0001

Llamo a Abel y hablamos durante una media hora. Por supuesto, no le digo que voy a compartir habitación con Eric. ¡Es un secreto que me voy a llevar a la tumba! En realidad no tendría por qué ser así, pero entre unas cosas y otras estoy segura de que se enfadaría. Y en el fondo, si él me dijese que va a estar en un dormitorio con una mujer casi una semana, también me molestaría. Sé que tenemos mucha más confianza que antes, pero el recelo nunca abandona al ser humano. De todos modos, me preocupan más ellas que él ahora que lo conozco más. Desde que estamos juntos no ha mirado a otra mujer, no ha comentado nada sobre ninguna y ha cumplido con creces lo de ser fiel. Vale, era un mujeriego, pero conmigo no ha mostrado nada de eso.

Por otra parte, a pesar de que Eric es su amigo, puedo entender la preocupación. A veces se pasa de cariñoso o de bromista. Yo misma he pensado alguna vez que se sentía atraído por mí. Y encima está el hecho de que desde que los conozco no parecen estar muy unidos. ¿Habrá sido por mi culpa que su amistad se haya resentido? Espero que no, porque me sentiría muy apenada.

—¿Te gusta el hotel en el que os alojáis? –me pregunta, sacándome de mis pensamientos.

—La verdad es que es genial y tengo unas vistas estupendas –respondo, asomándome a la terraza una vez más. Aprovecho que Eric ha bajado al bar a tomarse algo para disfrutar del espectáculo maravilloso que tengo ante mí.

—Me alegro, Sara. ¿Cómo se llama?

—Corso. Está justo en primera línea de playa. Creo que mañana, después del ensayo, iré a tomar el sol un poco.

—Ten cuidado no te quemes –se echa a reír.

Con tan sólo escuchar su sensual voz, me pongo. Me muero de ganas de verlo, de estar junto a él de nuevo. Pero aún me quedan unos cuantos días. La suerte es que como estaré bastante ocupada, no se me harán demasiado largos.

—¿Sabes lo que llevo puesto? –Se me ocurre de repente. Me apetece jugar. El sexo telefónico es algo que nunca he intentado.

Él se queda callado. Supongo que mi pregunta le ha sorprendido.

—Dime –dice al fin con voz grave.

—Un vestidito de color azul.

—¿Sólo? ¿Qué llevas debajo? –Me sigue el juego.

—Un sujetador y unas braguitas blancas con encajes. –Pongo mi voz más sensual.

—Qué sexy –dice él–. Me gustaría meter la mano bajo ese vestido y acariciarte las piernas, y después subir por tus muslos.

—¡Mmmm! –Me limito a decir. Abandono la terraza para meterme en la habitación. Me dejo caer en la cama–. ¿Tú que llevas puesto?

—Tan sólo unos pantalones cortos.

Pienso en su espléndido cuerpo. En su perfecta y ancha espalda, en ese torso musculoso, en el vientre plano y en sus fuertes brazos. ¡Uf, qué calor me ha entrado!

—Imagina que te estoy besando ahora mismo –continúa él, bajando la voz, con lo que adquiere un tono mucho más erótico–. Lo hago muy suave, en los labios, y en el cuello. –Se detiene un momento–. ¿Estás sola, no?

—Sí –respondo.

—Súbete el vestido, o quítatelo. Acaríciate.

Me pongo a mil con sus órdenes. Obedezco a ellas. Me empiezo a acariciar los muslos mientras escucho su voz. Paso los dedos por mi vientre, muy lentamente, imaginando que son los suyos. Suelto un suspiro al rozarme los pechos por encima de la tela del sujetador.

—Meto la mano por dentro de tus braguitas. ¿Lo notas, Sara? –Suelto un débil «sí»–. Te acaricio el pubis, mis dedos buscan tu clítoris… Vaya, qué mojada estás.

—Sí, sí que lo estoy –digo, llevando la mano a mi ropa interior para tocarme por encima–. Estoy excitada, Abel.

—Y yo, cariño –me susurra desde el otro lado de la línea–. Piensa que te quito las braguitas. Te pongo encima de mí. Mi sexo roza el tuyo deliberadamente. Me introduzco un poco en ti. Dios, lo tienes tan caliente, Sara.

Suelto un gemido y él me corresponde con un gruñido.

—¿Te estás tocando? –me pregunta con voz entrecortada.

—Sí, ¿y tú?

—Sí. No sabes cómo está por ti.

Casi me pongo roja de las cosas tan subidas de tono que me dice. Pero estoy excitadísima. Juego con mis labios y con el clítoris. Me arqueo en la cama con un gemido.

—Así, pequeña. Déjate llevar –murmura–. Dime qué es lo que estás haciendo.

—Estoy acariciando mi sexo y pienso que estás dentro de mí.

—Muy pronto lo estaré otra vez, Sara. Te cogeré en brazos y te pondré contra la pared. Haré que grites, que ruegues, que imagines que vas a morir de placer.

Introduzco un dedo en la vagina y cierro los ojos. Apoyo el móvil en el almohadón para poder acariciarme los pechos. Mis pezones han despertado y cuando los rozo un sinfín de calambres me azotan. Entre gemidos digo su nombre.

—Joder, Sara, cómo me pone escucharte así.

—Estoy moviéndome encima de ti. –Me atrevo a decirle. Él suspira al otro lado de la línea y yo continúo–. Doy saltitos, introduciéndome tu sexo cada vez más. Estoy excitadísima y no puedo dejar de gritar. Tú mientras me coges los pechos, te incorporas y lames mis pezones, juegas con ellos –¡Madre mía! Nunca había pensado que podría hacer esto.

—Te estoy notando, pequeña. –Su voz cada vez tiembla más.

—Me aferro a tu espalda, te la araño…

Abro los ojos de golpe. ¡Mierda! Me parece que han abierto la puerta de entrada. ¡Y yo no he cerrado la de la habitación! Joder, tiene que ser Eric y yo estoy aquí abierta de piernas, con el vestido subido y las bragas por las rodillas.

—Abel, tengo que colgar –le digo con prisas–. Mi compañera de habitación acaba de llegar.

—De acuerdo. –Se nota que está decepcionado–. Llámame por la noche, por favor.

Me despido con un «adiós» rapidísimo y me bajo la falda, pero antes de que pueda hacer nada más, Eric está llamándome.

—¿Estás ahí, Sara?

—¡Sí, sí! –exclamo.

—¿Estás bien?

—Espera, ahora salgo –le pido.

Me levanto de la cama con rapidez. Ni siquiera me miro al espejo, porque con la poca delicadeza que tiene es capaz de venir a la habitación a la de ya. Asomo la cabeza y lo veo de cara al televisor, buscando algún programa.

—Hola –le saludo, de forma tímida.

Él se gira hacia mí y me mira con una expresión que no logro entender. Para evitar ponerme más roja, me doy la vuelta y voy a la mini nevera. Me inclino y busco entre las bebidas.

—¿Quieres algo? –le pregunto.

Lo noto a mi espalda. Puedo escuchar su respiración, más profunda de lo normal. Y de repente, siento su mano rozándome el trasero. Doy un brinco y me giro hacia él con ojos asustados. Alza las manos y se echa para atrás.

—Tenías el vestido subido y se te veían… –no termina la frase.

—Me podrías haber avisado en lugar de hacerlo tú. –Arqueo una ceja. Sé que estoy completamente roja porque me arden las orejas.

—Lo siento, Sara. No he podido aguantarme –dice, esbozando una sonrisa nerviosa–. Estabas ahí, agachada hacia delante y… Bueno, soy un hombre. Perdona, en serio.

—Vale, tranquilo. –Alzo una mano para restarle importancia. Al fin y al cabo ha sido en parte culpa mía.

Al agachar la cabeza descubro un bulto en sus vaqueros. ¡Mierda! ¿Es lo que yo pienso? No, ¡qué vergüenza! Y lo que es peor… ¿por qué no me molesta que esté así? ¿Por qué me siento un poco excitada? No, no. Estoy segura de que no es por él. Es sólo que todavía tengo en el cuerpo la tensión que antes me ha provocado Abel. Me aparto y me siento en el sofá que hay justo delante de la televisión. Abro la bebida y sorbo sin parar, tratando de que el calor se me pase. ¡Uf, tengo que salir de aquí!

—Voy a ir a tomar un helado –digo. La vista se me vuelve a ir a sus pantalones y aunque ya no hay nada, por mi cabeza pasa de forma muy rápida una escena calenturienta. ¡No, no! Me levanto de golpe y corro hacia mi alcoba para coger el bolso.

—Espera, ¿puedo ir contigo? –Me detiene antes de salir.

¡Joder! La verdad es que no lo sé. ¿Va a ser incómodo? Aunque quizá lo mejor sea que nos dé un poco de aire a los dos. Al menos yo lo necesito.

—Vale –respondo. Y salgo sin esperarlo.

Nos tomamos el helado en el puerto. Yo me pido un cucurucho de chocolate y él un vasito de avellana. Paseamos mientras vemos los barcos. Al cabo de un rato a mí ya se me ha pasado todo y me siento más tranquila. Son imaginaciones mías, no hay ninguna tensión sexual entre este hombre y yo. ¡Estamos comiendo un helado como buenos amigos! Es perfecto. Recorremos los restaurantes y decidimos que mañana por la noche podríamos venir a alguno para cenar. Un par de horas después regresamos al hotel y el resto del día se nos pasa muy rápido y yo estoy tan agotada que me quedo dormida sin acordarme de llamar a Abel.

Cuando me despierto al día siguiente y recuerdo que hay que ir a ensayar, me pongo nerviosa. Me ducho, me maquillo para estar presentable y espero a que Eric salga de su habitación.

—¡Buenos días, preciosa! –Aparece con tan sólo una toalla en el cuerpo. Se está secando el cabello y a mí lo que se me seca es la boca al verlo así. Joder. ¿Por qué estoy rodeada últimamente de tíos macizos? Y encima no del tipo Marcos musculitos de gimnasio, sino tíos que dan ganas de tumbarlos en la cama y no dejarlos escapar en todo el día porque tienen algo que engancha. Eva lo llama follabilidad. Y me parece una palabra muy acertada.

Para dejar de pensar en todo eso, me voy a la habitación y decido encerrarme hasta que él esté vestido. Al encender el móvil descubro que Abel me llamó anoche un par de veces y me envió unos cuantos wasaps. Los primeros eran normales, pero en los siguientes puedo leer su ansiedad y preocupación. Lo llamo para tranquilizarlo, pero el móvil está apagado. ¿Se habrá enfadado? No puede ser, ahora que todo nos iba tan bien.

Diez minutos después, Eric llama a la puerta corredera y yo salgo con cara de lechuga. Bajamos a desayunar junto con el resto del equipo, hoy mucho más numeroso. Thomas me los presenta uno a uno pero enseguida olvido sus nombres. Tras el desayuno nos dirigimos a un par de furgonetas que nos esperan a la salida del hotel. Yo me paso el viaje hasta San Antonio intentando contactar con Abel, pero tampoco le llegan mis mensajes.

Una vez en la isla me empiezo a sentir mejor. Nos hemos detenido en una hermosa cala. Es muy tranquila y apenas hay gente. El mar se muestra claro y azul, y hace un día estupendo. Creo que quiero tomar aquí el sol cuando la jornada termine.

Thomas se pone a explicar a todo el equipo lo que pretende conseguir. Termina de contarlo a media mañana y nos da un pequeño descanso para almorzar. Yo me tomo un zumo, sentada en la orilla de la playa, meditando lo que puede haberle sucedido a Abel, el cual me parece que se enfada demasiado pronto. Por suerte, Eric no se acerca a mí: está demasiado ocupado hablando con una de las asistentes del equipo. No sé por qué, pero me molesta un poco que no esté prestándome atención. Creo que tengo problemas de bipolaridad o algo así.

Después de la pausa todos nos disponemos a visitar la zona. Thomas decide que el mejor lugar para hacer las fotos será en la cala que se encuentra unos metros al este. Es allí donde nos tiramos hasta el mediodía. Eric me saca un par de fotos a petición de Thomas. A continuación otras a Rudy y al fin unas cuantas a los dos juntos, aunque son un poco más libres que las que haremos mañana. Se queda muy satisfecho con el resultado. A las dos y media el equipo empieza a recoger sus utensilios para marcharnos a Ibiza. Yo me acerco a Thomas.

—¿Me puedo quedar aquí o vamos a hacer algo?

Honey, quieres tomar el sol, ¿no? De acuerdo, pero tan sólo una hora como mucho. No quiero que te pongas roja para mañana. ¿Lo entiendes, verdad?

—Claro –asiento con la cabeza, aunque un poco disgustada. Yo me quedaría aquí toda la tarde.

Al final decido ir primero a comer a uno de los chiringuitos de otra playa cercana y volver a la cala cuando el sol no dé tan fuerte. De todos modos, estoy segura que a principios de octubre es difícil ponerse como una gamba. Cuando estoy marchándome escucho que me llaman. Es Eric, que se acerca a mí corriendo.

—Hey, me ha dicho Thomas que te quedabas. Podrías haberme avisado. ¿O es que quieres estar sola? –Se hace visera con una mano para mirarme.

—Bueno, no sé. No había caído en la cuenta. Como has conocido a esa chica, pues yo…

—Me apetece más comer con una buena amiga. –Me sonríe y apoya una mano en mi hombro.

En el chiringuito nos lo pasamos genial. Bebemos cerveza y comemos unos bocadillos. Eric me cuenta unas cuantas anécdotas de su carrera fotográfica. Son todas muy divertidas y yo no puedo dejar de reír. A veces me doy cuenta de que lo hago hasta con la boca abierta, pero me siento tan cómoda con él, que no puedo evitarlo. Así es Eric: logra que de estar avergonzada por pensamientos raros, pases a sentirte como una colega. Y eso es lo que más me gusta de él, que puede hablar de todo sin problemas.

Nada más terminarnos los bocadillos nos dirigimos a la cala. Por el camino le pregunto sobre la chica del equipo con la que ha estado hablando.

—Es muy simpática –responde. No añade nada más y yo me quedo callada.

Una vez en la cala caigo en la cuenta de que tengo que quitarme la ropa. Y eso es algo que me da vergüenza, aunque sea delante de un amigo. Eric parece no tener ningún problema porque ya se ha despojado de todo y está corriendo hacia el mar. Yo al final hago de tripas corazón, me saco la falda y la camiseta y me quedo en bikini. Él me hace gestos desde el agua para que vaya. Corro todo lo rápido que puedo con tal de que no vea mi cuerpo. Soy tonta, ya que quizá mañana tenga que posar en ropa interior o de baño, quién sabe. Y lo haré delante de muchísima más gente y todos me observarán durante horas.

Cuando llego a su altura me coge de la mano e intenta llevarme más adentro. Yo niego con la cabeza con gesto aterrorizado. Las olas que vienen son muy altas, así que no quiero meterme más. Él se encoge de hombros y se sumerge, dejándome allí sola. Me paso un ratito observando la cala desde el agua. Tan sólo hay un par de personas más, y se encuentran alejadas de nosotros. Me pregunto si mañana también habrá gente porque entonces todavía será más vergonzoso. Me giro y apoyo la mano en la frente para ver dónde se encuentra Eric. Atisbo su cabeza rubia en la lejanía. Me preocupa, pero al fin y al cabo es muy buen nadador, así que supongo que no tendrá problemas.

Al cabo de un rato me aburro de estar en el agua y nado hacia la orilla. Una vez en la arena estiro la toalla y me pongo de rodillas. Rebusco en la mochila y saco el protector solar. Ahora tampoco es que pegue muy fuerte el sol, pero más vale prevenir. Me estoy untando la crema por los brazos cuando unas gotas aterrizan en todo mi cuerpo. Suelto un gritito de exasperación. Eric se ríe y coloca su toalla a mi lado. Se tumba boca arriba, aunque con la cabeza ladeada para mirarme.

—Oye… –de repente recuerdo algo que quería preguntarle.

—¿Sí?

—¿Cómo te va con la chica aquella?

—¿Cuál?

—La que dejaba su perfume en tu baño. –Sonrío hacia dentro mientras extiendo la cremita por las piernas.

Él se recuesta de lado y me mira con una sonrisa. Yo giro la cara a él y arqueo una ceja.

—¿Al final estáis saliendo o qué?

—Ya te dije que sólo nos divertíamos. –Sigue con la vista todos mis movimientos–. Vamos, Sara, que follábamos. ¿Lo entiendes?

Chasqueo la lengua y lo miro con gesto divertido.

—Bueno, se puede hacer eso y tener una relación.

—No es lo que quiero –responde él, agarrando un puñado de arena y mirándome con atención–. ¿Quieres que te ponga crema en la espalda?

Dudo unos segundos. Bueno, es sólo un amigo poniéndome protector. Y mi mente no va a imaginarse nada extraño. Ni la suya. Así que asiento con la cabeza, le entrego el bote y me tumbo bocabajo con la cabeza de lado.

—¿No te gusta lo suficiente? –le pregunto.

—Me gusta mucho –dice, colocándose más cerca de mí. En cuanto noto sus manos en mi espalda, me pongo tensa. Pero a medida que me masajea, me voy relajando–. Y alguna vez la quise.

—¡Oh! –Alzo un poco la cabeza, observando el horizonte–. ¿Entonces la conoces de hace tiempo?

—Sí.

Sus dedos aprietan mi piel, la masajean con contundencia. Yo cierro los ojos y suelto un suspiro. ¡Joder, qué bien que está esto!

—Ahora hay otra persona en mi cabeza –suelta de repente.

—¿Ah, sí? ¿También os acostáis juntos? –No sé por qué, siento como un poco de molestia.

—No. –Se echa a reír como si le sorprendiera mi pregunta. Sus manos suben por mi cuello lentamente–. De momento no.

—Seguro que a esa chica le gusta ir lento –digo, apoyando la cara en mis manos cruzadas–. ¿Cómo es?

—Guapa –se queda callado unos segundos, deteniendo también su masaje–. Amable. Inteligente. Luchadora. A veces un poco irritante… –Vuelve a tocarme y siento un calambre–. Tiene unos ojos preciosos. Me gusta su sonrisa. Y su forma de ver la vida. No he conocido a nadie como ella.

Esa descripción me parece muy familiar. Todo mi cuerpo se tensa. Pero a ver, hay muchas chicas que pueden coincidir en esos aspectos. No nos volvamos locos ahora mismo. Me remuevo bajo sus manos y él para un momento.

—¿Quieres que siga?

Por un momento estoy tentada a decirle que sí. Sus manos son muy suaves, cálidas y expertas. Me gusta cómo me estaba masajeando. De recordarlo se me pone la piel de gallina.

Pero en ese momento una sombra se cierne sobre nosotros y cuando escucho su voz, se me nubla la vista.

—Os lo estáis pasando muy bien, ¿eh?

Alzo la vista y me topo con Abel. Y con su extraña sonrisa.

Tiéntame sin límites
titlepage.xhtml
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_000.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_001.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_002.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_003.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_004.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_005.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_006.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_007.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_008.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_009.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_010.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_011.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_012.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_013.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_014.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_015.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_016.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_017.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_018.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_019.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_020.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_021.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_022.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_023.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_024.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_025.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_026.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_027.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_028.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_029.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_030.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_031.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_032.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_033.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_034.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_035.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_036.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_037.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_038.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_039.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_040.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_041.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_042.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_043.html
CR!MF0T67V1F165F3CN954R04XR52RY_split_044.html