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Mientras la actitud de Benaquiel me parecía digna de elogio, en cuanto a la búsqueda de una verdad histórica se refiere, y me hacía sentir cierta ternura por él, me estaba dando cuenta de que sus investigaciones poco tenían que aportar a las mías. Para conspiraciones ya tenía suficientes con las del presente; “le plus ça change le plus c’est la même chose”, pensé, invocando el pretencioso uso del francés que hacía la doctora Conde. Yo estaba en Toledo en el año 2045 y los conflictos y luchas de poder entre las Marcas Globales y las Ciudades Estado no se diferenciaban en lo fundamental de las que habían ocurrido a finales del siglo XV entre Isabel la Católica y las Órdenes Militares. Fue ese paralelismo el que me obligó a seguir leyendo, era posible que aprendiese algo. En eso no me equivoqué, únicamente infravaloré su importancia.

“La joven princesa Isabel, ahora Reina de Castilla, se encontró con una tesorería donde no había ni un mísero maravedí, dos guerras en ciernes, con Francia y Portugal, unos nobles, sus supuestos vasallos, con más soldados y posesiones directas que ella, y un clero más preocupado por sus placeres y bienes terrenales que por su salvación eterna. No lo tenía fácil y examinando los primeros años de su reinado encontramos la semilla de sus posteriores acciones unificadoras, o absolutistas, según lo miremos, y sus ansias de conseguir un país fuerte en lo militar, financieramente solvente y temeroso de Dios: costase lo que costase.

Porque en un inicio tuvo que hacer muchas concesiones, sin ir más lejos a la Orden de Calatrava, de quien desconfiaba tanto por haber intentado que ella se casase con su maestre, como por su posterior apoyo a “La Beltraneja”, cuando intentó arrebatarle la sucesión al trono. No podía enfrentarse a ellos y necesitaba su apoyo en la defensa de Andalucía contra las incursiones musulmanas desde Granada. Tuvo que dejar su orgullo a un lado y hacerles concesiones en contra de sus principios unificadores, algo que, como se vio más tarde, no les perdonó. A petición del comendador de la Orden, Fernán Gómez de Guzmán, Isabel desmembró al pueblo de Fuenteovejuna, en Córdoba, de sus posesiones, ordenando que sus “diezmos y heredades no pasasen a la corona” y que “la justicia se estableciese de acuerdo con las autoridades y leges de la Orden Calatravense, excluiéndose las potestades de otros y demás jueces”.

Gracias a Lope de Vega todos sabemos cómo acabó esta historia, que, bien ficcionada por su parte, la podemos considerar como basada en hechos reales. La búsqueda en los archivos confirma que el Comendador era “lasscivo, pre-potente, pecador de avaricia e malhablante”, y que no tenía escrúpulos en “folgar con doncellas y mulieres, casaderas y desposadas”. “Otrosí que todas las cosas arriba dichas, malos tratamientos que se han hecho a los vecinos, y los jocos y cuchilladas e hurtos se han cometido y cometen, disimulado y disimulan a causa de tener usurpado el Comendador y su orden la jurisdicción del dixo lugar, vecinos y términos daquél”. El pueblo se tomó la justicia por su mano, linchando al tirano, harto de tanto despotismo y crueldad”.

Por su forma de actuar no veía gran diferencia entre Fernán Gómez de Guzmán y Pedro Antúnez, el, ahora tuerto, ex-alcalde de Aldea del Rey. Los dos habían aterrorizado a un pueblo de similares características amparados por su fuerza, crueldad y, sobre todo, impunidad, pensé, pasando a la siguiente página del relato de Benaquiel.

“No obstante de la rebelión ocurrida en Fuenteovejuna, un hecho sobradamente contrastado, existen inconsistencias en ese episodio que, desde unos conocimientos más amplios de la sociedad en esa época, me resultan difíciles de entender o explicar. Es fácil para nosotros en el año 2045 entender el concepto de revolución, del levantamiento de las masas contra un poder opresor. Sin embargo ésta es una idea que nace en la revolución francesa y, aún así, con matices ya que fue encabezada por la burguesía y no por el pueblo llano. Una sublevación donde los labriegos, molineros y herreros tomasen armas contra el poder establecido en el año 1479 es algo absolutamente improbable e inverosímil. Aparte de que una docena de caballeros armados hubiesen podido acabar con cualquier amotinamiento local, por su violencia en el manejo de las armas y por la inmunidad que les ofrecían sus armaduras ante unos campesinos desarrapados, el condicionamiento social era tal que a ningún plebeyo se le hubiese ocurrido la idea de que podía enfrentarse a sus superiores; las guerras eran cosas de los nobles y monarcas, no de la chusma. La Iglesia era la única vía para la salvación de las almas, la superioridad de los reyes y nobles provenía directamente de Dios; en eso estaba basado el feudalismo. Los siervos no tenían nada que decir sobre la forma en la que se les trataba, es más, ni se les ocurriría tener opinión alguna al respecto puesto que eran incapaces de concebir un estado distinto de su situación. Cualquier idea contraria a esta tesis peca de romanticismo e incorpora conceptos posteriores a los mantenidos en la época, lo que me lleva a concluir que la rebelión de Fuenteovejuna no fue espontánea, sino que necesitó de un elemento catalizador para que pudiese ocurrir. La presencia del “anglo sin linaje agitator e provocator” ya mencionado encajaría perfectamente para cubrir este objetivo. Alguien conocedor de las artes de la guerra y con un apoyo externo, aunque fuese simplemente de palabra, sí podía enfrentarse al tiranuelo aunando el seguimiento del pueblo detrás de sí”.

Claro que eso era posible. A mí o a cualquier Hombre Bueno se lo iban a decir.

“La otra incongruencia consiste en la reacción de la reina Isabel al linchamiento del Condestable: ordenó que el procesamiento fuese sobreseído. La imagen de “Fuenteovejuna, todos a una”, donde los habitantes del pueblo se autoinculparon de su crimen es tan romántica que es hasta enternecedora, pero absolutamente inverosímil. La vida de siervos y villanos no tenía ningún valor más allá de su capacidad para cultivar los campos o ser utilizados como soldados, era infinitamente más importante el mantenimiento del orden y del status quo. Desde luego, para un monarca, la vida de un Comendador, aunque fuese deleznable, superaría con creces la de los habitantes de todo un pueblo. En el caso de que los vecinos de Fuenteovejuna insistiesen en mantener su responsabilidad colectiva, el monarca se limitaría a diezmar al pueblo, ahorcando a uno de cada diez de sus habitantes, en los cadalsos instalados en su plaza mayor. Sin embargo esto no ocurrió y en estos momentos no te podría explicar los motivos de este arrebato de piedad por parte de Isabel la Católica.

Poco a poco la reina fue tomando las riendas del poder en Castilla, sutilmente en un inicio y con más vigor e intransigencia al final. La Historia tiene tendencia a repetirse y la mayoría de los gobiernos absolutistas se han formado al amparo de unos servicios secretos, de contraespionaje o policiales que actúan en paralelo a las leyes establecidas y con atribuciones que les sitúan por encima de éstos. Como ejemplo podemos citar a la KGB, en la Unión Soviética, la Gestapo en la Alemania de Hitler o la propia Brigada de Legitimación en la República de Euskadi actual. Isabel la Católica formó en 1476 una siniestra y muy eficaz organización llamada la Santa Hermandad cuyo propósito aparente era el control del brigandismo, en muchos casos amparados por los nobles, que existía en su reino. Pronto se convirtió en una potente organización de información con la capacidad de actuar según las indicaciones de la reina; sus primeras víctimas fueron los nobles que tenían la posibilidad de traicionarla o confabular contra ella, fuesen culpables o no. Sin embargo esto no era suficiente, puesto que aún siendo inocentes debía existir un indicio de posible culpabilidad por parte de los acusados, para que los nobles más cercanos a la reina no pensasen, o no pudiesen declarar públicamente, que la Santa Hermandad actuaba de forma arbitraria e injusta. La coartada de la espiritualidad y la religión sirvió para ampliar los poderes de la Santa Hermandad que, durante las celebraciones de la unificación de los reinos de Castilla y Aragón, se reorganizó, adoptando las atribuciones adicionales que le concedió el Papa Sixto IV para la persecución de la herejía, tomando el nombre de la Santa Inquisición. Su primer primado fue Fray Tomás de Torquemada, el confesor de la reina Isabel, para que no cupiese ninguna duda de que la Inquisición, si bien de origen religioso, dependía directamente de ella. A partir de ese momento no cabía distinciones entre nobles traidores, herejes, descontentos, judíos, brujas o desviados: la Santa Inquisición daría buena cuenta de ellos, sobre todo si eran ricos y sus posesiones podían pasar a la corona.

Su sistema era infalible, si cualquier ciudadano representaba un peligro o un simple incordio de cara al monarca o a la Iglesia, se le acusaba de algo tan difícil de probar como que se mantenía en comunión con el diablo. La presunción de inocencia no existía para los inquisidores, y los reos eran culpables hasta que demostraran lo contrario; si nos paramos a pensar es imposible probar que uno no está en comunión con el diablo. Sin embargo esto no era suficiente, habiendo establecido ‘a priori’ la culpabilidad del acusado querían obtener su confesión, y le torturaban. El prisionero tenía dos opciones: confesar o no confesar. Si confesaba, él mismo declaraba su culpabilidad, si no reconocía su crimen quedaba patente que el diablo le había poseído de tal forma que su alma no podía ser redimida. En el primero de los casos el reo, una vez hecho pública su confesión y arrepentimiento, sería ejecutado e iría al cielo, también se habría ahorrado múltiples torturas; en el segundo caso sería quemado en la hoguera con la esperanza de que el efecto purificador del fuego elevase su alma al paraíso cristiano.

El beneficio para Isabel la Católica tenía varias vertientes: en primer lugar se podía deshacer de cualquier contrapoder político o personaje incómodo con impunidad, en segundo lugar la expropiación de los reos reputaba generosos ingresos a su tesorería y, finalmente, conseguía crear un clima de inseguridad y de terror, donde nadie se sentía, ni estaba, a salvo de las acusaciones de los inquisidores y, por lo tanto, obtenía una obediencia absoluta por parte de todos sus súbditos.

Por principio la Orden de Calatrava debía estar a salvo de cualquier acusación de herejía, desde su inicio habían defendido, con sus espadas y su sangre, al Dios cristiano contra los musulmanes. Además sus caballeros estaban fuera de toda sospecha en lo que se refería a su pureza de sangre, puesto que de ellos era requerido “que probaran en sus cuatro apellidos ser hidalgo de sangre a fuero de España, y no de privilegio, con escudo de armas, él, su padre, madre, abuelos, abuelas, sin haber tenido oficios él, ni sus padres ni abuelos”, según leemos en la Addenda al Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava fechada en 1422, siendo Maestre de la Orden Luis González de Guzmán.

A pesar de esto, en Toledo, en el año 1492, García López de Padilla, el entonces Maestre de la Orden de Calatrava fue destituido. La reina Isabel nombró a su marido Fernando de Aragón nuevo Gran Maestre y pasaron a ser propiedad de la corona “todos castillos, fortalezas, iglesias, conventos, parroquias, villas, aldeas y demás haciendas y derechos de la Orden de Calatrava”.

Los motivos que subyacen tras de esta decisión por parte de Isabel la Católica son fáciles de discernir: los caballeros calatravos habían intentado que se desposase con su maestre cuando apenas tenía uso de razón, contra su voluntad, habían apoyado a “La Beltraneja” en su lucha sucesoria, sólo habían seguido a su lado a cambio de prebendas, como en el caso de la cesión de Fuenteovejuna, y su comportamiento se distanciaba mucho de los estrictos códigos morales que ella suscribía. Además tenían un poderoso ejército, que suponía una barrera dentro de su proyecto de unificación del reino, y poseían grandes riquezas que necesitaba para financiar su campaña contra Granada.

El misterio no está en el porqué, sino en el cómo. ¿Cómo consiguió Isabel la Católica desbancar a la Orden de Calatrava de su situación de poder y privilegio? Los caballeros de la orden habían demostrado a lo largo de su historia que no eran únicamente valerosos guerreros sino también hábiles políticos y, sin embargo, habían cedido todo su poder sin una aparente lucha. ¿Por qué?

Como no podía ser de otra manera, he empezado a investigar esta incongruencia centrándome en el período entre 1476, cuando se forma la Santa Hermandad, y 1492, la fecha de cesión de la Orden a la corona. Hasta el momento lo que más me ha llamado la atención ha sido el alojamiento del licenciado Felipe Argensola en las dependencias de invitados del Castillo de Calatrava durante tres meses, de enero a marzo, en el año 1487, según consta en el registro del propio convento, sin explicitar ni el motivo de su visita ni a quién representaba. Esta estancia por parte del licenciado puede tener una explicación tan sencilla como banal; simplemente quería huir del mundanal ruido y dedicarse a la oración, pero en la revisión de las cuentas de las haciendas, gastos e ingresos de la Orden para el año 1486 he detectado unas curiosas anotaciones, al margen de los asientos habituales, que me han extrañado y sorprendido. Una vez analizados con mis colegas hemos llegado a la conclusión de que se trata de apuntes contables ¡de partida doble!”.