
Abro los ojos. Tranquilidad. Brillantez. Cosquillas en el estómago.
Todavía no me puedo creer que durante toda una semana me haya despertado a su lado, observando cómo sonreía, mirándonos ambos como si todo el tiempo del mundo fuese nuestro, disfrutando de su maravilloso cuerpo y de sus ardientes besos –y también en ocasiones cálidos–, y eso es lo que más me sorprende de él. Puede que para el resto de personas una semana no signifique nada, pero lo cierto es que para mí ha supuesto toda una vida. Me siento como si hubiese compartido cientos de años con él.
La primera noche que pasé con él en esta casa fue maravillosa. La cena romántica que me preparó y el tórrido sexo que tuvimos en su fantástica piscina superaron la mala noticia que me dio mientras comíamos: Yvonne le despidió porque Nina ya no quiere trabajar con él. Me sentí realmente mal porque pienso que, en parte, he sido yo la culpable de que ahora no tenga trabajo. Él me ha prometido una y otra vez que no le resultará difícil encontrar algo, pero me da miedo que Nina sea tan retorcida como para mover sus hilos invisibles y provocar que nadie quiera contratarlo. Sé que Abel es un fantástico fotógrafo y que no sólo trabaja con modelos. No obstante, lo que no sé es si es lo que prefiere porque, a pesar de sus palabras, me ha parecido ver una sombra oscura en sus ojos, como si realmente le doliese que Yvonne le haya rechazado. En cierto modo debe ser así: han estado juntos durante bastante tiempo y lo que ha hecho esa mujer me parece una falta de respeto. ¡Tan sólo porque la cruel Nina se lo ha pedido! ¿Quién se cree que es esa mujer? ¿Y por qué todos bailan a su ritmo? ¡Uf! Es que cada día la odio un poquito más, y mira que es difícil que yo tenga esos sentimientos, pero su actitud de diva me supera.
Evidentemente, no le he dicho nada de todo lo que pienso a Abel. En la cena ya me pidió que no lo hiciera, que simplemente me dejase llevar y que esperáramos a ver cómo se plantea el futuro. Pero yo no soy como él. Yo siempre pienso en el futuro y me cuesta un montón centrarme en el presente. A pesar de todo, lo he intentado y continúo haciéndolo. Cada día me despierto con una sonrisa para demostrarle que estoy bien, que me siento feliz de compartir todas estas horas con él y que no me importa lo de Nina.
Durante esta semana hemos hecho juntos muchas cosas, aunque no hemos salido de la casa. Hemos aprovechado el tiempo perdido y hemos practicado sexo una y otra vez: en la piscina, en las sillas del jardín, en su cama, en la biblioteca –necesitaba experimentar esa experiencia sublime una vez más y sin ir borracha–, en la ducha. Y creo que hoy o mañana le voy a pedir hacerlo con todas esas burbujas acariciando mi piel. Jamás lo he hecho en una bañera con hidromasaje y estoy segura de que debe de ser fantástico.
Y que conste que no todo ha sido sexo. Hemos cocinado juntos. Me ha enseñado a preparar un plato de pasta que es la especialidad de su padre y que está para chuparse los dedos. Tengo que ser muy tonta, pero cocinar juntos me ha parecido algo precioso, íntimo y especial. Supongo que, cuando te enamoras, cualquier detalle es algo grande y brillante.
Alguna vez me he acercado a la gigantesca biblioteca y he cotilleado sus libros. Hay muchos que no conozco, pero me encantan todos y cada uno de ellos. Es el sueño de mi vida hecho realidad. Si yo tuviese esta biblioteca en mi casa, estaría a todas horas sumergida entre las páginas de los libros. En muchos de ellos su madre ha dejado huella con párrafos subrayados o anotaciones al pie de páginas. Continúo pensando que era una mujer muy inteligente e interesante. Sin embargo, no le he vuelto a preguntar por ella. Me pidió tiempo y es lo que le estoy dando porque quiero –y necesito– que esta relación salga bien. Cuando él crea conveniente me hablará de ella. Y entonces estaré ahí para apoyarlo en mi hombro y susurrarle que su madre estará muy orgullosa de él dondequiera que se encuentre.
No voy a negar que su pasado es algo que todavía me provoca inquietud. Sé que es un hombre con sombras aunque intente transmitir luz. Pero esa actitud de no abrirse, de recelar, de guardar el recuerdo de su madre con un candado, es la que me muestra que no ha tenido una vida sencilla. He especulado mucho sobre lo que le pudo suceder. Sé que murió cuando él era bastante pequeño y que su familia lo pasó bastante mal. Lo que no tengo claro es la causa de su muerte. He imaginado diversas opciones, la más plausible es que ella estuviera enferma y puede que de alguna enfermedad muy dura. Quizá Abel, con lo pequeño que era, fue testigo de cómo una de las personas a las que más amaba se marchitaba poco a poco. Sé que soy bastante dramática, pero es lo único que se me ocurre ante tanto secreto.
Tengo claro que la vida no es sencilla para nadie. La mía tampoco lo ha sido, así que puedo llegar a comprenderlo. Mi padre no ha sido el modelo de hombre que yo esperaba. Lo fue durante un tiempo, cuando yo lo adoraba de pequeña, pero de eso me parece que ha pasado tanto tiempo. Abel es huérfano de madre, pero yo me he sentido muchas veces así aunque mi padre aún esté vivo. Por eso, quiero estar preparada para cuando decida confesarse. Demostrarle que puedo sostener su dolor y unirlo al mío. Ambos superaremos la ausencia de nuestros padres otorgándonos nuestra presencia. Somos dos personas que se encontraban solas en el mundo, como si no hubiese un lugar preciso para ellas, pero que por fin se han encontrado.
—Nena…
Doy un brinco. Su voz me ha sobresaltado entre tantos pensamientos. Así soy yo: cuando me despierto por las mañanas mi mente ya está trabajando a mil por hora. Creo que en unos cinco minutos habré repasado no sólo esta semana con él, sino casi toda mi vida.
—¿Sara? –Pega la nariz a mi cuello.
Yo me hago la remolona. Atrapo su mano que me está agarrando de la cintura y le acaricio los dedos. Él suelta un suspiro a mi espalda y se arrima más a mí.
—¿Estás despierta?
—Sí.
—¿Por qué no me has avisado?
—¿Para qué tendría que haberlo hecho? Estoy bien aquí tumbada contigo. –Cierro los ojos para concentrarme en la maravillosa sensación que es tenerlo abrazándome.
No contesta. Se suelta de mi mano y desliza la suya por mi vientre. Estamos semi desnudos, así que mi cuerpo reacciona bien pronto a sus caricias. La carne se me pone de gallina en el momento en que uno de sus dedos hace un círculo en mi vientre.
—Estaba soñando contigo –murmura, con la voz pastosa por el sueño.
Noto su erección contra mi trasero. Se me escapa un pequeño suspiro.
—Y por lo que veo era un sueño húmedo –me echo a reír.
—No lo sabes tú bien. –Me aparta el pelo de la nuca y me da un suave beso–. ¿Quieres que te lo cuente?
—Vale.
—Nos habíamos ido de viaje –empieza, apretándose más contra mí. Ya no hay espacio entre nuestros cuerpos. Su pecho desnudo se pega a mi espalda y el contacto de su piel me activa toda–. A una de esas islas paradisiacas como te he prometido. –Su mano sube por mi vientre hasta colocarse en la curva de uno de mis pechos–. Tú te habías metido en el mar y yo te observaba desde la arena. Podía apreciar tu cuerpo desnudo, brillante por las gotitas, tu pelo mojado cayendo por tu cuello y cubriéndote los pechos como si fueses una Eva. En el sueño me parecías la primera mujer del mundo, y yo el primer hombre. Los primeros que iban a descubrir los placeres del sexo.
—Qué poético te has despertado hoy –susurro, contoneando las caderas a un lado y a otro. Su sexo se emociona más y se me clava en el coxis.
—Me llamabas desde el agua como una sirena. Yo inmediatamente obedecía tu orden y me acercaba al mar, completamente excitado. Me metía en él y nadaba hasta ti. Me esperabas con los brazos abiertos, me rodeabas con ellos y me besabas como tú sólo sabes hacer.
—¿Y qué más? –pregunto, curiosa.
—Te tocaba aquí… –Cubre uno de mis pechos con la mano y lo masajea con suavidad–. Y luego aquí… –Coge uno de mis pezones y lo acaricia, para luego estirar de él con cuidado.
—Me encanta el sueño –jadeo, con los ojos cerrados.
—Después te cogía en brazos y tú enrollabas tus piernas en mi cintura, ofreciéndote toda a mí. –Baja la mano hasta mi cadera y me la coge. Me coloca de manera que se pueda rozar a través de mis braguitas. Pero lo tiene tan duro que es casi como si estuviese desnuda y lo notase en mi carne.
Se me escapa un gemido. Hace que me dé la vuelta para encontrarnos cara a cara. Observo su rostro, tan atractivo de buena mañana, y sin pensarlo más me lanzo a besarle. Sus labios me reciben con ganas. Los entreabre y yo deslizo mi lengua, apreciando la calidez de la suya. Jugueteamos un rato con ellas hasta que el sexo se me humedece muchísimo y las cosquillas me obligan a sacudir las caderas. Su pene golpea por encima de mis bragas.
—¿Y qué ha pasado después?
—Que me he despertado. Pero ahora puedo hacerlo realidad. No será en el mar, pero voy a imaginar que estas sábanas son nuestras olas particulares.
Me río. Le cojo de las mejillas y le beso una vez más. Sus labios son carnosos, con un sabor delicioso. Le muerdo el inferior y él suelta un gruñido que me pone más. Aparta la tela de mis braguitas y me acaricia con un dedo. Apenas me roza pero mi espalda se arquea sin poderlo evitar. Él aprecia mi humedad y me toca más, hasta impregnarse un par de dedos con ella.
—Me encanta que siempre estés tan preparada para mí.
Me agarro a su fuerte espalda y se la acaricio. Él pone la otra mano en mi culo y me lo estruja.
—Quiero que me hagas tuya –murmuro, con la respiración entrecortada.
—Sus deseos son órdenes para mí.
Se baja el boxer. Yo agacho la mirada y observo su sexo maravilloso, tan duro, brillante en la punta por la humedad. ¡Joder, cómo me pone! Cada vez que lo tengo dentro rozo el paraíso. Arrimo más mi cuerpo, hasta que su puntita me toca los labios. Otro gemido se me escapa. Él sonríe y se come mis jadeos con unos cuantos besos apasionados.
—Joder, nena, eres tan sorprendente…
La melodía de mi móvil suena en ese mismo instante. Hago caso omiso y continúo concentrada en mi labor. Sin embargo, segundos después de callarse, la música vuelve a empezar. Me aparto de Abel y chasqueo la lengua. Él se encoge de hombros y me indica con un gesto que lo ponga en silencio. Me giro para coger el teléfono y, cuando lo tengo entre mis manos, observo que es Eva. En ese momento la melodía cesa pero veo que tengo un wasap. Lo leo.
«Nena, estoy ya aquí fuera. Vamos, creo que es aquí, pero no os veo por ningún lado».
¡Mierda, sí! No recordaba que habíamos quedado en que hoy mi amiga vendría a vernos y pasaríamos juntos el día.
—¡Es Eva! ¿Qué hora es, joder?
Las doce. Normal que ya esté aquí, si habíamos quedado a las doce menos cuarto. Y la pobre estará esperando ahí fuera. Abel se levanta raudo de la cama y se dirige al cuarto de baño.
—Me voy a duchar en un minuto. ¿La recibes tú?
—Sí, sí.
Lo último que veo antes de que cierre la puerta es su espléndido culo. Qué mierda. Nos hemos quedado a medias. Con las ganas que tenía de practicar sexo matutino. Cuando lo hacemos, el resto del día lo paso mucho más rejalada. Yo me levanto también y corro a vestirme. Me pongo el primer pantalón corto que encuentro y una camiseta de tirantes. Me arreglo un poco el pelo sin siquiera mirarme al espejo. Cuando lo hago, aprecio que no tengo ojeras y eso es muy raro en mí. ¡Hasta tengo el cutis mejor! Lo que hace la felicidad
Corro a la entrada. Cojo las llaves de la verja y salgo de la casa. Desde aquí ya puedo ver el coche de mi amiga y también a ella apoyada contra él fumándose un cigarro. Silbo para que se dé cuenta de que ya he salido. Ella estira el cuello y se da unos golpecitos en la muñeca.
—¡Lo siento, lo siento! –Me disculpo una vez he abierto la verja.
—Seguro que estabais dándole a la mandanga –me dice, mirándome por encima de las gafas.
—¡Claro que no! Es que me he quedado dormida –miento.
—De haberle dado a la mandanga anoche.
Se ríe y se mete en el coche para meterlo en el jardín. Yo espero junto a la piscina hasta que aparca. Cuando sale me lanzo a sus brazos y le doy un montón de besos. Ella pone caras raras.
—¿Se puede saber por qué estás tan babosa? Eso no es nada normal en ti. –Apoya una mano en mi frente.
—Sólo es que estoy contenta.
Eva sonríe y yo la agarro de la mano para meterla en la casa y enseñársela mientras Abel termina de ducharse. Nada más entrar, mi amiga suelta un silbido de admiración.
—¿De dónde saca tanto dinero este tío?
—Hombre, trabajar con Yvonne le daba muchos beneficios –le explico, encaminándome hacia la cocina.
—Madre mía, pero si parece la casa de un famoso.
—Es que él lo es. No como los famosos que tú piensas, pero lo es. –Le guiño un ojo.
Pasamos por el salón-comedor en el que ella se tira en uno de los enormes sofás y suelta grititos de emoción. Después la llevo a uno de los cuartos de baño y se queda también impresionada. –Pues si viese el otro, con la gigantesca ducha…– y, por último, le enseño la biblioteca.
—¡Me flipa la cabeza!
Corre a una de las estanterías y se pone a leer los títulos de los libros. Yo me coloco a su lado con una sonrisa que no me cabe en la cara. Cuando me quiero dar cuenta, ella me está mirando de forma pícara.
—Así que aquí es donde follasteis por primera vez.
—Pues sí. Y luego más veces. –Le saco la lengua, un poco avergonzada.
Al volver al comedor, Abel también está saliendo de la habitación en ese momento. Se ha puesto una camiseta de manga corta de Ralph Lauren y unos pantalones a media rodilla que le quedan que ni pintados. Todavía tiene el cabello húmedo y las mejillas sonrosadas por los vapores de la ducha. Viéndolo así, no puedo evitar recordar los momentos antes en la cama y me pongo otra vez. ¡Madre mía, cómo estoy últimamente!
—Hola, Eva. –La saluda, acercándose y dándole dos besos.
—Tío, menuda casota tienes. Esto tiene que haberte costado un huevo y más.
Él no contesta. Esboza una sonrisa y después me mira a mí. Yo se la devuelvo y agacho la cabeza, un poco tímida. Es extraño que Eva esté aquí como si fuésemos una pareja que viven juntos desde hace un montón de tiempo.
—Bueno, señoritas. ¿Quieren tomar algo?
Nos dirigimos a la cocina y él se pone a preparar unos zumos de naranja recién hechos. Nos anima a que le esperemos fuera, tumbadas en las sillas del jardín. Eva y yo obedecemos encantadas. Nada más salir, se quita la ropa y se queda en bikini. Yo le digo que me espere un poco, que me voy a cambiar. Me pongo también el mío y ambas nos tumbamos a tomar el sol.
—Madre mía, esto es el edén –dice mi amiga, colocándose sus gafas de sol–. Y encima nos prepara el almuerzo. –Me señala a mi espalda.
Me giro y observo a Abel salir con una bandejita en la que lleva tres zumos y unas cuantas tostadas. Nos lo comemos entre risas y cotilleos. Eva me informa de que Cyn se ha ido a su apartamento en la playa a ver si encuentra a algún jamelgo.
—Pues podría haberse venido –musito, un poco molesta.
—Pero aquí no hay jamelgos. –Le lanza a Abel una mirada de disculpa–. Bueno, me refiero a jamelgos solteros.
—Pues podríamos haber llamado a Eric –opino.
En ese momento me fijo que Abel se remueve en su asiento. Joder, quizá no debería haberlo mencionado. No hemos hablado de él desde hace un tiempo y la verdad es que no sé cómo está su relación. Lo que sé es que no han quedado ni que han hablado ni nada.
Tomamos el sol hasta la hora de comer, momento en que Abel nos vuelve a dejar solitas para preparar la comida. Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos nos avisa de que ya podemos entrar. Ha preparado pasta –me pregunto si es lo único que sabe cocinar pero, de todos modos, podría estar comiéndolo todos los días porque a mí también me encanta– con una salsa de quesos y nueces. Está tan bueno que Eva se come dos platos bien llenos.
Después de comer salimos otra vez a tomar el sol y esperamos a hacer la digestión para meternos en el agua. Abel se queda en su silla y nos contempla con una sonrisa mientras nadamos. Bueno, creo que a quien está mirando es a mí. Quizá esté recordando el sueño y verme aquí con el cabello húmedo le está poniendo, porque se le han oscurecido los ojos.
—Eres una cabrona. –Eva me abraza desde atrás, susurrándome al oído–. Menudo maromo te has buscado. Ya quisiera yo.
—Oye, que no todo es dinero, casas bonitas y comidas preparadas –me quejo, riéndome.
—¡Pero mientras disfrútalo! –Me hace una aguadilla y yo se la devuelvo.
A media tarde salimos del agua, todas arrugadas, y tomamos un poco más el sol mientras bebemos limonada que Abel ha preparado. Un rato después, Eva decide regresar a casa que le queda bastante camino. Nos damos un abrazo enorme.
—¿Entonces te vas a quedar aquí todo el verano? –me pregunta.
—Supongo que sí –respondo, con el corazón esperanzado.
Esa noche Abel y yo terminamos con lo que habíamos empezado por la mañana. Nada más llegar al fantástico orgasmo, me quedo dormida. No tengo sueños, pero últimamente duermo más tranquila que nunca y me despierto perfectamente. A la mañana siguiente, cuando yo me levanto, Abel ya está en la ducha. Dejo la cama y me dirijo a la cocina tarareando una cancioncilla. Cojo un par de naranjas y me dispongo a preparar un zumo. Me apetece escuchar música mientras preparo tostadas, así que voy al comedor y enciendo su portátil para buscar algo en el Spotify. Como siempre, no puedo evitar meterme en Facebook y cotillear las nuevas notificaciones. Y no sé por qué hay algo que me incita a buscar en Google su nombre, como ya hice una vez. Bah, ¿qué espero encontrar en Internet? ¿Sus secretos más oscuros? Aparecen páginas y más páginas en las que Nina habla sobre él, y son las que están en primer lugar. A la par que bebo, voy pasando una tras otra. En una de ellas hay algo que me llama la atención. Habla del nuevo trabajo de Abel, y la actualización data de hace un par de días. ¿Serán fotos de esa nueva modelo que trabaja con él? Cuando pincho en la web, descubro que se trata de una revista de fotografía.
Y entonces el mundo se me cae encima.
No me puedo creer lo que están viendo mis ojos.
Las náuseas se apoderan de mí en cuestión de segundos.
Bajo por la página para descubrir con horror una foto tras otra.
En todas ellas salgo yo. Tan sólo con una camisa en unas. Desnuda en otras.
Son las fotos que Abel me hizo en el hotel de Barcelona.
El corazón me da un vuelco y me entran unas ganas tremendas de llorar.