CUATRO
La temporada de la renta siempre olía a guiso. Casi todos los días, mi madre dejaba sobre la encimera de la cocina la olla eléctrica amarillo mostaza, cociendo a fuego lento algo para nuestra cena. No importaba lo que hubiera dentro —pollo, verduras, alubias—, todo olía a guiso una vez que pasaba por ese trasto.
Eran las cuatro en punto y Greta estaba en sus ensayos de teatro del instituto. Tenía uno de los papeles secundarios más importantes en South Pacific, el de Bloody Mary, que consiguió por lo bien que canta y porque es bastante morena, al menos de ojos y pelo, así que solo tenían que ponerle algo de maquillaje oscuro y lápiz de ojos para que pareciese una polinesia. Nos había dicho que tendría que quedarse en el instituto casi todos los días «hasta tarde».
Era un hecho bien conocido que, de todos los institutos de la zona, el nuestro era el que hacía los mejores musicales. Algunos años incluso venía gente de la ciudad a ver nuestras representaciones. Gente del teatro, coreógrafos, directores y tal. Circulaba el rumor de que, en una ocasión, hacía unos diez años o así, un coreógrafo vio la obra y una de las chicas del último curso le pareció tan buena que le consiguió un papel en A Chorus Line después de la graduación. Cada nuevo curso se comenta esa historia, y aunque todos dicen que no se la creen, en realidad sí se la creen. Quieren creer que un cuento de hadas como ese podría ocurrirles a ellos.
La temperatura llevaba varios días siendo de un solo dígito, demasiado frío para ir al bosque, así que estaba sola en casa, sentada a la mesa de la cocina haciendo los deberes de geología, cuando sonó el teléfono.
—¿Señora Elbus? —dijo un hombre de voz poco clara, acuosa.
—No.
—Oh… Vaya. Perdón. ¿Está la señora Elbus? —No solo acuosa: también tenía acento. De Inglaterra, tal vez.
—No ha vuelto todavía. ¿Quiere dejarle un mensaje?
Hubo una pausa, y luego dijo:
—¿June? Esto… ¿eres June?
Ese hombre, con quien nunca había hablado, conocía mi nombre. Sentí como si sus dedos treparan por el cable del teléfono.
—Llame más tarde —dije, y colgué sin más.
Recordé aquella película en que una chica hace de canguro y alguien no para de llamar y le dice que la está viendo y que debería comprobar cómo están los niños, y ella se va asustando cada vez más. Eso fue lo que me hizo sentir aquella llamada. Aunque el tipo no había dicho nada para asustarme, di vueltas por la casa cerrando puertas y ventanas. Me senté en el suelo de la cocina cerca del frigorífico y abrí una lata de Yoo-hoo.
Entonces, el teléfono volvió a sonar. Sonó y sonó hasta que saltó el contestador. Y ahí estaba la misma voz.
—Lo siento, de verdad, lo siento mucho si te he asustado. Llamaba por tu tío. Finn, el de la ciudad. Volveré a llamar más tarde. Eso es todo. Lo siento.
Tío Finn. Conocía a tío Finn. Me quedé helada. Tiré el resto del refresco por el fregadero y me paseé de un lado a otro por el linóleo de la cocina. Finn había muerto. Yo sabía que Finn había muerto.
Descolgué el teléfono y marqué su número, que me sabía de memoria. Sonó dos veces antes de que contestaran, y cuando escuché el clic de una persona levantando el auricular, un torrente de alegría me inundó el pecho.
—¿Finn? —Silencio—. ¿Finn? —pregunté de nuevo mientras la desesperación se deslizaba por mi voz.
—Me temo que… esto… no. Finn no…
Colgué rápidamente. Era la misma voz. El mismo hombre que había dejado el mensaje en el contestador.
Corrí a mi cuarto. Nunca me había resultado tan pequeño, parecía haber encogido. Miré mis estúpidas velas de mentira y mi estúpida colección de libros de Elige tu propia aventura, mi hortera edredón rojo con un falso estampado de tapiz. La ciudad parecía encontrarse a miles de kilómetros de allí. Como si, al perder a Finn, hubiese perdido también el peso que la retenía. Como si hubiera salido flotando.
Me arrastré bajo la cama y cerré los ojos con fuerza. Me quedé allí dos horas, respirando el aroma a guiso pasado, fingiendo que era un ser antiguo y enterrado, esperando a que la puerta de casa se abriera para entonces taparme los oídos y evitar oír cómo alguien volvía a escuchar ese estúpido mensaje en el contestador.