuestra que quiero descubrir la vida con él. Que si le sucede algo, quiero estar a su lado. Que besaré sus heridas y cantaré sus triunfos. Es mío. Es el hombre al que conseguiré librar de sus fantasmas poco a poco.

—¿Y tú, Sara? ¿Me amas? –El dolor que desprenden sus ojos me sacude. Asiento con la cabeza una y otra vez al tiempo que sollozo–. No quiero hacerte daño nunca más, cariño.

—Estoy preparada, Abel. –Le acaricio el rostro–. Estoy dispuesta a recibir todos los golpes que vengan siempre y cuando seas sincero conmigo. Te lo prometí. Cumple tú tus promesas.

Me coge de la cintura y une sus labios a los míos. Todo su tormento me llena, me golpea y al mismo tiempo me excita. Mi cuerpo se estremece al contacto con su piel. Me dejo llevar por las sensaciones que su lengua me provoca.

—Tómame –le pido, mirándolo a los ojos con intensidad.

—¿Aquí? –Se gira hacia la casa. Un par de personas han salido para meterse en el mar.

Le señalo una zona de rocas enormes que se encuentra cerca de nosotros. Entonces me coge en brazos y me lleva hacia allí. Nos besamos sin parar hasta que llegamos y entonces me deposita en la arena con suavidad. Se coloca sobre mí sin rozarme apenas y me aparta un mechón de la cara. Enlazo mis manos alrededor de su cuello y atraigo su rostro al mío. Lo beso con lágrimas en los ojos.

—No más secretos, Abel.

—No. –Me mira con profundidad.

Y sé que está mintiendo. Que aún no he derribado sus muros por completo. Él mismo ha dicho que tiene miedo de que descubra su lado oscuro. Pero lo haré. Voy a luchar para conseguir que nuestra relación sea la más sincera de todas las que existen. Se entregará a mí por completo y entonces seremos felices. Mi vida será diferente a la de mis padres. Sé que puedo conseguirlo.

Me despoja de la ropa con ternura. Hace bastante frío, pero nuestros cuerpos arden de tal forma que apenas sentimos nada. Y mucho menos cuando sus manos recorren todo mi cuerpo, cuando sus labios exploran cada rincón de mi piel. Las estrellas son cómplices de nuestra unión. A lo lejos se escucha la voz de Elvis Presley y me estremezco con la canción y con los apasionados besos de Abel. «Wise men say only fool rush in. But I can’t help falling in love with you. Shall I stay? Would it be a sin?».

Él me mira para comprobar si estoy bien. Tan sólo lloro, pero no lo puedo evitar. Y lo hago todavía más cuando su lengua se pierde en los recovecos más oscuros de mi intimidad. Me arqueo con cada uno de sus besos en mi sexo. Estoy llorando, sí. Pero ahora mismo es debido al placer. Al abrir los ojos y ver las estrellas, siento que soy una de ellas. Me he disuelto en polvo de astro. Toda yo soy luz. «Some things are meant to be. Take my hand. Take my whole life too for I can’t help falling in love with you».

—Tómame –digo, casi parafraseando a Elvis.

Abel me acaricia la frente, me besa en los párpados, a continuación en los labios. Me los muerde, los succiona. Sus dedos están explorando mi sexo, pero lo quiero a él dentro de mí. Quiero que seamos sólo uno. Le quito los pantalones con impaciencia. Le ayudo a despojarse de la ropa interior. Separo mis piernas. Me entrego toda a él. Lo recibo con un gemido. Se introduce en mí con cuidado, con ternura, sujetándome del trasero. Me aferro a su espalda y clavo mi mirada en la suya. Nos observamos con deseo, y con amor. Con un amor que nadie va a derribar. No lo voy a permitir. Este hombre está destinado a mí. Y yo a él. Somos dos almas sumidas en la oscuridad que al unirse se convierten en luz.

—Te quiero, Sara –me susurra.

Se mueve en mi interior con delicadeza. Yo aprieto mis piernas entorno a su cintura. Le acaricio la espalda, la nuca, el pelo. Le beso dándole todo mi ser. Y él está cediéndome el suyo con cada embestida.

—No te vayas nunca –gime contra mi boca.

—No lo haré. –Lo aprieto contra mí–. Me quedaré contigo pase lo que pase.

Y se mete en mí una vez más con toda su fuerza. Su mirada se clava en mí, provocando que las olas de mi vientre se unan a las del mar que casi nos toca. Abel se une a mis gritos, llenándome toda de él. Sus ojos oscurecidos y llenos de temor son los que me avisan de que algo no marcha bien. Y aun así vibro, vibro con sus caderas.

Tiéntame sin límites
titlepage.xhtml
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_000.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_001.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_002.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_003.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_004.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_005.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_006.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_007.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_008.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_009.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_010.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_011.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_012.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_013.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_014.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_015.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_016.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_017.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_018.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_019.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_020.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_021.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_022.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_023.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_024.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_025.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_026.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_027.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_028.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_029.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_030.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_031.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_032.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_033.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_034.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_035.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_036.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_037.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_038.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_039.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_040.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_041.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_042.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_043.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_044.html