39.
“Volviendo a la Orden de Calatrava”, cambió de tercio Benaquiel, “y te hablo de memoria. Los musulmanes de Abd el Múmen atacaron la línea del Guadiana, donde el castillo de Calatrava la Vieja era una plaza fuerte de vital importancia estratégica, cuya caída haría peligrar la defensa de Toledo”. El historiador se había levantado de su silla y de forma enfática, con amplios y exagerados movimientos de sus brazos, revivía aquella contienda. Gracias a la pasión que ponía en sus palabras no era difícil enfrascarse en su relato, imaginando tropas de caballería ligera árabes, con sus arcos cortos y alfanjes adentrándose en los territorios manchegos
“Los Caballeros Templarios habían obtenido unos años antes, como premio a su apoyo al rey Alfonso VII “El Emperador”, la propiedad de esa fortaleza y aledaños, más las rentas que se pudieran derivar de ellos: a cambio ellos debían defenderla. Y no lo hicieron, se retiraron”.
⎯ Templarios cobardes de mierda, “dijo Benaquiel cambiando la voz, para hacerme ver que estaba tomando la personalidad del rey Sancho”. —Os beneficiáis de los tributos y os largáis cuando las cosas se ponen feas. ¿No hay aquí ningún valiente que defienda la plaza? Yo, el rey, la cederé gustoso a aquél que la conserve fuera de las garras de los infieles— .
Nadie dio un paso al frente, sino todo lo contrario, los nobles allí presentes intentaban esconderse, unos detrás de otros, sin cruzar la mirada con la del soberano, dirigiéndola al suelo o al techo en función de su estatura. Al cabo de un tiempo el valiente caballero Diego Velázquez, hidalgo de la Bureba burgalesa, se adelantó, y convenció al Abad Raimundo para que juntos recogieran el reto lanzado por el Rey Sancho y se hicieran con la propiedad de la fortaleza en nombre de la Orden del Císter”.
Benaquiel paró su relato para tomar aire y continuar con una explicación más pausada.
“Eso, supuestamente, es lo que ocurrió, lo que describieron los escribanos presentes en aquella reunión, y lo que se hizo saber al pueblo. Yo he visto los documentos en que se recoge y, aun siendo debidamente autentificados, me inspiraron ciertas dudas en cuanto a la veracidad de lo ocurrido. En primer lugar esos escritos no dejan de ser el equivalente al periódico o a la televisión de la época y entonces, como ahora, quien pagaba a los escribanos conseguía que se dijese lo que más le convenía. En este caso el Rey Sancho quería que los míticos Caballeros del Temple fuesen cuestionados en cuanto a su valentía, ya que deseaba desposeerles de la fortaleza y ensalzar las virtudes guerreras de los nuevos propietarios. Es precisamente eso lo que se refleja en los documentos descriptivos de la época”.
Yo era un sufridor, y un convencido, de la facilidad con que se podía tergiversar la información. Era ese tipo de manipulación, si bien con la tecnología más avanzada de la televisión, lo que me había convertido, en un momento dado de mi vida, en héroe y la que, utilizada a mi favor, me había servido para no ser ejecutado. No me extrañó en exceso que ese tipo de comportamiento también existiese en el siglo XII: la condición humana no cambia.
“Como historiador no puedo fiarme de ese documento a pesar de que esté fundamentado en un hecho real, porque está viciado al ser una versión preparada con una intención propagandística. Si quiero acercarme más a la verdad de lo que ocurrió debo estudiar otro tipo de archivos más objetivos, donde el engaño sea difícil o contraproducente, por ejemplo: las cartas, los registros de propiedad, las actas de bautizo y defunción de las iglesias, mezquitas o sinagogas y las demandas ante el rey o sus enviados y sus resoluciones. La correspondencia del Rey Sancho con el Maestre del Temple en España y entre éste y su superior en Jerusalén nos pueden dar una perspectiva distinta. Esas cartas existen, seguro, no sé si aquí, o en otro lugar similar, y si estuviese estudiando este episodio en concreto me preocuparía en buscarlas, aunque también te puedo decir más o menos lo que encontraría. A mediados del siglo XII la Orden de los Templarios era la fuerza de choque de la cristiandad contra los musulmanes, y su teatro de operaciones estaba en Oriente Medio; para ellos la Reconquista española era un frente de interés menor. A fin de cuentas aquí no estaban defendiendo la tumba de vuestro señor. Sus campañas en la península ibérica entraban dentro de los objetivos de su orden, pero con un interés relativo, por lo tanto no es difícil recomponer el contenido de sus cartas.
⎯ Querido Maestre de la Orden del Temple en Toledo,
Como sabes aquí en Jerusalén estamos acuciados por los ataques continuos de los musulmanes y te agradecería, o más bien te ordeno, que ochocientos caballeros y sus pertrechos cojan un barco en Valencia y se vengan a Acre inmediatamente. Un fuerte abrazo, Tu Jefe. P.S. Por favor manda varias vasijas de aceite de oliva para engrasar las armaduras que con la arena se hacen muy incómodas.
⎯ Querido Jefe,
Los musulmanes en La Mancha también nos acucian de modo que nos da igual que nos acucien aquí que en Tierra Santa. Un crucero en barco nos iría bien para reponer fuerzas. El único problema lo tenemos con el Rey Sancho que quiere que le defendamos las posiciones del Guadiana en Calatrava y no creo que tolere que nos vayamos. Algo de razón tiene porque sin nosotros los musulmanes llegarán a Toledo sin problemas. Me acordaré de llevar aceite.
⎯ Querido Maestre del Orden del Temple en Toledo,
Me importa un rábano lo que diga el Rey Sancho. Si quiere vuestros servicios que os pague en oro y nos lo mandáis para contratar a más tropas en la zona, que tampoco andamos sobrados de guita. Vamos que o paga, u os venís hacia aquí, que buena falta nos hacéis. Un abrazo, tu Jefe.
⎯ Querido Rey Sancho,
Nos vamos a Tierra Santa y ahí te las veas con las tropas de Abd el Múmen tú solo, a no ser que quieras pagar unos cuantos cofres llenos de oro por nuestros servicios. No aceptamos cheques. Cordialmente el Maestre Superior de Toledo.
Estoy frivolizando, de acuerdo, pero en líneas generales su correspondencia iría en esta línea. Lo siguiente en analizar sería la conducta del Abad Raimundo y del caballero monje Diego Velázquez, no dudo de su valentía pero sí de la pureza de sus motivos. ¿Por qué si no iban a pedir la propiedad del Castillo de Calatrava a cambio de su defensa? Como leales súbditos deberían seguir las órdenes de su monarca, y, como cristianos beligerantes, la lucha contra el musulmán debería darles la satisfacción moral y personal suficiente como para no preocuparse de las recompensas terrenales. Es más probable que el tal Diego Velázquez fuese un guerrero de fortuna, pero sin fortuna y que estuviese mal viviendo de los pequeños beneficios que le podían reportar sus redadas y saqueos a los pueblos musulmanes. Igualmente es probable que el Abad Raimundo, aunque con un cargo religioso importante, no fuese el titular de una abadía, por lo tanto no tendría acceso a las riquezas directas que ésta le podía aportar, y dependería de los estipendios que recibiera de su orden monástica, que por lo general no serían generosos. Lo que te cuento es mera especulación pero está basada en muchos años de experiencia investigando el pasado e intuyo que no me equivoco demasiado”.
Seguía sin saber a dónde quería llegar aquel erudito de la Historia, pero su manera de expresarse y los conocimientos que claramente tenía me imposibilitaban no prestarle atención: haber sido alumno suyo hubiese sido un placer.
“En conclusión: el origen de la Orden de Calatrava no es fruto de la cobardía de los Templarios y la valentía y espiritualidad de dos castellanos, tal como los cronistas nos quieren hacer ver. Sino de la falta de poder del Rey Sancho frente a los Templarios, que no acataban sus órdenes, y la sed de riquezas de un par de guerreros profesionales. Lo que no quita veracidad al hecho cierto de que en el 1 de enero de 1158 en la villa de Almazán, el rey don Sancho, hijo de Alfonso VII “El Emperador”, cumplió su promesa. He visto un facsímile de ese documento y te cito de memoria lo que decía:
⎯ Yo, Rey Sancho de Castilla, Defensor de la Cristiandad etc. etc. dono a perpetuidad la villa y fortaleza de Calatrava a la Orden del Císter, representada por el Abad don Raimundo, y a todos sus monjes, para que la tuvieran para siempre jamás, y, con la ayuda de mi Reino, la defienda de los enemigos de Cristo.
Los firmantes del documento también tenían un peso específico importante, lo que le daba mayor valor, puesto que su presencia como testigos haría difícil su incumplimiento por parte del rey Don Sancho; entre ellos figuran el rey de Navarra, el mayordomo del soberano, el Potestad de Castilla, el señor de Logroño, el Primado de las Españas y el prelado de Sigüenza, Cerelomo. Es igualmente cierto que Calatrava la Vieja no fue tomada por Abd el Múmen. Los cronistas dicen que el Abad Raimundo y su Capitán de Guerra, Don Diego Velázquez, por su arrojo y espiritualidad, consiguieron reunir un ejército de más de 20.000 hombres, muchos de ellos adscritos a la orden Cisterciense, y su presencia fue suficiente para que los musulmanes abandonasen su campaña de conquista. Personalmente creo que los cronistas exageran, que el ejército que formaron sería menor en número y bastante menos espiritual, vertebrado en torno a unas centenas de caballeros y guerreros profesionales más preocupados por obtener provecho de los saqueos que por alcanzar vuestro cielo. Para los más simples, o devotos, Raimundo ofreció una indulgencia en la línea de las utilizadas por los papas para incentivar a los cruzados, haciendo público que “cualquiera que luchase para defender a Calatrava sería perdonado de todos sus pecados”: una indulgencia era más barata que una soldada.
En teoría se trataba de caballeros que “acordaron sus costumbres a las del Císter tanto como lo permitiese su oficio guerrero, uniendo la fatiga del soldado con la abstinencia del cenobita, las fervientes oraciones con el bravo empuje de la pelea”, o por lo menos así nos lo cuenta Alonso de Estero, cronista de la época, en lo que únicamente se puede considerar como un manifiesto de propaganda. Esto es evidente por el conflicto que se creó una vez muertos los dos promotores, el Abad Raimundo y Diego Velázquez; los caballeros se amotinaron no queriendo vivir con los monjes y menos aún dedicarse a la oración y la vida contemplativa. Ten en cuenta que un caballero armado en el siglo XII era un ser violento por necesidad, pues su vida y la de sus compañeros dependía de ello, y también por naturaleza, en muchos casos. Te puedes imaginar la convivencia entre unos monjes, con cierta educación, provenientes de familias adineradas y que se daban por satisfechos con la tranquilidad de una vida dedicada al estudio y la oración, y unos guerreros que no sabían ni leer ni escribir, mujeriegos, jugadores, bebedores, fogosos y armados. Los religiosos se separaron de los caballeros y éstos decidieron que serían ellos quienes eligiesen a su caudillo, ignorando cualquier lealtad que pudiera deber al rey, Dios o el diablo.
Era preferible, tanto para el Rey como para la Iglesia, que esta milicia bien organizada y equipada estuviese sujeta a ciertas reglas y que no se convirtiese en un grupo de mercenarios abiertos a luchar en favor de cualquier reyezuelo o noble, musulmán o cristiano. Fue en el año 1164, cuando el Císter, el Pontífice y el rey Don Sancho, acordaron la primera regla para la Orden de Calatrava, que de esa manera quedó formalmente constituida con sus privilegios y, algunas, obligaciones, pero, al menos, estaría incorporada dentro de las estructuras de poder vigentes y no existiría como un ejército autónomo”.
“Y así empezó a funcionar la Orden de Calatrava”, dije como conclusión a la historia que me había contado Benaquiel.
“Así es. ¿Algo más?”.
“No tengo tiempo para que me cuentes toda su historia, vidas y milagros. Pero me hace falta saber si, bajo sus dominios, se cometieron asesinatos de una crueldad macabra, si se ejecutaron con el conocimiento o connivencia de la orden y, más importante aún, si podría existir alguna manera por la cual los motivos que los propiciaron hace siglos pudiesen estar vigentes hoy en día”, insistí.
No aceptó de buena gana mi petición, Benaquiel estaba seguro de que le estaba haciendo perder el tiempo y que no le había prestado demasiada atención a sus extensas explicaciones.
“Ya te he dicho que la historia es más simple y más complicada a la vez de lo que quieres pensar. No existe una gran teoría de la conspiración, ni grupos secretos que manipulen el destino de la humanidad, o cuyos juramentos se mantengan en vigor generación tras generación. En cambio sí existen las debilidades humanas y sus virtudes; las ansias de poder, la avaricia, el amor, la búsqueda de la belleza o la libertad. Éstas no han cambiado desde que tenemos conocimiento del ser humano como ser racional, y muchas explicaciones a los supuestos misterios de la historia los encontraremos precisamente si somos capaces de ahondar en las personalidades y motivaciones de los protagonistas de cualquier hecho pasado.
Que algunos Caballeros Calatravos eran unos carniceros despiadados no me cabe la menor duda. Se trataba de soldados en guerra continua contra los musulmanes y harían lo que creyeran oportuno para protegerse y obtener el mayor botín a su alcance. También estoy seguro de que entre sus huestes se encontrarían asesinos y torturadores, como en cualquier ejército, y, dependiendo de las circunstancias, contarían con el beneplácito de sus superiores. Incluso existiría más de un sádico que, a nivel particular, cometería crímenes inimaginables que harían palidecer a la propia Inquisición. Sin embargo nada de esto daría la más mínima credibilidad a una teoría por la cual la Orden de Calatrava, como organización, sería capaz de condonar estas actuaciones y menos aún que fuese capaz de mantenerlas en vigor a lo largo del tiempo”.
Benaquiel estaba convencido de lo que me decía y yo estaba de acuerdo con él, tanto en cuanto se tratase de un argumento en abstracto. No podía rebatirle, ni defender mi sugerencia, de que una secta secreta con ritos que requerían sacrificios humanos fuese algo creíble, para alguien medianamente educado, y sin la ingenuidad suficiente como para creer en esos cuentos. Entendía su exasperación ante mi cabezonería. Pero había algo que él no alcanzaba a comprender: había dos cadáveres destrozados, no sabíamos ni quién era el asesino ni porqué lo había hecho, y si existía la más mínima posibilidad de encontrar algún tipo de explicación a ello investigando a la Orden de Calatrava, no sería yo quien desistiese de ello.
“Te he escuchado educadamente”, le dije al historiador, “ahora me vas a escuchar tú a mí. No sé exactamente lo que voy a encontrar, lo más seguro es que nada, pero aún así te vas a dedicar en cuerpo y alma a buscar entre los millones de papeles que tienes a tu alrededor, día y noche, hasta que yo te diga que pares. Empezarás por el siglo XI y llegarás al siglo XV, revisarás todo lo referente a la Orden de Calatrava y a la zona del Campo de Calatrava en lo que concierna a muertes violentas: registros de defunción, acusaciones judiciales, detenciones, juicios y cualquier otra fuente que se te pueda ocurrir”.
Benaquiel intentó callarme, seguramente para decirme que lo que le pedía era imposible y que sus tareas habituales no se lo permitirían, pensé que era el momento oportuno para sacar mi pistola de su funda, lo hice lentamente y la puse encima de la mesa.
“Te voy a decir porqué lo vas a hacer: porque es infinitamente más importante encontrar al asesino que anda suelto que localizar el documento más valioso de este almacén. Porque el descubrimiento más notable sobre nuestro pasado no tiene ningún valor comparado con el llevar a ese carnicero ante la justicia. Pero, sobre todo, porque va a seguir matando y, francamente, el buen orden del Archivo Histórico de la Ciudad de Toledo bien puede esperar en estas circunstancias”.
Creo que estaba convenciendo a Benaquiel con mis argumentos pero sentí que debía reforzar mi punto de vista para que mis órdenes se cumpliesen con el mayor entusiasmo posible. Le apunté a la cara con la Glock.
“Para mí es tan importante la vida de la siguiente víctima como la tuya. Me gustaría que ninguna de las dos se perdiera”. Tragó saliva ante la aparente pérdida de cordura por mi parte y, una vez que había asimilado mi amenaza, guardé mi arma para sonreírle.
“Encontraremos al asesino y cuando lo hagamos me agradecerás por haberte involucrado en la investigación. No hay nada como salvar una vida y ayudar a la justicia para la satisfacción personal, ni siquiera la búsqueda de la verdad de algo ocurrido hace siglos”.
Benaquiel me miró poco convencido.
“Además, quizá encuentres los planos de un tesoro”.
Se comprometió a dedicarse él personalmente y todo su equipo de historiadores a la investigación que le había indicado, hasta que les dijese lo contrario. Me mantendría informado de sus descubrimientos, si los hubiere.
Ninguno de los dos éramos conscientes de la importancia que tendrían sus descubrimientos, aunque de poco nos servirían para encontrar al asesino.