
Intento moverme pero me tiene sujeta por las piernas, así que sólo puedo menear el torso, las manos o la cabeza.
—¿Están ya dentro? –pregunto con curiosidad. Noto algo frío en mi interior, pero pensaba que iba a ser doloroso.
—Ahora no las sientes tanto porque estás en reposo –me explica–. Sólo piensa en que esto te va a provocar un placer indescriptible. –Afloja la presión en los muslos–. No te muevas hasta que yo te lo diga.
—¿Por qué?
—Hazme caso.
Retira las manos de mis piernas y me deja tumbada allí, con ganas de saber ya qué es lo que me tiene preparado. De súbito, aprecio que me alza en vilo. Noto un leve cosquilleo en la entrepierna que me viene desde muy dentro. Se me escapa una exclamación de sorpresa. ¿Pero qué…?
Me deja en el suelo y me obliga a juntar las piernas. Después me coge los brazos y me los coloca alrededor de la barra que he visto antes.
—Sujétate –me indica.
Me tiemblan las manos, pero acato su orden. Se aparta de mí, aunque todavía está muy cerca.
—Esto no es una barra de bomberos como ya te habrás dado cuenta, Sara.
Abro la boca para decir algo, pero no me sale la voz. Lo que haya metido en mí empieza a hacer su efecto. Estoy húmeda sin entender muy bien los motivos.
—Es una barra para que tú bailes.
—¿Quéé? –grito. Me llevo una mano a la venda, pero enseguida impide que me la quite–. ¡Pero si yo bailo muy mal!
—Si quieres primero podemos bailar juntos.
—Me da vergüenza –murmuro. Pero lo cierto es que, por unos segundos, me he imaginado a mí misma moviéndome ante él, completamente desnuda, y de nuevo me ha venido esa sensación de poder. Puede que sí me guste descubrir sus ojos recorriendo todo mi cuerpo. Podría impedirle que me toque, así yo le daría también un castigo juguetón. Sí, podría ser divertido. Me acaricia la nuca con delicadeza mientras yo pienso en todo esto.
Nunca he bailado para nadie. No al menos de esa forma. Ni siquiera en broma. ¿Qué movimientos puedo hacer en la barra? Intento recordar alguna película en la que haya bailes de este tipo. Tan sólo me viene a la mente Showgirls. ¡Uf! Demasiado provocativa. Pero quizá me puedan servir algunos pasos que Demi Moore realiza en Striptease. ¡Oh! ¿Pero qué estoy pensando? ¿De verdad voy a bailar de esa forma? Se me escapa una risita juguetona.
—Bailaré. Pero quiero que te pongas lejos de mí, y que solo me mires –le propongo.
—Será uno de los mejores momentos de mi vida. –Su voz me sacude por completo. Tan sexy, tan impregnada de matices eróticos–. Cuando empieces a bailar, quiero que recuerdes lo hermosa y sensual que eres. –Me da un rápido beso en los labios.
Me quedo agarrada a la barra, sin hacer un solo movimiento. Alzo la cabeza poniendo el oído alerta para descubrir dónde se encuentra. Me parece que ha ido hacia la puerta, aunque no estoy segura. De repente escucho un arrastrar que muy posiblemente proviene del sillón que he visto antes.
—No te quites la venda hasta que yo te diga, ¿vale? –dice, desde algún punto de la habitación–. Concéntrate en las sensaciones que te llegan con cada movimiento.
Y todavía llevo dentro lo que sea que me ha metido, que imagino que serán las bolas. Aprieto las piernas porque me parece como que se está deslizando hacia abajo. Contraigo los músculos del suelo pélvico para que no caiga.
—Sara –me llama. Alzo la cabeza en dirección a su voz–. Quiero que primero te muevas muy lentamente.
Arrugo la nariz. Encima me va a dar órdenes de cómo debo bailar. Lo haré como me dé la gana. Cuando me quiero dar cuenta, una suave y sensual melodía flota en el ambiente. Si no me equivoco, se trata de Insatiable de Darren Hayes. Sus gemidos al inicio de la canción ya avisan de lo que viene después. Tiene una voz muy erótica. «Uh… Uh… Yeah… Oh, yeah, yeah, yeah. When moonlight crawls along the street chasing away the summer heat. Footsteps outside, somewhere below. The world revolves, I’ve let it go…». Yo estoy quieta escuchándola pero no soy capaz de realizar ningún movimiento. De repente, la música se detiene.
—Vamos, Sara, baila. –Escucho a Abel.
—No sé qué hacer.
—Lo que quieras. Puedes empezar quitándote la blusa –me propone.
Me suelto de la barra. Vale, lo voy a intentar. Le voy a demostrar que soy capaz de bailar muy sexy. Voy a excitarlo como ninguna mujer lo ha hecho antes. Le hago un gesto con la mano para avisarle de que estoy preparada y de que puede poner la música. La sitúa desde el principio. En cuanto escucho los sensuales gemidos del cantante, yo muevo la cintura con suavidad, aún sin soltarme de la barra. En cuanto lo hago, aprecio algo en mi interior que me sorprende totalmente. Unas oleadas de cosquillas maravillosas.
—¡Oh, Dios! –murmuro, mordiéndome el labio inferior.
—¿Te gusta, Sara? –Lo escucho a unos metros de mí.
—Es… diferente… Pero sí, me gusta.
Ha detenido la música otra vez. Yo me agarro a la barra con fuerza. Me tiemblan hasta las piernas del placer. El sexo me palpita. No sé por qué, pero el morbo me está invadiendo. Me suelto y separo las piernas un poco con decisión. Me llevo las manos a la blusa y la bajo por mis hombros justo cuando Abel ha reanudado la música. «We practiced love between these sheets. The candy sweetness scent of you it bathes my skin, I’m stained of you». Dejo que caiga al suelo y después me quito la faldita, la cual se desliza por mis piernas acariciándomelas. Entonces me vuelvo a acercar a la barra, alzo una pierna y la coloco sobre ella mientras me apoyo con la otra en el suelo. Me agarro con fuerza y trato de bailar de la forma más sensual posible. Mientras me rozo con la barra, un sinfín de vibraciones me traspasan. ¡Oh, joder, esto es magnífico! Me muerdo los labios con tal de no gritar.
—Muy bien, cariño –oigo decir a Abel, al que le tiembla la voz. Estoy consiguiendo excitarlo–. Ahora quítate el corpiño.
Me llevo las manos a la espalda y lo desabrocho sin dejar de menear las caderas de un lado a otro muy lentamente. Me concentro en cada movimiento pues con cada uno de ellos me invaden oleadas de placer. Gimo sin poder evitarlo. Me deshago del corpiño y dejo mis pechos libres. Apoyo la espalda en la barra y arqueo el cuerpo al tiempo que me acaricio yo misma los pezones. Cada vez estoy más mojada. Echo la cabeza hacia atrás y suspiro de placer. Estoy bailando medio desnuda, con los ojos tapados, en una barra. Doy una vuelta en ella de la forma más erótica posible. Mi sexo se contrae y atrapa las bolas con ese movimiento más brusco.
—Ten cuidado, nena. No quiero que te hagas daño. –La voz de Abel se alza por encima de la música.
Pero no lo escucho. Ya he perdido el control. Me aparto de la barra y doy un par de pasos hacia delante, con lo que las bolitas se mueven en mi interior y me arrancan suspiros. Soy completamente consciente de mi zona genital, la tengo más despierta que nunca. A cada segundo que pasa, mi deseo aumenta. Estoy tan caliente que lo único que quiero es bailar para que el juguete me dé más y más placer. «Turn the lights down low. Take it off… Let me show my love for you is insatiable». Agarro el elástico del tanguita y juego con él, simulando que me lo voy a bajar. Tengo a Abel cerca, porque lo escucho respirar con dificultad. Dibujo una sonrisa. Dejo que la ropa interior caiga al suelo. Alzo un pie, luego otro. Las bolas chocan en mi interior y las sensaciones que me llegan me producen vértigo.
Ha desaparecido todo lo que hay alrededor. Tan sólo somos la sensual música, las maravillosas bolas y mi cuerpo. Extiendo los brazos para guiarme y enseguida alcanzo la barra. Me pego a ella, rozando mi cuerpo con el frío metal. Me deslizo hacia abajo con suavidad, abriendo las piernas y contoneándome como si fuese la mujer más sexy del mundo. Luego asciendo lentamente, acariciándome el sexo con la barra. Mi clítoris choca con ella y suelto un gritito de sorpresa y placer.
—Súbete la venda y acércate a mí –me ordena Abel.
Obedezco. Tengo que parpadear un par de veces hasta que los ojos se me acostumbran. Está sentado en el sofá con las piernas separadas. Se halla completamente desnudo y apuntándome con su sexo, el cual brilla a causa de la excitación. El mío se contrae ante tan apetecible espectáculo y las bolas vuelven a chocar. «I fall asleep inside of you. There are no words, there’s only truth. Breathe in, breathe out, there is no sound».
Me arrimo a él con pasos muy sensuales, acariciando mi vientre. Clavo la mirada en la suya. Me cercioro de cómo observa todo mi cuerpo, con un increíble apetito. Sé que está deseando comerme, pero se está conteniendo. Ni siquiera se está tocando a sí mismo; tiene las manos apoyadas en ambos muslos. Me coloco ante él, rozándome el sexo con ambas manos. Él suelta un suspiro y se muerde los labios. Veo cómo palpita su excitación.
—«We move together up and down…» —canto ante él, contoneándome, balanceando las caderas de un lado a otro. El pulso se me dispara con cada choque de bolas. Mi voz se impregna de gemidos.
«We levitate, our bodies soar. Our feet don’t even touch the floor».
Me coloco justo delante de él y me giro, dándole la espalda. Me inclino hacia delante, tocando el suelo con las palmas de las manos. Le ofrezco una perfecta panorámica de mi trasero y mi sexo. Está luchando por no tocarme. Meneo el culo delante de su cara. Las oleadas de placer hacen que lo mueva más y más.
—Joder, Sara, joder…
Me doy la vuelta para mirarlo de nuevo. Se ha llevado una mano al sexo y está rozándose la punta. Me pone a mil ver cómo se masturba gracias a mi baile. «Turn the lights down low. Take it off…». Me sitúo a su espalda y me inclino para acariciarle el pecho. Le doy suaves besos en el cuello. Suspira, gruñe. Alza una mano y la coloca en mi pelo, apresándolo entre sus dedos.
Noto que cada vez me atacan más espasmos. Entiendo de lo que se trata. Joder, estoy a punto de irme. Me sitúo otra vez ante él y me coloco encima de sus piernas, aunque sin llegar a sentarme. Le rozo los muslos con mi trasero y cierro los ojos. Arrimo el rostro al suyo y cuando me va a besar, me separo. Ahora soy yo la que está castigándolo a él. Acerca las manos a mis nalgas pero se las sujeto y se lo impido. Muevo las caderas hacia delante y hacia detrás, acariciándome el sexo. Su mirada se oscurece cuando comprende lo que está a punto de sucederme.
—Sí, pequeña. Lo estás haciendo muy bien.
—Abel… –gimo, a punto de derrumbarme.
—Tiéntame. –Dejo que apoye una mano en la parte inferior de mi espalda mientras con la otra me aprieta una nalga–: Tiéntame sin límites, cariño.
«Turn me on, never stop. Wanna taste every drop. My love for you is insatiable».
—Déjate llevar. Siente todo lo que ellas te ofrecen –me susurra al oído con voz grave.
Me apoyo en sus hombros sin dejar de contonearme. Las bolas chocan en mi sexo, el cual late desbocado. Cierro los ojos, a punto de irme.
—No. Mírame, Sara. Vamos, mírame. –Le tiembla la voz.
Los abro de golpe. Las olas me sacuden, me llevan a la orilla más alejada del placer. Grito una y otra vez; creo que me voy a desmayar y sin embargo no puedo ni quiero dejar de mover las caderas. Él me aprieta las nalgas y gime conmigo, aunque todavía no ha llegado al orgasmo. Me pierdo en lo más profundo de su mirada. Puedo leer en ella las ganas que tiene de introducirse en mí. Pero yo todavía estoy deshaciéndome en sus piernas. Al cabo de unos segundos los espasmos empiezan a remitir.
Abel no me da tregua. Me coge de la cintura y me alza al tiempo que se levanta del sofá. Me vuelve a colocar la venda en los ojos y de un rápido movimiento me lleva a la cama. En un abrir y cerrar de ojos lo tengo sobre mí, lamiéndome los pechos con gula. Gimo bajo su cuerpo y me retuerzo experimentando un increíble placer. Cuando me quita las bolas, casi me siento vacía. Pero la cuestión es que mi sexo está más dilatado que nunca y muy húmedo. Está totalmente preparado para recibirlo.
—Lo has hecho muy bien, Sara. Me has puesto a cien –me susurra al oído.
Se levanta de la cama. ¿Qué estará buscando ahora?
Doy un brinco cuando un frío líquido cae en mis pechos. Vierte un poco en mis pezones y a continuación sorbe el vino. Sus dientes me rozan la carne y yo me arqueo bajo su duro pecho. Le voy a pasar las manos por el cuello cuando me coge de las muñecas y me las pone por encima de la cabeza.
—No, Sara. Sigamos jugando.
Y entonces noto que cierra algo sobre ellas. Un chasquido me avisa de que son unas esposas. ¡Joder! Qué cabrón, tenía aquí unas de recambio. Suelta una risita.
—¿Qué te parece, mi pequeña Justine? –bromea.
Jadeo. Aunque he estado tantos días dándole vueltas, ahora que me hallo en la situación me da muchísimo morbo. Ya no me importa haber perdido el control. No puedo verlo; me es imposible tocarlo y cada vez tengo más ganas de hacerlo y perderme en su piel.
—Sin límites –murmuro.
Doy un pequeño gritito cuando derrama el vino en mi sexo. Me separa las piernas y echa más. El contraste entre el calor de mi vagina y el líquido helado es maravilloso. No puedo más que retorcerme cuando lo sorbe. Lame cada uno de mis rincones más íntimos.
—Abel, para, o me correré otra vez –jadeo, agarrándome a las sábanas, aunque me es un poco difícil debido a las esposas.
Asciende por mi cuerpo, dibujando en él un camino de vino. Lo limpia con su delicada lengua. Se detiene en mi ombligo y juega con él. Me muero por tocarlo, por agarrarlo del trasero y obligarlo a meterse en mí. Me está haciendo sufrir y mi sexo late cada vez más ansiando su llegada.
—Dámelo –le suplico.
—¿El qué, Sara? –pregunta, con orgullo. Sabe perfectamente lo que quiero, pero le excita escucharlo de mi boca.
—Tu sexo. Mételo en mí –murmuro con la boca seca. Trago saliva.
Pero lo que hace es gatear por la cama y acercármelo a la boca. Yo la abro y saco la lengua. Le chupo la punta con suavidad. Cuando me la mete, le rozo con los dientes, a lo que él responde con un gruñido. Se la lamo con ansiedad, saboreándolo con deleite.
Echo la cabeza hacia delante para introducirla más en mi boca. Hago movimientos circulares con la lengua al tiempo que meneo mi cuello hacia delante y hacia detrás. Y entonces noto cómo le palpita. Succiono con más ganas hasta que el sabor familiar inunda mi boca. Él jadea, da un golpe a la pared mientras se viene en mi boca. La abro y dejo que se deslice un poco por mi barbilla.
—Esto no ha acabado, Sara –dice con voz trémula.
Se sitúa sobre mí y me separa las piernas con violencia. Sin darme tiempo a pensar nada, se introduce de golpe en mí hasta el fondo. Suelto un grito y doblo las piernas hacia arriba. Las enrosco en su cintura, apoyando los talones en su trasero. Nuestros sexos están tan húmedos que sale y entra en mí sin ningún obstáculo. Gracias a las bolas estoy tan dilatada que puede penetrarme de una forma carnal y violenta, como a él le gusta. Me gruñe al oído. Nuestras pieles están calientes y resbaladizas a causa del vino y del sudor. Pugno por acercarme más a él, aunque estamos tan pegados que parece que en cualquier momento vayamos a fundirnos el uno con el otro.
—Te necesito, Sara. No sabes cuánto –jadea contra mi cuello.
No sé cómo, pero consigo meter su cabeza por el hueco que hay desde mis brazos hasta las manos esposadas. Logro apoyarme en su cuello, aunque no lo puedo coger. Pero él me tiene sujeta de tal forma que sé que jamás me podré escapar.
—Por favor, Abel, no puedo…
Siento el corazón como si estuviera a punto de romperse. La sangre palpita en la yema de mis dedos. Me da tanto placer que incluso sollozo.
—Sí puedes. Te deseo. Puedes. Podemos juntos. –No puede articular bien las frases.
Entonces me retira la venda y nos veo. En el techo hay un enorme espejo. La visión me sacude las entrañas. Observar su cuerpo desnudo, su perfecto trasero y su ancha espalda mientras se mueve sobre mí es más de lo que puedo soportar. Clavo los talones en sus nalgas. Descubro mi propio rostro bañado de placer y gimo. Me sorprenden mis mejillas sonrosadas a causa de la conmoción. Él bombea dentro de mí con más fuerza. Todo mi cuerpo se pone en tensión cuando me da la última sacudida. Sus manos aprietan mis caderas con fuerza y entonces me desboco. El temblor en mi interior es una sublime tortura. Une sus gritos a los míos.
Podría morir ahora mismo.