CINCUENTA Y SIETE

La noche avanzaba y yo seguía despierta en mi cuarto, escuchando el rugir de los truenos, preocupada por Greta. ¿Y si se había desmayado bajo su manto de hojas? ¿Y si había bebido tanto que no podía despertarse? Había visto esas cosas en las noticias. ¿Y si había tomado algo más? Drogas, o algo que yo no podía ni imaginarme. ¿Y si había relámpagos? ¿Y si un rayo caía en el alto arce del bosque? ¿Y si golpeaba directamente en el suelo, justo en la cabeza de Greta? Esas ideas no paraban de darme vueltas. Mi hermana había dicho que encontraría un modo para escaquearse de Annie. ¿Qué quería decir? ¿Y si intentaba hacerse algo? No quería preocuparme, pero, como siempre, me preocupé. Greta estaba unida a mi corazón. Enroscada, retorcida y ensartada en medio de mi corazón.

El primer destello de un relámpago me asustó. No tardaría en llover, una lluvia fuerte y torrencial. El suelo alrededor de Greta se convertiría en barro. El río crecería y se desbordaría si llovía con suficiente intensidad y rapidez. Me imaginé que la riada se llevaba a Greta flotando. Y los lobos… ¿Y si los lobos andaban rondando por allí? ¿Y si eran reales? ¿Y si tenían hambre? Recordé la cara que ponía mi hermana cuando hablábamos de las sirenas invisibles, como una niñita. Aunque los lobos no fueran más que coyotes, encontrarían a Greta y la harían papilla.

Acabaron las noticias de las once, y luego empezó Saturday Night Live, que mis padres veían porque todavía les parecía divertido. Cada pocos minutos, mi padre me llamaba y esperaba hasta oír mi respuesta. Mis padres pensaban que quería escaparme, y puede que lo hubiera hecho de no ser tan cobarde.

En vez de eso, crucé el pasillo, pasé frente a la puerta cerrada de la habitación de Greta, dejé atrás el cuarto de baño y llegué al dormitorio de mis padres. Su cama estaba siempre hecha, así que me tumbé sobre la alfombra rizada beis, cerca de la mesilla de noche de mi padre. Levanté el auricular del teléfono y, muy despacio, tomándome mi tiempo con cada dígito, marqué el número de Finn. Sonó dos, tres veces, y por un momento pensé que Toby no estaba o que no quería responder. Sostuve el auricular en mi oreja y decidí darle seis toques antes de colgar. Respondió al quinto.

—¿Toby?

—June. Es tarde. ¿Estás bien?

No respondí enseguida. Me resultaba incómodo hablar con él después de la última vez. Para él, nada había cambiado, pero para mí, todo. Me había vuelto de cristal, desnuda. La niña con el corazón transparente. La niña más estúpida del mundo. Un ataque de rabia recorrió todo mi cuerpo.

—Se supone que siempre tenemos que estar el uno para el otro, ¿verdad? Por si necesitamos algo.

—Claro, claro que sí. ¿Qué pasa? ¿Estás bien, June?

—Estoy bien. No es por mí. Es por Greta.

—¿Greta? ¿Qué ha pasado?

—Tengo miedo. No sé. Estoy castigada y no puedo ir a buscarla. Y… —Cada vez hablaba más fuerte, atropellándome con las palabras.

—¿June? —me llamó mi padre desde el salón.

—¡No pasa nada! —grité, intentando sonar tranquila y feliz—. Solo estoy cantando. Nada más.

—¡Shhh! Tranquila —dijo Toby.

—Vale. —Solté un largo suspiro—. Vale.

Le conté otra vez lo de las fiestas y lo de Greta, cómo la había encontrado las dos últimas veces.

—Me estaba esperando allí. Y esta noche volverá a ir. Sé que lo hará. Dijo que quería hablar. Y yo no sabía que me iban a castigar ni nada de eso. Hay rayos y truenos. Durante la obra ya estaba borracha, como una cuba. Se le notaba. Hay más cosas, pero no tenemos tiempo.

—¿Por qué estás castigada? No será por mí, ¿verdad?

—No, no. Ya te lo contaré, ¿vale? Ahora centrémonos en Greta.

—Está bien, está bien. Entonces, ¿dónde está tu hermana?

—¿Te acuerdas del sitio donde aparcaste cuando me recogiste la última vez en el instituto? ¿El día que fuimos a Playland? ¿Recuerdas el aparcamiento detrás del edificio?

Se acordaba, y a partir de ahí le describí exactamente cómo internarse en el bosque, cómo seguir el río y encontrar el arce donde estaría Greta. Se lo conté una vez, y luego me pidió que se lo repitiera todo, dos veces más.

—Vas a necesitar una linterna, ¿vale?

Toby no dijo nada durante unos instantes.

—June.

—¿Sí?

—Bueno, estoy un poco preocupado. Seguramente… Lo más probable es que tu hermana se asuste al verme, ¿no? No me conoce. Tu familia… Bueno, me odian, ya lo sabes. No sé…

—Está bien, si no quieres… A ver, me dijiste que «cualquier cosa», y primero me sales con que nada de Inglaterra, y ahora… —Me sentí mal por valerme de su sentimiento de culpa. Ojalá no lo hubiera hecho, pero lo hice. Es la verdad. Le hice sentirse culpable todo lo que pude.

—Está bien. Vale, pues.

—Dile que te envío yo. Dile esto y te creerá: que mis padres han visto el cuadro, ¿vale? Dile que me han castigado por lo del retrato y que te llamé para que fueras a buscarla. Lo más probable es que ni se despierte. En ese caso, déjala delante de casa y ya está. Aparca en la calle, un poco antes de llegar. Yo estaré atenta a la puerta de atrás y la meteré en casa. Todo saldrá bien.

—Lo siento, no lo tengo muy claro, June.

—No te preocupes. No tengas miedo.

No dijo nada. Luego suspiró.

—Está bien, iré. Lo hago por ti.

—¿De verdad? —repuse sorprendida. Igual estaba poniéndolo a prueba, y quizá pensaba que me iba a fallar.

—Sí, lo haré por ti. No te preocupes. Estaré allí dentro de poco.

Colgué, y al momento sentí un intenso escalofrío. Tendría que habérselo dicho a mis padres. Debería haber dejado que Greta se metiera en un lío. Me quedé allí sentada, en el suelo del dormitorio de mis padres, asimilando lo que acababa de hacer. Entonces volví a descolgar el teléfono y marqué de nuevo el número. Me temblaban los dedos, y cuando finalmente lo conseguí ya era demasiado tarde. El teléfono sonó y sonó. Toby ya había salido. No sé qué le habría dicho si hubiese contestado. ¿Le habría suplicado, incongruentemente, que no fuera? Quién sabe. No conozco tanto mi corazón. Lo único que sabía era que Toby cumplía sus promesas. Lo había dejado todo así, sin más, para acudir a mi llamada de auxilio.

Fui a la planta baja, donde mis padres se reían con el Saturday Night Live. Mi madre se había puesto cómoda, con unos pantalones de chándal rosa y una sudadera holgada. Estaban en el sofá, y apoyaba la cabeza en el hombro de mi padre. Me senté cruzada de piernas en el sillón reclinable.

Dennis Miller estaba haciendo su numerito del noticiario cómico. Mis padres se reían de una broma tonta sobre Gary Hart. Empezaron los anuncios y miré a mis padres.

—Lo siento —dije.

Mi madre miró a mi padre. Luego a mí, apretando los labios. Su rostro se puso severo. Finalmente, pareció calmarse un poco y asintió levemente con la cabeza.

—Es bueno oírte decir eso, June.

—Lo digo en serio. De verdad. Lo siento.

Ella dio unas palmaditas a su lado en el sofá, así que abandoné el sillón de vinilo y me acurruqué a su lado como no hacía en años. Se estaba calentito y muy a gusto.

Cuando se acabaron los anuncios, volvió Saturday Night Live y Jon Lovitz hizo un sketch sobre un servicio de mensajería llamado Einstein Express en el que, siguiendo las teorías de Einstein sobre el continuo espacio-tiempo, los paquetes podían llegar antes incluso de ser enviados. Era una buena idea, aunque, como la mayoría de las cosas de ese programa, el sketch no era muy divertido.

Pero no me importaba. Este día pronto se acabaría, el hombro de mi madre era mullido, el sofá era mullido, y ahora salía Suzanne Vega a cantar Luka, esa canción sobre un chico triste que vive en el segundo piso, y todo resultaba reconfortante, tranquilizador y bueno.

Aquella noche, los minutos parecían pasar a cámara lenta. El cuerpo de mi madre se sacudía cuando reía, como el de Finn, y mi padre roncaba. Después del Saturday Night Live, mis padres se fueron a la cama y yo me quedé en la cocina a esperar a Toby en la puerta de atrás. Todo saldría bien, claro que sí. Eso me decía. Le daría las gracias a Toby y todo volvería a la normalidad. La lluvia golpeteaba la ventana de la cocina y yo contemplaba la oscuridad del patio, la silueta esquelética del columpio, los arbustos de azaleas sacudiéndose por la tormenta. Permanecí allí un buen rato, mirando, esperando ver aparecer a Toby.

Entonces, llamaron al timbre.