
ÁAfrica se pasa todo el trayecto hablando con Abel. Yo los miro con los brazos cruzados desde mi asiento. A ratos se me escapa un bufido y Eric, que está a mi lado, me da una palmadita en la mano.
Cenamos todo el equipo. A mí me toca sentarme lejos de Abel, ya que Thomas me quiere cerca. A África no le hace ni caso porque está enfadado debido a su ausencia en la campaña, así que ella aprovecha y, ¡oh!, adivinad dónde decide colocarse. En efecto: al ladito de mi novio. Esta situación me recuerda a la que viví en Barcelona, salvo por la diferencia de que África me cae bien y, además, ella no tiene la maldad de Nina.
Durante la cena, Thomas me suplica que me relaje, pues mañana debo hacerlo mejor. Tengo suerte: es muy comprensivo y me siento más tranquila al saber que todavía tengo su apoyo y confianza. También la de Eric y Rudy. Incluso Didi, Viviana y Ari se han mostrado atentas y muy cercanas. Me prometo hacerlo bien mañana: me convertiré en la mejor modelo del mundo. O al menos, de Brein Gross. Vale, quizá lo que tenga que hacer es intentar no ser patosa y no parecer una autómata. No les voy a defraudar. Es algo que me obsesiona. Y, cómo no, mi cabeza vuela hasta Gutiérrez y mi proyecto. Ya se habrán reunido en el departamento y quizá lo habrá enseñado tal y como me prometió. ¿Les habrá gustado?
Hasta que termina la cena yo no paro de darle vueltas a todo. Alguna vez que otra lanzo una mirada a Abel, el cual parece muy aburrido a causa del interminable monólogo de África. ¡Que se aguante! Tiene que pensar antes de acostarse con todo bicho viviente. Nos retiramos a nuestras habitaciones bastante temprano. A excepción de África, la cual se despide dispuesta a marcharse de fiesta.
—¡Si sales por esa puerta, mañana no te quiero en mi campaña! –grita un Thomas desquiciado.
Pero ella sabe que Thomas no puede prescindir de su trabajo, así que le dedica una inocente caída de persianas y se marcha balanceando el espléndido trasero. Lo único que espero es que no regrese de madrugada con dos tíos más. O lo que es peor: con los mismos.
Echo un vistazo por el hall, pero no veo a Abel por ningún lado. Entonces noto un pinchazo en el corazón. ¿Y si ha quedado con África…? ¡No! ¿Pero qué estoy diciendo? Menuda loca. Él no es así, no me engaña… Me apresuro a subir a la habitación para llamarlo y descubrir dónde se encuentra. El pasillo está vacío, muy silencioso. Tan sólo se escuchan mis pisadas. Y como soy bien miedosa y mi mente me juega pasadas, me parece escuchar a alguien detrás. Corro hacia la puerta y cuando la estoy abriendo, alguien me agarra de la cintura. Suelto un grito y doy manotazos al aire. Suelto un suspiro de alivio al escuchar a Abel riéndose a mi espalda. Me giro con cara de enfado. Él me sujeta de la cintura y arrima su rostro al mío, dispuesto a besarme. Pongo una mano en su boca.
—Estoy cansada –me excuso. En realidad quiero castigarlo.
—Sara, esta noche no voy a consentir que te me escapes –Intenta darme un mordisco, pero vuelvo a impedírselo.
—¿Qué haces que no estás con África? –pregunto con retintín.
—No sé por qué tendría que estarlo. –Me mira confundido. Entonces parece comprender y dice–: No sé qué te habrá contado Eric, pero es una vieja amiga.
—¿Amiga? Pero si tú no tienes. –Le dedico una sonrisa inocente.
—Ya me entiendes, Sara. –Se le nubla la vista.
Yo finjo un bostezo y lo aparto de mí con un suave empujón.
—En serio, voy a dormir.
Le tiro un beso al aire y cierro la puerta en sus narices. ¡Toma! Suelto una carcajada al recordar la cara de circunstancias que se le ha quedado. Antes de pisar la habitación ya me ha llegado un wasap.
«Mañana te vas a enterar».
Me río una vez más y dejo el móvil en la mesita. Esa noche duermo como un bebé al saber que vuelvo a tener las riendas de la relación. Por la mañana abro los ojos convencida de que voy a hacerlo muy bien. Me ducho con rapidez y al salir compruebo que África no está en su alcoba. Pero por suerte no hay gogós a la vista. Mientras bajo en el ascensor imagino que se me ha adelantado para no enfadar más a Thomas, pero cuando me junto con el resto del equipo, descubro con sorpresa que no está con ellos. Por supuesto, él está muy molesto, suda como nunca y no para de soltar berridos. Tampoco veo a Abel, pero de todas formas me siento más tranquila, ya que de algún modo su presencia en la sesión me intimida.
Partimos a San Antonio sin esperar a África. Una vez allí empieza, como el día anterior, la tarea de dejarme perfecta. En el momento en que me coloco ante la cámara de Eric, todo mi cuerpo se tensa. Thomas se da cuenta y esboza unos cuantos pucheros. Al ver su cara de desesperación, me obligo a ser una mujer. Miro a Rudy a los ojos, y el apoyo que descubro en ellos me da fuerzas. Durante una hora ambos posamos de forma elegante y sensual. Thomas a ratos nos da consejos con voz aliviada. En la pausa me muestra toda su alegría con un montón de abrazos y besos. En ese momento aparece África con cara de no haber pegado ojo. Thomas se dirige a ella, le grita como ya es habitual mientras ella se deja maquillar y peinar. Vivi, Ari y Didi son fantásticas: la dejan como nueva.
En la segunda mitad de la sesión tengo que posar con África. En cuanto se sitúa a mi lado, cambia la actitud y se convierte en toda una profesional. Me contagia su seguridad y poso sintiéndome bella. Según Eric, las fotos han quedado hermosas. Por último, modelo yo sola. Primero tumbada en la arena boca arriba, mostrando el reloj a la cámara. Después Thomas me dice que me meta en el mar y me moje todo el cuerpo. Tengo que seducir al fotógrafo. De repente, descubro a Abel en la lejanía. No sé cuándo ha llegado, pero deseo mostrarle de lo que soy capaz, así que pongo la mirada más sensual que tengo, al tiempo que lanzo mi pelo hacia atrás. Cuando se termina la sesión, todos me aplauden. Y en los ojos de mi novio leo sorpresa… pero también admiración y deseo. Sé que se ha excitado al verme en esa postura, con tan sólo una falda y un bikini muy mojados.
Esa noche vamos a celebrarlo por Ibiza a un famoso y exclusivo club. Bebo y bailo con mis compañeros para hacerme la desentendida de Abel. A ratos me mira enfadado, y en otros momentos me suplica con la mirada, pero no caigo. Consigo mantenerme dura e impasible. Bailo con Eric un poco, aunque bastante separados. Y después es Rudy el que me saca a la pista.
—Ha sido maravilloso trabajar contigo –me habla alto para hacerse oír a través de la música–. Aprendes rápido y eres modesta, pero también luchadora. Creo que son buenas cualidades para hacerse un hueco en este mundo.
—No es lo que me interesa –respondo con una sonrisa. Sus halagos me ponen un poco roja–. Pero la verdad es que me he divertido. A mí también me ha gustado posar contigo.
Me da un suave beso en la mejilla. Es totalmente inocente, pero siento la furiosa mirada de Abel desde algún punto de la sala. Sonrío para mis adentros. Él ha tenido muchas mujeres en su vida, todas le adoran… Pero yo también podría disponer de los hombres que quisiera.
Bien entrada la madrugada regresamos al hotel. Thomas ha bebido bastante y va cantando por la calle como si no hubiese un mañana. Yo me río, contagiada de su alegría.
—Yeeees… «Weeee are the champiooons, my frieeends» –canta a grito pelado.
Al cabo de unos segundos todos nos hemos unido a él. La gente que pasa por nuestro lado nos mira con una gran sonrisa en el rostro. Me gustaría que Judith estuviese aquí, que hubiese sido ella mi maquilladora. La echo de menos. Me pregunto cómo le irá con Graciella. Decido que al día siguiente le enviaré un mensaje.
—Recordad que mañana es la fiesta de gala. Empezará alrededor de las ocho, así que os quiero a todos aquí a las siete y media –nos dice Thomas una vez estamos en el hotel. Junta las manos en un gesto de emoción, nos mira de forma pícara y exclama–. He conseguido convencer a figuras bastante importantes para que asistan. Habrá directores de otras firmas que andan buscando nuevas caras… Así que, Sara –Se gira hacia mí y me señala con un dedo–, a ti te quiero perfecta. Tenemos la posibilidad de que les llames la atención.
Miro a mi alrededor. Todos me observan con una sonrisa. Me pongo colorada. No sé si realmente quiero continuar con esto, si estoy preparada para participar en otra campaña. Había imaginado que se acabaría con esta. Me marcho a mi habitación con la cabeza como un bombo. Tampoco permito que Abel se quede conmigo, ni voy yo a buscarlo. Apago el móvil para dormir con tranquilidad porque he visto su cara de enfado. No me duermo hasta un buen rato después, y aun así, África no ha vuelto.
Al día siguiente me levanto bastante tarde y como quiero estar descansada para el evento de esa noche, llamo a recepción y pido que me suban el almuerzo. Cuando me lo traen, me quedo a cuadros. Hay café, tostadas, bollos, fruta… Y todo tiene una pinta estupenda. Como con ansia mientras leo el periódico del día, el cual me han subido junto con la bandeja de la comida.
Una vez enciendo el móvil, descubro las llamadas de Abel, pero continúo haciéndome la remolona. Duermo una estupenda siesta de una hora y después tomo el poco sol que hace en la terraza. El sonido de las olas del mar me tranquiliza.
A las siete me empiezo a arreglar. He traído el vestido que me regaló Eric. Sé que a Abel le molestará, pero es perfecto para la ocasión. He aprendido a maquillarme lo suficientemente bien como para estar presentable. Al mirarme al espejo me siento hermosa. Me lo confirman los silbidos que me dedican en el momento en que salgo del ascensor y me reúno con el equipo. Eric sonríe al verme con el vestido. Abel, por su parte, pone mala cara.
En cuanto abandonamos el hotel, nos aborda la prensa. Me quedo patidifusa sin saber cómo actuar. Thomas me agarra y me empuja a la furgoneta. Cierra la puerta, pero aún escucho a los periodistas gritando desde fuera.
—¡Sara, Sara! ¿Cómo llevas tu relación con Abel Ruiz? ¿Y con su exnovia, Nina? ¿Qué se siente al pasar de becaria a modelo?
—¡Sara! ¿Cómo ha sido trabajar con Damián Gross?
Entonces se ve que descubren a Abel porque se ponen a gritar su nombre. Sube a la otra furgoneta, así que no sé cómo se sentirá ante todo este despliegue de la prensa. Eric aparece en ese momento y me agarra de la mano para tranquilizarme. Thomas es el último en entrar y me mira con expresión interrogativa para saber si estoy bien. Durante el trayecto me quedo en silencio, pensando en lo que me depara el futuro. No soy famosa. Tan sólo he participado en una campaña de moda. ¿Cómo es posible que suceda esto? Quizá se deba a que soy la novia de Abel y se supone que se lo robé a Nina. ¿Se habrá enterado de algún modo de que formo parte de esta campaña y se lo habrá comunicado a la prensa?
En San Antonio nos dejan en una casita al lado del mar, la cual ha alquilado Damián Gross para nosotros. El lugar es perfecto. El sol está abandonando su puesto poco a poco, se refleja en las tranquilas aguas dotándolas de un aspecto casi mágico.
En la fiesta ya hay mucha gente. Algunos son modelos que trabajaron con anterioridad para Gross; otros son fotógrafos y algunos, simplemente personalidades del mundo de la moda. Nada más entrar, todos van acudiendo a mí para felicitarme, aunque no conozco a nadie. No dejo de sonreír en todo momento y a medida que pasan los minutos, me empiezan a doler los músculos de la cara.
—Sara, ¿ves a ese, my darling? –Thomas me abraza y me señala a un hombre de unos cuarenta años que no deja de mirarme. Tiene el pelo corto, un poco gris, que le da un aspecto atractivo–. Es el responsable de Pieces of Dreams en España.
—¿Qué es eso? –pregunto, confundida.
—Nena, ¿dónde te has metido hasta ahora? –Pone los ojos en blanco–. Es una de las marcas de joyas más famosas actualmente. Empezaron en Dinamarca y se han extendido por toda Europa. Sus campañas siempre son muy atrevidas y originales.
—Ah –me limito a decir, observando al hombre, que alza su copa hacia mí, con una inclinación de cabeza.
Al cabo de un rato por fin me dan un respiro. Me dirijo a la barra para pedir una bebida, pero antes de llegar alguien me tiende desde atrás una copa de cava.
—¿Cuánto más me vas a rehuir, Sara? –la susurrante voz de Abel junto a mi oído me eriza todo el vello del cuerpo.
Cojo la copa y le doy un sorbo. Está helada y me recuerda a la noche en que jugamos con el vino.
—El que crea conveniente –respondo sin darme la vuelta.
Me acaricia la espalda con un dedo. Sube a la nuca. Se pega más a mí y me roza el cuello con los labios.
—Esta noche estás preciosa –murmura con la respiración entrecortada. Yo también estoy empezando a emocionarme–. Y ayer, allí mojada, estabas muy sensual. No sabes el poder que tienes.
Su mano se pierde dentro de mi vestido. Miro alrededor, pero nadie nos presta atención. Todos están hablando, bailando o bebiendo. Eric coquetea con la chica del otro día.
—Te has portado mal –digo, ladeando el cuello. Él se inclina y me lo besa con suavidad–. Vi cómo sonreías cuando me salió mal la sesión.
—Entonces tendrás que castigarme tú a mí. –Me estruja una nalga al tiempo que me muerde el lóbulo–. Ve al baño. En cinco minutos estoy allí. –Se aprieta contra mí, mostrándome su excitación.
—Vas a hacer todo lo que yo diga –le digo con voz traviesa.
—A sus órdenes, señorita Fernández.
Me dirijo al baño con el deseo latiéndome en el vientre. En los baños hay una antesala con asientos de piedra y una fuentecita en el centro. Menudo lujo. Parece que no hay nadie. Me echo un vistazo rápido en el espejo cuando entro a los servicios. Pero en ese momento se abre la puerta de uno de los retretes y sale África tambaleándose y provocándome un susto de muerte.
—Ah, estás aquí. –Me mira con los ojos entrecerrados. Dios, está muy borracha.
—¿Te encuentras bien? –le pregunto, porque parece que se vaya a caer.
Se echa a reír mientras hurga en el bolso. Me sorprende al sacar una bolsita transparente con unos polvos blancos. Los echa sobre el lavabo y los ordena con una tarjeta en una fila fina y larga. Se inclina sobre ellos, pero antes me pregunta:
—¿Quieres?
—No… Yo… África, no creo que eso sea bueno para ti. –Me atrevo a decir.
Suelta otra carcajada hueca, pero sus ojos están tristes. Hace caso omiso y esnifa toda la coca. Se aprieta la nariz al tiempo que sorbe y hace gestos raros.
—África, en serio, no está bien que…
Le cambia la cara. Se pone muy seria y me observa con expresión enfadada.
—Niña, ¿quién eres tú para darme consejos? No te las vengas dando de buenecita.
Me sorprende que me hable así porque ha sido muy simpática en todo momento. Pero no puedo enfadarme con ella. Puede que tenga algún problema, que esté enganchada o algo así. En cierto modo me da pena, y me gustaría ayudarla.
—Yo nunca he probado eso –le digo, un poco molesta por su insinuación.
—Vamos, Sarita. No me creo que Abel y tú no os hayáis pegado buenas fiestas –Coge la bolsita y la agita en el aire.
Sus palabras son un golpe directo en mi estómago que me deja sin aire.
—¿Qué estás diciendo?
—Oh, vamos. Todos adoraban sus fiestas. Siempre había en ellas material de primera calidad –Se frota los dientes–. Él y yo…
No la dejo terminar. Doy media vuelta y salgo corriendo del baño. En ese mismo momento Abel está entrando en la antesala y me mira con sorpresa.
—¿Sara?
Le doy un tremendo empujón. Dejo atrás a todas las personas de la fiesta. Me parecen totalmente irreales. Corro por la arena, con Abel pegado a mis espaldas.
No puedo respirar.