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“El único suministro de agua dulce de la zona viene del río Guadalhorce y de los canales y acueductos que de él se surten”, dijo Agustín Noblejas, señalando el mapa. Se traía la lección bien aprendida: “Pero el caudal de este río y su sistema de distribución dependen exclusivamente de los embalses de Guadalteba y del Conde situados al norte de la Serranía de Ronda, cerca de Antequera, y, por lo tanto, dentro de los territorios bajo el control de Al-Andalus”.
“En principio eso parece bueno. Si me permitís el juego de palabras, tenemos la llave del grifo”, apuntó Juan Guzmán.
“Efectivamente eso era bueno”, contestó Noblejas regalando una sonrisa forzada al comentario de su colega. “Nos permitía llevar a cabo un sistema de compensaciones por el cual las Marcas Globales nos suministraban gasolina, productos químicos y medicamentos imprescindibles a cambio de unos volúmenes preestablecidos de agua. Anualmente se negociaba el convenio y todos nos quedábamos, más o menos satisfechos, hasta el siguiente año. Ahora mismo, nosotros podemos suministrarles el mismo volumen que el año pasado, pero ellos nos piden más y no podemos dárselo porque nos hace falta el agua para nuestros cultivos de regadío”.
“Como todos sabéis”, tomó el relevo Luis Pizarro, Maestre Mayor de Córdoba, “se ha trabajado mucho para el saneamiento de las tierras, sobre todo por parte de la comuna de senegaleses y ya se empiezan a recoger los frutos”, y seguramente también las hortalizas, pensé, “de sus esfuerzos. Pero para ello se necesita cada vez más agua para el regadío. No podemos permitir que se la lleven para que unos campos de golf estén perennemente verdes, ni para llenar piscinas y jacuzzis”. Como buen andaluz, Luis Pizarro exageraba, pero no por eso su argumento era menos válido.
No me consideraba ningún experto en el tema pero aún con mis exiguos conocimientos de economía era evidente que se debía subir el precio relativo del agua al petróleo y otros productos, y que así, por lo menos, obtendríamos mayor beneficio a cambio. Les hice saber mi forma de pensar al respecto.
“Ésa fue nuestra primera reacción”, me explicó Luis Pizarro, y aunque no llegó a añadir la palabra “estúpido”, estaba claro que eso era lo que pensaba de mí, tras oír mi sugerencia.
“Pero se da la circunstancia de que nuestra sociedad ha aprendido a funcionar sin el petróleo como base de energía. A veces escasean algunos productos básicos, pero cada vez menos, y, con la electricidad generada por las centrales solares, eólicas y de saltos de agua estamos alcanzando el autoabastecimiento. Ya hemos pasado los peores años y el permitir ahora una mayor entrada de los productos de las Marcas Globales distorsionaría y hasta pondría en peligro el sistema económico que, de forma accidental y basado en el cooperativismo, más o menos funciona en la actualidad. Además no quiero ni pensar en quitar el agua a nuestros agricultores por unos litros de petróleo. Sería una injusticia, toda la sociedad lo vería como tal y yo, por mi parte, estaría de acuerdo con ellos”.
“En otras palabras, ellos necesitan nuestra agua y a nosotros el obtener más productos de las Marcas Globales podría acarrearnos problemas”, resumió el Alcalde de Toledo, para luego dirigirse a mí directamente con el fin de darse más importancia de la que tenía. “Como te puedes imaginar, toda esta situación se ha discutido entre nosotros hasta la saciedad. Hemos llegado a la conclusión de que mantendremos el suministro de agua a Marbella en los niveles actuales, independientemente de lo que nos ofrezcan a cambio, y esto es lo que iréis a negociar”.
“¿Iréis?”, pregunté.
“Sí. Te incorporarás a la delegación compuesta por la doctora Conde, Senescal de Toledo, y Luis Pizarro, Maestre Mayor de Córdoba”. No me dio tiempo a protestar y quejarme de que yo no era el acompañante de nadie. “Los tres seréis los representantes de las Ciudades Estado y sus territorios, y tendréis delegados en vuestras personas todos nuestros poderes. Enhorabuena, Bolto, te acabamos de nombrar embajador”.
Muy a pesar mío me sentí halagado por la confianza que se depositaba en mí; una confianza injustificada.
“Ni soy diplomático, ni sé negociar”, les aclaré.
“De eso estamos seguros”, me contestó Luis Guzmán.
“Entonces, ¿por qué habéis pensado en mí para una misión diplomática tan importante y delicada?”.
Ésa era una buena pregunta, tan buena que ninguno de los allí presentes quería contestar, manteniéndose con la boca cerrada a la espera de que algún otro se atreviese a darme una respuesta.
“Creo que Clausewitz dijo que la guerra era la continuación de la diplomacia pero con otras formas”, dijo Guzmán crípticamente.
Yo pensaba que la guerra era el fracaso de la diplomacia, incluso me sonaba que algún otro sabio creía que la diplomacia era una guerra soslayada pero, aún así, no entendí la relevancia del comentario de Guzmán. Luis Pizarro me lo aclaró:
“Nos ha llegado cierta información de Marbella: las Marcas Globales están pensando en invadir Al-Andalus y tomar la villa de Antequera con los embalses de Guadalteba y del Conde”.
“Y tú eres la única persona en Al-Andalus que te has enfrentado a sus tropas en el campo de batalla”, añadió el Maestre Mayor de Córdoba.
“Venciéndoles”, sentenció la doctora Conde.