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“Siendo judío de origen sefardí, me debes excusar cierta antipatía hacia la figura de Isabel la Católica, que intentaré reprimir por mi condición de historiador que, a fin de cuentas, siempre he procurado mantener la mayor objetividad posible. No creo que sea necesario recordar los complejos conflictos familiares y hereditarios que tuvo que padecer la joven princesa Isabel durante su infancia hasta que, por fin, accedió al trono de Castilla en 1474. Baste decir que durante el período previo a su coronación, el reino de Castilla estaba en un estado de guerra civil de baja densidad continua y que la principal aspirante al trono, aparte de Isabel, era Juana “La Beltraneja”, la hija reconocida del hermanastro de Isabel, Enrique de Trastámara, pero cuya paternidad se adjudicaba a Don Beltrán de la Cueva, de ahí su nombre.
En un principio Isabel no tenía demasiadas oportunidades de acceder al trono, y lo máximo a que podía aspirar sería a una relevante boda política con algún príncipe para reforzar las alianzas de su país. En este sentido se estuvieron negociando acuerdos nupciales con las casas de Inglaterra y Francia. Es en ese momento, con una Isabel en los inicios de su adolescencia, cuando entra la Orden de Calatrava en su vida, lo que nos demuestra la influencia y poder de esta última: el Maestre de la Orden, Pedro Girón, negoció con su padre y obtuvo el beneplácito del resto de la nobleza para contraer matrimonio con la joven princesa.
La fecha de la boda se fijó para el 12 de mayo de 1466 y tendría lugar en la Catedral de Segovia; todos los acuerdos entre el rey y la Orden de Calatrava concernientes a los esponsales habían sido discutidos y cerrados, las representaciones de la nobleza, Iglesia y embajadores en la ceremonia confirmados. Una princesa del reino de Castilla se uniría al gobernante de los calatravos, consolidando la influencia de éstos en la Corte y facilitando al monarca soldados y dinero. Solamente la muerte podía evitar aquel enlace, y así fue. Don Pedro Girón, Maestre de la Orden de Calatrava, murió el 2 de mayo de 1466 en Villarrubia de los Ojos: fue asesinado.
No es probable que la princesa Isabel tuviese algo que ver con ese crimen, era una niña, pero sí podemos intuir que viéndose forzada a casarse en esas circunstancias, la Orden de Calatrava no gozase de sus simpatías a partir de entonces. De la misma manera, los oficiales de la Orden no asumieron de buena manera la muerte de su maestre y, aunque ninguna sospecha recayó sobre la princesa, no dudaron en cambiarse de bando y apoyar a “La Beltraneja” en la lucha por el trono. Como bien sabemos ahora, se equivocaron.
He intentado obtener más documentación sobre los detalles de la muerte de Pedro Girón, aunque claramente se tratase de un asesinato político y difícilmente relacionable con los cadáveres mutilados actuales, encontrándome con varias contradicciones. Según el Libro de Muertos de la iglesia de Santa María de Villarrubia “Peio Giron colicum miserere mortuus est”, el colicum miserere no es una enfermedad como tal sino que se utilizaba como descripción general cuando se desconocían las causas del fallecimiento; podía tratarse de un envenenamiento o de una pulmonía, y no nos sirve de mucho. En la carta enviada por el caballero Ramón Zúñiga a sus superiores en el castillo de Calatrava hace referencia a “dos largas flexas, traspasado su yelmo la prima e su malla la seconda, causaren su morte”, y, finalmente, en el recuento de sus pertenencias se describe su jubón “con sangre por encima de la cruz calatravense”, entiendo que este inventario también iría destinado a los oficiales de la orden.
No es posible que el clérigo de la Iglesia de Villarrubia de los Ojos pudiese interpretar que un cadáver con dos heridas de flecha hubiese muerto de “colicum miserere”, como es igualmente improbable que el caballero Beltrán Zúñiga pudiese ver cualquier tipo de señal de violencia en alguien que hubiese muerto por causas naturales o, pensando mal, envenenado: uno de los dos miente.
Me inclino a pensar que la versión correcta corresponde a la carta enviada al Castillo de Calatrava y que su maestre fue asaeteado, por el simple hecho de que Zúñiga era su compañero y no tenía ningún motivo aparente para engañar a sus superiores. La versión del acta de defunción oficial, o lo más parecido que existía entonces, refleja el deseo por parte del asesino, o de sus protectores, de que no se investigase el crimen. En este sentido actuaron de forma inteligente puesto que el asiento en el Libro de Muertos era de acceso público y daba fe de las causas del fallecimiento, mientras que la correspondencia de la Orden de Calatrava eran documentos privados, sin más. El cadáver del Maestre sería enterrado rápidamente antes de que el calor y el tiempo llegaran a descomponerlo y, tanto por motivos religiosos como por superstición, no se desenterraría nunca. En el caso de que alguien quisiese investigar el fallecimiento se encontraría con que no tenía motivos para hacerlo, puesto que en el único documento oficial no existía ningún indicio de que la violencia formase parte de la muerte del maestre.
No me cabe la menor duda, por lo tanto, que Pedro Girón, Maestre de la Orden de Calatrava, fue asesinado en las vísperas de su boda con la princesa Isabel, y la futura Reina Católica. Pero dando por válida la descripción del otro caballero, Zúñiga, surgen más preguntas sobre la manera en la cual el maestre fue asesinado; recibió dos flechazos, uno de ellos atravesó su yelmo y otro su cota de mallas, algo inusual. Las armaduras de los caballeros en la Edad Media les hacían invulnerables a las flechas, especialmente a aquéllas lanzadas por los musulmanes. Era precisamente esta protección la que les hacía tan efectivos en el campo de batalla, algo que se había demostrado con creces durante los dos siglos anteriores y más aún en el caso concreto de los calatravos. Sólo había dos tipos de proyectiles capaces de dañar a un caballero; el dardo de la ballesta y la flecha de un arco largo inglés”.
Poco a poco me había ido deslizando en la silla y la referencia a proyectiles, armaduras y capacidad de penetración hicieron que me incorporase. A pesar de haber pasado más de seis siglos y de que la tecnología hubiese cambiado varias veces, los problemas de los proyectiles y de las armaduras, o chalecos, que nos protegen de su impacto siguen siendo los mismos. En el fondo los nueve gramos de peso de una bala de mi Glock era el equivalente a la punta de una flecha y la cota de mallas de un caballero comparable a un chaleco anti-balas de kevlar. Volví a mi lectura con un interés profesional adicional.
“Por la referencia de Zúñiga a “dos largas flexas” pude descartar que se tratase del dardo de una ballesta, puesto que éste tiene apenas un palmo de longitud. Curiosamente la presencia de tropas de ballesteros genoveses, mercenarios a sueldo en todos los casos, no era tan rara en la Península y me hubiese sorprendido menos que la de un arquero inglés, porque las flechas que atravesaron a Pedro Girón no podían tener otra procedencia.
Durante muchos siglos los arqueros ingleses habían formado la columna vertebral del ejército de sus monarcas y se habían convertido en los auténticos dueños de los campos de batalla durante la Guerra de los Cien Años, en Francia. Sus flechas podían penetrar la armadura de un caballero armado a trescientos metros y eran capaces de lanzar tres proyectiles por minuto. Mientras que los soldados de la Orden de Calatrava veían cómo las flechas de los pequeños arcos árabes se clavaban en sus escudos sin atravesarlos, o resbalaban en el acero de sus yelmos y cotas de malla, sus homónimos al otro lado de los Pirineos, los nobles franceses, tenían que soportar una lluvia mortífera de proyectiles que traspasaban todos los tipos de armaduras que llevasen encima, hasta alcanzar sus cuerpos. Ni siquiera la llegada de los ballesteros, con un alcance superior de disparo y penetración, tuvo un efecto desequilibrante en las contiendas entre ingleses y franceses. Una ballesta se tardaba en cargar unos dos minutos, en ese tiempo los arqueros habían efectuado seis disparos; la cadencia de fuego no era comparable. Las victorias de Eduardo III y Enrique V en Crézy y Azincourt contra ejércitos franceses superiores en número y mejor pertrechados se deben exclusivamente a la utilización del arco largo, el “long-bow”, un palo de madera de tejo de dos metros de largo y diez centímetros de espesor con muy poca flexibilidad y aparentemente imposible de doblar para alguien no entrenado en su manejo desde la juventud.
De ahí venía su poca utilización fuera del ejército inglés. La preparación y adiestramiento de un arquero no era algo inmediato, como la de un infante o lancero, sino que requería que se hubiese dedicado a manejarlo desde su infancia, entrenado por su familia y arropado por su entorno. El número limitado de estos profesionales haría que fuesen reclamados por los nobles ingleses para formar parte de sus huestes en exclusividad, no conociéndose que prestasen sus servicios en otros ejércitos. No me consta que los arqueros ingleses participasen en ninguna campaña de los ocho largos siglos de la Reconquista.
Todo esto envuelve el asesinato de Pedro Girón con un enigma adicional. ¿Qué hacía un arquero inglés en Castilla asesinando al Maestre de la Orden de Calatrava?
Más interesante aún es el hecho de que hemos encontrado dos referencias adicionales: la primera menciona a un “anglo sin linaje agitator e provocator” en una misiva enviada a la Reina Isabel explicando los pormenores de la algarada de Fuenteovejuna. La segunda le describe como un “archero sinistro sindedos” y está vinculada al licenciado Felipe Argensola y este personaje sí que forma parte de la historia entre la Reina Católica y la Orden de Calatrava, aunque en estos momentos no sé exactamente cuál fue su papel. Es uno de los cabos sueltos que me gustaría seguir investigando, tal como ya he comentado; por curiosidad y prurito profesional. Además no te puedo ocultar que la mención al arquero se hace en una acusación al licenciado Felipe Argensola ante la Santa Inquisición, un documento firmado por el propio Tomás de Torquemada y fechado en 1491, aquí, en Toledo”.
No entendía muy bien cómo un arquero sin dedos pudiese manejar su arma, se lo comentaría a Benaquiel la próxima vez que le viese, quizá este detalle le haría cambiar de opinión sobre la culpabilidad de su principal sospechoso.